Hoy lo que ya está dicho pero ha de repetirse viene de la mano de unas ancianas de pañuelo blanco y reivindicación eterna. Estalla en nuestros oídos cuando, después de décadas de gritos, caceroladas y llantos e indignación -justa, es entiende- se apagan los ecos de las palabras y los sollozos y solamente quedan los actos.
Hoy, por fín, tenemos que repetir la misma pregunta. La misma que hizo caer a los paladines románticos cuando se descubrió que las doncellas no eran tan doncellas y ellos no eran tan románticos y ni mucho menos tan paladines ¿quién vigila al vigilante?
Hoy Las Madres de Mayo, que por mor de la diictadura militar argentina dejaron de ser madres, han dejado de ser víctimas para convertirse en culpables.
Hoy, ellas, que amparadas en los acordes de Sting y otros muchos poperos solidarios, pidieron juicios y cárceles para los que sin duda alguna se merecían ambas cosas, se sientan en el banquillo. Hoy hay que preguntarse ¿quién es la víctima de las víctimas?
La respuesta es sencilla. Todos lo somos.
Podemos ampararnos en que una manzana podrida no estropea el cesto -o sí, si está demasiado tiempo en él-, podemos decir que es una cuestión de las personas que han malversado los fondos públicos millonarios que recibían las madres para... ¿para qué los recibían?, ¿es tan caro ser víctima?, podemos decir muchas cosas y amparar muchos errores.
Pero será mentira. Será una de esas mentiras piadosas que nos permitirán vestir un par de veces al año el abrigo de la caridad y seguir siendo solidarios con el sufrimiento que podría haber sido nuestro pero que afortunadamente -¡Dios nos libre!- es de otros.
La única verdad es que todos somos víctimas de la humillación y la indignación social que suponen los desfalcos y malversaciones de Las Madres de Mayo porque todos somos culpables de que haya ocurrido.
Porque hemos permitido uno de los vicios sociales más perversos que se recuerdan desde los tiempos de la decadencia romana. Hemos dado carta de naturaleza a la profesionalización del victimismo.
Y hacer de víctima no da dinero. No llena el buche. No paga las facturas.
Las Madres de Mayo son el ejemplo de múltiples organizaciones, asociaciones y estructuras que concentran su existencia en la reivindicación de la venganza, en la defensa de unas víctimas que o no precisan defensa o están más allá de reclamar esa necesidad.
Organizaciones que olvidan que, pese a su nombre, pese a sus rimbonbantes títulos y cargos, ellos no son las víctimas.
Las victimas son otros. Son los que murieron a manos de los torturadores, los que desaparecieron en las sierras y los bosques, los que fueron fusilados en camiones en marcha y sus cadáveres arrojados a las cunetas, los que fueron enterrados en las fosas comunes a golpe de cal viva y tiro en la nuca.
Ellos, sus hijos, sus hijas, sus esposos, sus hermanos y sus padres son las víctimas de la represión militar argentina. Ellas solamente fueron testigos directos. Fueron las herederas del dolor y de la muerte. Pero las víctimas fueron ellos.
Pero las Madres de Mayo, de tanto reclamar justicia para su memoria, de tanto exigir castigo para sus asesinos, se olvidaron de ese realidad incuestionable y empezaron a verse a si mismas como las auténticas víctimas, como las únicas que merecían ese tratamiento. Sus familiares estaban muertos y nadie se los iba a devolver -tardaron años en dejar de hacer esa petición- así que su victimismo bien podía ser eterno. Bien podía no acabar nunca.
Sus muertos no volvieron, los asesinos fueron juzgados y castigados y ahí tendría haber acabado todo.
Las Madres de Mayo perdieron su sentido cuando los militares pusieron el pie en las prisiones. Pero, claro, eso no hizo que resucitara nadie. Así que en lugar de devolver su dolor y su recuerdo al ámbito privado, decidieron institucionalizarlo para siempre. Ni siquiera hubo un ademan de disolverse, de marcharse.
Víctimas ahora, víctimas para siempre. Argentina no necesita la memoria de las víctimas de la represión, necesita pensamientos de futuro. Pero eso daba igual. Ellas íi lo necesitaban
Independientemente del problema vital y psicológico que supone para alguien institucionalizarse en el victimismo continuo y constante, los aspectos sociales de consentir esa actitud son demoledores.
El futuro nunca llega porque la memoria de las víctimas lo impide, el presente nunca cambia porque el oscuro pasado siempre nos trae dolor y no dejamos, en honor a la memoria de cadáveres que ya no tienen memoria, que el futuro nos arroje algo de esperanza, aunque sea con cuenta gotas.
Y es entonces cuando la víctima reclama su posición en la sociedad por el hecho de serlo, cuando los gobiernos se vuelcan con ayudas, con asignaciones presupuestarias.
Es cuando la culpabilidad sobrevenida de los que en su día -aunque pudieron- no hicieron nada para evitar el dolor de las víctimas de ahora, les hace caer en la trampa de permitirles que sean víctimas para siempre y que vivan de ello.
Se les da la mano, se les fija una fecha de recuerdo, se les pone el dinero en sus cuentas y nos olvidamos de ellos. La victima tiene su vida y nosotros la nuestra.
Y cuando todo está bien, cuando todo marcha adecuadamente y volvemos la mirada hacia ellos en busca de una cierta entereza en los malos momentos nos damos cuenta de que las víctimas se han transformado en delincuentes.
Nos damos cuenta que el dinero del victimismo perpetuo no sólo enciende llamas honoríficas en las plazas, sino tambien motores de explosión de cuatro tiempos de ferraris de los apoderados generales del colectivo - Sergio Schoklender, se llama el individuo en este caso-. Descubrimos que los dineros públicos no solamente sirven para hacer volar las palomas en el día conmemorativo sino también mantienen en el aire los aviones privados, que las asignaciones presupuestarias no solamente mantiene a flote la obra social de Las Madres de Mayo sino yates privados que pasean su eslora y sus bellezas en bikini por el Estuario de La Plata.
Y todo por negarse a dejar de ser víctimas. Por pretender que el victimismo es algo a lo que se tiene derecho y que se puede reclamar perpetuamente. Por no dejar a los muertos morir y dedicarse a lo que cualquiera que no es víctima oficial de nada hace todos los días. Buscarse la vida.
Por eso necesitan que su victimismo perdure. Por eso necesitan el pasado, necesitan el recuerdo de la represión, el aumento del maltrato, la enquistación del terrorismo. Porque si no hay crimen no hay víctima, si no hay víctima no hay victimismo. Y sin victimismo las arcas se vacían y no vuelven a llenarse.
Puede que De Bonafini -la más madre de todas las Madres de Mayo- no haya tocado un solo lodar de los trescientos millones que han desaparecido entre las brumas de sus cuentas, puede que el culpable directo sea el apoderado general, pero hoy, cuando se ha conocido el escándalo, La octogenaria fundadora del movimiento se ha colocado al mismo nivel que los dictadores y asesinos a los que persiguió sin tregua.
Tiene que explicar que no conocía los manejos corruptos de sus protegidos y recurre a ese desconocimiento para justificarse. Como hiciera la Junta Militar, como hiciera Videla.
La anciana victimista lo desconocía; ellos también lo desconocían. Ella no ha tocado un centavo, ellos tampoco pusieron ni un dedo sobre los sangrantes cuerpos de los torturados; La Madre de Mayo no sabía nada de los numeros, los generales ni siquiera sabían los nombres de los que morían y desaparecían.
Ella encargó expresamente que se usara bien el dinero; los generales dijeron "que se haga lo que tenga que hacerse" y fueron otros los que se mancharon las manos, los que calentaron los cañones de sus armas de tanto disparar, los que envolvieron los cádaveres, los que castraron y violaron.
Ella no podía saberlo, tenía infinidad de cosas en la cabeza de su acción solidaria, pero era su responsabilidad saberlo. Los generales no tenían conocimiento de ni uno sólo de esos detalles crueles y sangrientos de la represión militar pero era su responsabilidad saberlo.
Y De Bonafini se atreve a usar la misma defensa que aquellos que estaban al mando de los que secuestraron, torturaron, hicieron desaparecer y mataron a sus hijos.
Si eso no fue excusa para los torturadores, ¿Por qué habría de serlo para las víctimas? Su responsabilidad era saberlo y si no podía que no se hubiera dedicado al victimismo profesional. Utilizar la exscusa Videla es lo más bajo que podría hacer alguien que no aceptó esa excusa cuando se la dieron los generales.
Y luego De Bonafini tira de lo único que sabe tirar, de lo que lleva tirando toda la vida o al menos desde que se liara el pañuelo blanco a la cabeza: de victimismo. Realiza la apertura que hiciera el otro gran dictador de aquellos lares. Recurre a la apertura Pinochet y tira de canas para ocultarse en su edad. Cambia el victimismo de la viuda y la madre doliente por el de la anciana engañada.
No haré comentario alguno al respecto. Sería demasiado duro.
Y en el ultimo rocambole De Bonafini, la victima que no supo dejar de serlo, reclama ahora que Sergio Schoklender y su hermano Pablo, que también trabaja en la fundación, sean castigados duramente. "Esos malditos tienen que ir a la cárcel para siempre",
Tan acostumbrada está a pedir prisión y castigo para otros que no se da cuenta de que en esta ocasión lo único que es ético y estético hacer es tomar a ambos de la mano, acompañarles al presidio y quedarse con ellos.
Ahora ya no vale el vitimismo. es la hora de la responsabilidad. Y la responsabilidad es asumir culpas. No buscarlas en otros. Está vez no es y no puede jugar a ser una víctima inocente.
Eso sí sería un insulto para los hijos de De Bonafini. Seguramente preferirían ser recordados como unos subversivo contra el Estado, como los mataron los militares que como los hijo de aquella que permitió que se estafara y se robara usando su memoria como excusa.
Pero el victimismo no sabe nada de responsabilidades. Al menos no de las propias
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