domingo, diciembre 26, 2010

Unos pocos nos han cambiado el mundo -¡Enhobuena, ya somos Bertolt Brecht!-

La profética no es mi estilo. El recurso a alegrarse del apocalipsis en mitad del fuego del Armagedom y gritar sonriendo "¡el mundo se va a pique, pero yo tenía razón"!, supone creer a pies juntillas que tú vas a ser salvado de esa quema por ese simple y casual don profético. Yo no seré salvado -ni ganas que tengo-, así que no quiero ser profeta.
Hoy, mientras nosotros tiramos de Alcaselser y comida sana para limar nuestros excesos de noches pretéritas, el mundo ha cambiado. Mientras aprovechamos el día de fiesta adiconal para lucir nuestras galas recibidas, nuestros perfumes regalados, nuestras corbatas reiteradas, el mundo ha seguido cambiando.
Mientras aprovechamos la jornada para olvidar que somos capaces de celebrar el nacimiento de alguien a quien tres décadas después nuestro egoismo y nuestro miedo -y, en parte, su locura- clavaron en una cruz, el mundo ha terminado de cambiar.
Es posible que no nos importe. Es más que probable que no nos afecte. Pero eso no hace que no haya cambiado.
En un abrir y cerrar de ojos, el mundo en el que cree y confía la Civilización Atlántica ha cambiado de color, como lo hacen las luces de los árboles navideños, como lo hace la espuma del cava, como lo hace el hermoso papel de los regalos al marchitarse olvidado en la basura.
El mundo ha cambiado y sólo han hecho falta para ello un puñado de seres.
Hugo Chavez ha mandado al carajo el sistema democrático, la sacrosanta frase de que la democracia es el mejor de los sistemas posibles. Y no le han hecho falta ni violentos alzamientos militares, ni oscuras conspiraciones en la sombra, ni pérfidas maquinaciones internacionales.
Lo ha hecho con luz y táquigrafos, lo ha hecho anunciándolo en programas televisivos en prime time y en discursos infinítos. Lo ha hecho ante nuestros propios ojos, ante nuestros propios oídos. Ante nuestra propia indiferencia.
De un sólo plumazo ha dejado fuera de juego a los paranoicos antimilitaristas, a los furibundos profetas del ruido de sables, de la militarización, de la toma armada del poder.
La Ley Habilitante le da plenos poderes -o sea todo el poder- y le permite presentarse a la reelección por seis años más. Le convierte en dictador y es legal, y es democrática. Y es culpa nuestra.
Nicolas Sarkozy se ha cargado de un plumazo a la Vieja Europa y sus viejos valores y no le ha hecho falta una conspiración corporativa, unos oscuros tratados secretos que no conocen ni siquiera aquellos que los firman. Lo ha hecho ante la Asamblea Nacional, delante de los diputados, ante Antenne 2. Lo ha hecho bajo la bandera tricolor de los tres lemas. Lo ha hecho sin necesidad de recurrir al mítico SAS ni a la esquiva SDECE.
En la Asamblea ha dinamitado la liberté, forzando a la población a vestir como él quiere que vistan, en El Elisio ha derruido la egalité, instaurando diferentes castigos para el mismo delito, dependiendo del origen del delicuente. Y en la Cancillera, con un simple cable diplomático, se ha cargado la fraternité, anunciando que prefiere un mundo en el que proliferen las armas nucleares, mientras Francia tenga las suyas, en lugar de un mundo en el que nadie tenga armas nuecleares.
Con un sencillo pestañeo y unas cuantas rúbricas ha dejado más allá de toda posibilidad de reacción a los teóricos de las desnuclearización, a los eternos manifestantes antiglobalización y a los más acérrimos defensores de la conspiración paranoica del Club Bilderger y los amos del mundo encubiertos.
A Sarkozy No le ha hecho falta nada de todo eso. Sólo sus diputados, sus votos y sus leyes. Y ha sido legal y ha sido democrático. Y ha sido culpa nuestra.
Silvio Berlusconi se ha encargado de eliminar la división de poderes -incluido el cuarto poder- y no le han hecho falta ayudas mafiosas, asesinatos encubiertos, Operaciones Gladio -de esas que antaño rompieron las huelgas italianas en los años cincuenta del siglo pasado-. Ha creado la nueva ley de medios, ha desprestigiado y procesado a jueces y magistrados y ha desacreditado a la oposición.
No le ha hecho falta recurrir a los maletines porque ha comprado votos en directo ante las cámaras de su imperio mediático para mantenerse en el poder cuando la mayoría de Italia no le quería en él. No ha necesitado firmar pactos secretos y besar manos mafiosas porque ha cambiado la ley para que no se le pueda juzgar por sus desmanes económicos, por sus trampas financieras ni por sus depravaciones personales.
Ha dejado fuera de rango y entendimiento a los antifascistas porque los fasciós no recorren las calles de Roma; a los adalides de la mano negra mafiosa porque Napoles, Sicilia, Corcega y Calabria siguen igual que antes y no ofrecen sus recortadas y sus extorsiones al servicio del gobierno de Berlusconi.
Y Silvio lo ha hecho en el Quirinal, así que es legal. Y lo ha hecho en el Parlamento, así que es democrático. Y lo ha hecho transmitido en directo a través de Mediaset. Así que es culpa nuestra.
Pero claro nosotros no podiamos saberlo ¿o sí?
Nosotros no podiamos haber visto que la democracia se deshacia ante nuestros ojos. Que se pervertía y se descomponía. Nosotros no podiamos verlo cuando se amañó la democracia en Argelia para evitar que el FIS accediera al poder que los sufragios le habían dado; no podiamos percibirlo cuando se permitió -y se permite- que Mubarak amañe el sistema en Egipto por el bien de la estabilidad en la zona, cuando  Violeta Chamorro, hace casí eones, cambió las leyes para impedir que los sandinistas se presentaran a los comicios y estos le devolvieron la moneda cinco años después. 
No podiamos mirar cuando en Forida votaron los muertos, cuando en España se cambian los tribunales constitucionales en virtud de la ley que se quiere hacer pasar por su tamiz, cuando en Alemania se cambia el sistema electoral para que el Este, mas numeroso y ex comunista no tenga más peso electoral que el Oeste, cuando se permite que se haga un referendum de independencia en Macedonia o en Kosovo con hombres armados por la calle que sólo defienden un resultado. Cuando en nuestra tierra se sacraliza la discriminación de un sexo en virtud de la memoria o la venganza histórica.
No podiamos verlo no porque no fuera evidente sino porque, presos de nuestros propios miedos y nuestras inseguridades, estabamos mirando en los lugares equivocados.
En conspiraciones para derribar las Torres Gemelas, en temibles planes para adormecer a la población desde aviones fumigadores o en la creación de enfermedades mortales para controlar la número de seres humanos sobre la faz de La Tierra  o para beneficiar a las empresas farmaceúticas.
Eso los menos. Los que se empeñaron en mirar pero lo hicieron en la dirección equivocada. Obviando que todo estaba ante sus ojos, buscaron en otra parte, en zonas aparentemente oscuras, la explicación. Querían mirar, pero no quisieron cambiar su forma de mirar.
Los otros, los más, simplemente no miramos. Mantuvimos nuestros ojos fijos en nuestras nóminas, nuestras hormonas, nuestros complejos y nuestros placeres. Y vinieron a por nosotros.


«Primero se llevaron a los judios, pero como yo no era judio, no me importo.
Despues se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importo. Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero, tampoco me importo. Mas tarde se llevaron a los intelectuales,pero como yo no era intelectual, tampoco me importo. Despues siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importo. Ahora vienen por mi, pero es demasiado tarde.»

Ayer, cuando agotabamos lo últimos polvorones y los últimos chupitos, cuando se supone que no tendríamos que estar pensando en esto, cuando Maximo mataba y moría por un emperador loco y Jordan Colier, el bendito Jordan Colier, retaba por enésima vez a la humanidad a lidiar con los 4.400, dos personas, de las que no se supone que tengan que pensar en esto, de las que no se supone que esto debería importarles, me lo hicieron ver.
Dos personas que tienen el vicio de pensar aunque no sea obligatorio y el vicio de razonar aunque no sea imprescindible, me demostraron que ni siquiera esta cita sirve para nosotros, los democratas que hemos dejado morir la democracia y vemos como el mundo ha cambiado antes incluso de que cambie el año. 
Lo que hace trágica la cita de Brecht no es la muerte de los judíos, ni de los comunistas, ni de los obreos, ni de los intelectuales, ni siquierea de los curas. Lo que hacé trágica la cita de Brecht es que no somos capaces de ver la injusticia, no nos importa, hasta que no nos llega a nosotros. Nadie considera su elusión como un error si el mal no le alcanza.
Lo que nos hace trágicos a nosotros es que ya han venido a por nosotros y no nos ha importado.
Así que, disfrutamos de nuestros regalos y olvidemos que el mundo ha cambiado y la democracia ha muerto. Cuando sea necesario se nos facilitará alguien a quien echarle la culpa. Alguien que no seamos nosotros por, supuesto.
Pese a Brecht, para la autocomplacencia y la autojustificación nunca es demasiado tarde.

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