Tenía que llegar el día. Durante demasiado tiempo lo hemos visto en las películas, lo hemos atisbado entre las páginas de Internet, lo hemos leído en los best sellers e incluso lo hemos visto en la tele -en alguna de esas rarezas televisivas que se llaman documentales y que aún hacen inocentemente de la credibilidad un valor de audiencia-. Lo hemos visto, lo hemos oído y lo hemos leído y no hemos hecho nada.
Y, una vez más -y he perdido la cuenta- la inacción ha generado una consecuencia mucho más demoledora, mucho más desastrosa que cualquiera de los cursos de acción por los que podíamos haber optado, que cualquier movimiento que hubiéramos elegido.
Pero nosotros optamos por la inacción y con ello pusimos fin el periodo conspirativo de nuestra historia. La civilización Atlántica ha cambiado de registro.
Ya no son necesarias las reuniones secretas, los susurros en la sombra, las cortinas de humo, la destrucción de datos y de pruebas. Ahora, más de dos mil años después, cualquier crucifixión puede hacerse de nuevo en público, con luz y taquígrafos, con rueda de prensa incluida y con espacio en todas las portadas de los periódicos. Y si no que se lo digan a Julian Assange.
Wikileaks ha marcado un antes y un después. Pero no ha sido por las revelaciones del Cablegate -al fin y al cabo todo el mundo sabe que Rajoy es inútil y Zapatero hipócrita Lo dice el Departamento de Estado estadounidense, no yo, que conste-. No ha sido porque haya demostrado que la población bien informada toma decisiones correctas -eso, cuando ocurra, supondrá el fin de nuestra civilización-. Ha marcado un antes y un después porque ha hecho innecesaria la conspiración para silenciar las voces indeseadas.
Los profetas de la paranoia conspirativa -que haberlos hailos y muchos, como las meigas- al principio fueron felices. Vieron con Wikileaks la prueba de todos sus miedos, de todos sus impulsos.
Se demostraba por fin, sin lugar a dudas, que los gobiernos perjeñaban y ejecutaban maldades innombrables en la sombra, cuyo secreto pasa de generación en generación, como los microfilms del expediente del asesinato de JFK -¡Qué hermoso mito ese de los dichosos microfilms!-.
Se demostraba por fin, sin lugar a dudas, que los gobiernos perjeñaban y ejecutaban maldades innombrables en la sombra, cuyo secreto pasa de generación en generación, como los microfilms del expediente del asesinato de JFK -¡Qué hermoso mito ese de los dichosos microfilms!-.
Pero, con el correr del tiempo, han caído con esto de Wikileaks en la más profunda de las depresiones; han visto como su brújula paranoica perdía el norte, han sentido que su impulso conspirativo se frenaba por la mera y simple imposición de las leyes físicas de la fricción contra la realidad. Y se han quedado en paro.
Después de Wikileaks ya no habrá conspiraciones, ya no habrá gurús escondidos que avisen de lo que saben y nadie más conoce, ya no habrá pruebas fehacientes que marcar con un círculo rojo en los vidos de Youtube -o no tantas, al menos-. Ya no serán necesarias.
Después de Wikileaks ya no habrá conspiraciones, ya no habrá gurús escondidos que avisen de lo que saben y nadie más conoce, ya no habrá pruebas fehacientes que marcar con un círculo rojo en los vidos de Youtube -o no tantas, al menos-. Ya no serán necesarias.
Hace un par de décadas, los gobiernos implicados hubieran reaccionado con negativas, con pruebas de descargo -falsas todas ellas, por supuesto- y se hubieran reunido en secreto para estudiar cómo se deshacían del problema. Hubieran quemado hombres de paja como Oliver North en el Irangate; hubieran alterado imágenes de satélite como en la invasión irakí, hubieran abierto cientos de dossieres secretos y, en el más desesperado de los casos, hubieran envenenado el licor de Assange, metido su cuerpo dormido en un coche y arrojado el vehículo por un puente.
Pero eran otros tiempos, entonces todavía temían que si las poblaciones sabían la verdad les apartaran -violenta o pacíficamente- del poder, reaccionaran contra ellos. Años y décadas después, años y décadas de contemplar como nadie reacciona por oscura que sea la conspiración revelada, como nadie se mueve, por cruel y llamativa que sea la infamia perpetrada, les ha ensañado que no es necesario actuar así. Durante muchos años hemos podido hacer algo y no lo hemos hecho y ahora Assange paga el pato.
¿Quién fue aquel que dijo: "Nuestro camino está marcado por lo que hacemos y nos daña a nosotros y por lo que dejamos de hacer y daña a los demas"? ¡Coño, fui yo!. Hoy Assange es nuestra víctima, víctima de nuestra inacción.
Porque es falta de reaccion permite que los gobiernos implicados en sus revelaciones no se preocupen de buscar y localizar a su fuente -que es quien verdaderamente ha cometido el delito de revelar secretos-, no se preocupen de desmentir lo que sale cada mañana en las portadas de los periódicos.
Simplemente presionen a la fiscalía sueca para que reabra un proceso contra él que ya había cerrado. Y la fiscalía lo reconoce abiertamente, pero reabre el caso y pide la extradición de Assange, dicta una alerta internacional en la Interpol ¿por qué?
Nosotros creemos que es por violación, como poco por acoso sexual, y la fiscalía sueca -y eso que son suecos- no se preocupa de desmentirlo. No se preocupa de decir que se le busca por un delito que, en Suecia, que se llama "sexo incontrolado" o "sexo negligente". Que ha emitido una orden internacional de búsqueda contra Julian Assange, del mismo nivel que la de El Señor de La Guerra u Osama Bin Laden, por follar sin condón.
Y lo ha hecho, aún sabiendo que una de las denunciantes, Anna Ardin, es una mujer conocida por sus exabruptos literarios anticastristas -que su derecho tiene- en páginas financiadas por el Depatamento de Estado estadounidense; aun sabiendo que la otra acusadora anunció a bombo y platillo por twiter su conquista del australiano, algo sorprendente cuando te han acosado o te han violado.
Y ¿por qué hace todo eso la fiscalía sueca si sabe que nos vamos a enterar? La respuesta es sencilla. Porque sabe, ya lo ha aprendido, que nosotros no vamos a hacer nada al respecto.
Como lo sabe Amazon y otra serie de grandes empresas de Internet que niegan alojamiento a Wikileaks y dicen abiertamente que es porque se lo ha exigido el gobierno estadounidense. Como lo sabe Paypal que, violando las normal más elementales de la libertad y el comercio en Internet, cierra la cuenta de donaciones de Wikileaks, reconoce las presiones del gobierno estadounidense y aduce que no puede apoyar a alguien que "presuntamente" -esa palabra siempre aparece, por si las moscas- ha cometido un delito.
Paypal sostiene una cuenta parecida para alguien llamada Janinne Lindemulder. Que, ¿quién es Janinne Lindemulder? Una actriz porno que está en la carcel por defraudar a al Tesoro estadounidense y que aprovecha el morbo de la situación -para quien le de morbo- para no dejar de ingresar dinerito.
Por no hablar de que la mitad de las páginas que venden productos de limpieza, de milagrosa belleza o de potencia sexual son reos de un delito de fraude continuado y Paypal no tiene ningún problema para albergar sus cuentas.
¿Por qué cierra la de Wikileaks?, ¿por qué lo hace y lo reconoce? Porque también ha aprendido la lección. Sabe que no heremos nada contra ella. Nuestros DVDs, nuestra seguridad en las compras por Internet o nuestros libros de Amazón son más importantes que la libertad de Assange. Son más importantes que una verdad secreta revelada.
Como también lo sabe el banco suizo que le ha congelado los fondos del periodista australiano por no poner correctamente su dirección. ¡Por el amor de vuestro dios! Esa gente tiene cuentas bancarias de personajes que nadie sabe donde viven. No congelaron los fondos a Imelda Marcos cuando era evidente que no vivía en Filipinas, no han congelado los fondos de la mitad de los dictadores africanos, de los narcotraficantes sudamericanos ni de los empresarios estadounidenses pero, ¿congelan unos pírricos 31.000 euros de Assange porque no pueden mandale correctamente la correspondencia? No, lo hacen simplemente porque Washington se lo exije.
¿Por qué, de repente, los defensores de las sagradas finanzas de sus clientes se pliegan a presiones -una vez más- del gobierno estadounidense y congelan las cuentas del australiano?, ¿por qué lo reconocen abiertamente?
De nuevo y por tercera vez -como las negaciones evangélicas- sabemos la respuesta. Porque nosotros no vamos a hacer nada. Nuestro dinero estafado a Hacienda, el producto de nuestros negocios irregulares y nuestras herencias desviadas son mas importantes que la persecución de Assange.
El gobierno estadounidense ya no necesita operativos encubiertos, ya no necesita dosieres secretos, ya no necesita nada de lo que le sirvió -a él y a otros muchos gobiernos- para silenciar a voces indiscretas, vengativas o incómodas. Ya sólo nos necesita a nosotros. Nosostros y nuestra inacción.
Es el paso de los tiempos de la conspiración a los tiempos de la crucifixión
¡Bienvenidos al cambio de era!
No hay comentarios:
Publicar un comentario