Después de mucho tiempo -habeís sido afortunados- vuelve el occidente Incólume con un forma más de las que adoptan nuestras dinámicas elusivas.
4.- El mercado vital de las opciones infinitas o el Vientre del Arquitecto.
Como creadores de nuestros propios ritmos y buscadores de unos finales que han cambiado la predestinación por la predeterminación inconsciente surgida de nuestros propios universos unipersonales e irreales, necesitamos presentarnos ante el mundo en condiciones de extraer de él lo que necesitamos y sólo lo que necesitamos.
En ese aspecto hemos heredado las posiciones ideológicas del romanticismo más exacerbado y, como en otras muchas cosas, las hemos girado hasta que hemos conseguido saltar las roscas y hacerlas absolutamente inútiles.
Byron, Shilley, Burton o Bequer elegían del mundo lo que querían ver, lo pasaban por el tamiz de su propia visión y luego elegían vivir según los criterios que habían elegidos, ya fueran el absenta, la creación, el compromiso político, la aventura o el amor romántico en la más carnal acepción de la palabra.
De este modo la sífilis, la locura, la tuberculosis, la soledad, una bala en el vientre en un castillo griego o un corte de cimitarra en el rostro eran el producto final no rechazable del mundo en el que habían elegido vivir, de la elección hecha en un mundo en el que las opciones se transformaban en elecciones y se resultaba consecuente con ellas en la vida e incluso en “las bonitas muertes” que ansiaban y buscaban.
Pero nosotros, este occidente incólume, que pretende salvarse y abstraerse de toda responsabilidad, ha llevado esa elección de los parámetros del mundo a algo irrelevante, secundario, transferible y sobre todo derogable.
Acostumbrados como estamos a presentarnos de perfil ante la posibilidad de una responsabilidad, de una decisión irrevocable e ineludible, hemos acuñado el concepto de opción como sustitutivo de la elección. Hemos cambiado la ineludible voluntad de una elección por la tentativa constante y perecedera de la opción.
Somos, como él incapaces de ver más allá de ninguna elección, porque somos incapaces de responsabilizarnos de ninguna de ella y eso origina una serie de comportamientos que nos mantienen en esas dinámicas de elusiones continuas de nuestra responsabilidad con respecto a nuestras propias elecciones y por tanto con respecto a nuestra propia vida.
a) Arquitectura vitalicia o el Coleccionista de Opciones
En esta dinámica de mutar la elección por la opción podría decirse que la referencia de ficción más expresiva es la metáfora que se construye alrededor del personaje llamado El Arquitecto de la saga cinematográfica de los hermanos Warchosky. Hemos pretendido convertirnos en ese personaje que, con su bolígrafo va viendo pasar ante su vista todas las opciones posibles y selecciona las que considera más adecuadas para cada momento y estadio de su mundo cerrado y personal.
Pero no lo hacemos como un arquitecto al uso, que una vez revisado y aprobado el proyecto se compromete con él y lo intenta llevar a sus últimas consecuencias. Pretendemos hacerlo como ese viejo arquitecto de Matrix que cuando algo no marcha intenta reiniciar una y otra vez el sistema para optar por otra opción a ver si la casualidad o la suerte hacen que esta vez no se desequilibre.
Hoy, todos estamos llamados a ser arquitectos de nuestras vidas. Lo cual, una vez más, es la perversión de un concepto que fijó desde El Renacimiento y la caída de la servidumbre que prentendía que todo ser humano pudiera hacer sus elecciones vitales más allá de su rango o condicióm, y que nosotros hemos querido entender e intentado transformar en el hecho de mantener siempre todas las posibilidades de elección, todas las opciones, abiertas a cualquier precio para poder volver a ellas cuando las necesitamos.
Nos consideramos El Arquitecto de nuestras vidas y nos comportamos como el hierático hasta el extremo de la repelencia personaje. Hemos construido su sistema, un sistema impoluto, blanco y constante, que se mueve según los ritmos de una rutina secreta y apenas perceptible, de una programación sin fallo. Un sistema estable. Estable como una máquina. Estable como la muerte.
Nos sentamos en el centro de su sala de control y con nuestro mando a distancia -sea un bolígrafo óptico o no- nos dedicamos a pasar por cada una de esas rutinas, de esos ritmos inocuos, de esos mecanismos de defensa y corrección. Nos dedicamos a tratar de ajustarlas a nuestras necesidades, a mantenerlas en los parámetros que el sistema les necesita.
Cuando tomamos el camino que nos muestra una de esas pantallas, cuando nos concentramos en una de esas opciones, nos ponemos a ello dejando todo el resto de las posibilidades en la zona periférica de nuestra atención. Nos sometemos a nuestras propias exigencias pensando que así vivimos en nuestro sistema.
Como El Arquitecto de Matrix creemos que estamos sometiendo la vida a nuestros parámetros cuando resulta ser que es el parámetro el que nos somete la vida.
Nos encerramos en nuestra estancia cerrada con una llave que nadie - ni el Hacedor de Llaves- posee y que nosotros mismos hemos olvidado en que lugar hemos escondido y esperamos que no llegue la siguiente anomalía sistémica. El cíclico recuerdo de que el sistema no es perfecto.
Como creadores de nuestros propios ritmos y buscadores de unos finales que han cambiado la predestinación por la predeterminación inconsciente surgida de nuestros propios universos unipersonales e irreales, necesitamos presentarnos ante el mundo en condiciones de extraer de él lo que necesitamos y sólo lo que necesitamos.
En ese aspecto hemos heredado las posiciones ideológicas del romanticismo más exacerbado y, como en otras muchas cosas, las hemos girado hasta que hemos conseguido saltar las roscas y hacerlas absolutamente inútiles.
Byron, Shilley, Burton o Bequer elegían del mundo lo que querían ver, lo pasaban por el tamiz de su propia visión y luego elegían vivir según los criterios que habían elegidos, ya fueran el absenta, la creación, el compromiso político, la aventura o el amor romántico en la más carnal acepción de la palabra.
De este modo la sífilis, la locura, la tuberculosis, la soledad, una bala en el vientre en un castillo griego o un corte de cimitarra en el rostro eran el producto final no rechazable del mundo en el que habían elegido vivir, de la elección hecha en un mundo en el que las opciones se transformaban en elecciones y se resultaba consecuente con ellas en la vida e incluso en “las bonitas muertes” que ansiaban y buscaban.
Pero nosotros, este occidente incólume, que pretende salvarse y abstraerse de toda responsabilidad, ha llevado esa elección de los parámetros del mundo a algo irrelevante, secundario, transferible y sobre todo derogable.
Acostumbrados como estamos a presentarnos de perfil ante la posibilidad de una responsabilidad, de una decisión irrevocable e ineludible, hemos acuñado el concepto de opción como sustitutivo de la elección. Hemos cambiado la ineludible voluntad de una elección por la tentativa constante y perecedera de la opción.
Somos, como él incapaces de ver más allá de ninguna elección, porque somos incapaces de responsabilizarnos de ninguna de ella y eso origina una serie de comportamientos que nos mantienen en esas dinámicas de elusiones continuas de nuestra responsabilidad con respecto a nuestras propias elecciones y por tanto con respecto a nuestra propia vida.
a) Arquitectura vitalicia o el Coleccionista de Opciones
En esta dinámica de mutar la elección por la opción podría decirse que la referencia de ficción más expresiva es la metáfora que se construye alrededor del personaje llamado El Arquitecto de la saga cinematográfica de los hermanos Warchosky. Hemos pretendido convertirnos en ese personaje que, con su bolígrafo va viendo pasar ante su vista todas las opciones posibles y selecciona las que considera más adecuadas para cada momento y estadio de su mundo cerrado y personal.
Pero no lo hacemos como un arquitecto al uso, que una vez revisado y aprobado el proyecto se compromete con él y lo intenta llevar a sus últimas consecuencias. Pretendemos hacerlo como ese viejo arquitecto de Matrix que cuando algo no marcha intenta reiniciar una y otra vez el sistema para optar por otra opción a ver si la casualidad o la suerte hacen que esta vez no se desequilibre.
Hoy, todos estamos llamados a ser arquitectos de nuestras vidas. Lo cual, una vez más, es la perversión de un concepto que fijó desde El Renacimiento y la caída de la servidumbre que prentendía que todo ser humano pudiera hacer sus elecciones vitales más allá de su rango o condicióm, y que nosotros hemos querido entender e intentado transformar en el hecho de mantener siempre todas las posibilidades de elección, todas las opciones, abiertas a cualquier precio para poder volver a ellas cuando las necesitamos.
Nos consideramos El Arquitecto de nuestras vidas y nos comportamos como el hierático hasta el extremo de la repelencia personaje. Hemos construido su sistema, un sistema impoluto, blanco y constante, que se mueve según los ritmos de una rutina secreta y apenas perceptible, de una programación sin fallo. Un sistema estable. Estable como una máquina. Estable como la muerte.
Nos sentamos en el centro de su sala de control y con nuestro mando a distancia -sea un bolígrafo óptico o no- nos dedicamos a pasar por cada una de esas rutinas, de esos ritmos inocuos, de esos mecanismos de defensa y corrección. Nos dedicamos a tratar de ajustarlas a nuestras necesidades, a mantenerlas en los parámetros que el sistema les necesita.
Cuando tomamos el camino que nos muestra una de esas pantallas, cuando nos concentramos en una de esas opciones, nos ponemos a ello dejando todo el resto de las posibilidades en la zona periférica de nuestra atención. Nos sometemos a nuestras propias exigencias pensando que así vivimos en nuestro sistema.
Como El Arquitecto de Matrix creemos que estamos sometiendo la vida a nuestros parámetros cuando resulta ser que es el parámetro el que nos somete la vida.
Nos encerramos en nuestra estancia cerrada con una llave que nadie - ni el Hacedor de Llaves- posee y que nosotros mismos hemos olvidado en que lugar hemos escondido y esperamos que no llegue la siguiente anomalía sistémica. El cíclico recuerdo de que el sistema no es perfecto.
b) La anomalía sistémica.
Incluso en esa pertinaz obcecación sabemos, que la anomalía sistémica llegará, porque en realidad no hemos creado el sistema, ni siquiera lo hemos elegido. Nos hemos limitado a optar por el. No nos hemos comprometido con él. No hemos hecho una elección. Nos hemos limitado a explorar una opción evitando todo aquello de esa opción que no nos convenía, que no se adecuaba a nuestras necesidades. Creyendo que si sale mal siempre podremos, siempre tenemos el derecho de dar marcha atrás y elegir otra.
El Oráculo -glorioso personaje vital de Matrix- dice de Su Arquitecto: ¿El Arquitecto? Nosotros no podemos ver más allá de nuestras elecciones, pero ¡Por Dios! ¡Ese hombre no puede ver más allá de ninguna elección!
Lo que no dice El Oráculo es que El Arquitecto no puede ver más allá de ninguna elección porque no ha hecho ninguna elección. Su sistema no le deja.
Sabemos que el sistema hará crisis porque no puede mantenerse con la sola fuerza de nuestro voluntarismo y sin que aceptemos responsabilidad o esfuerzo ninguno sobre él. Y cuando la anomalía sistémica nos ataca, cuando dejamos de percibir la bondad del sistema vital que hemos construido porque deja de responder a las necesidades individuales para las que lo diseñamos reaccionamos de la única manera que nuestras dinámicas personales y ilusorias nos permiten.
No intentamos apuntalarlo, no intentamos modificar nuestra posición en él, no intentamos defenderlo o arreglarlo. Simplemente renunciamos a él.
Incluso en esa pertinaz obcecación sabemos, que la anomalía sistémica llegará, porque en realidad no hemos creado el sistema, ni siquiera lo hemos elegido. Nos hemos limitado a optar por el. No nos hemos comprometido con él. No hemos hecho una elección. Nos hemos limitado a explorar una opción evitando todo aquello de esa opción que no nos convenía, que no se adecuaba a nuestras necesidades. Creyendo que si sale mal siempre podremos, siempre tenemos el derecho de dar marcha atrás y elegir otra.
El Oráculo -glorioso personaje vital de Matrix- dice de Su Arquitecto: ¿El Arquitecto? Nosotros no podemos ver más allá de nuestras elecciones, pero ¡Por Dios! ¡Ese hombre no puede ver más allá de ninguna elección!
Lo que no dice El Oráculo es que El Arquitecto no puede ver más allá de ninguna elección porque no ha hecho ninguna elección. Su sistema no le deja.
Sabemos que el sistema hará crisis porque no puede mantenerse con la sola fuerza de nuestro voluntarismo y sin que aceptemos responsabilidad o esfuerzo ninguno sobre él. Y cuando la anomalía sistémica nos ataca, cuando dejamos de percibir la bondad del sistema vital que hemos construido porque deja de responder a las necesidades individuales para las que lo diseñamos reaccionamos de la única manera que nuestras dinámicas personales y ilusorias nos permiten.
No intentamos apuntalarlo, no intentamos modificar nuestra posición en él, no intentamos defenderlo o arreglarlo. Simplemente renunciamos a él.
Recurrimos de nuevo al falso concepto de libertad en el que nos hemos movido desde que consideramos que el la irresponsabilidad adulta era un derecho inalienable del ser humano, desde que establecimos los sistemas de rotación de nuestros universos unipersonales.
Como no puede ser de otra manera percibimos que la anomalía que desequilibra nuestro sistema –el Neo, de la película- proviene del exterior, es un ataque de algo que está fuera de nosotros, algo que nos amenaza, algo que nos perturba y que no tiene derecho a atacarnos. Nos negamos a ver que la anomalía sistémica somos nosotros mismos.
Porque esas opciones que hemos explorado, que hemos preferido, han sido el resultado de eliminar, como en otros muchos aspectos y facetas, a los otros de la ecuación de nuestras vidas.
Como no puede ser de otra manera percibimos que la anomalía que desequilibra nuestro sistema –el Neo, de la película- proviene del exterior, es un ataque de algo que está fuera de nosotros, algo que nos amenaza, algo que nos perturba y que no tiene derecho a atacarnos. Nos negamos a ver que la anomalía sistémica somos nosotros mismos.
Porque esas opciones que hemos explorado, que hemos preferido, han sido el resultado de eliminar, como en otros muchos aspectos y facetas, a los otros de la ecuación de nuestras vidas.
A algunos os sonará parte de esto, pero ya he dicho que El Occidente Incolume, como sistematización, incluirá partes de otros post.
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