domingo, diciembre 12, 2010

Cuando la bendita crisis salvó a Euskadi

Hace mucho, mucho tiempo -como dirían los cuentos infantiles- me dio por decir algo que sonaba raro, que sonaba incluso insultante para muchos. Una de esas cosas que hacen que estas demoniacas líneas sean precisamente eso, demoniacas. Y ahora el título de este post parece que es otra de esas idas de cabezas tan propias del diablo que escribe en este espacio.
Y no es que yo sea seguidor acérrimo del saber popular, que suele tener más de excusa y de axioma resignado que de saber propiamente dicho-, pero es que "no hay mal que por bien no venga".
Sé que ahora -con toda la razón del mundo- se ofenderán y torceran el gesto y la ceja todos aquellos que, en Euskadi, están pegados a trabajos imposibles por miedo a que sea imposible encontrar otro trabajo, aquellos que ya no los tienen y aquellos que hacen de su economía un juego malabar y de su dignidad un derecho en suspenso.
Pero dejad que me explique. La crisis, la bendita crisis que sirve para todo y para todos ha salvado Euskadi. La crisis que sirve para desaforar a los privilegiados que ven como pierden sus privileagios y para desesperar a los que nunca los han tenido y ven como se les escapa la posibilidad de lograrlos, está permitiendo que Euskadi pueda liberarse, pueda soltar aire, pueda buscar la paz.
Y aquí es donde llega el enganche con lo dicho hace tiempo. Puede que parezca que no tiene nada que ver pero aquello que dije, aquello que podía sonar a apología del terrorismo -y que si lo hubiera dicho en Anoeta a gritos, hubiera sido considerado así sin dudas- es la clave de este embrollo.
El terrorismo de ETA y el Partido Popular, su aparentemente más osado y acérrimo antagonista, son simbiontes, se necesitan, son anverso y reverso -no se sabe cual el más tenebroso- del mismo miedo, del mismo terrorismo.
Así era y así hubiera sido ahora que, con un gobierno prácticamente deshauciado -salvo que el inefable e improbable Rubalcaba lo impida- y con unas elecciones en ciernes, el Partido Popular vuelve a necesitar votos, esos sufragios que el miedo constante y continuo a un atentado, a un disparo en la sien, a una bomba, le garantizaban en cada comicio pretérito.
Pero, por fortuna llegó la crisis. Y el PP ya tiene otro miedo, otro terror que poner ante los ojos de propios y extraños para poder segar con su guadaña propagandística su cosecha de votos.
Por eso Patxi Lopez puede decir - no a las claras, que tampoco la cosa ha avanzado tanto- que sabía de antemano como iban a ser los nuevos estatutos del partido que ha reinventado la izquierda abertzale. Puede decirlo y no salen a la palestra antiguos fiscales pidiendo su procesamiento por colaborar con el terrorismo.
Por eso la Audiencia Nacional puede absolver -con un criterio jurídico incuestionable, por cierto- a Otegui sin que el Partido Popular y sus habituales perros de presa, escondidos en las cámaras europeas, se lancen a gritar que la justicia se ha vendido o que no hay derecho o cualquier otra cosa que se les ocurra para desacreditarla.
Por eso el partido del  bueno de Mariano participa en toda expresión pública del rechazo a las medidas económicas de un gobierno que las toma a destiempo y a contramano, pero no tira de manifestaciones multitudinarias, de pancartas sustentadas por aquellos que confunden el dolor con la venganza y la historia con el pasado, o de homenajes y condolencias diferidas, ante cualquier comunicado, cualquier declaración de los que, renqueando y sin demasiado convencimiento, han iniciado el camino hacia la supuesta cordura de la paz.
El PP ha cambiado de simbionte y está bien. Por una vez está bien.
Porque de esa manera Euskadi podrá escuchar las prospuestas en lugar de los gritos que pretenden convertirlas en mentira antes de que se produzcan; porque, por una vez, los vascos podrán pensar sobre su futuro sin tener que dedicar sus mentes constantemente al recuerdo sangrante y desesperanzado de su pasado; porque, por primera vez, aquellos que en las tierras del norte quieran colgarse del pecho y del sufragio la etiqueta de nacionalista, soberanista o incluso independentista, podrán hacerlo sin que alguien ruja indignado en sus oídos el epíteto de terrorista.
El Partido Popular necesita simbiontes, siempre los necesitará para lograr los reditos electorales que sus presupuestos ideológicos y formales le niegan. Pero ahora es la crisis, no quiere que sea otra cosa, no le hace falta que sea otra cosa.
Ya no cuentan las sagradas víctimas, ya no es importante la integridad territorial ni el sacrosanto españolismo, ya no hay que tremolar la bandera tricolor y ese constitucionalismo de la inmobilidad y la irracionalidad. Ya tiene la crisis. ¿Para qué quiera más?
Así que, mientras el Partido Popular se prepara para guardar en los silos de sus escaños la cosecha de votos que le asegura su recién descubierto nuevo simbionte, a lo mejor puede que Euskadi tenga tiempo para solucionar ese antiguo problema de la paz y los violentos que, durante muchos años, no le han dejado solucionar porque unos y otros necesitaban que existiera para sus requerimientos y previsiones electorales.
Quizás, así los gobiernos vascos tendrán que dedicarse por fin a gobernar, sin ampararse en la prioridad de la pacificación, de la lucha contra el terrorismo, para no hacerlo, para demorar sus decisiones o para ni siquiera plantearselas.
Y quizás, así los habitantes de Euskadi tengan por fin que defender sus ideas en público, sin refugiarse en el supuesto miedo que les dan los violentos para no expresarlas, para no demostralas, para no organizarlas. Para , ni siquiera, tenerlas.
Así que después de todo, pensandolo bien, quizás la crisis no sea tan bendita para Euskadi. Que algo nos obligue a pensar no puede ser bueno. Ni en Euskadi, ni en ninguna otra parte, ¿verdad?

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