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jueves, octubre 25, 2012

Encarcelar a Galileo para que La Tierra siga quieta

Esa parte del mundo que compone el Occidente Atlántico hay veces que se empeña en hacer posible lo imposible, en desparramar por la realidad flores y perlas que ahondan en la exposición desgarrada y constante de su incapacidad para comprender elementos y conceptos que ella misma creo cuando todavía, hace muchos siglos ya, era un colectivo activo y vital.
Y uno de esos conceptos que se nos escapan de entre los dedos porque nunca hacemos el esfuerzo real de agarrarlos es la responsabilidad. 
Tanto hemos olvidado como se ejerce y en que consiste que en ocasiones, cuando creemos que no hay más remedio que tirar de ella, no sabemos cómo exigirla, como ejecutarla y mucho menos como repartirla.
Uno de los casos más dantescos es lo acaecido en los juzgados italianos. Siete científicos de la Comisión de Grandes Riesgos del gobierno italiano han sido condenados a seis años de cárcel por homicidio doloso por fallar en sus previsiones del terremoto de L'Aquila en abril de 2009 que se llevó por delante a 309 personas.
Porque claro alguien tiene que ser responsable del terremoto, porque, claro, ellos tenían que haberlo sabido, porque, claro, tendrían que haber acertado y haber dicho "tal día a tal hora habrá un terremoto de 6,7 grados en la escala de Richter" y haber marcado con una cruz roja en un mapa las casas -o por lo menos las calles- que iban a ser más afectadas. Y no tendrían que haber dicho que, según lo que sabían, no había riesgos de un gran terremoto.
Ellos son responsables y hasta habrá gente que considere el razonamiento plausible. Y lo harán porque no han entendido el concepto de responsabilidad. O mejor dicho porque lo eluden, lo evitan de una forma tan descarada que simplemente se han acostumbrado a cargarlo sobre otros, siempre sobre los demás.
Nadie condena a cárcel a un analista financiero por fallar en sus previsiones sobre la deuda soberana -cosa que últimamente hacen todos los días-, nadie condena a daños y perjuicios a un meteorólogo televisivo por fallar en sus previsiones de lluvias y hacer que media población salga en manga corta y se pille un resfriado al volver empapada a su casa o por no anticipar que una tormenta generará una riada que anegará por completo un pueblo entero. Y parece que no es lo mismo, parece que esas circunstancias -incluso la riada- son menores, no son trágicas, no han matado a 309 personas y por eso se pueden pasar por alto con alguna que otra crítica y un torcimiento de gesto contrariado. Pero lo de L'Aquila es diferente. Eso es terrible, es trágico.
Alguien tiene que ser responsable. Alguien que no seamos nosotros claro.
Porque el juez que ha condenado a los científicos en realidad no ha hecho algo que no hagamos nosotros cada día, cada vez que es necesario recurrir a ese concepto de responsabilidad que tanto nos hace rechinar los dientes por el esfuerzo y las obligaciones que nos impone.
Es una situación idéntica, pasada por el tamiz de un estrado judicial, eso sí,  a cuando achacamos a las circunstancias económicas una ruptura sentimental o cuando culpamos al caos organizativo de nuestro jefe de nuestros errores laborales, o cuando echamos la culpa a la suegra de que nuestra pareja nos vea los defectos, o cuando culpamos a los bancos de que debamos 200.000 euros porque hemos ido pidiendo préstamo tras préstamo y saltando el crédito de tarjeta tras tarjeta hasta que las facturas impagadas nos sumergen, o cuando responsabilizamos a nuestros sueldos de seguir viviendo a los cuarenta en casa de nuestros padres mientras nos hartamos de salir los fines de semana y hacer compras por Internet, o cuando culpamos a nuestros padres de habernos educado mal para explicar porque somos unos egoístas a ultranza, o cuando le echamos la culpa al coste de la vida -¡que poco se usa ya ese antiguo sintagma!- de habernos obligado al fraude fiscal, a la evasión de impuestos, al engaño impositivo o a beneficiarnos de desgravaciones a las que no tenemos derecho.
En definitiva, es hacer caer la responsabilidad de una situación indeseada sobre alguien que no somos nosotros para que nadie pueda reflexionar sobre si nosotros somos al menos parcialmente responsables de esa situación.
Porque claro, si los científicos hubieran dicho que sí había riesgos, el terremoto no hubiera ocurrido, por supuesto. Si Galileo no hubiera dicho que la tierra se movía está hubiera seguido quieta y sin girar con toda seguridad.
No llegamos a eso, al menos en este caso concreto, pero utilizamos el condicional para crear un escudo de responsabilidades basado en cosas que quizás hubieran ocurrido de otra manera. Convertimos la realidad en un What if de comic. 
Entonces la gente hubiera abandonado sus casas, entonces el gobierno los hubiera evacuado, entonces hubieran apuntalado los edificios más viejos para que no se vinieran abajo, entonces hubieran vivido durante esos días debajo de los vanos de las puertas y se hubieran salvado.
Sabemos que es mentira. Sabemos que la mayoría de la gente hubiera tenido más miedo pero hubiera seguido en sus casas porque no tenía otro sitio adonde ir, sabemos que el gobierno -y mucho menos el de Berlusconi- no hubiera movido un dedo, sabemos que la gente hubiera seguido saliendo a la calle porque no le quedaba más remedio. Sabemos que hubieran muerto las mismas personas.
Pero es mejor vivir en ese condicional que impone la responsabilidad de otros para eludir el hecho de que esa responsabilidad está diluida a lo largo de siglos. Porque las personas que se asentaron allí hace cientos de años ni siquiera conocían el concepto de movimiento sísmico, porque cuando ya se sabía, nadie impidió que se siguiera construyendo en esas zonas para evitar que hubiera más población en riesgo, porque nadie impuso estrictas normas de edificación antiterremotos desde que estas existen, porque nadie informó a los que compraban las viviendas de que corrían ese peligro, porque nadie dotó a una zona sísmicamente activa de refuerzos excepcionales en su sistema de emergencias, porque nadie hizo el esfuerzo añadido de inculcar la forma correcta de reaccionar ante un terremoto ni nadie hizo el más mínimo intento de aprenderlo.
Porque sabemos que si analizamos las verdaderas responsabilidades, los verdaderos porqués, de esa tragedia, sabemos que, aunque sea de lejos, alguno nos va a terminar cayendo encima como sociedad al menos y como individuo en el peor de los casos.
Así que, como en otras muchas facetas sociales y personales, culpamos a otro, responsabilizamos a terceros y seguimos adelante. Aunque eso suponga una condena a cárcel de alguien que no la merezca.
Y más en este caso donde la supervivencia, el bien que hemos considerado siempre sagrado por confundirlo con la vida, ha sido ultrajada. 
Nos volvemos a los científicos con la misma mirada que en los tiempos oscuros de la protohistoria se volvían a los magos, los alquimistas o los oráculos.
Los médicos tienen la obligación de salvarnos la vida, de curarnos, y si no lo hacen es que han fallado, los policías tienen la obligación de protegernos y si no llegan a tiempo es que han fallado, los bomberos tienen la obligación de rescatarnos y sin no logran hacerlo es que han fallado.
Creemos que tenemos derecho a la supervivencia eterna, a que se nos garantice, a que todos muramos de viejos -o incluso ni eso- y cuando vemos que eso no ocurre nos giramos hacia aquellos que han hecho posible con sus conocimientos, con su trabajo y con su esfuerzo que esa supervivencia se alargue y se haga más segura y les preguntamos airados ¿por qué ahora no?, ¿por qué en esta ocasión no habéis obrado el milagro?, ¿por qué a mí no?
Los transformamos en magos ex machina que están obligados a salvarnos siempre y que si no lo hacen simplemente son negligentes, inútiles o criminales.
Olvidamos que el planeta, la naturaleza y la realidad en general no han firmado la Carta Universal de Derechos Humanos, que a ellos nuestra supervivencia no les importa lo más mínimo y contra eso ningún científico, por mucho que sepa, puede luchar.
Y olvidamos sobre todo que, por mucho que eludamos nuestras pretéritas responsabilidades achacándoselas a ellos en un presente en el que ya ha estallado la tragedia, condenar a siete científicos por no predecir que La Tierra iba a temblar no va a obligar a La Tierra a permanecer quieta.
Ni en L´Aquila, ni en el resto del mundo, ni en ninguna de las facetas de nuestra existencia individual o colectiva. Descargar la responsabilidad en otros no suaviza las consecuencias sobre la vida. Las conciencias quizás, pero las consecuencias no.

martes, diciembre 06, 2011

Toda la sal de Italia en las lágrimas de Elsa Fornero

Hoy tengo toda la sal de Italia en mis lagrimones.
Hoy tengo toda la sal de Italia quemando las heridas que Il Condottiere Berlusconi abrió y mantuvo abiertas con su cínica sonrisa, con su plácido encogimiento de hombros, en las miles de heridas abiertas que dejó en la piel y la carne transalpinas antes de abandonar el poder por la puerta de atrás.
Hoy tengo toda la sal de Italia escociendo el rostro romano, piamontés, napolitano o calabrés abofeteado por Silvio cuando dilapidó sus múltiples créditos electorales y su mando de la nave usando su lujoso camarote sardo de Certona para perder el título de Cavaliere entre los brazos y las piernas de menores de edad seducidas por dinero.
Hoy tengo toda la sal de Italia impidiendo crecer los verdes pastos en las ruinas del Quirinal que el magnate de terno perfecto derruyó haciendo de su palabra ley y rehaciendo la ley según su palabra, burlando a Europa en sus fronteras, despreciando la miseria en Lampredusa e ignorando la justicia y la razón  en las salas de pleitos, las calles y los poblados gitanos.
Hoy tengo toda la sal de Italia en mis lagrimones. En los míos y en los de Elsa Fornero, la ministra que lloró por tener que serlo.
 Hasta los italianos, amigos como nadie de librarse por las bravas de gobernantes absolutos, de abrir de parte a parte de Duces, de apuñalar a césares y de envenenar a papas y de asaetear a príncipes, son plenamente conscientes de que Silvio Berlusconi no es el causante de la crisis.
El condottiere caído no era dueño de los mercados, no ha originado la caída del imperio económico que nos sostenía, como Tiberio, Nerón o Calígula no fueron los responsables de la caída del otro imperio, el clásico.
Pero su continuo nepotismo, su constante desidia por las cosas de El Quirinal en favor de los casos de Villa Certona, su desafiante arrogancia al ignorar la realidad intentando cambiarla en su provecho y el de sus empresas, su egoísta dictadura mediática y legal que ocultaba los hechos para no hacerse responsable de ellos, han hecho que esa crisis, que hubiera sido inevitable de todos modos, sea además dolorosa, lacerante, prácticamente irreversible.
Su incapacidad, su narcisismo egoísta y la aquiescencia de los mercados para con él son las que han hecho llorar a Elsa -perdóneme señora ministra si la llamo por su nombre, pero cuando alguien me llora en público se me acerca demasiado como para no apearle el tratamiento-.
Muchos dirán que Elsa llora por los sacrificios que está anunciando, porque ve en el rostro de los trabajadores, de los pensionistas, de los funcionarios -que también son trabajadores, no lo olvidemos- y de todos los italianos que están allí y que se han tenido que ir porque ya no se podía seguir allí, el sufrimiento que las letras negras sobre el papel blanco de sus leyes van a causar en Italia.
Y no es para menos. Es para llorar que miles de italianos tengan que pagar lo que no han hecho, tengan que devolver lo que no han robado y tengan que reponer no lo que no han dilapidado.
Pero es muy posible que Elsa, la buena de Elsa que puso en pie un instituto de estudio de las pensiones para tener ahora que recortarlas, llore por otras muchas cosas.
Tal vez Llore de rabia por la injusticia que supone que los mercados, convertidos en gobernantes por arte de esa nueva dictadura que nadie quiere ver y que pocos reconocen, le impongan hacer sufrir a muchos, sacrificar a miles, quizás a cientos de miles, cuando sonrieron sin tregua y sin pudor las continuas acciones e inacciones de Berlusconi, mientras estas les llenaban los bolsillos a sus inversores. Quizás llore porque Italia es castigada por los desmanes de Silvio al mando de la nave, mientras sus empresas siguen siendo consideradas como valores seguros por los mismos analistas británicos y estadounidenses que han convertido la deuda pública italiana en papel para encender la pira en la que está ardiendo de nuevo Roma.
Es posible que llore de impotencia porque descubre, cuando revisa la redacción de sus nuevas medidas, que tanto dolor, que tanto esfuerzo, que tanto sacrificio, no servirá para nada. Que la inmolación de miles de italianos en el holocausto sagrado en el altar al déficit cero y la contención del gasto es algo que ha fallado antes y que ella sabe que fallara ahora, porque los nuevos dioses mercantiles y mercantilistas no serán aplacados, no serán satisfechos en su insaciable ansia de beneficios.
A lo mejor llora de desesperación porque Elsa, tan como está de la Roma vaticana, sabe que en esta ocasión el nuevo dios invisible de los mercados no detendrá su brazo cuando el cuchillo vaya a caer sobre la garganta de sus amados hijos como hiciera el viejo de la zarza con Abraham. Quizás sus lágrimas constaten el secreto conocimiento -ahora ya no tan secreto- de que ese nuevo dios mercantil le exigirá degollar a sus vástagos y se bañará en su sangre sin recurso alguno a la piedad.
Es probable que llore de frustración porque no quiere hacer lo que va hacer. Porque, pese a su deseo y su voluntad, se encuentra encorsetada por unas normas estructurales europeas que la impiden hacer algo radicalmente distinto, que quizás mande al carajo a los mercados, sus beneficios y sus deseos, pero que podría abrir un atisbo de esperanza en los pensionistas, los trabajadores, los funcionarios, los comerciantes...los italianos.
Cabe la posibilidad de que llore de abatimiento porque su condición de tecnócrata y no de ideóloga la impele a aplicar las normas que van a arrasar su país y la imposibilita para idear, aunque lo desee con toda su alma, algo radicalmente nuevo. Algo que no ha sido probado antes, y que podría, solamente podría, salvar su país en lugar de volver a meterlo en el círculo infinito de crisis continuas y recurrentes y sacrificios de muchos para no poner en riesgo los beneficios de unos pocos. Algo que les saque del sistema.
Y a lo peor llora de pena. A lo peor sus lágrimas son el húmedo prisma de la tristeza por el que ve pasar una tras otra todas las dictaduras que lo han sido y que no hay manera de que dejen de serlo. Quizás sus sollozos, apenas contenidos, resuman el paso de la dictadura imperial a la papal, de la papal a la monárquica, de la monárquica a la fascista, de la fascista a la mafiosa, de la mafiosa a la mediática y de la mediática a la mercantil sin que haya cambiado nada. Sin que nada pueda cambiar. A lo peor sólo llora de tristeza.
Pero llore por lo que llore Elsa, la ministra buena -que aún no sé si es buena ministra-, hoy, junto con ella, soy como Antonio, el poeta que hizo camino caminando, soy como Machado, aquel que a nadie debía nada porque todos le debían cuanto escribía.
Hoy, tengo toda la sal de Italia en mis lagrimones. En los míos y en los de Elsa.

domingo, junio 19, 2011

Cuando el Euro entra en guerra con Europa (cogito ergo molesteo)

El vicio del inmovilismo que nos aqueja está alcanzando proporciones tan dantescas que ya está rozando el límite de lo que podríamos considerar ridículo.
Después de tres años derrumbando y viendo derrumbarse un sistema que hace aguas por todos los lados, después de acudir, cual caballeros trotantes, al rescate financiero de tres países y se ha perdido la cuenta de no se sabe cuantos bancos, los dos principales socios de esta Europa que no cree que sí misma y que solamente se ve como una empresa de proporciones continentales, se juntan y deciden lo que hay que hacer para salvar los dineros del continente.
Y lo que deciden es nada. O, para ser más exactos, deciden hacer lo mismo que ya se hizo y que ya fracasó.
Y, claro, cuando se les enfadan, cuando se les manifiestan por el Pacto por el Euro, cuando se les concentran para mandarles a hacer lo que se fue a hacer el Padre Padilla, pues se sorprenden.
Los Indignados que se mueven -hay otros que solamente movemos la tecla- se cabrean, se juntan y bloquean el acceso al Parlamento español. Y lo mismo en todos los países de Europa, en las principales ciudades de Europa, en las más grandes plazas de Europa.
El supuesto gobierno de la supuesta Europa legisla contra lo que quiere su población y todavía se sorprenden.
Sakozy, Merkel y todos los que firmarán el jueves el Pacto por el Euro miran atónitos las pantallas de sus tablets, sus pda, sus iPhone o lo que sea que usen y no comprenden nada.
Durante meses se les ha reclamado un cambio y ahora que lo hacen se les echan encima. Estos europeos desde que se pusieron a pensar están insoportables.
Las medidas son claras ¿Por qué no las aceptan?
"Su objetivo es robustecer la economía comunitaria para evitar nuevas crisis que pongan en peligro a los socios más débiles del euro y, en consecuencia, también la estabilidad de la zona euro".
O sea lo nuevo para no cambiar. Seguimos considerando Europa como una suma de países, como una zona de intercambio económico. Los fabricantes de esquemas de terno perfecto y corbata amarilla -o del color que esté de moda ahora- no han hecho nada nuevo.
No hay países débiles, no hay datos macro económicos aplicables. Hay gente débil. Siguen sin pensar en dinámica de clase social -¡uuuuuh, el fantasma del comunismo!-. A cualquiera de los parados de Italia, de España o del Reino Unido le da igual que su país sea débil o fuerte, que su macroeconomía sea sólida y estable. Exige soluciones para las personas no para los balances generales del Estado.
Nada cambia, no quieren enterarse de que buscar la estabilidad no es la solución. El sistema a la fuerza se ha de mantener estable. No hay cadáver que no se mantenga estable hasta que se pudre.
Pero la cosa sigue
"El pacto por el euro incluye objetivos anuales individuales que cada país presentará a sus socios cada mes de abril". Este es bueno. Los primeros se aprobarán en la cumbre del próximo jueves y viernes en Bruselas.
De nuevo volvemos a los objetivos. A tratar los países como si fueran compañías, a tratar a los pueblos como si fueran sociedades anónimas. Y los objetivos son algo irrenunciable. Aunque se tenga que sacrificar todo lo sacrificable para ello.
No cambiamos el enfoque. Los gobiernos europeos no lo cambian porque no pueden cambiarlo, porque no saben pensar fuera del sistema económico que les permite seguir funcionando como estados, seguir siendo gobiernos independientes.
Nuestros gobernantes siguen si darse cuenta de que el cambio ha de ser radical, no una mejora, no unas tablillas, no un vendaje de compresión, no una operación de cirugía plástica ni siquiera una operación a corazón abierto.
El tío - el sistema económico que nos rige, se entiende- ha tenido un infarto, una embolia, un ictus y una apoplejía al mismo tiempo. No le vamos a salvar quitándole la sal, controlándole el colesterol y poniéndole una dieta estricta. El pobre está muerto. Hay que enterrarle y encontrar algún sitio mullido en el que tumbarse a concebir y parir uno nuevo -pero, por favor, que ni Merkel ni Sarkozy participen esa metafórica escena, mi estómago tiene un aguante limitado-.
Pero ni las imágenes más prosaicamente impactantes de ese nuevo alumbramiento del sistema económico europeo son capaces de desviar mi pérfida visión de lo que Merkel, Sarkozy y todos los demás están haciendo.
Leyendo el plan de competitividad que incluye el Pacto por el Euro sólo es posible llegar a la conclusión de que algún transporte oficial se ha estrellado con todos nuestros heroicos líderes dentro y todos, sin excepción alguna, se han golpeado la testa, perdiendo la memoria en el percance.
O eso o no les importa que por fin nos demos cuenta que gobiernan en nuestra contra.
El plan de competitividad en cuestión incluye: "Aumento de la edad de jubilación para adaptarla a la nueva esperanza de vida, vinculación de los salarios a la productividad, flexibilización del mercado de trabajo, incentivando la contratación y formación permanente con una rebaja de la fiscalidad, sostenibilidad de las cuentas públicas a través de una reforma del sistema de pensiones y de protección social".
Podría decir algo mucho más sesudo y conveniente pero, de repente, siento que la mirada se me nubla, la mente se me arrebata y los dedos se me crispan como garfios. Repentinamente el espíritu arrebatado de los indignados me posee y sólo puedo decir: ¡No te jode!
Los sindicatos franceses hicieron arder La Galia durante tres meses con una furia que ni siquiera puso el caudillo romano en su conquista cuando eso se propuso. Negaron la mayor con una intensidad que no se recordaba desde los tiempos de Víctor Hugo; los portugueses tiraron a su gobierno a la basura cuando apenas había empezado a esbozar la propuesta, los griegos desataron una ira tan olímpica que su gobierno hasta amenazó con abandonar el Euro.
En Dinamarca se dijo con la boca tan pequeña que apenas se pudo escuchar, Merkel y su gobierno ni siquiera se atrevieron a proponerlo en Alemania, Italia huyo de ello como de la peste, no fuera a ser que eso cabreara a los transalpinos más que los escarceos barely legal de Berlusconi. Las Trade Unions británicas miraron fijamente a Cameron y esté se tragó la propuesta antes de pronunciarla.
¿Y nosotros? Bueno, nosotros preferimos hacerle un corte de manga a los sindicatos que luchar por nuestro futuro. Pero también estábamos en contra. De aquellos polvos no vienen estos lodos.
Y ahora, con toda la cara del mundo, como si el cuento no fuera con ellos, como si los dioses de sus respectivos panteones les hubieran otorgado el derecho divino de gobierno que madame guillotina cercenó hace siglos junto con el cuello de algunos reyes y aristócratas, se atreven a intentar colarnos lo mismo bajo la norma europea, bajo la bandera de la necesidad.
Lo intentan por la puerta trasera de una normativa europea que venderán como inquebrantable y eterna, ignorando el hecho de que antes de que ellos la aprobaran no existía. Ignorando la realidad de que toda la población europea se ha mostrado en cada uno de sus países en contra de ella.
Por eso miran y no entienden la protesta, no entienden que Europa y los europeos no son lo mismo. No entienden que ya hemos decidido que no lo queremos. No lo entienden porque están demasiado acostumbrados a que no pensemos o a que no digamos lo que pensamos y esta vez -probablemente sin que sirva de precedente- no lo hemos hecho.
Y ese es el cambio que no entienden.
Puede que ellos crean que esa es la única manera de que el sistema se estabilice y se mantenga y puede que tengan razón. Pero nosotros, los que les hemos puesto donde están, no tenemos ningún interés en que el sistema se estabilice, ni en que sobreviva.
Nosotros queremos que los millones de europeos que no tienen trabajo lo tengan y si el sistema tiene que caer para eso, que lo haga. Nosotros queremos que la gente no tenga que prostituir la integridad de su tiempo y de su vida por una casa, por un coche o por el derecho a la supervivencia y si el sistema tiene que caer para eso, sea.
El sistema y su pervivencia no es lo importante. Las personas y su supervivencia sí. Ese es el cambio que no saben aplicar.
Por eso no se les ocurre cuestionar el control de beneficios empresariales. Por eso no se les ocurre obligar a las empresas a que distribuyan sus beneficios antes entre los trabajadores que entre los pasivos parásitos que son los accionistas.
Por eso permiten que nadie controle el reparto de beneficios entre ejecutivos y consejeros. Por eso se permite que una empresa que lleva tres años sin subir el sueldo a sus empleados se compre un helicóptero. Por eso se consiente que la compañía que más dinero gana de España puede hacer un plan de viabilidad que pondrá en la calle a cuatro mil trabajadores.
Se pueden flexibilizar los salarios y los despidos, pero no el reparto de dividendos. Se puede forzar a trabajar a la gente dos años más, pero no que los beneficios empresariales se dividan en tercios, siendo una parte integra para los trabajadores, otra para los capitalistas, accionistas y demás rémoras financieras y otra para la reinversión.
Se pueden limitar las prestaciones sociales pero no se pueden bloquear los derechos empresariales ni imponer los límites mínimos y máximos de salarios por categoría profesional, ni grabar hasta límites imposibles los beneficios y las rentas obtenidas del juego bursátil y accionarial.
Porque el sistema no permite eso. Porque entonces rallariamos el socialismo, el antiguo socialismo -¡Uy qué miedo!-, porque entonces habría que pensar y que crear. Habría que hacer lo que la sociedad europea les está exigiendo que hagan.
Porque entonces habría que enfrentarse con las empresas, no con los trabajadores -catagoría en la que incluyo a los autónomos y los pequeños empresarios, por si hay alguna duda-.
Habría que crear un sistema de redistribución de la verdadera riqueza, no de redistribución de la auténtica miseria que es lo que se intenta hacer ahora.
Pero aunque lo sabemos y ellos saben que lo sabemos, los firmantes del Pacto por el Euro siguen queriendo slavar la moneda. No porque la moneda nos haga más grandes, más fuertes o nos una, sino porque permitirá a nuestras empresas comerciar en mejores condiciones, ganar más dinero.
Y eso estaría bien, sería un cambio si ese dinero no siguiera yendo a parar a los bolsillos de los accionistas, de los directivos y a las cuentas corrientes cifradas de los propietarios. Que el euro se mantenga puede asegurar el flujo de dinero pero no asegura que distribuya adecuadamente.
Ese cambio es el que han decidido que no se produzca. QUe el sistema no deja que se produzca.
Aunque nuestras empresas sean más competitivas nadie obligara a que esa competitividad se vea reflejada en las pagas de los trabajadores, nadie obligara a que esa competitividad se vea reflejada en la reducción de beneficios de los socios capitalistas y el aumento de ganancias de los socios productivos -o sea los trabajadores-; nadie obligara a empresario alguno a reinvertir para crear nuevos puestos de trabajo. Ellos seguirán siendo libres de decidir lo que hacen. Nosotros no.
Pero, pese a todo eso, aún se atreven a pedirnos y exigirnos que seamos pacíficos, que nos indignemos con calma. Es absurdo, nadie puede clamar por la paz cuando ha firmado una declaración formal de guerra contra sus ciudadanos.

sábado, abril 09, 2011

Il Cavaliere hace del feminismo su cómplice

Alguien pregunta en los blogs de El País ¿para qué sirven los chistes de Berlusconi? Pero yo me pregunto ¿por qué se riene en italia de esos chistes?
Los chistes de Berlusconi y las risas de Italia sirven para muchas cosas, pero pensar que los italianos votan para consolidar el machismo o para perpetuar los roles que la división sexista de la sociedad me parece tan absurdo como cambiar de tumbona en el Titanic.
Lo que experimenta Italia es una suerte del culto al liderazgo que han padecido esa y otra muchas sociedades a lo largo de la historia y que nada tiene que ver con el machismo.
Es el mismo culto al poder omnimodo que le permitió hacerse grandes a Musolini a Hitler o a Stalin. El que se basa en la premisa de que el poderoso puede hacer lo que quiera porque es poderoso. Independientemente de su sexo.
Berlusconi ha instaurado una dictadura mediática en Italia y eso es lo que le hace perverso, no su machismo, que sólo es un síntoma, como otras muchas actitudes -el nacionalismo trasnochado, el intervencionismo moral, el absentismo judicial, etc-, del verdadero mal que aqueja la mente de Berlusconi: la enfermedad del poder omnimodo.
Los que le ríen las gracias no se las ríen porque sean machistas -aunque probablemente lo sean- se las ríen porque estan dentro de la dinámica del culto al poder que hace deseable que ese poder sirva para lo que se quiera y se utilice para fines personales.
Son los mismos que le aplauden cuando insulta y expulsa a los gitanos, son los mismos que le jalean cuando menosprecia a los comunistas o escupe en el suelo al hablar de los extranjeros. Son los mismos y las mismas que consideran que tiene derecho a silenciar a los ficales, a satanizar a los jueces, a encarcelar a los manifestantes...
¿Aprueban todo eso por machismo?, ¿por una concepción discriminatoria de la mujer?
Por supuesto que no. No tiene nada que ver con el sexo, no tiene nada que ver con nada que no sea el poder y el culto al liderazgo.
Y las mujeres entran en ese juego porque son igual de afectas al poder que los hombres.
Las mujeres que apoyan a Berlusconi -en su gobierno, en su partido y en los sufragios que emiten- lo hacen porque tienen esa misma visión del poder y de su uso.
Lo hacen porque ellas en caso del llegar al poder harían lo mismo.
No podemos llegar a la conclusión de que Berlusconi es perverso porque es machista ¿hubiera sido perverso que el menor fuera varón? ¿hubiera sido menos reprochable si Berlusconi hubiera sido una mujer y se hubiera rodeado de Gigolos en su villa costera?
Lo que es reprochable es el hecho de cómo abusó del poder y cómo uso de manera perversa la fuerza.
Si nos fijamos solamente en su componente discriminatorio de la mujer perdemos el foco, perdemos la perspectiva.
Criticar a Berlusconi por machista y solamente por machista y pretender que sus actos en su villa son sólo rasgos de su machismo y son criticables por eso, nos comvierte en sus complices. De ese delito y de todos los demás.
El falso Cavaliere no ha hecho lo que se supone que hecho por machismo o por perpetuar los roles femeninos en la sociedad.
Lo ha hecho por despotismo, por tiranía y por imposición pervertida del poder. Por eso es por lo que no merece ser un gobernante. Por eso es por lo que merecería pudrirse entre rejas. Si decimos otra cosa simplemente estamos diciendo que eso no es cuestionable mientras no sea machista. Y no creo que queramos decir eso, ¿verdad?
Tampoco puedo estar de acuerdo con que Italia ha reaccionado contra el tratamiento que Berlusconi ha hecho a las mujeres. Colocó de Ministras a modelos porque eran guapas, e Italia no reaccinó, estableció un concurso de belleza periodístico entre las ministras europeas y nadie dijo apenas nada y así un sinfín de gestos y de delirios que no obtuvieron reacción alguna.
Italia se ha indignado porque Rubi es menor. No se ha indignado por las 33 mujeres adultas que, haciendo gala de su capacidad de elección-no lo olvidemos-, decidieron acudir a esa fiesta para ganar dinero, para acercarse al poder o para obtener influencia -que hay prostituciones que son una explotación y otras que son una elección, no conviene olvidarlo- en lugar de poner copas en un bar a sesenta euros la noche.
Se ha indigando porque Rubi es menor y ha comenzado a rebajar su indignación cuando la joven ha empezado a sacar partido de ello, saltando de plató en plató televisivo cobrando 3.000 euros por intervención.
Italia reduce su indiganación cuando descubre que Rubi también ha decidido formar parte del circo de poder de Berlusconi, aunque sea como su antagonista.
Por supuesto que tampoco puedo estar de acuerdo en que la sociedad de roles sexistas es una invención del hombre.
Las mujeres han colaborado voluntariamente en esa concepción y han contribuido a perpetuarla tanto como el hombre. El concepto del perpetuo victimismo de la mujer en estos asuntos debería empezar a ser revisado porque no corresponde con la realidad histórica, todos los sabemos, pero no sé -bueno sí sé- por qué motivo nos empeñamos en negarlo.
Los chistes de Berlusconi y las risas de Italia, los italianos y las italianas no sirven para demostrar que el mundo occidental es machista, sirven para demostrar que los occidentales, hombres y mujeres, estamos enfermos de deseo de poder y consideramos que ese poder debe servir a nuestros fines.
los italianos y las italianas que le ríen los chistes a Berlusconi lo hacen porque querrían hacer lo mismo que él y ser capaces de utilizar el poder sin ninguna cortapisa para sus propios fines, placeres y deseos personales, Porque querrían ser como él. Hombres y mujeres querrían ser como él
No igual de machistas que él. Igual de poderosos que él.
El rol no es hombre: fuerza, mujer: sexo. El rol es poderoso: impunidad, débil: aquiescencia.
Y hablar de otra cosa me parece que simplemente es restarle importancia a elementos que son, como mínimo, igual de importantes, sino más, que el machismo de Berlusconi a la hora de considerarle un gobernante funesto.

miércoles, febrero 16, 2011

Ruby nos demuestra que no somos Egipto

No voy a caer yo, después de años despachándome en estas endemoniadas y demoniacas líneas contra los linchamientos públicos y las crucifixiones privadas, en el error de declarar culpable a alguien antes de que lo hagan los tribunales.
No lo voy a hacer, no porque me merezca respeto el personaje del que hablo; no porque me merezcan respeto los modos y maneras en los que se imparte y se reparte la justicia en el Occidente Atlántico y civilizado. No voy a hacerlo, simplemente, porque me merece respeto mi propia coherencia.
Pero, pese a ello, hoy toca hablar de Il Cavaliere. Hoy toca hablar de un Berlusconi. De ese del que, cada día que pasa, hay menos gente se traga lo apropiado de su apodo.
El inventor y principal beneficiario de la dictadura mediática italiana está en horas bajas y lo está porque, por fin, su país le ha dado la espalda, porque, por fin, el sistema judicial italiano ha encontrado un resquicio por el que meterle mano, porque, por fin, va a ser juzgado en un proceso ante un tribunal por uno de los muchos delitos de los que se le han acusado y que no se le han podido probar. Entre otras cosas porque él se ha encargado de que no se puedan probar.
E Italia se alza contra él. Las italianas se alzan contra él, los italianos se alzan contra él. Aquellos que murmuraban ahora gritan; aquellos que susurraban ahora jalean. Aquellas que se indignaban ahora exigen.
Y por un momento parece que una jovencita de origen magrebí, unos cuantos democratas convencidos y unos escasos pensadores, insistentes, muy reputados y poco escuchados han logrado, por fín, hacer prender la llama de la justicia y la protesta en un pueblo tan cansado y adormecido como lo estamos todos los pueblos de esa civilización occidente incólume que se hace llamar Occidente.
Por un ínfimo instante, global y feliz, parece que han conseguido despertarnos y acercarnos a aquellos que se han desperezado antes que nosotros. Por un látido breve e ilusionado creemos que Italia se parece a Túnez, a Egipto, a Yemen y a todos esos pueblos resignados que de repente han dejado de serlo. Por un momento parece que incluso podría llegarnos a nosotros.
Pero, pasado ese momento de simil sentimental y esperanzado, nos damos cuenta de que no. De que hemos errado el tiro por miles de kilómetros de distancia, por cientos de años de historia. Por varias toneladas de desidia.
Nos damos cuenta de que, pese a la similitud, la deseable y aparentemente inminente caída de Il Cavaliere no nos acerca un ápice al Egipto que ha derribado a Hosni Mubarak ni al Túnez que ha expulsado a Ben Alí. Comprendemos que, en realidad, nos aleja irremisible e infinitamente de ellos.
Porque lo que le está ocurriendo a Berlusconi, sus horas bajas y su posible descabalgamiento del alazan revoltoso del poder en Italia, es lo contrario de lo que les ha ocurrido a los despotas árabes y magrebíes en el enfrentamiento con sus pueblos.
Esas muchedumbres enfervorecidas y airadas protestaban contra sus gobernantes, contra sus gobiernos y contra los vicios públicos e injustos de esos gobiernos y nosotros, en este caso, Italia, no lo hemos hecho.
Nosotros hemos recurrido a un vicio privado, a una perversión inconfensable, para encendernos contra un mal gobernante que lo era y lo había demostrado ser, mucho antes de que se le acusara de introducir en su lecho de sexo y poder a una mujer menor de edad. Una vez más hemos dado más importancia a lo privado que a lo público. Aunque lo público fuera igual de depravado que lo que podía llegar a ser lo privado.
Porque Mubarak ha caído por alterar la constitución egipcia en su beneficio, por mantener el Estado de Excepción, por manipular el sistema judicial para que emitiera las sentencias que a él le convenían en cada momento .L o ha hecho y ha sido rechazado por ello.
Y Silvio lo ha hecho y lo ha querido hacer durante años, modificando leyes fundamentales a su antojo amparado en sus mayoría parlamentarias, desprestigiando a los tribunales y fiscales que le acusaban de cualquier falta o crimen, refugiándose en su condición de Primer Ministro para eludir presentarse en los tribunales y responder de sus supuestos delitos. Y el pueblo italiano no le ha descabalgado de su sillón del Quirinal.
Porque Ben Alí ha sido expulsado porque los ciudadanos de su país se han cansado de ver como la economía de Túnez se estructuraba solamente para el beneficio personal del gobernante, como los réditos del el trabajo de todos, en forma de divisas por el turismo, iban directamente a engordar las cuentas cifradas de los familiares, amigos y afectos al gobernante.
Y Berlusconí lo ha hecho también durante varias legislaturas, creando un sistema en el que los beneficios del oro publicitario de los medios de comunicación públicos y privados iban directamente a sus bolsillos sin posibilidad de competencia. Poniendo en marcha un entramado que le permitia engrosar su pecunio privado a través de leyes y acciones ejercidas desde su cargo público que, en teoría, tendría que estar al servicio de todos y no de él mismo. Y el pueblo italiano no ha hecho nada en su contra, amparandose en el axioma de la vana esperanza de que si su gobernante ganaba dinero no tendría que robarlo y sin querer darse cuenta de que estaba ganando dinero porque ya lo estaba robando.
Así que aunque Il Cavaliere, que ahora tiembla en su silla de montar, haya hecho lo mismo que los dictadores depuestos, nosotros -y digo nosotros porque Italia es como nosotros, como todo el occidente  civilizado y moderno- no hemos hecho lo mismo que esos pueblos. Aunque termine cayendo como ellos ya ha demostrado que nosotros no somos capaces de actuar en lo colectivo como los pueblos que ahora arden en cambios y revueltas
Porque Mubarak sobornaba secretamente y amenzaba publicamente para mantenerse en el poder y ha sido depuesto por eso y Berlusconi ha sobornado publicamente y amenazado en privado para eludir una moción de censura ye Italia le ha permitido ha seguido gobernando.
Porque Ben Alí manipulaba las elecciones y no las convocaba para evitar que los sufragios le desposeyeran del poder y Berlusconi no ha tenido que hacerlo. Porque pese a hacer lo mismo que los otros, e incluso actos peores, era reelegido sistemáticamente.
Porque Egipto y Túnez han expulsado a los que regían sus destinos porque han demostrado ser malos gobernantes. Pero Italia y nosotros damos por sentado que eso es normal, que no tenemos motivo alguno reaccionar contra ello. Sólo reaccionamos cuando nuestro gobernante demuestra que es una mala persona.
Porque estamos tan adocenados y ensimismados en nosotros mismos que no reaccionamos ante la injusticia pública más notoria y flagrante y sí lo hacemos ante el cotilleo más miserable y decadente que afecta a la vida privada de otros.
Así que Il Cavaliere, aunque caiga, nunca podrá ser Mubarak porque nosotros, aunque mejoremos, aún no tenemos la fuerza, las ganas y la conciencia colectiva necesarias para ser Egipto.

domingo, diciembre 26, 2010

Unos pocos nos han cambiado el mundo -¡Enhobuena, ya somos Bertolt Brecht!-

La profética no es mi estilo. El recurso a alegrarse del apocalipsis en mitad del fuego del Armagedom y gritar sonriendo "¡el mundo se va a pique, pero yo tenía razón"!, supone creer a pies juntillas que tú vas a ser salvado de esa quema por ese simple y casual don profético. Yo no seré salvado -ni ganas que tengo-, así que no quiero ser profeta.
Hoy, mientras nosotros tiramos de Alcaselser y comida sana para limar nuestros excesos de noches pretéritas, el mundo ha cambiado. Mientras aprovechamos el día de fiesta adiconal para lucir nuestras galas recibidas, nuestros perfumes regalados, nuestras corbatas reiteradas, el mundo ha seguido cambiando.
Mientras aprovechamos la jornada para olvidar que somos capaces de celebrar el nacimiento de alguien a quien tres décadas después nuestro egoismo y nuestro miedo -y, en parte, su locura- clavaron en una cruz, el mundo ha terminado de cambiar.
Es posible que no nos importe. Es más que probable que no nos afecte. Pero eso no hace que no haya cambiado.
En un abrir y cerrar de ojos, el mundo en el que cree y confía la Civilización Atlántica ha cambiado de color, como lo hacen las luces de los árboles navideños, como lo hace la espuma del cava, como lo hace el hermoso papel de los regalos al marchitarse olvidado en la basura.
El mundo ha cambiado y sólo han hecho falta para ello un puñado de seres.
Hugo Chavez ha mandado al carajo el sistema democrático, la sacrosanta frase de que la democracia es el mejor de los sistemas posibles. Y no le han hecho falta ni violentos alzamientos militares, ni oscuras conspiraciones en la sombra, ni pérfidas maquinaciones internacionales.
Lo ha hecho con luz y táquigrafos, lo ha hecho anunciándolo en programas televisivos en prime time y en discursos infinítos. Lo ha hecho ante nuestros propios ojos, ante nuestros propios oídos. Ante nuestra propia indiferencia.
De un sólo plumazo ha dejado fuera de juego a los paranoicos antimilitaristas, a los furibundos profetas del ruido de sables, de la militarización, de la toma armada del poder.
La Ley Habilitante le da plenos poderes -o sea todo el poder- y le permite presentarse a la reelección por seis años más. Le convierte en dictador y es legal, y es democrática. Y es culpa nuestra.
Nicolas Sarkozy se ha cargado de un plumazo a la Vieja Europa y sus viejos valores y no le ha hecho falta una conspiración corporativa, unos oscuros tratados secretos que no conocen ni siquiera aquellos que los firman. Lo ha hecho ante la Asamblea Nacional, delante de los diputados, ante Antenne 2. Lo ha hecho bajo la bandera tricolor de los tres lemas. Lo ha hecho sin necesidad de recurrir al mítico SAS ni a la esquiva SDECE.
En la Asamblea ha dinamitado la liberté, forzando a la población a vestir como él quiere que vistan, en El Elisio ha derruido la egalité, instaurando diferentes castigos para el mismo delito, dependiendo del origen del delicuente. Y en la Cancillera, con un simple cable diplomático, se ha cargado la fraternité, anunciando que prefiere un mundo en el que proliferen las armas nucleares, mientras Francia tenga las suyas, en lugar de un mundo en el que nadie tenga armas nuecleares.
Con un sencillo pestañeo y unas cuantas rúbricas ha dejado más allá de toda posibilidad de reacción a los teóricos de las desnuclearización, a los eternos manifestantes antiglobalización y a los más acérrimos defensores de la conspiración paranoica del Club Bilderger y los amos del mundo encubiertos.
A Sarkozy No le ha hecho falta nada de todo eso. Sólo sus diputados, sus votos y sus leyes. Y ha sido legal y ha sido democrático. Y ha sido culpa nuestra.
Silvio Berlusconi se ha encargado de eliminar la división de poderes -incluido el cuarto poder- y no le han hecho falta ayudas mafiosas, asesinatos encubiertos, Operaciones Gladio -de esas que antaño rompieron las huelgas italianas en los años cincuenta del siglo pasado-. Ha creado la nueva ley de medios, ha desprestigiado y procesado a jueces y magistrados y ha desacreditado a la oposición.
No le ha hecho falta recurrir a los maletines porque ha comprado votos en directo ante las cámaras de su imperio mediático para mantenerse en el poder cuando la mayoría de Italia no le quería en él. No ha necesitado firmar pactos secretos y besar manos mafiosas porque ha cambiado la ley para que no se le pueda juzgar por sus desmanes económicos, por sus trampas financieras ni por sus depravaciones personales.
Ha dejado fuera de rango y entendimiento a los antifascistas porque los fasciós no recorren las calles de Roma; a los adalides de la mano negra mafiosa porque Napoles, Sicilia, Corcega y Calabria siguen igual que antes y no ofrecen sus recortadas y sus extorsiones al servicio del gobierno de Berlusconi.
Y Silvio lo ha hecho en el Quirinal, así que es legal. Y lo ha hecho en el Parlamento, así que es democrático. Y lo ha hecho transmitido en directo a través de Mediaset. Así que es culpa nuestra.
Pero claro nosotros no podiamos saberlo ¿o sí?
Nosotros no podiamos haber visto que la democracia se deshacia ante nuestros ojos. Que se pervertía y se descomponía. Nosotros no podiamos verlo cuando se amañó la democracia en Argelia para evitar que el FIS accediera al poder que los sufragios le habían dado; no podiamos percibirlo cuando se permitió -y se permite- que Mubarak amañe el sistema en Egipto por el bien de la estabilidad en la zona, cuando  Violeta Chamorro, hace casí eones, cambió las leyes para impedir que los sandinistas se presentaran a los comicios y estos le devolvieron la moneda cinco años después. 
No podiamos mirar cuando en Forida votaron los muertos, cuando en España se cambian los tribunales constitucionales en virtud de la ley que se quiere hacer pasar por su tamiz, cuando en Alemania se cambia el sistema electoral para que el Este, mas numeroso y ex comunista no tenga más peso electoral que el Oeste, cuando se permite que se haga un referendum de independencia en Macedonia o en Kosovo con hombres armados por la calle que sólo defienden un resultado. Cuando en nuestra tierra se sacraliza la discriminación de un sexo en virtud de la memoria o la venganza histórica.
No podiamos verlo no porque no fuera evidente sino porque, presos de nuestros propios miedos y nuestras inseguridades, estabamos mirando en los lugares equivocados.
En conspiraciones para derribar las Torres Gemelas, en temibles planes para adormecer a la población desde aviones fumigadores o en la creación de enfermedades mortales para controlar la número de seres humanos sobre la faz de La Tierra  o para beneficiar a las empresas farmaceúticas.
Eso los menos. Los que se empeñaron en mirar pero lo hicieron en la dirección equivocada. Obviando que todo estaba ante sus ojos, buscaron en otra parte, en zonas aparentemente oscuras, la explicación. Querían mirar, pero no quisieron cambiar su forma de mirar.
Los otros, los más, simplemente no miramos. Mantuvimos nuestros ojos fijos en nuestras nóminas, nuestras hormonas, nuestros complejos y nuestros placeres. Y vinieron a por nosotros.


«Primero se llevaron a los judios, pero como yo no era judio, no me importo.
Despues se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importo. Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero, tampoco me importo. Mas tarde se llevaron a los intelectuales,pero como yo no era intelectual, tampoco me importo. Despues siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importo. Ahora vienen por mi, pero es demasiado tarde.»

Ayer, cuando agotabamos lo últimos polvorones y los últimos chupitos, cuando se supone que no tendríamos que estar pensando en esto, cuando Maximo mataba y moría por un emperador loco y Jordan Colier, el bendito Jordan Colier, retaba por enésima vez a la humanidad a lidiar con los 4.400, dos personas, de las que no se supone que tengan que pensar en esto, de las que no se supone que esto debería importarles, me lo hicieron ver.
Dos personas que tienen el vicio de pensar aunque no sea obligatorio y el vicio de razonar aunque no sea imprescindible, me demostraron que ni siquiera esta cita sirve para nosotros, los democratas que hemos dejado morir la democracia y vemos como el mundo ha cambiado antes incluso de que cambie el año. 
Lo que hace trágica la cita de Brecht no es la muerte de los judíos, ni de los comunistas, ni de los obreos, ni de los intelectuales, ni siquierea de los curas. Lo que hacé trágica la cita de Brecht es que no somos capaces de ver la injusticia, no nos importa, hasta que no nos llega a nosotros. Nadie considera su elusión como un error si el mal no le alcanza.
Lo que nos hace trágicos a nosotros es que ya han venido a por nosotros y no nos ha importado.
Así que, disfrutamos de nuestros regalos y olvidemos que el mundo ha cambiado y la democracia ha muerto. Cuando sea necesario se nos facilitará alguien a quien echarle la culpa. Alguien que no seamos nosotros por, supuesto.
Pese a Brecht, para la autocomplacencia y la autojustificación nunca es demasiado tarde.

miércoles, diciembre 15, 2010

Un Golpe de Estado es un asunto de imagen -Il Cavaliere cogitit-

Mientras Shakira se empeña en nuestras pantallas televisivas en conseguir que el sol salga a las doce de la noche de Nochevieja y en tratar de convencernos que las buenas curvas y su correcto movimiento tienen algo que ver con la buena música, los italianos asisten -no se si decir atónitos, estupefactos o resignados- a otro espectáculo televisivo que, no por bochonorso, deja de ser atrayente.
Il Cavaliere -que hace tiempo que se bajó de su montura para alzarse sobre la otra, mucho menos romántica y más lucrativa, del régimen mediático- protagoniza otro de esos espectáculos dignos de Belén Esteban, de programa de viscera y miserias, de prime time de viernes por la noche.
Y no sería novedoso si hablara de us vida privada; no parecería reseñable si afectara a sus encuentros y desecuentros con donnas -que se encuentran fronterizas a ser ragazzas- en sus villas privadas; no resultaría sorprendente si se tratara de un episodio más de su perpetua lucha por mantener bajo su mano y su control accionarial todos los medios de comunicación italianos. Puede que se antojara irritante, preocupante o incluso indignante. Pero no sería nuevo.
Pero esta vez no es eso. Esta vez el espectáculo afecta a la esencia misma de la construcción del Estado de Derecho. En esta ocasión no es una manipulación, más o menos oculta; es un desafio directo y de frente a la misma cara del sistema constitucional. Esta vez es en la Cámara de los Diputados italiana, no en los pasillos, no en su despacho, no en sus picaderos sicilianos, no en un plató de Mediaset.
Silvio Berlusconi ha aguantado en el poder, ha superado una moción de censura, escenificando una de las telenovelas a las que tanto rédito en audiencias y dinero sacan sus cadenas televisivas.
Con puñaladas traperas, con traiciones de mujeres airadas por misterioso desaires pretéritos, con madres dolientes, con antiguos amigos enfrentados. Incluso con tránsfugas repentinos y no arrepentidos que hacen que, en un giro dramático de última hora, se posponga la supuesta y deseada derrota definitiva del villano -a él no le importa cumplir el papel del villano, mientras en el guión se especifique que el villano es poderoso-. Ha superado una moción de censura por tres votos, por tres transfugas, por 314 votos a favor contra 311 en su contra.
Hasta aquí, aunque bochonorso y ridículo, no es nada nuevo, quizás más espectacular y teatral, como le gusta todo al bueno de Silvio, pero nada nuevo. Lo de los transfugas ya es algo conocido y muy bien manejado por muchos para perpetuarse en el poder. Entre otros, la señora Doña Esperanza.
Lo que hace de este nuevo episiodio del régimen mediático de Berlusconi un punto y aparte es el hecho de que el poder, el gobierno, en Italia se ha mentendido en contra de la voluntad de todos, en contra del deseo de los representantes electos, ofreciendo sobornos a voz en grito en un hemicíclo democrático y aceptándolos sin pudor en una camara parlamentaria. Prometiendo el oro y el moro sin decoro alguno a aquellos que le apoyaran y desfilando por entre los escaños sin verguenza a recibir la recompensa por su sufragio.
Esos sobornos completamente anunciados y expresados públicamente, esos flamantes "contratos" de los parlamantarios transfugas con el régimen mediático de Silvio Berlusconi, son lo que hace que, por primera vez, el dinero gane abiertamente con luz y taquígrafos una votación. Es lo que transforma la corrupción en sedición, el beneficio personal en perjucio colectivo, la cultura del pelotazo en la incultura de la dictadura 
Es lo que convierte un circo mediático inaguantable en un Golpe de Estado intolerable.
Berlusconi no merece ser Primer Ministro, no tiene que serlo. Él lo sabe, la oposción lo sabe, su partido lo sabe, los italianos lo saben, pero cuando llega el momento de asumirlo, niega la mayor, se opone a esa voluntad mayoritaria -que hay que ver también de cuantos odios personales, promesas incumplidas y pactos secretos rotos parte, no nos engañemos- y da un Golpe de Estado.
No recurre a los carabinieri y vigila las calles para evitar reacciones; no echa mano del ejército y su ya ancestrar ruido de sables para mantenerse en el poder, no hace recorrer a sus partidarios las calles, organizados en fascios, para asegurarse de que nadie se atreve a cuestionar su mandato. No puede hacerlo, la imagen pública, el recuerdo y el inconsciente colectivo le impiden hacerlo.
Echa mano del único arma que sabe manejar y que tiene permanentemente a su disposición: el dinero.
Y con él vuelca las voluntades, destila a los afines y consigue mantenerse en el poder "contratando" a tres diputados sin ocultarlo, sin pretender que es otra cosa, sin que le importe que eso en el sistema que acaba de dinamitar y de sustituir en su golpe de mano no esté permitido.
Y tampoco le hacen falta los carabinieri -aunque podría utilizarlos-, el ejército -aunque se atreveria a usarlo-, ni los fascios -aunque estaría dispuesto a organizarlos- para controlar a la población, la disensión o la oposición frontal y directa a su Golpe de Estado. Tiene la RAI, tiene Mediaset. Tiene la televisión y tiene a las audiencias.
Ya inventará algo que decir, alguna política comunicativa para justificarse y hará que eso sea lo único que se vea, lo único que se escuche, lo único que se perciba. El recién inaugurado régimen de dictadura mediática lo permite.
E italia lo contempla -no se si decir atónita, estupefacta o resignada- como si no tuviera nada que ver con ella; como si fuera de nuevo el falso final anunciado de otra temporada de culebrón que se queda en alto, generando espextación, para mantener engachado al público y a los anunciates durante los siguientes trece capítulos.
A lo mejor reacciona y se revuelve, a lo mejor hasta consigue que Berlusconi sea desalojado definitivamente del control del régimen mediático que ha inventado para su beneficio. Pero, si lo hace, lo hará más por el hecho de la imagen que los demás tienen del país que porque hayan percibido que se ha producido un Golpe de Estado.
Porque lo que realmente importa es la imagen, lo que los demás ven de nosotros. Nunca les oferecemos nada más que nuestro exterior y nos guardamos el interior para nosotros, para nuestro propio consumo y autojustificación.
Puede que nos quejemos de que nadie lo comprende, de que nadie lo valora, de que nadie lo tiene en cuenta, pero rechazamos la explicación más simple: no pueden valorarlo porque no se lo mostramos.
Italia es una tierra habitada por gente, es un pueblo formado por gente y la gente, la mayoría de la gente, al menos, ha hecho de la imagen el único elemento de relación con los demás, con su entorno, con sus amigos y con sus enemigos. Los hay que no -que locos tiene que haber en todas partes-, que se empeñan mostrar lo que piensan, lo que sienten sin negarles a los demás la posibilidad de opinar sobre ellos, de poder decirles que están equivocados. Pero, claro, esos están solos, nadie les escucha, queman contendores en Roma y son detenidos o son Umberto Ecco.
Así que, si Berlusconi cae -que lo dudo-, será porque de repente, como en un giro inesperado de cualquiera de los teleromances de Mediaset, los italianos habrán decidido que la imagen que quieren proyectar no es la que da il Cavalliere, no porque hayan visto algo malo en su interior y estén dispuestos a cambiarlo.
En un régimen mediático la imagen es lo que cuenta y cuando la imagen es lo que cuenta solamente es posible un régimen mediático.
 La disquisisción entre el huevo y la gallina de esas dos premisas es la respuesta a parte de lo que nos pasa. Pero tiene que ser culpa del régimen mediático, ¿no? Porque, si no es así, sería culpa nuestra y de nuestra obsesión con ocultar lo interno y exponer lo externo. Y nosotros no podemos tener la culpa de nada, ¿no es así?

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