Cuando aún se destilan las esencias de la última exlosion, cuando aún la cuentan los reporteros, la analizan los columnistas y la investigan los mismos que pudieron ser muertos por ella; cuando aun no se han apagado los ecos del último mensaje mafioso que pretende hacer hacerse oír cuando no hay nadie que quiera escuchrale, el mundo se pone a cambiar ante nuestros ojos, como una mutación global que nos llevara allá donde parecía imposible que se podía llegar.
Parece que el atentado de Burgos fuera más de lo mismo. Otro intento de cubrir con sangre la falta de ideas, de recursos, Otra forma de tapar con ruido la ausencia de intenciones, de esconder con gritos y explosivos sus deseos de medrar en el enfrentamiento y obtener rendimientos mafiosos del miedo de los otros.
Pero no es. No es lo mismo. Nunca será lo mismo. Ya no.
Intentar una matanza en una casa cuartel de Burgos parece que es uno de esos movimientos clásicos de ETA. Tristemente clásicos. Pero lo de Burgos, el fracaso de Burgos, es un síntoma de algo nuevo, es uno elemento distinto en una dinámica que cambia el mundo y cambia las reglas de un juego que nunca lo fue, de una guerra que nunca debío emprenderse y que debió detenerse mucho antes.
Pese a los cuarenta y seis heridos, pese a los inmensos daños materiales, pese a la aparente esencia idéntica a lo que los los mafiosos furiosos han hecho siempre, a lo que están acostumbrados y lo que han destinado sus vidas y nuestras muertes, el atentado es distinto.
Todo atentado es una cosa, todo acto bárbaro y violento es miedo, es terror en estado puro y duro. Es un reflejo y un atisbo de la fuerza que el pánico y el miedo tiene sobre las mentes de aquellos que no pueden dejar que, como en la novela clásica, el miedo pase por encima de ellos, por debajo de ellos y a través de ellos.
Toda bomba, todo tiro en la nuca, todo estallido aleatorio, todo asesinato programado lleva la misma firma. Lleva la firma del terror. Pero por fín, aunque cueste creerlo, la rúbrica ha cambiado.
La mano que sujeta la pluma temblorosa que rubricá la firma del terror ya no es vasca, ya no es española, ya no es nacionalista, ya no es españolista y ni siquiera es abertzale. La mano que sujeta el terror, el miedo, el pánico del atentado de Burgos es una mano oscura y sin cerebro. Es la mano de ETA.
ETA ya no mata porque quiera dar miedo. Los mafiosos del norte matan porque ahora están muertos de miedo.
Si fuera sucio, violento y vengativo como ellos me alegraría. ¡Que coño!, aunque no soy sucio, violento ni vengativo como ellos, me alegro.
Los mafiosos furiosos están aterrados. Asustados porque ya no pueden chantajear con el nacionalismo a un Gobierno de Euskadi obligado por poder y el voto a nadar entre dos aguas; paralizados por el pánico que les provoca que el entorno abertzale vote a los independentistas pacíficos y no participe en sus máscaradas de votos nulos; estremecidos de que, hasta sus propios voceros, predicadores de plaza de pueblo y pregoneros afónicos de la lucha armada, hablen contra ellos; aterrorizados de que aquellos que están entre rejas, por la sangre de sus manos y por su odio, les escupan a la cara su locura y su estupidez en la persistencia de utilizar la muerte como moneda de cambio política.
El miedo de ETA la comprime, la hace pequeña, la reduce. La vuelve tan pequeña como siempre lo fueron sus argumentos, sus pretensiones, sus intentos de imponer aquello en lo que ni siquiera creen para poder seguir viviendo y medrando con ello.
El pánico muda a los mafiosos de gatillo fácil y bomba presta en jóvenes inútiles, incapaces de hacer nada a derechas, en torpes aprendices, que miran modrosos por detrás de su hombro una y otra vez, temerosos de contemplar, ya no a la Guardia Civil o la Polícia Nacional, sino a cualquier vecino, cualquier transeunte, cualquier vasco. Lo que ocurre en el norte, lo que está ocurriendo, les ha enseñado que ya no están seguros, que ya no pueden saber quien está junto a ellos. Que una ikurriña ya no es una patente de corso para hacer cualquier cosa en su tierra.
El miedo, su miedo, les ha forzado a llevar hasta Burgos su mensaje absurdo, su diálogo de sordos. El terror que destilan los que mandan en ETA les ha hecho huir de Euskadi.
Ya no es el miedo a la detención, a la acción policial, a la pérdida de efectivos y materiales. Ya no es ese pavor con el que convive siempre todo el que huye, todo el que ha hecho del crimen su forma de vida. Es el pánico infinito a perder lo que tienen, a darse un cuenta un día de que no hay poder en sus bombas y no hay mando en sus armas. es el miedo a estar sólo.
Por primera vez, pese al atentado, pese a una casi matanza, pese apoder hacerlo y a tener la intención, no ha logrado el objetivo de matar para el miedo. Su terror se lo impide.
Por primera vez ese espanto que ha sacudido cada acción, cada intento, cada eslabón baldio de la cadena de miedos y de odios que ha querido colocar ETA sobre su tierra y los que viven en ella, ha cambiado de bando, ha atacado a aquellos que le buscan, que intentaron convertile en el dios que rigiera los destinos de Euskadi.
Y nos alegra, aunque no seamos como ellos, nos alegra. En estas latitudes infernales tenemos dos cosas claras: todo acaba y...
Nada es más fuerte que el miedo. Ni siquiera lo es ETA.
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