Ainara es un nombre hermoso. Es un nombre que, si yo tuviera una hija, estaría dispuesto a colocar en su partida de nacimiento. Como Askani, como Nagari, como Onaré.
Pero, como toda hija necesita una madre, nunca tendré un vástago que responda al nombre de Ainara. Porque la única mujer que conozco que querría ese nombre, no lo quiere conmigo y, si me paro a pensarlo, no lo quiere con nadie.
Porque Ainara significa golondrina y las golondrinas vuelven.
Y volver es algo que la única potencial madre de Ainara nunca ha estado dispuesta a hacer. Al menos, volver a mi. A cualquier otro sitio, sí. Pero volver a mi, no.
Y volver es algo que la única potencial madre de Ainara nunca ha estado dispuesta a hacer. Al menos, volver a mi. A cualquier otro sitio, sí. Pero volver a mi, no.
Pero no escribo esto para discernir lo que las posibles madres de futuras ainaras podrían o querrían hacer o no hacer conmigo, sino para explicar cosas que escribe y publica una ainara que ya existe.
Una ainara que se ha convertido, en contra de lo que debería ser, en la voz de lo que piensa y de lo que defiende. En la voz de su amo. O ama. aunque la diferencia de género es evidente, la diferencia de gradación es ínfima.
La ainara que ya existe ha escrito algo sobre el teléfono del destruido Ministerio de Igualdad que estaba destinado a los hombres. Parece increíble, pero no lo es. El Ministerio de Igualdad decidió abrir un teléfono para hombres en un ministerio que había decidido de antemano que la única víctima posible era la mujer, que el único verdugo posible era el hombre. Que la única ministra posible era Bibiana Aido. Pero lo abrió.
Y ahora lo cierra. Lo cierra amparado en la crisis, amparado en unos criterios austeros que a nadie pueden ofender porque son los que han originado que un ministerio, que implícitamente ha sido eliminado por inútil, haya caído y sido absorbido por el de Asuntos Sociales, del cual nunca debió salir.
Pero la ainara que escribe sobre este recorte, sobre esta eliminación, la Ainara de El País, reproduce sin cuestión lo que le dicen las fuentes del antiguo ministerio -ahora Secretaría de estado, que no se va a quitar el sueldo a aquellas que han hecho del maltrato y la tragedia de otras su forma de subsistencia-. Y lo hace sin cuestionarlas, sin ponerlas en duda. Lo hace sin hacer lo que cualquier periodista haría -ponerlas en entredicho- y sin hacer lo que cualquier golondrina haría -volver al punto de partida-.
Ainara habla de las escasas 6.000 llamadas que han sonado en el teléfono para hombres del Ministerio de Igualdad y afirma que era insostenible que cada una de esas llamadas tuviera un coste de más de 100 euros, porque el presupuesto de ese servicio superaba los 800.000 euros.
Pero la golondrina periodística no dice que podría haberse mantenido el servicio presupuestando mucho menos para él; no habla de las más de 10.000 llamadas que ha recibido preguntando sobre qué podía hacer un hombre para denunciar una agresión por parte de una mujer o sobre cómo podía defenderse de una denuncia de agresión o maltrato que era injustificada, exagerada o, simple y llanamente, falsa e inventada.
Ainara no habla del sinfín de contestaciones de "acuda a la policía", "denúncielo en un juzgado" o "llame al Ministerio de Asuntos sociales" han salido de los labios de las operadoras de ese servicio. Ainara no habla -porque no lo sabe o se niega a saberlo- de la multitud de llamadas que han sido respondidas con la sentencia "este teléfono no presta ese servicio". Quizás porque no lo haya preguntado o quizás porque lo ha preguntado y nadie le ha contestado. Pero el hecho es que Ainara no habla de ello.
Así, parece que el teléfono de atención al hombre del Ministerio de Igualdad es inútil, es insustancial, es susceptible de ser eliminado y, por ende, está bien eliminado.
Bien eliminado cuando no se eliminan campañas, millonarias en euros, de concienciación contra el maltrato que no han conseguido que descienda el número de mujeres muertas a manos de sus parejas o ex parejas -claro, que el concepto es perverso en su origen, pero eso nadie va a decirlo-.
Parece que no importa eliminarlo cuando no se eliminan subvenciones millonarias a asociaciones que permiten, por desidia y falta de rigor, que un individuo humille y explote a mujeres maltratadas en una casa de acogida que, en teoría, debería ser un refugio para reponerse de ese tipo de actitudes y dolores.
Así que lo que Ainara calla, lo que no pregunta, es lo que convierte una política errática en un ajuste presupuestario, es lo que transforma un criterio discriminatorio e intransigente en un recorte justificado, austero y necesario. Lo que la golondrina no pone, pese a su pelaje, en el blanco y negro de la letra sobre papel es todo aquello cuya elusión permite que pase por una política democrática algo que no es otra cosa que un error que, por vengativo e innecesario, roza el límite interno de lo tiránico.
Pero Ainara no puede decirlo, no quiere preguntarlo y no lo escribirá. Volverá, me temo, haciendo honor a su bello nombre, a ocultar lo que viene bien que se oculte. Volverá una y otra vez como las beckerianas. Al fin y al cabo las golondrinas, las ainaras, son oscuras. Oscuras y siempre vuelven.
Así que lo que Ainara calla, lo que no pregunta, es lo que convierte una política errática en un ajuste presupuestario, es lo que transforma un criterio discriminatorio e intransigente en un recorte justificado, austero y necesario. Lo que la golondrina no pone, pese a su pelaje, en el blanco y negro de la letra sobre papel es todo aquello cuya elusión permite que pase por una política democrática algo que no es otra cosa que un error que, por vengativo e innecesario, roza el límite interno de lo tiránico.
Pero Ainara no puede decirlo, no quiere preguntarlo y no lo escribirá. Volverá, me temo, haciendo honor a su bello nombre, a ocultar lo que viene bien que se oculte. Volverá una y otra vez como las beckerianas. Al fin y al cabo las golondrinas, las ainaras, son oscuras. Oscuras y siempre vuelven.
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