martes, marzo 25, 2008

Tregua Olímpica

Ya se nos vienen encima los Juegos Olímpicos y con ellos la cascada de buenas intenciones y sentimientos pacifistas que parecen inundar a todos aquellos que creen que esta competición es una escusa para la paz. Como si la paz necesitara excusas.
Y con los de Pekin -que ya han empezado a escenificarse- alcanzamos un grado que parece imposible de soportar. Porque los chinos tienen invadido el Tibet y se nos antoja que las olímpiadas no deberían de haberse celebrado en ese país.
Los que reclaman eso parecen olvidar que los juegos son un acontecimiento deportivo y desde luego no recuerdan que en muy pocas ocasiones los juegos olímpicos han sido celebarados en países que poco o nada tuvieran que ver con las guerras y las represiones del momento.
En 1886 estalla la guerra Bulgaro Griega y la sede de los primeros Juegos Olímpicos es en Atenas; En 1900, rebeldes de la Martinica reclaman el final del colonialismo francés, la armada francesa sitia Shangai, Los rebeldes indochinos se enfrentan a las fuerzas del ejercito colonial francés y la sede de los juego olímpicos es París. En 1904, Theodor Roosvelt mantiene la presencia de la armada estadounidense en Cuba, Holanda se enfrenta a los colonos africanos en la Guerra de los Boers, Japón declara la guerra a Rusia apoyada por la armada estadounidense y la sede de los juegos es San Luis, En 1908, Inglaterra sigue aplastando la última rebelión zulú y participando en la guerra africana de los Boers, Austria se anexiona Bosnia Herzegovina; Tropas inglesas apopyan al sultán de Marruecos en su guerra contra los franceses y la sede de los Juegos Olímpicos es Londrés.
Y así en un sinfín de ediciones más.
Pero parece que los únicos juegos olímpicos que se pueden comparar a los de Pekín son los de Berlín. A esos quesirvieron de parafernaria publicitaria al régimen más oscuro que haya sufrido europa y el mundo occidental. Sólo se pueden comparar con los juegos nazis porque la Europa y el occidente democráticos pueden saltarse el espíritu olímpico cuando les viene en gana y nadie lo cuestiona, pero si lo hacen los chinos es un insulto flagrante al espíritu de esa competición.
Pero, aún así, hay muchas situaciones que hacen absolutamente comparables los dos eventos deportivos pese al tiempo transcurrido. Porque ya sabemos que el tiempo no nos ha hecho más listos, simplemente no ha ofuscado la memoria.
Como en 1936, cientos de países mantienen relciones comerciales y doran la píldora a los tiranos mientras no hay olimpiadas, ignorando de dónde sale su capacidad industrial y llenando las arcas del régimen que ahora se permiten criticar en virtud del espíritu olímpico. Como en los juegos de Berlín, los mismos que critican al opresor y se lanzan a la defensa del oprimido no tienen ningún problema en adquirir cientos de productos que lo único que hacen es aportar sustento económico al tirano. Entonces eran acero y relojes, hoy son teléfonos móviles y reporductores mp3.
Como con los nazis alemanes, los mismos países que se cuestionan si China debería ser miembro del movimiento olímpico, votan a favor de su ingreso en organizaciones económicas y políticas mucho más importantes. Hay muchas similitudes que se vuelven exasperantes cuando uno se da cuenta de que no ha cambiado nada y nada puede cambiar ni en China ni en el resto del mundo desde que se iniciara el movimiento olímpico de la era moderna.
Como con los nazis, cubrimos la deshonra y la vergüenza de hacer negocios y cohabitar amablemente con el tirano por beneficio propio con patéticas reivindicaciones de libertad que ni nosotros mismos nos creemos cuando los juegos olímpicos no están en el horizonte de nuestra esperanza mediatica y nuestro mando a distancia.
Como yacemos con un monstruo tenemos que repetirnos a nosotros mismos que no somos monstruos, que nosotros no anexionariamos Checoslovaquia, no invadiriamos Tibet y no masacrariamos a razas o religiones enteras. Pero, como en esos tiempos en los que nuestra memoria selectiva no se para, los pueblos que más están en contra del tirano son los que más se benefician de los tratos con él.
Eso sería malo si fueran sólo los gobiernos, pero nuestros gobiernos no nos obligan a comprar dvds Princo fabricados en China, ni ropa de marca cosida en China, ni productos electrónicos e informáticos ensablados en China. Claro, que la vida está por la nubes y hay que ahorrar. Ya llegarán los Juegos Olímpicos y entonces podremos lavarnos la cara de nuestra complicidad y nuestra desidia con unas cuantas protestas.
Pero no pediremos que Estados Unidos, que invade Irak, secuestra ilegalmente a personas y mantiene abiertos campos de concentración, no acuda a los juegos. No demandaremos que Italia y el Reino Unido, que colaboran en una invasión ilegal, no participen en ellos.
No exigiremos que sean apartados del movimiento olímpico Turquía, que replime a los Kurdos; Paquistán y La India, que persiguen a los Sighs; Iran, que reprime a los cristianos y sumnitas; Israel que masacra a los palestinos; Birmania, que asesina a sus estudiantes en las calles, Siria; que manipula y asesina a los gobiernos libaneses; Marruecos, que degrada a los saharahuis; Etiopía, que invade impunemente Eritrea; Nigeria, que asesina a tiros a los opositores en las calles; Colombia, Venezuela y Ecuador, que se lanzan a una casi guerra que sólo satisface los egos de sus gobernantes; las dos koreas, que no se han enterado de que hace décadas que acabó la guerra fría; Rusia, que sigue con su política de tierra quemada en Chechenia; Cuba; que acaba de escenificar la sucesión de un régimen dictatorial; Polonia, que ha promulgado leyes y listas negras contra comunistas y homosexuales...
No pediremos todo eso porque entonces nos quedaríamos sin juegos olímpicos. Nos quedariamos sin espíritu olómpico y nos quedaríamos sin excusa para pretender que nosotros y nuestra cultura tiene derecho a determinadas licencias que otros no tienen.
Manipulamos el espíritu olímpico para lavar nuestras conciencias y olvidamos que si no se hubiera podido celebrar los juegos de una olimpiada en un país represor, no se hubieran realizado más la mitad de los juegos de la era moderna. Ni los de Berlín, ni muchos otros.
Y lo que es más. No se hubieran realizado los de la época clásica. Los Juegos marcaban una tregua entre guerras. Eso era todo.
Atenas y Esparta seguián defendiendo la esclavitud como forma económica. Macedonia seguia con Tebas y Tracia sometidas a una ferrea dictadura militar, Beocia seguía exigiendo a Corinto sus impuestos en oro y esclavos. Y los hoplitas y falanges de todos ellos seguían esperando tras los carros de batalla que sus mejores soldados se reincorporarna a filas tras sus gestas atléticas en Olímpia para reemprender la guerra.
Los Juegos Olímicos siempre fueron una larga tregua. En la era clásica lo eran para la guerra. En la moderna lo son para la conciencia .

lunes, marzo 24, 2008

Hijos hipócritas de San Gelasio

Superada la Semana Santa -ínfula confesional donde las haya de una tradición pagana y una excusa para las vacaciones breves- parece que ha llegado el momento de preguntarse qué va a hacer este nuevo gobierno que nos aguarda, que debe hacer y que está realmente dispuesto a llevar a cabo.
No podría anticipar lo que está dispuesto a hacer porque no formo parte de él y no quiero pensar en lo que va a hacer porque, en cierta medida, soy amigo la decepción política y prefiero vivirla sólo cuando se produce. Pero si tuviera que expresar en una sola frase lo que debería hacer, diría que debe renunciar a la hipocresía gelasiana.
Se que suena muy filosófico, pero en definitiva, el bueno de San Gelasio eso es lo que fue, un filósofo -que en su época era sinónimo de ser teólogo- que definio una curiosa teoría llamada de Las Dos Espadas. Y a eso es a lo que debe renunciar el gobierno español. Pero claro, también tendría que renunciar a ello la sociedad española y eso es más complicado.
El Gobierno español -cualquier gobierno español- debería renunciar a ser el máximo representante de la hipocresía social que campa a sus anchas. Debería dejar de amparar a aquellos que desenvainan una espada roma y mellada para lo que les interesa y un afilado acero toledano para lo que los conviene.
- Debería dejar de jugar a la hipocresía que nos permite enviar guardias civiles a Kosovo y a Timor Occidental para garantizar una independencia no refrendada ni querida por las naciones de las que forman parte esos territorios y nos impide encontrar una fórmula política para que los vascos puedan decidir si desean una independencia o no. Si el independentismo tiene que contar con la aquiescencia de toda la nación involucrada, hay que que defenderlo aquí y en Timor. Y si no es así en el Sahara, o en Kosovo tampoco lo es en Guernika.
- Tendría que abandonar la doble espada que le permite dar miles de millones a la iglesia católica, pagar los sueldos de sus profesores, estatalizar sus fiestas, mientras se declara aconfesional y laico y pone en marcha la educación para la ciudadanía. Si se es laico y aconfesional, el Estado respeta pero no promueve las fiestas religiosas y la cabeza visible del Estado -es decir el Rey- no se vincula con ningún culto de forma pública -aunque en privado pueda hacer lo que le de la gana-. Si se es laico, cada religión se mantiene por si misma y se hace cargo de forma exclusiva de su proselitismo, sin interferir en los ámbitos educativos
- Estaría obligado a arrinconar el doble rasero que permite que el nacionalismo sea bueno en una parte de España y malo en otra. Que el nacionalismo españolista sea lógico y el vasco anacrónico. Abandonar la excusa de la violencia para no abordar los deseos y las sensibilidades nacionalistas de una buena parte de la sociedad de determinadas zonas del país.
- Debería repudiar la balanza desequilibrada que no permite matar a un culpable y si a un inocente. Si nadie debe decidir sobre la vida o la muerte de otra persona o incluso de otro animal irracional -esto último sin un motivo claro- entonces no hay excepciones. Y desde luego no lo son la irresponsabilidad ni la falta de previsión en un país con 50 métodos anticonceptivos disponibles. No se puede ser progresista defendiendo el aborto y estando en contra de la pena de muerte a la vez. O se nos permite ser dioses sobre la vida de otros o no. No hay vía intermedia. No hay dos caminos.
- Se vería en la obligación de dejar de plantear la esquizofrenia hipócrita de un sistema económico que simplemente lava la cara de la situación. Que sacraliza la existencia de dos sociedades. Una que no experimenta crisis alguna y la otra que no puede salir de ella. Una que crea a placer posibilidades especulativas y otra que las sufre sin que nadie haga algo por ella. No se puede regular el precio del pan y no el del suelo; no se puede controlar el mercado energético y no el de los alquileres. Si se protege y se controla, se hace también en lo importante, aunque un montón de protegidisimas empresas y aseguradísimos magnates pierdan dinero con ello.
- Tendría que renunciar a la doble ética que le permite imponer la paridad como sinónimo de igualdad sólo cuando esa paridad benefica a uno de los géneros; abandonar la hipocresía que le posibilita castigar la discrimanación por motivos de sexo en las empresas y las Adminsitraciones pero le deja la conciencia tranquila cuando impulsar una ley marcadamente discriminatoria por idéntico motivo -el género, quiero decir-, afirmando que eso puede ser "positivo" para la sociedad. No se discrimina o sí se descrimina. Esa es la decisión que tiene que tomar y hacerlo clara y coherentemente.
Tendria que abandonar la doctrina de San Gelasio y aplicar el afilado acero de la justicia, la igualdad y la libertad sin caer en contradicciones éticas ni en falsos equilibrios heredados de tiempos y concepciones pretéritos.
Pero no lo hara. Me temo que no lo hará.
No lo hará porque somos una sociedad gelasiana hasta la médula. Porque cada uno de nostros tenemos introducido en lo más profundo de nuestra ética esas dos armas que aplicamos de manera desigual a nuestras vidas.
Porque creemos que tenemos derecho a la intimidad y a conecer las miserias de los demás; porque estamos convencidos que nuestros derecho paternal está por encima del derecho filial de nuestros vástagos. Porque no estamos dispuestos a defender los derechos de los otros cuando ello supone renunciar a nuestros privilegios -quizás porque ni siquiera los reconocemos como privilegios y los creemos derechos inalinables-.
En definiva, porque es un gobierno demócrata que emana de la sociedad y no puede hacerlo mientras la sociedad no le obligue a hacerlo.
Para eso la sociedad tendría que cambiar radicalmente en estos años y no lo hará.
Las sociedades no cambian. Sólo se disfrazan o degeneran.

miércoles, marzo 19, 2008

Obama y Hillary, el voto imposible

A todos nos gusta posicionarnos. Nos gusta hacerlo incluso cuando nada nos va en ello.
Y eso es lo que creemos que estamos haciendo cuando nos sumamos a la discusión política de moda en estos días -parace un contrasentido hablar de moda y política en la misma frase, pero es lo que hay-. Lo hacemos cuando hablamos sobre si preferimos a Obama o a Hillary Clinton.
Si realmente pudieramos opinar con nuestro voto sobre el futuro político de Estados Unidos hace tiempo que Estados Unidos no sería lo que es. Pero no podemos hacerlo aunque el mundo dependa en gran medida de las decisiones de esa nación; aunque el desarrollo y el subdesarrollo vengan marcados por el sistema de alianzas que impone ese país; aunque la libertad y la justicia se redifinan cada quince minutos en muchos países del mundo, dependiendo de las necesidades económicas y estratégicas del gigante norteamericano. Nosotros no podemos opinar realemente sobre esos asuntos porque entonces Estados Unidos no sería una potencia hegemónica, no sería el gendarme del mundo. No sería el imperio.
Así que jugamos a opinar sobre su futuro y a depositar las esperanzas de cambio en uno u otro candidato.
Y todo juego tiene su regla fundamental. Su premisa
La de este es clara: el candidato tiene que ser demócrata. Salvo algunos inmarcesibles autoritarios del PP que quieren ser más papistas que el Papa y más republicanos que Theodore Roosevelt, todos los que jugamos a este juego tenemos más o menos claro que los demócratas son los únicos miembros tratables de las élites del imperio. Los únicos que mentienen una cierta conciencia global de la justicia. Los únicos que no han dejado que sus fortunas, sus banderas y sus contactos nublen sus juicios. Al menos no del todo.
Sobre esta premisa tenemos dos opciones: Barac Obama y Hillary Clinton.
Y el juego en esta ocasión se hace exitante. Se convierte en algo esperanzador porque parece que, por primera vez en mucho tiempo, existen oportunidades de cambiar algo. Y lo parece porque se nos presentan dos candiatos imposibles, dos candidatos que hasta ahora, en el mejor de los casos del sistema electoral estadounidense, serían de los que se retiran cuando apenas se han hecho primarias en un puñado de estados: una mujer y un negro.
Eso es algo realmente original e inusual en ese país que el mundo llama Estados Unidos y que se llama a así mismo América.
Y lo que resulta verdaderamente extraño es que muchos de los que no pueden elegir y juegan a ser electores querrían que ambos ganaran, que los dos formaran -por seguir en términos imperiales- un biumvirato a la cabeza del país más poderoso del orbe. Eso daría una oportunidad a las mujeres y a los negros.
Pero es un error.
Yo votaría a Obama porque quiere terminar con la Guerra de Irak o porque sabe manejar la segregación racial sin caer en el víctimismo. Yo votaría a Hillary Clinton porque quiere impulsar la Seguridad Social o porque quiere controlar la producción de armaento y el sistema de privatizaciones de servicios esenciales. Si tuviera que votar a alguno de ellos los votaría por esos motivos.
Jamás votaria a alguien porque fuera mujer o porque fuera negro. Golda Mehir era mujer y comenzó una guerra y autorizó el secuestro y la tortura de todo aquel que el Mossad considerara sospechoso de colaboración con los nazis; Margaret Teacher era mujer y permitió, dentro de su política de mano dura, la retención ilegal y el traslado obligatorio de las familias de los presos del IRA. Por no decir que se lanzó a la Guerra de las Malvinas.
Idi Amin Dada, Katanga, Macias o Teodoro Obiang eran negros y poco hay que decir de ellos que se pueda hacer sin vomitar o sin llorar.
Ser mujer o negro no supone que merezcas una oportunidad de gobernar.
Yo no votaría a Obama porque tengo serias dudas sobre su forma de ascenso a la palestra política, porque no ha expresado en momento alguno qué pretende hacer con el incuestionable y prácticamente incondicional apoyo del gobierno estadounidense a un estado fascista como es Israel o a algunas de las dictaruras más crueles del planeta.
Yo no votaría Hillary Clinton porque fue capaz de permanecer junto a un hombre que la había engañado públicamente simplemente para no perjudicar su carrera política presente y futura y porque sigue considerando la lucha armada como una forma de acabar con el terrorismo sin entrar a plantearse los procesos de injusticia que llevan a él.
No los votaría por cualquiera de esas cosas, pero no dejaría de votarlos por ser mujer o ser negro. Indira Gandhi era mujer y sacó a su país parcialemente de la miseria. Martin Luther King o Nelson Mandela eran negros y poco malo se puede decir de ellos como líderes y como políticos.
Ser mujer o negro no implica que no debas tener oportunidades de acceder al gobierno.
Si realmente hubieramos profundizado en el último discurso de Barac Obama, uno de los más demoledores que se han dado en Estados Unidos desde King o Malcom X o si hubieramos leído con detenimiento los programas sanitarios y de control de armas de Hillary Clinton - llevando a su máxima expresión aquellos que su propio ex marido no tuvo valor para poner plenamente en práctica- no nos posicionariamos junto a ninguno de ellos por el hecho de ser mujer o de ser negro.
A los políticos se les debe dar oportunidades por aquello que quieren hacer y por aquello en lo que creen, no por un rasgo más a menos inesperado, políticamente hablando, de su cadena genética. Pero como es un juego, se puede elegir por tales motivos.
Y olvidamos que ya jugamos a eso hace tiempo. El mundo ya jugó a tener esperanza de cambio allá por los comienzos de los años sesenta, cuando la guerra fría parecía estar condenada a extenderse y calentarse, cuando la política bíblica del quién no está conmigo está contra mí se elevó al rango de baremo diplomático, cuando el espionaje y el sabotaje eran las únicas formas de relación que mantenían los paises civilizados de distinto bloque.
Entonces el mundo jugó a la esperanza con un católico irlandés y rico -todo político estadounidense es rico o, al menos, más ríco que la media- que hacía discursos incendiarios entendidos por todo el orbe salvo por su país.
Todo el mundo jugó a la esperanza con John Fitzgeralt Kennedy. Jugó y durante un tiempo ganó. Hasta que Estados Unidos les hizo perder.
Kennedy quería acabar con una guerra muy parecida a la de Irak, quería terminar con una segregación mucha más dura que la actual, quería tratar con el resto de los países como iguales y Estados Unidos lo desautorizó de la manera más drastica que se puede desautorizar a alguien. Los estadounidenses lloraron y maldijeron, pero fue el propio aparato de su país -elíjase la teoría conspirativa que se quiera- el que dio al traste con las esperanzas del resto del mundo.
Y lo que demostró eso es que, por más que los economistas mantengan lo contrario, lo que beneficia al mundo no beneficia al imperio. Los criterios de justicia y libertad que se aplican en Estados Unidos no cuentan para los demás. Los estadounidenses quieren ser -como lo querría cualquiera en su posición, por otra parte- la metrópoli dominante de un mundo en el que decir soy ciudadano americano haga que los demás se deshagan en genuflexiones.
Por eso todos sus diregentes forma parte de la elite económica y social del país; por eso hay que haber nacido en Estados Unidos para ser presidente de la nación; por eso su sistema electoral depende del apoyo económico y social que multitud de grupos de presión aportan a uno u otro candidato. Por eso el sistema elimina a aquellos que pasan la línea, que realmente quieren cambiar las cosas más allá de las fronteras de los Estados Unidos.
Yo no votaría a Obama ni a Hillary no por ser mujer o negro. Simplemente, no les votaría por ser estadounidenses. Porque, como con King o con Kenedy, su propio sistema no les va a dejar cruzar la línea que Estados Unidos tiene que cruzar para que este mundo sea más justo. No les va a dejar dar el paso de renuncia a sus privilegios que Estados Unidos tiene que dar para que el mundo sea verdaderamente libre. No les va a dejar hacer las reformas que ese país tiene que abordar para que en el orbe se pueda hablar de igualdad.
No votaría por ninguno de ellos porque, aunque sean buenos políticos, personas éticas y grandes reformistas -y que conste que creo que lo son, o por lo menos lo intentan- no pueden ser revolucionarios. Nadie puede serlo dentro de la estructura del imperio.
No les votaría porque, aunque sean una mujer y un negro, no dejan de ser estadounidenses y si realmente plantean una revolución interna o externa, su sistema les borrará con escándalos políticos, con rumores sexuales o simplemente con un tiro en la cabeza como hicieron con otros ya antes. No les votaría porque el mundo no necesita esperanza, ni confianza en dios -aquello del In god We Trust-. Porque los no estadounidenses no necesitamos reformas en Estados Unidos. Necesitamos una revolución.
Así que, por desgracia, para mi este juego no es divertido porque no es un juego. No podría votar por ninguno porque el sistema estadounidense no va a dejar que los cambios nos afecten a los que no somos estadounidenses. Aunque su presidente sea una mujer o un negro.
La revolución en un imperio siempre tiene que llegar de fuera, de las fronteras, de los bárbaros. Y nosotros somos los bárbaros del imperio estadounidense. Aliados o enemigos, pero los bárbaros.
Y antes de que nadie pueda recurrir al machismo o al racismo como excusa para mi planteamiento quiero decir o recordar que soy medio negro y, como todo hombre, soy medio mujer -eso también es genética-.

martes, marzo 18, 2008

La lechera hipotecada

La economía está llamando a nuestras puertas. La economía, ese animal bicéfalo que mira con buenos o malos ojos según le caiga el dia, ha dejado de atisbar por la ventana y quiere entrar. Ese dios ciego y maniqueo que reparte dones y castigos sin pararse a mirar a sus víctimas o sus beneficiados, llama a nuestras puertas, a las puertas de nuestras alquiladas o hipotecadas viviendas. Y ya no lo hace con timbre o aldabón, ni siquiera lo hace a puñetazos. Lo hace con un ariete.
Y lo hace porque la hemos consentido hacerlo. Porque, una vez más, nuestra falta de previsión y nuestra irresponsabilidad nos ha llevado a caer en sus garras y en sus bolsas. Lo hace porque somos incapaces de aprender de nosostros mismos cuando de dinero se trata.
Durante una generación -o probablemente dos- hemos puesto nuestras esperanzas en lo económico, nuestra definición en lo económico y nuestra estima en lo económico y ahora lo económico ha demostrado que está más allá de nuestro control, más allá de nuestras espectativas, más allá de nuestras posibilidades.
Es fácil echarle la culpa a los gobiernos, al Banco Central Europeo, a la burbuja inmobiliaria o al mileurismo y es más que cierto que todos esos factores han contribuido a la situación. Pero los responsables somos nosostros por permitir que ocurriera, por hacer de nuestro futuro un elemento de cambio y bolsa, por jugar al poquer cubierto contra la lógica, por escribir el cuento de la lechera con nuestras casas y nuestros ingresos.
No es lo que vende, no es lo que se suele decir en estos casos. Pero salvo un puñado de gente que vive de alquiler porque no puede costearse otra cosa y otro puñado que apenas puede hacer frente a una hipoteca ajustada que es lo mínimo que puede pagar, todos los demas somos víctimas de nuestros propios delirios de grandeza.
No es apopiado caer en el vicio de la generalización, porque es cierto que muchos han hecho cuentas y cuentas para comprar la única vivienda que podían comprar, para alquilar el único piso que podían alquilar y aún así lo pasarán mal. Esos y esas son los que pueden éticamente permitirse reclamar, exigir su derecho a la mínima dignidad de tener un techo. Pero, como siempre, son mínoría. La responsabilidad y el buen criterio es minoritario. Si lo es en los gobiernos, ¿cómo no va a serlo en los pueblos?
Pero hay otros y otras. Los que han permanecido en las casas de sus padres para poder gastarse sus sueldos mileuristas en ipods y viernes por la noche; los que se han metido en hipotecas de 700.000 mil euros contando con dos sueldos mileuristas como si el amor durara para siempre; los y las que han construido castillos de naipes contando con aumentos prometidos, herencias futuribles y ayudas parentales imposibles; los que han comprado un apartamento y lo han vendido sin habitarlo para comprarse un piso que también han vendido para, a su vez, comprarse un chalét, muy por encima de sus posibilidades, que han pretendido pagar con el alquiler del piso en el que apenas han vivido. Todos esos no pueden reclamar, todos esos son complices y artífices de la especulación que ahora amenaza sus vidas, su autoestima y su futuro. Todos esos sólo pueden sentarse ante los pedazos rotos del cantaro y maldecir y llorar sobre la leche esparcida por el suelo e inutilizable.
La irresponsabilidad nos ha llevado a donde estamos y ahora no podemos pararlo, no podemos controlarlo y no podemos culpar a nadie.
Porque nadie nos obligó a elegir tipos variables en lugar de fijos, cambiando estabilidad por beneficio; porque nadie nos obligó a comprar viviendas muy por encima de nuestras posibilidades, contando con que nuestros padres morírian o nuestros jefes nos ascenderían en unos cuantos años, cambiando previsión por esperanza -en muchos casos macabra-; porque nadie nos obligó a firmar hipotecas que suponían el setenta por ciento de la suma de nuestro sueldo y el de nuestra pareja esperando que nunca se diera la tesitura de tener que dividir los ganaciales, intercambiando así realidad por sueños románticos.
Nadie nos obligó a hacerlo pero lo hicimos porque así se hacián las cosas. Porque era lo que nuestros amigos de nocturnidades sabatinas y nuestros compañeros del resto de la semana habían hecho. Se hizo porque se suponía que era lo que tenía que hacerse, como hay que comprarse un monovolumen cuando se tiene un hijo, como hay que explotar a los abuelos para cuidarle, como hay que vivir de la teta paterna y materna hasta que se puede comprar una casa en la que probablemente no se planea vivir y con la que sólo se quiere especular para dar el salto de calidad que te lleva a la vivienda de ostentación. Esa que se supone que tenemos que tener aunque no podamos pagarla.
Y como la lechera vemos caer nuestros sueños y nuestras falsas previsiones cuando el cantaro se hace añicos por un tropezón. Cuando la burbuja se desinfla porque no hay nadie que compre las casas, porque nadie sale de su casa para vivir de alquiler en pisos compartidos, porque no hay aumentos de sueldo, ascensos, ni herencias millonarias, porque nuestros padres se niegan a arriesgar su futuro por nosostros como se niegan a esclavizarse a sus nietos para garantizarnos el constitucional derecho a la jarana nocturna, el puente y el polvo sin interrupciones.
Vemos caer nuestra escenificación del futuro porque los bancos, los constructores, los padres y los avalistas se empeñan en ser protagonistas de sus vidas en lugar de actores secundarios de las nuestras.
Y convertimos nuestra comedia romántica en tragedia pero, ni aún así, aceptamos nuestras responsabilidades. Quemamos nuestras casas para cobrar el seguro y así poder pagar las deudas con los bancos -de momento sólo lo hacen en Estados Unidos, pero todo llegará-; hacemos explotar viviendas que no son nuestras porque nos van a deshauciar del alquiler y escribimos una carta echándole la culpa a la Administración y acusándola de maltratadora por no hacer fácil la vida a una mujer maltratada; exigimos al Gobierno que controle los tipos de interés cuando no puede acerlo y que obligue a los empresarios a aumentar los salarios, mientras, los que pueden, incrementan los alquileres a sus inquilinos para hacer frente a su hipoteca.
Pero en realidad nada de eso debería ser importante si hubieramos separado amor, esperanza, autoestima y futuro del único concepto al que hemos vinculado todo en los últimos veinte años: el dinero.
Pero tampoco conviene preocuparse. Aunque todos los que tomaron ese camino merecieran acabar debajo de un puente, alguien arreglará las cosas. Todavía quedan muchos chalets, parcelas, coches todoterreno, urbanizaciones con golf, balneario y paddel, ipods, plasmas, duplex y áticos que vender.
Ya que nosotros nunca aprenderemos de nuestros errores porque nunca los consideraremos nuestros. Acabaremos la fábula echándole la culpa a dios o a la mala suerte. Al fin y al cabo ninguno de los dos puede defenderse: uno porque no existe y la otra porque no habla.

lunes, marzo 17, 2008

Un cuento para el futuro

Estamos en una de esas fechas en las que los bosques de tradiciones no nos dejan ver los árboles de la historia;, en las que las cascadas de la religión no no nos dejan ver los ríos de la realidad. En las que la mitificación nos impide el recuerdo.
Eso es por La Semana Santa y La Pascua, pero estas suelen ser las fechas elegidas por los supervivientes de uno de los acontecimientos más crueles e inhumanos de la historia se lanzan a la calle para asegurarse de que su dolor no es olvidado, de que la locura y la crueldad de la que es capaz un hombre loco, un Estado loco y un puñado de arribistas son capaces con tal de lograr sus egoistas y enfermizos objetivos de supremacía: Son los días en los que el holocausto nazi es devuelto a la vida en el recuerdo para que no se olvide.
Y también son los días en los que el negacionismo -como lo llaman en Austria- vuelve a intentar hacernos creer que nunca ocurrió, vuelve a intentar parapetarse bajo la bruma de la necedad para intentar ocultar lo obvio.
No estoy en contra de ese ejercicio de memoría histórica, como no estoy en contra de otros ejercicios de memoría hístorica por muchas ampollas que estos levanten. Deben producirse regularmente -aunque la regularidad no implica continuidad- para que nos aseguremos de que nadie vuelva a intentarlo, de que nadie vuelva a creerse con el derecho a practicarlo.
Hay que recordar a los millones de judíos muertos en los campos de concentracion, pero tambien hay que recordar a los millones de gitanos, las decenas de miles de comunistas, anarquistas y socialistas y los miles de negros y asiáticos muertos a manos de los que querían construir un paraiso ario sobre sus cadáveres y su sangre.
Hay que recordar a los 250.000 muertos en Hiroshima y Nagasaki para que alguien pudiera enviar un claro mensaje de quein mandaba en el mundo; hay que recordar a los miles de japoneses muertos de hambre y de desesperación en los campos de internamiento de California y Florida; a los miles de occidentales muertos por idénticos motivos en los centros de prisineros de las islas japonesas; hay que recordar a los 20 millones de rusos que perecieron en una guerra que no habían buscado.
Hay que recordarlos a todos porque, por más quieran decirlo, el holocausto nazi no es patrimonio de los judíos. Si alguien tiene en su haber ese patrimonio son los locos furiosos que alzaban la mano al cielo -y aún la siguen alzando- para aclamar a un líder tan loco y furioso como ellos. El holocausto no es patrimonio de las víctimas por numerosas que estas sean. No es patrimonio, por supuesto, de un reducido grupo de esas víctimas, aunque el número de bajas judías sea cruelmente elevado. El holocausto es patrimonio exclusivo de los perpetradores.
El progom nacional socialista debe recordarse, no como muestra de condolencia hacia los que muerieron, ni siquiera como forma de homenaje a los que sobrevivieron, sino como advertencia a todos los que vendrán después. No tiene que ser recordado por el pasado sino mirando al futuro.
Para que nadie vuelva a exterminar un pueblo, una nación o un colectivo por ningún motivo. Para que nadie vuelva a elevar muros de aislamiento, campos de concentración o cualquier otro elemento que se le parezca. Para que nadie, y mucho menos los que lo sufrieron, puedan creer que tienen patente de corso para masacrar, humillar y destruir a un pueblo en aras de su seguridad nacional y de su miedo.
La memoria del holocausto se mantiene viva para que los perseguidos de hoy tengan esperanza. Para que los millones de tibetanos que mueren en la represión China sepan que sus revueltas no están solas; para que los millones de irakies que mueren entre dos frentes de batalla en una guerra que sufren sin que ellos la motivaran sepan que no están solos, para que los millones de palestinos humillados, tratados como ganado y asesinados en sus casas sepan que los demás no consentiremos que los perpetradores completen su genocidio; para que los millones de mulsumanes que quieren adorar a su dios sin sangre y sin Jihad sepan que tienen la oportunidad de hacerlo.
El holocausto es hoy patrimonio de los clérigos Jihadistas, de los próceres chinos, de los señores de la guerra sudaneses y eritreos, de los halcones del péntagono y de los "hombres duros" israelies y ultraortodoxos judíos que creen que pueden hacer lo que quieran y eliminar naciones y pueblos enteros para lograr sus fines.
Nosotros sólo les recordamos que los que lo intentaron hace más de cincuenta años acabaron mal porque siempre hay más gente que no desea el exterminio que los que disfrutan con él. Hoy no hay que hacer memoria del holocausto hay que hacer recuento y anticipación.
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Y como no quiero que nadie malinterprete nada. Como no quiero que mi memoria del horror sea entendida como el apoyo o alguien o algo en concreto, os contaré un cuento.
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Los hombres del norte, ávidos de sangre y de aventura, afilaron sus hachas y, pese a tener patentes de corso firmadas y selladas por el tirano que les garantizaban mil vidas de piratería y pillaje, se hicieron a la mar en sus temibles embarcaciones, arrasaron los puertos y hundieron la flota.
Y mientras partían, mientras sus mascarones salían de la bruma para unirse a la lucha, un niño gritó desde una proa. ¿Quién es el tirano? Nadie respondió. En los clanes del norte los niños van a la guerra pero no tienen porque saber quién es el enemigo.
. Las macilentas tribus de las infértiles llanuras del oriente más cercano, pese a disponer de cartas de naturaleza otorgadas por el gobernante, pese a atesorar miles de documentos de pago que les permitían esquilmar el tesoro real durante setenta veces siete generaciones, tomaron su oro y su plata, su acero y su plomo, los fundieron e hicieron armas con las que, por primera vez en su dilatada existencia de elegidos, se lanzaron a un campo de batalla con el objetivo de combatir, no de negociar ni de expoliar a los muertos.
Y mientras plantaban sus tiendas y sus pabellones en la llanura en la que debía producirse el combate, mientras se desplegaban las estrellas de sus profetas y las luces de su dios, un niño, encaramado en lo alto de las parihuelas en las que se portaba el catafalco de la divinidad, preguntó ¿Por qué es un Tirano? Nadie respondió. Los pastores de las llanuras pobres conducen a sus vástagos a la batalla pero les ocultan los motivos. Para eso está la voz de dios.
.Las salvajes caravanas de hombres de rostro tapado y credo sangriento se subieron a sus monturas, tan salvajes como ellos; ignoraron sus vientos y sus tormentas, tan salvajes como ellos y se despidieron de sus esposas, mucho más salvajes que ellos. Tomaron sus mortíferas hojas curvas, pese a que disponían de salvoconductos garantizados por el dictador que les hubieran permitido trasladar en caravana todos sus asentamientos de un lugar a otro del imperio y, sin que sirviera de precedente, olvidaron sus rezos, olvidaron a su dios y se lanzaron a la lucha.
Y mientras los corceles piafaban nerviosos esperando la arremetida del enemigo entre el polvo y bajo el sol, un niño bramó por encima del trueno de los viejos dioses ¿Cuándo comenzó a ser tirano? Nadie respondió. Los guerreros de las tierras baldías y el desierto ardiente aceptan a sus niños en sus batallas pero rara vez les dan acceso a su pasado.
.Los oscuros señores del sur disponían de miles de hombres y decenas de miles de mujeres que vender en los zocos de esclavos de la costa, tenían garantizado por promesa de sangre del tirano el comercio de esclavos. Podían vender a buen precio todo el oro y las gemas que la sangre, el sudor y el látigo podían proveer al tesoro del gobernante, pero pese a ello se pintaron la cara, se tatuaron el cuerpo, se mancharon los dientes y caminaron hacía el campo de batalla.
Afilaron sus azagayas, cargaron con los tótemes de sus antepasados y entonaron sus cánticos, bailaron sus danzas e hicieron sus sacrificios. Podrían haber seguido cazando fieras para los circos, reses para los banquetes y hombres para las galeras, pero se pusieron en marcha y acabaron con las atalayas y las plazas fuertes que encontraron.
Y mientras hacían sonar sus pies golpeando contra el suelo como si esperaran conseguir que la tierra se abriera y se tragara al enemigo, un niño, subido a los hombros de más alto de los más altos guerreros negros del sur preguntó ¿Cómo se hizo tirano?. Nadie respondió. Los hombres negros del sur convocan a sus hijos a las armas pero no le informan sobre como enfrentarse al enemigo. Para eso están los espíritus.
Los primitivos hombres del oeste no tenían nada. Nadie había firmado tratado, acuerdo, convenio o paz con ellos. No tenían nada que el tirano necesitase y él no tenía nada que ellos quisieran. Los bisontes seguirían allí hasta el fin de los días, el alcohol y las joyas no les servían de nada. No había motivo para el trueque ni causa para el peyote sagrado de la hermandad.
Pese a ello o quizás por ello, se tocaron con sus plumas, bendijeron a sus caballos con su propia sangre, tomaron sus arcos y cabalgaron junto con sus mujeres, sus ancianos y sus niños a una batalla que no debería ser la suya, que no debería ser la de nadie. Ninguno de los niños preguntó nada. Los guerreros del oeste nacen guerreros. Por eso guardan las preguntas para los momentos adecuados.
Y así se estableció una de las líneas de batalla.
.La otra la creó el tirano. Viéndose amenazado convocó a todo lo que tenía a mano. Sus huestes fueron todo lo numerosas que su dinero pudo conseguir y poseía un tesoro inmenso; todo lo obedientes que el miedo pudo lograr y su capacidad de destilar terror era casi infinita; todo lo mortales que podía hacerlas el odio, y su odio era mil veces la multiplicación de su oro y su miedo sumados.
Pero, aún así, contempló las filas de aquellos que habían dejado de tolerarle, que habían dejado de temerle, que habían dejado de adorarle y temió no poder con ellos. Así que convocó a todos los demás. A todos aquellos a los que incluso el tirano temía.
Aquellos que disfrutaban con la muerte, que sólo podían verse vivos en el espejo de la muerte y el dolor reflejados en los ojos de los cadáveres, acudieron a su llamada. Aquellos que habían hecho una profesión rentable de transformar el mundo en cenizas, que medían su efectividad por el número de bajas, respondieron entusiastas a su convocatoria. Y los fanáticos, ellos también se congregaron bajo su estandarte. Los fanáticos siempre necesitan una causa y un estandarte, aunque estos cambien.
Y con esas fuerzas, cohesionadas por el terror, disciplinadas por el miedo y motivadas por la enfermedad de la avaricia y el poder y la expectativa de la sangre, presentó batalla.
..
La batalla fue corta. Intensa, sangrienta y demoledora, pero corta.
Los hombres del norte no reconocieron a su enemigo y en mitad del combate sólo pudieron reconocerse a si mismos y volvieron a ser lo que eran, a dedicarse a la rapiña y el pillaje. De no contestar a la pregunta de quién era el tirano habían dejado de saberlo. Las tribus de pastores reconocieron al enemigo pero olvidaron porqué lo era. Formaron un círculo defensivo en torno al lugar en el que reposaba su dios y desguarnecieron su flanco de ataque. Al ver que la batalla marchaba mal recordaron lo que eran y volvieron a serlo. Intentaron comprar a los mercenarios y estos tomaron su dinero y les seccionaron la garganta; intentaron convencer a los fanáticos y estos les mataron y quemaron sus cuerpos. Los pastores macilentos sucumbieron a millares sin saber cual era el motivo de la lucha. Habían esperado que su dios les dijera porque el enemigo era un tirano y su dios seguía mudo.
Los Jinetes del desierto cargaron con la furia salvaje de sus monturas y sus aceros y, durante un instante, pareció que la batalla cambiaría de signo. Pero nadie entre ellos sabía cuando había empezado el tirano a serlo y por ello eran incapaces de saber cuanto tiempo seguiría siéndolo. Sus brazos se cansaron, sus caballos se agotaron y cayeron uno tras otro entre sudor y estertores de agonía. Y en el cansancio y la derrota se enfrentaron a los fanáticos, envainaron sus cimitarras y cayeron de hinojos acordándose de sus rezos olvidados y su dios abandonado. Le pidieron que les diera la fuerza para vencer a los fanáticos y sus dios les concedió su ruego. Les hizo tan fanáticos como sus enemigos. Por negarse a recordar el principio de la tiranía fueron incapaces de predecir su final.
Los hombres del sur también cayeron. Uno a uno, en silencio, los altos hombres negros fueron masacrados por los mercenarios y los asesinos, fueron diezmados por los hombres que sabían hacer su trabajo. Muchos de ellos ni siquiera utilizaron sus azagayas, otros alzaron sus escudos pero dejaron resquicios por los cuales se deslizaron hasta sus entrañas las armas de sus enemigos. La organización de las falanges del tirano desarzonó el griterío del frente de los hombres del sur. Antes de comenzar a luchar habían olvidado como había llegado el tirano a serlo y por eso fueron incapaces de aprender como tenía que dejar de serlo.
Y los guerreros del Oeste, que no habían conocido al tirano, que no habían olvidado respuesta alguna porque no habían hecho pregunta ninguna, simplemente se sentaron en el campo, fumaron el peyote de la paz, intercambiaron regalos, aceptaron las cuentas y el oro del tirano y bebieron su licor. Quien no hace preguntas no obtiene respuestas.
Al final de la jornada cinco niños quedaban en el campo de batalla.
Los fanáticos quisieron quemarlos vivos pero el tirano no lo permitió. El poderoso quiso encarcelarlos de por vida para evitar el miedo, su miedo, pero los asesinos y los mercenarios no lo permitieron. Hasta los asesinos tienen más honor que los fanáticos y los tiranos.
..
Y el tirano siguió siéndolo. Siguió en la cumbre de su poder hasta que el terror dejó de ser un arma, hasta que la fuerza dejó de ser la ley. En todos los años que pasaron durmió entre sudor y sobresaltos acordándose de los cinco llorosos niños de pie sobre la desolación y las cenizas en las que se asentaba su poder.
Y luego desapareció. Fingió transformarse, fingió hacerse benévolo, intentó aparentar que no ejercía el poder sino el gobierno y dejó que otros mas queridos por la gente, ejercieran ocasionalmente el gobierno mientras el guardaba el poder.
Visitaba frecuentemente el campo en el que derrotara a los últimos hombres libres de sus dominios, ni buenos ni malos, solamente libres. Y un día fue rodeado por cinco hombres y un niño que lo acorralaron en silencio.
El primero llevaba en la cabeza el casco cornudo y coronado que designa al paladín y rey de los hombres del norte.
- El que se oculta bajo el manto de la fuerza para ejercer un mando que no es suyo ni es de nadie sino de todos –dijo el hombre que, otrora niño, preguntara entre la bruma ¿quien?-.
El segundo abrazaba un candelabro de oro que iluminaba los templos de los pastores de cabras y no lucía corona. Su dios lo prohibía
- Porque no sabe conversar ni acordar. Porque no permite que otras gentes hagan otras cosas, crean otras cosas o defiendan otras cosas. – afirmo aquel que en una infancia manchada de sangre y sufrimiento había preguntado ¿por qué?-.
El tercero iba completamente vestido de negro, del turbante a las botas y en su frente brillaba en plata el símbolo de aquel al que consideraba su dios. Esta vez sí le había traído consigo. Los califas siempre llevan a su dios con ellos.
- Cuando olvidamos quiénes somos, que somos lo qué somos porque hemos elegido serlo y que los demás son lo que son porque han elegido serlo. Cuando creímos que nuestra felicidad estaba más allá del sufrimiento de los otros – aseveró aquel que entre el polvo de los cascos de los caballos de los jinetes del desierto preguntara en su infancia ¿cuándo?-.El cuarto lucía en su índiga piel las pinturas doradas y blancas de aquel que conduce las tribus del sur. Su azagaya era triple y su escudo reflejaba la sangre y el mar. En su cinturón los tótem chocaban entre si convocando a los espíritus de los antepasados.
- Engañando y dividiendo, matando y masacrando, esclavizando, encerrando los cuerpos en mazmorras y los corazones en el terror – recitó aquel que, sobre los hombros del más alto de los altos guerreros del sur preguntó, mientras el suelo tronaba bajo los pies de la horda, ¿cómo? -.
El quinto hombre, emplumado y a caballo, no dijo nada. Tan sólo sujetó más fuerte la mano del pequeño que le acompañaba.
.
Entonces el tirano tembló. Supo que los secretos de su poder habían sido descubiertos, supo que ahora podían enfrentarle con la estrategia adecuada, aunque él era incapaz de anticipar cual sería esa estrategia. Los que sólo aceptan sus pensamientos son incapaces de anticipar los de los otros.
Buscó desasosegado, miró al norte pero no diviso las naves dragón, miró al sur pero no percibió los cánticos de la descalza infantería negra; se giró hacia es este pero no distinguió la plata y el plomo del arca de los pastores de cabras; sus ojos se centraron en el desierto profundo y no contempló las nubes de polvo de la caballería nómada y salvaje; se volvió hacia el oeste y no pudo ver el colorido desfile de los guerreros cazadores de las tribus de los lagos y las praderas.
Y por un momento se relajó. Sólo por un momento.
- No vendrán –dijo el rey del norte-.
- Ya no son necesarios – dijo el Rey pastor-.
- Luchamos una vez porque no sabíamos nada. Pero ahora sabemos –dijo el cacique de los hombres negros-
- Ahora te conocemos. No podrás volver –dijo el califa-.
- Pero nadie pudo contaros mi secreto, todos murieron…. –
Más el tirano se interrumpió y comprendió que hay cosas que no deben ser contadas, que no pueden ser contadas, que han de ser vividas. Que se aprenden por el roce de la piel con el dolor.
Los cuatro hombres que habían sido niños se retiraron. Los cuatro reyes que habían preguntado y lo eran por hacerlo se marcharon a vivir con sus pueblos, que lo eran por haber encontrado las respuestas.
El tirano se quedó sólo, enfrentado al jefe de las tribus del oeste que le miró con una conmiseración sólo propia de aquel que no ha llegado a odiar.
- Sólo muere lo que olvidas – dijo y pasó frente al tirano llevando a su hijo de la mano-.
Luego, el que fuera el poder y la gloria, se giró y comenzó a andar cansadamente hacia esa frontera de niebla y viento que algunos llaman La Nada y otros conocen como la historia. Mientras avanzaba resignado escuchó una voz infantil que se dirigía a él
- Señor –gritó el niño del oeste que había nacido guerrero y jinete-, ¿Qué es un tirano?.Y comprendió, aunque tarde, que siempre tiene que haber alguien que recuerde para que otros no se vean obligados a aprender.

Un cuento para el futuro

Estamos en una de esas fechas en las que los bosques de tradiciones no nos dejan ver los árboles de la historia;, en las que las cascadas de la religión no no nos dejan ver los ríos de la realidad. En las que la mitificación nos impide el recuerdo.
Eso es por La Semana Santa y La Pascua, pero estas suelen ser las fechas elegidas por los supervivientes de uno de los acontecimientos más crueles e inhumanos de la historia se lanzan a la calle para asegurarse de que su dolor no es olvidado, de que la locura y la crueldad de la que es capaz un hombre loco, un Estado loco y un puñado de arribistas son capaces con tal de lograr sus egoistas y enfermizos objetivos de supremacía: Son los días en los que el holocausto nazi es devuelto a la vida en el recuerdo para que no se olvide.
Y también son los días en los que el negacionismo -como lo llaman en Austria- vuelve a intentar hacernos creer que nunca ocurrió, vuelve a intentar parapetarse bajo la bruma de la necedad para intentar ocultar lo obvio.
No estoy en contra de ese ejercicio de memoría histórica, como no estoy en contra de otros ejercicios de memoría hístorica por muchas ampollas que estos levanten. Deben producirse regularmente -aunque la regularidad no implica continuidad- para que nos aseguremos de que nadie vuelva a intentarlo, de que nadie vuelva a creerse con el derecho a practicarlo.
Hay que recordar a los millones de judíos muertos en los campos de concentracion, pero tambien hay que recordar a los millones de gitanos, las decenas de miles de comunistas, anarquistas y socialistas y los miles de negros y asiáticos muertos a manos de los que querían construir un paraiso ario sobre sus cadáveres y su sangre.
Hay que recordar a los 250.000 muertos en Hiroshima y Nagasaki para que alguien pudiera enviar un claro mensaje de quein mandaba en el mundo; hay que recordar a los miles de japoneses muertos de hambre y de desesperación en los campos de internamiento de California y Florida; a los miles de occidentales muertos por idénticos motivos en los centros de prisineros de las islas japonesas; hay que recordar a los 20 millones de rusos que perecieron en una guerra que no habían buscado.
Hay que recordarlos a todos porque, por más quieran decirlo, el holocausto nazi no es patrimonio de los judíos. Si alguien tiene en su haber ese patrimonio son los locos furiosos que alzaban la mano al cielo -y aún la siguen alzando- para aclamar a un líder tan loco y furioso como ellos. El holocausto no es patrimonio de las víctimas por numerosas que estas sean. No es patrimonio, por supuesto, de un reducido grupo de esas víctimas, aunque el número de bajas judías sea cruelmente elevado. El holocausto es patrimonio exclusivo de los perpetradores.
El progom nacional socialista debe recordarse, no como muestra de condolencia hacia los que muerieron, ni siquiera como forma de homenaje a los que sobrevivieron, sino como advertencia a todos los que vendrán después. No tiene que ser recordado por el pasado sino mirando al futuro.
Para que nadie vuelva a exterminar un pueblo, una nación o un colectivo por ningún motivo. Para que nadie vuelva a elevar muros de aislamiento, campos de concentración o cualquier otro elemento que se le parezca. Para que nadie, y mucho menos los que lo sufrieron, puedan creer que tienen patente de corso para masacrar, humillar y destruir a un pueblo en aras de su seguridad nacional y de su miedo.
La memoria del holocausto se mantiene viva para que los perseguidos de hoy tengan esperanza. Para que los millones de tibetanos que mueren en la represión China sepan que sus revueltas no están solas; para que los millones de irakies que mueren entre dos frentes de batalla en una guerra que sufren sin que ellos la motivaran sepan que no están solos, para que los millones de palestinos humillados, tratados como ganado y asesinados en sus casas sepan que los demás no consentiremos que los perpetradores completen su genocidio; para que los millones de mulsumanes que quieren adorar a su dios sin sangre y sin Jihad sepan que tienen la oportunidad de hacerlo.
El holocausto es hoy patrimonio de los clérigos Jihadistas, de los próceres chinos, de los señores de la guerra sudaneses y eritreos, de los halcones del péntagono y de los "hombres duros" israelies y ultraortodoxos judíos que creen que pueden hacer lo que quieran y eliminar naciones y pueblos enteros para lograr sus fines.
Nosotros sólo les recordamos que los que lo intentaron hace más de cincuenta años acabaron mal porque siempre hay más gente que no desea el exterminio que los que disfrutan con él. Hoy no hay que hacer memoria del holocausto hay que hacer recuento y anticipación.
.
Y como no quiero que nadie malinterprete nada. Como no quiero que mi memoria del horror sea entendida como el apoyo o alguien o algo en concreto, os contaré un cuento.
.
Los hombres del norte, ávidos de sangre y de aventura, afilaron sus hachas y, pese a tener patentes de corso firmadas y selladas por el tirano que les garantizaban mil vidas de piratería y pillaje, se hicieron a la mar en sus temibles embarcaciones, arrasaron los puertos y hundieron la flota.
Y mientras partían, mientras sus mascarones salían de la bruma para unirse a la lucha, un niño gritó desde una proa. ¿Quién es el tirano? Nadie respondió. En los clanes del norte los niños van a la guerra pero no tienen porque saber quién es el enemigo.
. Las macilentas tribus de las infértiles llanuras del oriente más cercano, pese a disponer de cartas de naturaleza otorgadas por el gobernante, pese a atesorar miles de documentos de pago que les permitían esquilmar el tesoro real durante setenta veces siete generaciones, tomaron su oro y su plata, su acero y su plomo, los fundieron e hicieron armas con las que, por primera vez en su dilatada existencia de elegidos, se lanzaron a un campo de batalla con el objetivo de combatir, no de negociar ni de expoliar a los muertos.
Y mientras plantaban sus tiendas y sus pabellones en la llanura en la que debía producirse el combate, mientras se desplegaban las estrellas de sus profetas y las luces de su dios, un niño, encaramado en lo alto de las parihuelas en las que se portaba el catafalco de la divinidad, preguntó ¿Por qué es un Tirano? Nadie respondió. Los pastores de las llanuras pobres conducen a sus vástagos a la batalla pero les ocultan los motivos. Para eso está la voz de dios.
.Las salvajes caravanas de hombres de rostro tapado y credo sangriento se subieron a sus monturas, tan salvajes como ellos; ignoraron sus vientos y sus tormentas, tan salvajes como ellos y se despidieron de sus esposas, mucho más salvajes que ellos. Tomaron sus mortíferas hojas curvas, pese a que disponían de salvoconductos garantizados por el dictador que les hubieran permitido trasladar en caravana todos sus asentamientos de un lugar a otro del imperio y, sin que sirviera de precedente, olvidaron sus rezos, olvidaron a su dios y se lanzaron a la lucha.
Y mientras los corceles piafaban nerviosos esperando la arremetida del enemigo entre el polvo y bajo el sol, un niño bramó por encima del trueno de los viejos dioses ¿Cuándo comenzó a ser tirano? Nadie respondió. Los guerreros de las tierras baldías y el desierto ardiente aceptan a sus niños en sus batallas pero rara vez les dan acceso a su pasado.
.Los oscuros señores del sur disponían de miles de hombres y decenas de miles de mujeres que vender en los zocos de esclavos de la costa, tenían garantizado por promesa de sangre del tirano el comercio de esclavos. Podían vender a buen precio todo el oro y las gemas que la sangre, el sudor y el látigo podían proveer al tesoro del gobernante, pero pese a ello se pintaron la cara, se tatuaron el cuerpo, se mancharon los dientes y caminaron hacía el campo de batalla.
Afilaron sus azagayas, cargaron con los tótemes de sus antepasados y entonaron sus cánticos, bailaron sus danzas e hicieron sus sacrificios. Podrían haber seguido cazando fieras para los circos, reses para los banquetes y hombres para las galeras, pero se pusieron en marcha y acabaron con las atalayas y las plazas fuertes que encontraron.
Y mientras hacían sonar sus pies golpeando contra el suelo como si esperaran conseguir que la tierra se abriera y se tragara al enemigo, un niño, subido a los hombros de más alto de los más altos guerreros negros del sur preguntó ¿Cómo se hizo tirano?. Nadie respondió. Los hombres negros del sur convocan a sus hijos a las armas pero no le informan sobre como enfrentarse al enemigo. Para eso están los espíritus.
Los primitivos hombres del oeste no tenían nada. Nadie había firmado tratado, acuerdo, convenio o paz con ellos. No tenían nada que el tirano necesitase y él no tenía nada que ellos quisieran. Los bisontes seguirían allí hasta el fin de los días, el alcohol y las joyas no les servían de nada. No había motivo para el trueque ni causa para el peyote sagrado de la hermandad.
Pese a ello o quizás por ello, se tocaron con sus plumas, bendijeron a sus caballos con su propia sangre, tomaron sus arcos y cabalgaron junto con sus mujeres, sus ancianos y sus niños a una batalla que no debería ser la suya, que no debería ser la de nadie. Ninguno de los niños preguntó nada. Los guerreros del oeste nacen guerreros. Por eso guardan las preguntas para los momentos adecuados.
Y así se estableció una de las líneas de batalla.
.La otra la creó el tirano. Viéndose amenazado convocó a todo lo que tenía a mano. Sus huestes fueron todo lo numerosas que su dinero pudo conseguir y poseía un tesoro inmenso; todo lo obedientes que el miedo pudo lograr y su capacidad de destilar terror era casi infinita; todo lo mortales que podía hacerlas el odio, y su odio era mil veces la multiplicación de su oro y su miedo sumados.
Pero, aún así, contempló las filas de aquellos que habían dejado de tolerarle, que habían dejado de temerle, que habían dejado de adorarle y temió no poder con ellos. Así que convocó a todos los demás. A todos aquellos a los que incluso el tirano temía.
Aquellos que disfrutaban con la muerte, que sólo podían verse vivos en el espejo de la muerte y el dolor reflejados en los ojos de los cadáveres, acudieron a su llamada. Aquellos que habían hecho una profesión rentable de transformar el mundo en cenizas, que medían su efectividad por el número de bajas, respondieron entusiastas a su convocatoria. Y los fanáticos, ellos también se congregaron bajo su estandarte. Los fanáticos siempre necesitan una causa y un estandarte, aunque estos cambien.
Y con esas fuerzas, cohesionadas por el terror, disciplinadas por el miedo y motivadas por la enfermedad de la avaricia y el poder y la expectativa de la sangre, presentó batalla.
..
La batalla fue corta. Intensa, sangrienta y demoledora, pero corta.
Los hombres del norte no reconocieron a su enemigo y en mitad del combate sólo pudieron reconocerse a si mismos y volvieron a ser lo que eran, a dedicarse a la rapiña y el pillaje. De no contestar a la pregunta de quién era el tirano habían dejado de saberlo. Las tribus de pastores reconocieron al enemigo pero olvidaron porqué lo era. Formaron un círculo defensivo en torno al lugar en el que reposaba su dios y desguarnecieron su flanco de ataque. Al ver que la batalla marchaba mal recordaron lo que eran y volvieron a serlo. Intentaron comprar a los mercenarios y estos tomaron su dinero y les seccionaron la garganta; intentaron convencer a los fanáticos y estos les mataron y quemaron sus cuerpos. Los pastores macilentos sucumbieron a millares sin saber cual era el motivo de la lucha. Habían esperado que su dios les dijera porque el enemigo era un tirano y su dios seguía mudo.
Los Jinetes del desierto cargaron con la furia salvaje de sus monturas y sus aceros y, durante un instante, pareció que la batalla cambiaría de signo. Pero nadie entre ellos sabía cuando había empezado el tirano a serlo y por ello eran incapaces de saber cuanto tiempo seguiría siéndolo. Sus brazos se cansaron, sus caballos se agotaron y cayeron uno tras otro entre sudor y estertores de agonía. Y en el cansancio y la derrota se enfrentaron a los fanáticos, envainaron sus cimitarras y cayeron de hinojos acordándose de sus rezos olvidados y su dios abandonado. Le pidieron que les diera la fuerza para vencer a los fanáticos y sus dios les concedió su ruego. Les hizo tan fanáticos como sus enemigos. Por negarse a recordar el principio de la tiranía fueron incapaces de predecir su final.
Los hombres del sur también cayeron. Uno a uno, en silencio, los altos hombres negros fueron masacrados por los mercenarios y los asesinos, fueron diezmados por los hombres que sabían hacer su trabajo. Muchos de ellos ni siquiera utilizaron sus azagayas, otros alzaron sus escudos pero dejaron resquicios por los cuales se deslizaron hasta sus entrañas las armas de sus enemigos. La organización de las falanges del tirano desarzonó el griterío del frente de los hombres del sur. Antes de comenzar a luchar habían olvidado como había llegado el tirano a serlo y por eso fueron incapaces de aprender como tenía que dejar de serlo.
Y los guerreros del Oeste, que no habían conocido al tirano, que no habían olvidado respuesta alguna porque no habían hecho pregunta ninguna, simplemente se sentaron en el campo, fumaron el peyote de la paz, intercambiaron regalos, aceptaron las cuentas y el oro del tirano y bebieron su licor. Quien no hace preguntas no obtiene respuestas.
Al final de la jornada cinco niños quedaban en el campo de batalla.
Los fanáticos quisieron quemarlos vivos pero el tirano no lo permitió. El poderoso quiso encarcelarlos de por vida para evitar el miedo, su miedo, pero los asesinos y los mercenarios no lo permitieron. Hasta los asesinos tienen más honor que los fanáticos y los tiranos.
..
Y el tirano siguió siéndolo. Siguió en la cumbre de su poder hasta que el terror dejó de ser un arma, hasta que la fuerza dejó de ser la ley. En todos los años que pasaron durmió entre sudor y sobresaltos acordándose de los cinco llorosos niños de pie sobre la desolación y las cenizas en las que se asentaba su poder.
Y luego desapareció. Fingió transformarse, fingió hacerse benévolo, intentó aparentar que no ejercía el poder sino el gobierno y dejó que otros mas queridos por la gente, ejercieran ocasionalmente el gobierno mientras el guardaba el poder.
Visitaba frecuentemente el campo en el que derrotara a los últimos hombres libres de sus dominios, ni buenos ni malos, solamente libres. Y un día fue rodeado por cinco hombres y un niño que lo acorralaron en silencio.
El primero llevaba en la cabeza el casco cornudo y coronado que designa al paladín y rey de los hombres del norte.
- El que se oculta bajo el manto de la fuerza para ejercer un mando que no es suyo ni es de nadie sino de todos –dijo el hombre que, otrora niño, preguntara entre la bruma ¿quien?-.
El segundo abrazaba un candelabro de oro que iluminaba los templos de los pastores de cabras y no lucía corona. Su dios lo prohibía
- Porque no sabe conversar ni acordar. Porque no permite que otras gentes hagan otras cosas, crean otras cosas o defiendan otras cosas. – afirmo aquel que en una infancia manchada de sangre y sufrimiento había preguntado ¿por qué?-.
El tercero iba completamente vestido de negro, del turbante a las botas y en su frente brillaba en plata el símbolo de aquel al que consideraba su dios. Esta vez sí le había traído consigo. Los califas siempre llevan a su dios con ellos.
- Cuando olvidamos quiénes somos, que somos lo qué somos porque hemos elegido serlo y que los demás son lo que son porque han elegido serlo. Cuando creímos que nuestra felicidad estaba más allá del sufrimiento de los otros – aseveró aquel que entre el polvo de los cascos de los caballos de los jinetes del desierto preguntara en su infancia ¿cuándo?-.El cuarto lucía en su índiga piel las pinturas doradas y blancas de aquel que conduce las tribus del sur. Su azagaya era triple y su escudo reflejaba la sangre y el mar. En su cinturón los tótem chocaban entre si convocando a los espíritus de los antepasados.
- Engañando y dividiendo, matando y masacrando, esclavizando, encerrando los cuerpos en mazmorras y los corazones en el terror – recitó aquel que, sobre los hombros del más alto de los altos guerreros del sur preguntó, mientras el suelo tronaba bajo los pies de la horda, ¿cómo? -.
El quinto hombre, emplumado y a caballo, no dijo nada. Tan sólo sujetó más fuerte la mano del pequeño que le acompañaba.
.
Entonces el tirano tembló. Supo que los secretos de su poder habían sido descubiertos, supo que ahora podían enfrentarle con la estrategia adecuada, aunque él era incapaz de anticipar cual sería esa estrategia. Los que sólo aceptan sus pensamientos son incapaces de anticipar los de los otros.
Buscó desasosegado, miró al norte pero no diviso las naves dragón, miró al sur pero no percibió los cánticos de la descalza infantería negra; se giró hacia es este pero no distinguió la plata y el plomo del arca de los pastores de cabras; sus ojos se centraron en el desierto profundo y no contempló las nubes de polvo de la caballería nómada y salvaje; se volvió hacia el oeste y no pudo ver el colorido desfile de los guerreros cazadores de las tribus de los lagos y las praderas.
Y por un momento se relajó. Sólo por un momento.
- No vendrán –dijo el rey del norte-.
- Ya no son necesarios – dijo el Rey pastor-.
- Luchamos una vez porque no sabíamos nada. Pero ahora sabemos –dijo el cacique de los hombres negros-
- Ahora te conocemos. No podrás volver –dijo el califa-.
- Pero nadie pudo contaros mi secreto, todos murieron…. –
Más el tirano se interrumpió y comprendió que hay cosas que no deben ser contadas, que no pueden ser contadas, que han de ser vividas. Que se aprenden por el roce de la piel con el dolor.
Los cuatro hombres que habían sido niños se retiraron. Los cuatro reyes que habían preguntado y lo eran por hacerlo se marcharon a vivir con sus pueblos, que lo eran por haber encontrado las respuestas.
El tirano se quedó sólo, enfrentado al jefe de las tribus del oeste que le miró con una conmiseración sólo propia de aquel que no ha llegado a odiar.
- Sólo muere lo que olvidas – dijo y pasó frente al tirano llevando a su hijo de la mano-.
Luego, el que fuera el poder y la gloria, se giró y comenzó a andar cansadamente hacia esa frontera de niebla y viento que algunos llaman La Nada y otros conocen como la historia. Mientras avanzaba resignado escuchó una voz infantil que se dirigía a él
- Señor –gritó el niño del oeste que había nacido guerrero y jinete-, ¿Qué es un tirano?.Y comprendió, aunque tarde, que siempre tiene que haber alguien que recuerde para que otros no se vean obligados a aprender.

sábado, marzo 15, 2008

¿No acabará nunca?

Parece ser que no hay manera de que los medios dejen de caer en el mismo error una y otra vez. Quizás haya que pensar que no es un error.
Mueren dos mujeres y automaticamente se saca el concepto de violencia machista a la palestra.
No importa que de una de ellas no se sepa siquiera quién la mató; no importa que la otra haya muerto por un disparo de su marido que padecía una depresión crónica grave e irreversible; no importa que no haya denuncias de malos tratos; no importa que la presunción de culpabilidad de un asesino se base en las declaraciones de un familiar de la víctima.No importa nada. Dos mujeres han muerto, presuntamente a manos de sus parejas, y es violencia machista.
El marido de la víctima de Almeria ¿tenía problemas psiquiátricos porque era machista? ¿Tenía depresión crónica porque era hombre?. No entiendo porqué el crimen de una persona desequilibrada se convierte por arte de la magia de la manipulación en un crimen machista. Para que un asesinato sea machista, ¿no debe ser cometido por motivos machistas? Para que un asesinato sea machista ¿no debe conocerse primero al autor y las causas que le llevaron a cometer ese crimen?
Y no se trata de justificarlos. Se trata de conocer lo que motivó el suceso -ese viejo concepto antes llamado mobil del delito-. Si un marido mata a su mujer para heredarla ¿es violencia de género?; si un novio mata a su novia en una discursión por drogas, ¿es violencia mchista?; si un hombre mata a su mujer porque tiene un desequilibrio psiquiátrico, ¿es un machista incontenible y agresivo?
Nadie responde a esas perguntas porque no interesa y porque muchos medios de comunicación parecen hacer oídos sordos a su responsabilidad ética de contar la verdad que sucede. No la verdad que es políticamente correcto oír.
Quizás, siguiendo el mismo criterio que parece especificar la Ley de Violencia de Género, habrá que concluir que toda mujer que tiene un ataque psicótico en un hospital, coge un arma blanca y apuñala sin control a doce personas matando a varias de ellas lo hace porque es una sexista; o que toda madre que mata a su hijo en pleno proceso depresivo o envenena a toda su familia para poder escapar con un novio de Internet lo hace porque es una agresora sexita feminista.
Quizás haya que informar que las 44 mujeres que el año pasado mataron a sus parejas -sí 44, según los datos oficiales, al alcance, por cierto, de todos los medios de comunicación- son monstruos sexistas que mataron a hombres sólo por el hecho de ser hombres y porque se creen superiores a ellos.
Informar como se está informando en esta materia no ayuda a nadie. Ni a la sociedad, ni a las mujeres maltradas, ni a erradicar el machismo ni a nadie. Sólo ayuda a las muchas asociaciones supuestamente de defensa de las mujeres que siguen pudiendo engrandecer un problema y con ello medrar económica y políticamente.
Investiguen, usen el sentido común y luego informen. Y si no tienen claros los motivos de un crimen esperen a que se diluciden en un juicio que, en mi opinión, para eso es para lo que se inventaron la justicia y los tribunales.
Pero claro, lo que yo diga no importa. Todo lo que diga, toda crítica que haga a una mujer o a la forma en la que las organizaciones femenistas se aprovechan para medrar -en muchos casos con la aquiescencia de los medios de comunicación y del Gobierno- del dolor que sufren unas pocas tiene que ser descartada porque soy hombre y por tanto toda crítica que haga a una mujer y a lo que afecta a las mujeres se debe a mi machismo agresivo y peligroso. Eso si es políticamente correcto.

viernes, marzo 14, 2008

El ejemplo mal ejemplificado -y valga la redundancia-

La atención está hoy centrada en Zaplana -mucho más, por cierto, que cuando era alguien en el PP-, en el Geta, en las vacaciones o en como maravillarnoslas con los niños que nos caen llovidos del cielo -un cielo penitente, pero el cielo al fin y al cabo- para recordarnos que ser padre no consisite solamente en conducir hasta el colegio, hasta la guardería o hasta la academia de violonchelo. Pero, entre tantas distracciones, los ojos se me han ido hacia el Palmar.
No, no temaís, no he decidido aceptar la supremacia pontificia de esa secta troyana visionaria y preconciliar -y me refiero al Concilio de Trento-. Simplemente, he mirado al Palmar, a su comunidad de pescadores y a una sentencia de un juzgado valenciano y he descubierto, casi por casualidad, casi sin querer, un ejemplo de algo que podría ser ejemplo de muchas cosas pero que es presentado como un ejemplo de lo que no es y no como un ejemplo de lo que es.
Para desentrañar este trabalenguas lo mejor -como en la mayoría de los casos- es empezar por el principio.
Y el principio es decir que un juzgado de Valencia ha sentenciado que los descendientes de pescadores tieene derecho a pertenecer a la Cofradía del Plamar en Valencia independientemente de su condición y de la voluntad de los integrantes de la Cofradía. Y esto sirve de ejemplo para dos cosas.
La primera ejemplificación es para ilustrar la manipulación que sobre este tipo de situaciones se produce en los medios obsesionados con equiparar el feminismo a la progresía.
Automaticamente en cuanto han conocido la sentencia, los medios progresitas y los programas que recurren a la igualdad cuando se quedan sin sucesos -lease Gente, entre otros- han presentado la noticia bajo titulares como "el fin de la discriminación en la pesca" "Un juzgado de Valencia pone fin a 750 años de discriminación de la mujer" y cosas por el estilo.
Obvian el hecho de que en los 740 años que preceden a las reclamaciones sobre las que ha dictimado ese juzgado ni una sóla mujer se había preocupado por La Cofradia del Palmar ni había intentado formar parte de ella; obvian el hecho de que la reclamación por la que se ha dictado esa sentencia fue presentada por cuatro hombres y dos mujeres y obvian el hecho de que la reclamación que presentaron independientemente las mujeres por discriminación sexual fue desestimada por el mismo juzgado al alegar que no había manera de saber que los integrantes de la cofradía votaban por machismo cuando rechazaban también a cuatro hombres.
Obvian lo primero porque significaría que las mujeres de los siete siglos pasados no estaban decididas a lanzarse a las acequias y las albuferas para pescar y así contribuir al sustento de sus familias; obvian lo segundo porque significaría que el criterio que utilizaban los cofrades para rechazar a los nuevos integrantes poco o nada tenía que ver con el sexismo y obvian lo tercero porque eso les llevaría a tener que reconocer que cuando una mujer es rechazada en alguna parte, aun siendo injusto, no siempre se debe a la ola de machismo que nos invade desde que las sociedades mesopotámicas se amurallaron y se hicieron patriarcales.
El juzgado de Valencia se ha limitado a decir que las preferencias de los cofrades no pueden evitar derechos adquiridos por nacimiento a los descendientes de los pescadores.
Si eso benefica a los mujeres bienvenido sea. Pero si eso beneficia a todos mejor aún. Aunque a algunas no se lo parezca.
Y esa manipulación ha servido para ocultar -o por lo menos para poner en letra muy pequeña- el otro ejemplo que nos daría esta noticia. Durante los diez años de enfrentamientos, querellas, denuncias, agresiones verbales y en ocasiones físicas que ha durado este proceso, catorce miembros de la Cofradía del Palmar fueron expulsados por defender los derechos de los que estaban fuera a pertenecer a esta entidad pesquera.
Catroce integrantes, todos ellos hombres, arriesgaron y perdieron lo que tenían -su medio de vida, al menos parcial- para defender los derechos de otros. Según la visión sexista del conflicto, catorce hombres lo arriesgaron todo para defender el derecho de dos mujeres.
Según la vida real, significa que catorce hombres hicieron lo que muchos hombres y mujeres llevan haciendo a lo largo de la historía. Sacrificar su seguridad por los derechos y la libertad de otros.
Pero claro, eso no vende sexismo ni machismo; eso no vende que las mujeres triunfan y se imponen al miedo machista injusto y recalcitrante.
Eso ejemplifica que las reclamaciones de justifica deben ser universales y que debemos renunciar a algunos privilegios en beneficio de los derechos de otros. Eso ejemplifica lo que no muchas de las que ven machismo en todas las esquinas están dispuestas a hacer.

Escuchar, ver y esperar

Zaplana se va. No se va del todo, pero se aparta, lo que, en política, significa que se va.
Se va con su soberbia y su chulería de ligón de paseo marítimo mediaterraneo; se va con sus ternos perfectos y con sus facturas de gastos de representación de actimel y chicles trident. Se va con su sonrisa socarrona de me han pillado con el carrito del helado y con sus trapicheos millonarios en Terra Mítica; se va con sus escasos momentos de ingenio verbal y sus muchos instantes de ceguera política; se va con sus pleitos y sus cuitas, con sus exabruptos y sus alabanzas, con su inmarcesible bronceado y sus reconocibles tics físicos e ideológicos. Zaplana se va.
Como analista político se pueden decir muchas cosas al respecto, como observador de la realidad se pueden extraer un buen puñado de conclusiones pero, más allá de eso, que Eduardo Zaplana abandone la portavocía del PP en el Concreso no significa nada para todos aquellos que no comulgamos -porque en el PP hay que comulgar, eso es indudable- con los postulados políticos y vagamente democráticos de ese partido en concreto.
Zaplana se va y Camps viene, Esperanza y Gallardón se muerden la lengua, Aznar vuelve a las sombras de las que nunca debió salir, ni durante la campaña ni durante su gobierno, Rajoy resiste -la guardia muere pero no se rinde- y Fraga sigue dormitando en público y en privado.
Y que todo eso ocurra no significa nada más que es algo que debería ocurrir, es algo que estaba garantizado en cualquier partido y con cualquier político que podamos traer a la memoria. Era tan predecible como que el gobernador de Nueva York se iría de putas y después dimitiría o como que Obama y Hillary terminarán en la misma candidatura demócrata. Hay cosas que son genéticamente inherentes a la condición de político
Mientras no reaparezcan las elecciones aclamativas, mientras los puñales y las espadas no tintineen en los pasillos de Génova y mientras individuos que perdieron hace tiempo el derecho a influir en la política y la vida española no intenten imponer sus criterios y deseos sin decirlo públicamente, que Zaplana se vaya no significa nada.
Los hay que todavía creemos que la democracia se demuestra siendo demócrata, los hay que todavía somos capaces de superar nuestras aversiones y nuestros rechazos para aceptar la evolución, incluso de nuestros adversarios, incluso de nuestros enemigos.
Son los militantes del PP los que deben opinar sobre todos esos movimientos. Los demás podemos comentarlos y analizarlos, pero deberían ser ellos los que se paren a pensar -más allá de gritos, insultos a los medios, rugidos y tremolaciones de banderas- qué está pasando en su partido y qué es lo quieren que pase.
Los hay que nos quedaremos mirando, escuchando y esperando porque aún creemos que nuestros gustos, nuestras preferencias no deben imponerse con insultos o descalificaciones públicas o vrtuales a la libertad que otras personas tienen de decidir sobre el futuro de aquello con lo que se han comprometido.
Lo haremos aunque las creamos equivocadas. Los haremos porque en eso nos diferenciamos de ellos. Lo haremos porque, afortunadamente, no somos del PP

jueves, marzo 13, 2008

La sombra del arribista

En estos tiempos postelectorales en los que parece que todo el universo político español está preocupado de quién se mueve en Moncloa y quién se mueve en la calle Génova, a mi -que siempre me ha gustado hacer las cosas a destiempo- me da por mirar en otras direcciones. Miro, observo y lo que veo, aunque esperado, aunque tristemente anticipado, me llena de esa inmarcesible sensación de tristeza que se dibuja en el rostro cuanto te ves obligado a decirle a alguien esa secular letanía de te lo advertí.
Miro en la dirección en la que se encontraba Francisco José Alcaraz, a la sazón autonombrado profeta simuladamente eterno de las víctimas, y no encuentro nada.
No es que encuentre la habitual animadversión del presidente de la AVT al diálogo, a las posturas conciliadoras; no es que encuentre su fútil esfuerzo por encumbrar la venganza a nivel de política de Estado ni su sempiterna obsesión por la caza en lugar de por el apoyo y por el odio en lugar de por el consuelo; no es que encuentre sus habituales actitudes y palabras que para mi -y afortunadamente para mucha otra gente- no significan nada. Es que, literalmente no encuentro nada porque ha desaparecido.
Al anunciar su marcha no queda nada, sólo la sombra de un arribista dibujada en el asfalto por el que hizo desfilar su intransigencia y sus ambiciones.
Precisamente ahora, cuando por primera vez en mucho tiempo ETA ha matado intencionada y planificadamente, Alcaraz plega su petate y se marcha. Cabría decir que no es el mejor momento, ahora que -más allá de atentados con víctimas accidentales y de asesinatos para huir- ETA ha demostrado su inequivoca intención de seguir matando; se podría argumentar que ahora que el juicio del 11-M ha concluido, las negociaciones del Gobierno se han desactivado y los partidos de la izquierda abertzale están en el limite interno de la ilegalización es el mejor momento para ocuparse de las víctimas, de sus necesidades, de los apoyos que necesitan.
Podrían decirse muchas cosas, pero todas ellas implicarían que Alcaraz se preocupaba realmente por las víctimas del terrorismo, de todo el torrorismo. Y sería falso.
Sólo era una sombra y sólo queda eso. La sombra de alguien que fíngia ser lo que no era.
Alguien que permitía que sus manifestaciones se llenaran de banderas de España pero impedia la presencia de Ikurriñas o Señeras.
Alguien que permitía símbolos y emblemas preconstitucionales y fascistas y que estrechaba la mano a un Ynestrillas, quien se considera heredero directo del que ha sido el mayor engendrador de terror de la historia de nuestro país.
Alguien que movilizaba a la AVT para manifestarse por la unidad de España y contra el nacionalismo y el independentismo, ignorando el hecho de que son los terroristas y no los nacionalistas los que generan víctimas.
Alguien que callaba cuando un gobierno negociaba con ETA de forma más o menos oculta y protestaba cuando otro lo hacía abiertamente.
Alguien que expulsaba de la AVT a víctimas directas de atentados por oponerse a su criterio mientras que el era solamente un familiar de un familiar de alguien que había muerto en un atentado de ETA -no es cuetión de cuantificar el dolor, pero es de suponer que alguién que vio hundirse el Hipercor de Barcelona sobre su cabeza es más víctima que alguien que perdió a su cuñado-.
Alguien que engordaba las listas de afiliados de la AVT, apuntando por separado a padres, hijos, hermanos, hermanas, parientes lejanos y hasta vecinos de víctimas para lograr una masa social que le presentara como el líder de un colectivo con capacidad de influencia no sólo social, sino política y electoral.
Alguien que organizó casi semanalmente manifestaciones en Madrid pero ignoró las convocatorias de otros colectivos antiterroristas en Euskadi o Catalunya.
Alguien que pretendió manipular de la mano de los dirigentes del PP a Navarra para convencerles de que iba a ser entregados a ETA y al nacionalismo independentista vasco.
Alguien que desacreditó y atacó a las víctimas y familiares del mayor atentado terrorista de la historia de este país sólo porque no se plegaron a su visión y porque se opusieron a ser utilizadas como estádisticas por alguien que sólo parecía preocupado por aterrorizar a la gente con la amenaza de ETA.
Alguién que colocó de concejala en las listas del PP a su compañera sentimental...
Y sobre todo alguien que, hasta el último momento estuvo intentando implicar a las víctimas de terrorismo en una cruzada no en contra de nada, sino a favor de un partido político determinado al que intentaba presentar como el único adalid de sus intereses. Y como muestra el botón de sus últimas declaraciones: "'Es triste y lamentable que haya ciudadanos que vayan dar su apoyo a un Gobierno que tiene encima de la mesa el proyecto de negociar con asesinos" .
Sólo queda la sombra de ese alguien que mintió, medró, presionó, coaccionó, expulsó, insultó e intimidó para conseguir un objetivo que nada tenía que ver con las vícitmas de terrorismo, ni siquiera con su cuñado y que se va cuando, pese a lo que haga ETA, no ha logrado el objetivo personal que perseguia que, según se puede deducir de sus palabras, no es otro que comer de algo. Y parece ser que no ha conseguido que el victimismo le facilite un almuerzo regular.
Ojala esta sobra no impide que la AVT consiga lo que debería ser su principal objetivo que, másallá de la venganza, el odio, la unidad de España o las penas íntegras, no es otro que lograr que las víctimas dejen de serlo.

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