Ya estamos en esa jornada en la que parece que los que nos gobiernan recuerdan que somos nosotros los que ejercemos -al menos nominalmente- el poder. Y es de suponer que por eso nos permiten pensar en él. Estamos en esa jornada en la que se nos obliga a hacer aquello que deberiamos hacer todos los días sin que nadie nos obligara. En esa jornada en la que está bien visto pensar.
Y, como se supone que somos lo suficientemente obtusos como para no poder hacer dos cosas a la vez, se nos deja pensar, pero no se nos deja ver, ni escuchar, ni leer sobre aquello en lo que pensamos. Y este Sabbath -en este caso, literal- convierte las eleccicones en algo casi místico, casi divino. Casi importante.
Y, como se supone que somos lo suficientemente obtusos como para no poder hacer dos cosas a la vez, se nos deja pensar, pero no se nos deja ver, ni escuchar, ni leer sobre aquello en lo que pensamos. Y este Sabbath -en este caso, literal- convierte las eleccicones en algo casi místico, casi divino. Casi importante.
Yo escribo sobre ello, quizás porque no respeto las reglas o quizás porque no puedo pensar si no escribo.
Pero somos nosotros y no podemos dejar de serlo. Así que por más que pensemos, lo hacemos a nuestra manera. Por más que nos quebremos la cabeza, nos la partimos con nuestras premisas. Por más que reflexionemos lo hacemos sobre nosotros mismos. No podemos evitar ser en lo que nos hemos convertido.
Y pensamos. Pensamos en un mundo feliz, en un país en el que ocurran las cosas que queremos que ocurran, en el que se solucionen los problemas que tenemos o creemos tener. Por más tiempo que nos den no intentamos hacer otra cosa que pensar en nosotros mismos. Es lo que sabemos hacer. Es lo que hacemos siempre ¿Por qué deberíamos hacer otra cosa?
Así que pensamos en nuestra hipoteca, en lo que pagamos por el pan, en el enemigo que duerme con nosotras, en el trabajo que no tenemos y en el que tenemos pero no nos compensa. Pensamos en nuestra cuenta corriente, en la seguridad de la cartera y las tarjetas que llevamos en el bolsillo a nuestro nombre, en nuestras facturas y nuestras nóminas, en nuestros salarios y en nuestras pensiones, en nuestros ahorros y nuestras deudas. Pensamos en nuestra educación, y en nuestra bandera, en nuestro país y en nuestro dios.
Pensamos en lo que se nos ha dado y se nos había prometido; en lo que nos hace falta y nos ha sido negado. Pensamos en lo que nos darán y lo que pediremos. Pensamos en nosotros. Exclusivamente en nosotros.
Y eso nos convierte en lo que somos. Nobles, aristócratas de una democracia, que eligen para mantener lo que tienen y conseguir lo que no tienen, para incrementar sus posesiones, su seguridad y su futuro.
Somos caballeros que aclaman, a estandarte y espada alzada, a un rey que les lleve a la gloria. Somos Lancelots que encumbramos un Arturo que construya un Camelot todo lo justo y lo seguro posible, sí, pero en el que, sobre todo, lleguemos o permanezcamos en lo más alto de la cadena alimenticia. Somos cardenales electores que se arrastran por los pasillos del poder poniendo su voto en venta a cambio de promesas y dádivas.
Hemos convertido la democracia en un cónclave.
Olvidamos el verdadero sentido de ese -en ocasiones fatuo e inutil- ejercicio de poder que es el voto. Olvidamos que se inventó para que lo ejercieramos por todos. Olvidamos que cada uno de esos sufragios se emite para todos aquellos que están destinados a disfrutarlo. Olvidamos que la democracia obliga a que cada voto sea un acto de latrocino que extrae el control y la autoridad de las arcas de los poderosos y los reparte en las aldeas de los pobles. Olvidamos que no votamos para nosotros, que no robamos ese poder para nosotros.
Olvidamos que no somos Lancelot, por honorable que este parezca; que no somos Galvan, por valiente que se nos antoje; que no somos Gawain, por místicos que sean nuestros motivos.
Olvidamos que somos o debemos ser Robin de Locksley. Luchamos para otros, robamos para otros. Votamos para otros.
Así que más nos valdría convertir el día de reflexión en día de imaginación. Más nos valdría cerrar los ojos y jugar a un juego.
Cerrad los ojos e imaginad la ansiedad de una mujer que se ve obligada por su propio miedo a dormir con la tortura; imaginad la frustración del hombre sometido a la continua sospecha por una lista negra basada en una falsa denuncia.
Cerrad los ojos e imaginad la deseperación de quien que no puede hacer aquello para lo que está preparado simplemente por que la genética y la casualidad pusieron un mar entre su nacimiento y su vida; imaginad el terror del infante que ve su futuro condenado a las rejas por intentar sobrevir todos los días.
Cerrad los ojos e imaginad la agonía de ver escaparse tu vida por mor de una bala, una bomba o un obús en cualquier parte del mundo o del país; imaginad el dolor de no poder llamar patria a tu patria por pequeña que esta sea.
Cerrad los ojos e imaginad la impotencia de aquellos que, después de haberlo hecho todo, son incapaces de hacer nada por si mismos; imaginad la sorpresa de aquellos que sin haber tenido oportunidad de haber realizado nada desaparecen por la irresponsabilidad y el egoismo de aquellas que han hecho lo que no debían.
Cerrad los ojos e imaginad la incomprensión de los seres humanos que no pueden llamar familia a aquellos a los que aman porque son de su mismo sexo; imaginad la tristeza de un hombre que se siente apartado injustamente de aquellos a los que dio la vida porque se supone que las herramientas biológicas tienen más valor que los sentimientos.
Y luego abridlos. Pero no mireis a la Mesa Redonda donde todo el mundo es bello y justo. Mirad al Bosque de Sherwood donde, entre las sombras, se ocultan los que son y los que no deberían ser.
Contemplad la rabia asesina del terrorista; la cruel agresividad de quienes golpean y torturan a los que dicen amar; la despótica moralidad de aquellos que imponen su dios desde los púlpitos y las manifestaciones; el odio ciego de aquellas que utilizan la ley como venganza contra un hombre que no las ama; el lacerante desprecio de quienes insultan y agreden a seres humanos cuyas feromonas no reaccionan de la manera en la que se supone que su dios las organizó; la absoluta irresponsabilidad de las que matan por no renunciar a media hora de placer y a una figura de talla 38; la opresiva sinrazón de los que creen que una bandera y un himno justifica cualquier desmán siempre y cuando sean su bandera y su himno.
Y recordad que el voto también se ejerce para que nuestros enemigos tengan los mismos derechos que nosotros; para que nuestros adversarios tengan las mismas oportunidades; para que nuestros rivales tengan las mismas armas. Para que nuestros torturadores no sean torturados. Para que nuestros verdugos no sean asesinados.
Luego volved a cerrad los ojos. Y si, aún así, seguís viendo hipotecas, carreteras, trenes de alta velocidad, cestas de la compra, cheques regalo, fondos de pensiones, bajas de maternidad, exenciones fiscales, ideas de Estado, rebajas de impuestos, subvenciones, aumentos de sueldos, descensos de la inflación, conceptos de Nación o cualquiera de esas cosas, entonces, haced un último esfuerzo para ganar este juego.
Aapretad los párpados un poco más fuerte e imaginad que todos los que habeís imaginado... son vosotros.
.
Luego abrid los ojos y votad.
3 comentarios:
Sí que tenemos poder.
Sí que somos importantes.
Pero eso no significa que seamos todopoderosos.
Un voto no nos va a librar de todas las cosas malas que has mencionado. De algunas no nos puede librar nadie, pero la mayoria de esas que has enumerado dependen, por desgracia o por fortuna, del presidente que somos nosotros mismos en nuestra propia vida. Y somos presidentes fruto de un golpe de estado biológico, sin democracia alguna. Pero tendrá que valer, porque tenemos la obligación de luchar por el bienestar de nuestro pueblo por muy adversas que sean las circunstancias.
Votar a uno o a otro hará que las aguas por las que navegamos nuestro barco sean más o menos profundas, más o menos plagadas de piedras picudas. Pero ninguno hará que deje de llover o que las olas no superen los cinco metros. Ellos no tienen tanto poder. Por suerte.
"...que somos nosotros los que detentamos, al menos nominalmente, el poder"
Dice el diccionario de la RAE:
Detentar.- Retener y ejercer ilegítimamente algún poder o cargo público.
Sin duda no quiso Vd. decir eso.
Sanchez. Por suerte tienes el poder de pensar y lo ejerces con profusión. No esperaba menos de tí.
En cuanto al anónimo.
Tiene razón. No quise decir ilegitimamente. Pero, si uno se para a pensarlo, poseemos por una jugarreta biológica el poder sobre nuestros hijos; por una jugarreta sentimental el poder de herir o alegrar a aquellos que nos aman; por una jugarreta evolutiva el poder de salvar o destruir el entorno natural que no nos pertenece en absoluto...
Así que, quizás -sólo quizás-, sí que, como dice el diccionario en su segunda acepción, "Retenemos lo que manifiestamente no nos pertenece".
Porque al fin y al cabo que sea inevitable, no lo hace legítimo.
Pero es cierto. No quise decir eso.
Cambiaré detentar por ejercer.
Gracias
Publicar un comentario