viernes, julio 10, 2009

Víctor Hugo en la mesa del diálogo social

Hoy vamos de lo nuestro. Porque, aunque parezca imposible, aunque las financiaciones autonómicas, las cifras del paro y las bombas de los mafiosos furiosos puedan hacer parecer que poco nos queda, algo nos queda de lo nuestro.
Y eso poco que nos queda, que nos es más que un atisbo estadístico lejano en las oficinas de los gurús económicos del orbe, es lo que se está arriesgando, lo que nos jugamos, con el llamado diálogo social que, como sigan las cosas así, no va a ser ni diálogo ni social.
Dicen los que saben de historia, que no son precisamente los que la hacen -que ella se hace a si misma solita- que la historia es cíclica. Y puede que tengan razón, de hecho la tienen. Pero lo que no se puede hacer es forzar esa vuelta, ese boomerang, para conseguir los objetivos de algunos. Y eso es en lo que están los empresarios de este país en el diálogo social.
Se sacan de la manga algo llamado contrato del siglo XXI y dicen que eso solucionará la crisis, que eso nos sacará del pozo en el que esperan y desesperan cuatro millones de españoles, que nos devolverá a los años en los que "España iba bien".
Y el contrato del siglo XXI nos dejará sin indemnización por despido los dos primeros años, nos la reducirá a 15 días los dos años siguientes y luego, ya se verá. Resulta obvio que han debido leer a algún inclito historiador de la teoría de ciclos y han decidido que el siglo XXI debe ser como el siglo XVIII.
Por activa y por pasiva quieren abaratar el despido hasta reducir su coste a cero, quieren convertirnos en remedos modernos de esos personajes costumbristas franceses que se lo jugaban todo en un error, en un mal dia de recolecta o en una subida a destiempo de la mina.
Porque abaratar el despido ayuda a las empresas, les permite mantenerse activas y generar beneficios. Ese es el misterio intrínsico por el que claman los prebostes del Banco Central Europero, los gobernadores del Banco de España y por supuesto los empresarios. Mas que nadie los empresarios.
La idea de nuestros empresarios es fáctible -machacar al de abajo siempre es fáctible- y mucho más si además les reducen en cinco puntos las cotizaciones al desempleo y a la Seguridad Social. O sea que te quedas sin seguridad ninguna en el trabajo, sin seguridad en el desempleo y con menos cobertura social y sanitaria. Ya sólo nos hacen falta unas cuantas gorras parisinas, unas banderas al viento y unas cuantas voces bien timbradas para trasladarnos de golpe a algo que que, hasta ahora, no era otra cosa que una famosa novela costumbrista y un, lamentablemente más famoso, musical de Broadway. Nos lleva de nuevo a Los Miserables de Victor Hugo.
No se equivocan. Esa contratación será del siglo XXI porque mantendrá sus niveles de beneficio en este siglo, aunque revierta la cobertura y los derechos de aquellos que les otorgan esos beneficios cuatro siglos atrás.
Pero eso no importa porque los beneficios se mantendrán. Abaratar el despido no dará trabajo a los cuatro millones de parados, pero eso no importa: los beneficios se mantendrán; no dará liquidez a las seiscientas mil familias en quiebra, pero mantendrá los beneficios; no permitirá afrontar las hipotecas al millón de familias que no pueden hacerlo, pero mantendrá los beneficios.
Y luego ellos dan su palabra de honor de caballeros de reinvertir esos beneficios que se mantienen a costa de la deseperanza y la falta de recursos de otros en generar empleo, que a su vez aumentará el consumo y devolverá el sistema al maravilloso punto de partida en el que se encontraba cuando "España iba bien".
Dan ganas de remedar el chiste de catalán ilustre y levantar la cabeza hacia el cielo para decir bajito "Vale, nano, pero ¿hay alguien más?"
Pero lo que queda de lo nuestro, la España que completaba ese lema aznariano con la pregunta al viento de "¿a costa de quién?" no les cree.
No les cree porque ve como siguen repartiendo dividendos de 500 millones de Euros entre seis familias incluso cuando bajan los beneficios; no les cree porque observa como siguen firmando contratos blindados a sus ejecutivos, como siguen escapando con las gratificaciones por objetivos cuando no han cumplido objetivo alguno, como siguen gastando el dinero en dádivas a los políticos en lugar de en pagas justas y dignas a los votantes.
No les cree porque sigue viendo expedientes de regulación de empleo presentados a la vez que se mantienen en nómina los sueldos más altos, a la vez que se anuncian beneficios millonarios, a la vez que se anticipan inversiones estratósfericas en negocios que aún no están siquiera en pañales.
Puede que no les crea porque ya no visten de puñetas, levita y corbata de lazo, como sus añorados e ínclitos antepasados de la textil catalana o la peletera valenciana. Puede que no les crea porque ya no llevan ni sombreros de copa, ni bastones de cedro, ni cintas, ni lazos. Aunque sigan manteniendo la jactancia, que diría Cyrano.
O puede que no les crea porque ya está harta de ver como esos empresarios creen tener derecho de pernada sobre sus agendas y sus tiempos, exigiendo disponibilidades, flexibilidades horarias y jornadas maratonianas por el mismo ínfimo precio que se supone que valen ocho horas de trabajo.
Puede que la España del "¿a costa de quién?" -o sea todos nosotros- no les crea porque está cansada de verse aferrada con uñas y dientes a trabajos indeseables por miedo a no tener otro mejor; de verse empotrada en oficios que no les llenan por salarios que no les satisfacen porque los empresarios, esos empresarios que han jurado devolvernos lo que ahora se quedan para ellos, no han cumplido nunca su palabra y han transformado esos beneficios en yates y mansiones en lugar de en nuevos puestos de trabajo.
O puede que no les crea porque ha leído a Victor Hugo.
En cualquier caso. Aun queda una pregunta por contestar:
¿Como será el contrato del siglo XXII? ¿contratos por un día?, ¿trabajos a destajo?, ¿vacaciones sin pagar?. ¡Uy, lo siento, me he equivocado!. Eso ya lo tenemos.

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