domingo, junio 19, 2011

Cuando el Euro entra en guerra con Europa (cogito ergo molesteo)

El vicio del inmovilismo que nos aqueja está alcanzando proporciones tan dantescas que ya está rozando el límite de lo que podríamos considerar ridículo.
Después de tres años derrumbando y viendo derrumbarse un sistema que hace aguas por todos los lados, después de acudir, cual caballeros trotantes, al rescate financiero de tres países y se ha perdido la cuenta de no se sabe cuantos bancos, los dos principales socios de esta Europa que no cree que sí misma y que solamente se ve como una empresa de proporciones continentales, se juntan y deciden lo que hay que hacer para salvar los dineros del continente.
Y lo que deciden es nada. O, para ser más exactos, deciden hacer lo mismo que ya se hizo y que ya fracasó.
Y, claro, cuando se les enfadan, cuando se les manifiestan por el Pacto por el Euro, cuando se les concentran para mandarles a hacer lo que se fue a hacer el Padre Padilla, pues se sorprenden.
Los Indignados que se mueven -hay otros que solamente movemos la tecla- se cabrean, se juntan y bloquean el acceso al Parlamento español. Y lo mismo en todos los países de Europa, en las principales ciudades de Europa, en las más grandes plazas de Europa.
El supuesto gobierno de la supuesta Europa legisla contra lo que quiere su población y todavía se sorprenden.
Sakozy, Merkel y todos los que firmarán el jueves el Pacto por el Euro miran atónitos las pantallas de sus tablets, sus pda, sus iPhone o lo que sea que usen y no comprenden nada.
Durante meses se les ha reclamado un cambio y ahora que lo hacen se les echan encima. Estos europeos desde que se pusieron a pensar están insoportables.
Las medidas son claras ¿Por qué no las aceptan?
"Su objetivo es robustecer la economía comunitaria para evitar nuevas crisis que pongan en peligro a los socios más débiles del euro y, en consecuencia, también la estabilidad de la zona euro".
O sea lo nuevo para no cambiar. Seguimos considerando Europa como una suma de países, como una zona de intercambio económico. Los fabricantes de esquemas de terno perfecto y corbata amarilla -o del color que esté de moda ahora- no han hecho nada nuevo.
No hay países débiles, no hay datos macro económicos aplicables. Hay gente débil. Siguen sin pensar en dinámica de clase social -¡uuuuuh, el fantasma del comunismo!-. A cualquiera de los parados de Italia, de España o del Reino Unido le da igual que su país sea débil o fuerte, que su macroeconomía sea sólida y estable. Exige soluciones para las personas no para los balances generales del Estado.
Nada cambia, no quieren enterarse de que buscar la estabilidad no es la solución. El sistema a la fuerza se ha de mantener estable. No hay cadáver que no se mantenga estable hasta que se pudre.
Pero la cosa sigue
"El pacto por el euro incluye objetivos anuales individuales que cada país presentará a sus socios cada mes de abril". Este es bueno. Los primeros se aprobarán en la cumbre del próximo jueves y viernes en Bruselas.
De nuevo volvemos a los objetivos. A tratar los países como si fueran compañías, a tratar a los pueblos como si fueran sociedades anónimas. Y los objetivos son algo irrenunciable. Aunque se tenga que sacrificar todo lo sacrificable para ello.
No cambiamos el enfoque. Los gobiernos europeos no lo cambian porque no pueden cambiarlo, porque no saben pensar fuera del sistema económico que les permite seguir funcionando como estados, seguir siendo gobiernos independientes.
Nuestros gobernantes siguen si darse cuenta de que el cambio ha de ser radical, no una mejora, no unas tablillas, no un vendaje de compresión, no una operación de cirugía plástica ni siquiera una operación a corazón abierto.
El tío - el sistema económico que nos rige, se entiende- ha tenido un infarto, una embolia, un ictus y una apoplejía al mismo tiempo. No le vamos a salvar quitándole la sal, controlándole el colesterol y poniéndole una dieta estricta. El pobre está muerto. Hay que enterrarle y encontrar algún sitio mullido en el que tumbarse a concebir y parir uno nuevo -pero, por favor, que ni Merkel ni Sarkozy participen esa metafórica escena, mi estómago tiene un aguante limitado-.
Pero ni las imágenes más prosaicamente impactantes de ese nuevo alumbramiento del sistema económico europeo son capaces de desviar mi pérfida visión de lo que Merkel, Sarkozy y todos los demás están haciendo.
Leyendo el plan de competitividad que incluye el Pacto por el Euro sólo es posible llegar a la conclusión de que algún transporte oficial se ha estrellado con todos nuestros heroicos líderes dentro y todos, sin excepción alguna, se han golpeado la testa, perdiendo la memoria en el percance.
O eso o no les importa que por fin nos demos cuenta que gobiernan en nuestra contra.
El plan de competitividad en cuestión incluye: "Aumento de la edad de jubilación para adaptarla a la nueva esperanza de vida, vinculación de los salarios a la productividad, flexibilización del mercado de trabajo, incentivando la contratación y formación permanente con una rebaja de la fiscalidad, sostenibilidad de las cuentas públicas a través de una reforma del sistema de pensiones y de protección social".
Podría decir algo mucho más sesudo y conveniente pero, de repente, siento que la mirada se me nubla, la mente se me arrebata y los dedos se me crispan como garfios. Repentinamente el espíritu arrebatado de los indignados me posee y sólo puedo decir: ¡No te jode!
Los sindicatos franceses hicieron arder La Galia durante tres meses con una furia que ni siquiera puso el caudillo romano en su conquista cuando eso se propuso. Negaron la mayor con una intensidad que no se recordaba desde los tiempos de Víctor Hugo; los portugueses tiraron a su gobierno a la basura cuando apenas había empezado a esbozar la propuesta, los griegos desataron una ira tan olímpica que su gobierno hasta amenazó con abandonar el Euro.
En Dinamarca se dijo con la boca tan pequeña que apenas se pudo escuchar, Merkel y su gobierno ni siquiera se atrevieron a proponerlo en Alemania, Italia huyo de ello como de la peste, no fuera a ser que eso cabreara a los transalpinos más que los escarceos barely legal de Berlusconi. Las Trade Unions británicas miraron fijamente a Cameron y esté se tragó la propuesta antes de pronunciarla.
¿Y nosotros? Bueno, nosotros preferimos hacerle un corte de manga a los sindicatos que luchar por nuestro futuro. Pero también estábamos en contra. De aquellos polvos no vienen estos lodos.
Y ahora, con toda la cara del mundo, como si el cuento no fuera con ellos, como si los dioses de sus respectivos panteones les hubieran otorgado el derecho divino de gobierno que madame guillotina cercenó hace siglos junto con el cuello de algunos reyes y aristócratas, se atreven a intentar colarnos lo mismo bajo la norma europea, bajo la bandera de la necesidad.
Lo intentan por la puerta trasera de una normativa europea que venderán como inquebrantable y eterna, ignorando el hecho de que antes de que ellos la aprobaran no existía. Ignorando la realidad de que toda la población europea se ha mostrado en cada uno de sus países en contra de ella.
Por eso miran y no entienden la protesta, no entienden que Europa y los europeos no son lo mismo. No entienden que ya hemos decidido que no lo queremos. No lo entienden porque están demasiado acostumbrados a que no pensemos o a que no digamos lo que pensamos y esta vez -probablemente sin que sirva de precedente- no lo hemos hecho.
Y ese es el cambio que no entienden.
Puede que ellos crean que esa es la única manera de que el sistema se estabilice y se mantenga y puede que tengan razón. Pero nosotros, los que les hemos puesto donde están, no tenemos ningún interés en que el sistema se estabilice, ni en que sobreviva.
Nosotros queremos que los millones de europeos que no tienen trabajo lo tengan y si el sistema tiene que caer para eso, que lo haga. Nosotros queremos que la gente no tenga que prostituir la integridad de su tiempo y de su vida por una casa, por un coche o por el derecho a la supervivencia y si el sistema tiene que caer para eso, sea.
El sistema y su pervivencia no es lo importante. Las personas y su supervivencia sí. Ese es el cambio que no saben aplicar.
Por eso no se les ocurre cuestionar el control de beneficios empresariales. Por eso no se les ocurre obligar a las empresas a que distribuyan sus beneficios antes entre los trabajadores que entre los pasivos parásitos que son los accionistas.
Por eso permiten que nadie controle el reparto de beneficios entre ejecutivos y consejeros. Por eso se permite que una empresa que lleva tres años sin subir el sueldo a sus empleados se compre un helicóptero. Por eso se consiente que la compañía que más dinero gana de España puede hacer un plan de viabilidad que pondrá en la calle a cuatro mil trabajadores.
Se pueden flexibilizar los salarios y los despidos, pero no el reparto de dividendos. Se puede forzar a trabajar a la gente dos años más, pero no que los beneficios empresariales se dividan en tercios, siendo una parte integra para los trabajadores, otra para los capitalistas, accionistas y demás rémoras financieras y otra para la reinversión.
Se pueden limitar las prestaciones sociales pero no se pueden bloquear los derechos empresariales ni imponer los límites mínimos y máximos de salarios por categoría profesional, ni grabar hasta límites imposibles los beneficios y las rentas obtenidas del juego bursátil y accionarial.
Porque el sistema no permite eso. Porque entonces rallariamos el socialismo, el antiguo socialismo -¡Uy qué miedo!-, porque entonces habría que pensar y que crear. Habría que hacer lo que la sociedad europea les está exigiendo que hagan.
Porque entonces habría que enfrentarse con las empresas, no con los trabajadores -catagoría en la que incluyo a los autónomos y los pequeños empresarios, por si hay alguna duda-.
Habría que crear un sistema de redistribución de la verdadera riqueza, no de redistribución de la auténtica miseria que es lo que se intenta hacer ahora.
Pero aunque lo sabemos y ellos saben que lo sabemos, los firmantes del Pacto por el Euro siguen queriendo slavar la moneda. No porque la moneda nos haga más grandes, más fuertes o nos una, sino porque permitirá a nuestras empresas comerciar en mejores condiciones, ganar más dinero.
Y eso estaría bien, sería un cambio si ese dinero no siguiera yendo a parar a los bolsillos de los accionistas, de los directivos y a las cuentas corrientes cifradas de los propietarios. Que el euro se mantenga puede asegurar el flujo de dinero pero no asegura que distribuya adecuadamente.
Ese cambio es el que han decidido que no se produzca. QUe el sistema no deja que se produzca.
Aunque nuestras empresas sean más competitivas nadie obligara a que esa competitividad se vea reflejada en las pagas de los trabajadores, nadie obligara a que esa competitividad se vea reflejada en la reducción de beneficios de los socios capitalistas y el aumento de ganancias de los socios productivos -o sea los trabajadores-; nadie obligara a empresario alguno a reinvertir para crear nuevos puestos de trabajo. Ellos seguirán siendo libres de decidir lo que hacen. Nosotros no.
Pero, pese a todo eso, aún se atreven a pedirnos y exigirnos que seamos pacíficos, que nos indignemos con calma. Es absurdo, nadie puede clamar por la paz cuando ha firmado una declaración formal de guerra contra sus ciudadanos.

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