Andaba yo dispuesto, agotado por el momento el frente de Wikileaks y de forma definitiva el de los controlodores -al menos para mí-, a castigar a los lectores de estas endemoniadas líneas con uno de mis temas recurrentes -a saber, los avatares de la siempre esquiva y elusiva violencia de género- cuando un amigo de esos míos que piensan y que encima se empeñan en publicarlo en Facebook, se ha descolgado diciendo que las ciberguerras ya son una reladad y me ha creado la duda, pese a lo inmediato de mi respuesta.
¿Escribo sobre la violencia de género? ¿peroro sobre las ciberguerras? Pues nada. Seamos bíblicos -o sea, salómonicos- y hablemos de las dos cosas. Haré una de las mías
Como en todo, en esto de la guerra -por muy cibernética que sea- conviene empezar desde el principio. Y, como diría el libro, En el principio fue el verbo.
Y en este caso, el verbo es Sun Tzu.
La guerra virtual empezó por el principio, por la desinformación. Empezó cuando los pdf en los que los estudios de los expertos demostraban que la Ley de Violencia de género no había conseguido disminuir la violencia familiar fueron descolgados a toda prisa y fueron sustituidos por otros, que con apenas un dato alterado, decían una cosa completamente diferente.
Comenzó cuando a un informe que Unicef colgaba en su web en el que se relataba que 188.000 niños en España sufrían malos tratos, surgidos especialemente por negligencia y por dejadez de sus progenitoras, seguía un bombardeo masivo de una noticia en todas las páginas públicas y asociativas y en todos los medios de comunicación virtuales en la que se decía que Save de Children estimaba que 800.000 niños eran víctimas de la violencia de género en nuestro país.
Y continuó cuando en la pagina de Save de Children no figuraba ese informe, cuando se desconocía que ese estudio tenía la misma rigurosidad que el resultado de multiplicar el número de denuncias de malos tratos por el número medio de hijos por pareja en España. O sea ninguna. Porque nadie ha dicho que todas las denunciantes tengan hijos ¿verdad?. Y prosiguió cuando se ordenó dejar de reflejar en la página del INE el numero de hombres muertos a manos de sus parejas cada año. Y así siguió y siguió.
La desinformación virtual como primera pincelada del arte de la ciberguerra alcanzó uno de sus mas coloridos e impresionistas apojeos el fin de semana pasado en Barakaldo y en Mahon.
Cuando las páginas feministas y las periodistas aledañas reproducen informaciones en las que se dice que el agresor de la mujer vizcaina "accedió a la vivienda". Como si lo hubiera hecho por una ventana para ocultar el hecho de que ella misma, pese a las constantes llamadas y avisos de la Ertzaina y los servicios sociales vascos, le abrío la puerta.
Cuando los medios digitales, las páginas de los organismos encargados del asunto y los sitios web de un sinfín de asociaciones satélites piden una investigación preguntándose qué ha fallado en un intento de evitar que el navegante, el internauta, el lector perciba lo obvio: que la que le falló a su propia viva y a la de su compañero herido de muerte fue la propia víctima pro no hacer caso de quienes la protegían.
Cuando los medios digitales se hacen eco -por fin- de una mujer que mata a su hijo en la localidad balear y se apresuran a elaborar reportajes y a crear hipervínculos con informes en los que se explica pormenorizadamente los motivos, las causas y las desviaciones que llevan a una mujer a matar a su progenie para asegurarse de que nadie piense que es porque es mujer.
El homicida de Barakaldo no tiene hipervínculos, no tiene explicaciones creadas a toda prisa ad hoc, no tiene mobil del delito. El mata por ser hombre. Como mucho, por ser hombre y cubano.
Así que el Arte de la Guerra Cibernética se cumple a raja tabla y comenzó mucho antes de los hackers y de Wikileaks, mucho antes de los ataques de saturación a Paypal y la banca helvética. Comenzó en Barakaldo. Comenzó en Mallorca.
Y superada esa primera fase se paso a la segunda en el perfecto orden que marcaran desde Von Clausewitz a la Agitpro soviética. Llega la propaganda. La propaganda y la agitación, por supuesto. Que una no puede existir sin la otra.
Vínculos masivos, capañas de adhesión en Internet, continuos llamamientos al boicot de una página u otra por machista, por potenciar la violencia de género, por justificarla. Llegan enlaces de advertencia -algunos de ellos de ellos a estas mismas líneas- en los que se avisa, de forma anónima, eso sí que la nueva ley haría posible clausurar páginas por defender a los maltratadores.
Anónimos, pero hechos desde IPs vinculadas a los servidores del Ministerio de Igualdad -que uno puede ser de letras y tocapelotas, pero moverse por Internet sabe-.
Anónimos, pero hechos desde IPs vinculadas a los servidores del Ministerio de Igualdad -que uno puede ser de letras y tocapelotas, pero moverse por Internet sabe-.
Y siguiendo al pie de la letra la dinámica bélica de los grandes maestros -en este caso el camarada Nikita Jrushchov- llega la agitación.
Permitiendo y alentando páginas en las que se llama a la castración de los maltratadores,a su exposición pública, en las que se reproducen los textos andrófobos más radicales del feminismo estadounidense como obras de arte que muestran la sensibilidad feminista y para las que, no sólo pasan, sino que dejan su firma y su apoyo ministras, ex ministras y alguna que otra subseretaria y Directora General.
Todo esto antes de que los amigos de Assange y Wikileaks dieran por iniciada oficialmente la era de la ciberguerra.
Así que, como le dije a mi amigo, que no estará de acuerdo conmigo -como muchas veces-, pero seguirá siendo mi amigo -como siempre, espero-. Wikileaks, los hackers, Paypal y los bancos de la confederación helvética junto con el omnipresente Estados Unidos y unos cuantos emitatos que prefieren -y quien no- seguir en el anonimato, no han empezado la guerra cibernética.
Simplemente se han asegurado de que la siguiente fase, la que Clausewitz definiría como el extrangulamiento de las líneas de suministro y Sun Tzu, de una más forma gráfica y no exenta de poética, como contraer el estómago del enemigo. estalle en el mismo corazón de América: su billetera.
No vaya a ser que ahora Mastercard no nos cubra los descubiertos ni nos de crédito para empinar la cuesta de enero, Paypal no nos garantice las transacciones, y las compras de Navidad se nos vayan al carajo. Que eso molesta hasta a la más combativa feminista.
Así que, aunque suene a asociación libre de ideas algo pillada por los pelos, para mi, ambas cosas son lo mismo. Batallas diferentes de una misma ciberguerra de nosotros contra nosotros mismos.
Una conflagración virtual en la que muy pocos combatimos y muchos perdemos.
Todo esto antes de que los amigos de Assange y Wikileaks dieran por iniciada oficialmente la era de la ciberguerra.
Así que, como le dije a mi amigo, que no estará de acuerdo conmigo -como muchas veces-, pero seguirá siendo mi amigo -como siempre, espero-. Wikileaks, los hackers, Paypal y los bancos de la confederación helvética junto con el omnipresente Estados Unidos y unos cuantos emitatos que prefieren -y quien no- seguir en el anonimato, no han empezado la guerra cibernética.
Simplemente se han asegurado de que la siguiente fase, la que Clausewitz definiría como el extrangulamiento de las líneas de suministro y Sun Tzu, de una más forma gráfica y no exenta de poética, como contraer el estómago del enemigo. estalle en el mismo corazón de América: su billetera.
No vaya a ser que ahora Mastercard no nos cubra los descubiertos ni nos de crédito para empinar la cuesta de enero, Paypal no nos garantice las transacciones, y las compras de Navidad se nos vayan al carajo. Que eso molesta hasta a la más combativa feminista.
Así que, aunque suene a asociación libre de ideas algo pillada por los pelos, para mi, ambas cosas son lo mismo. Batallas diferentes de una misma ciberguerra de nosotros contra nosotros mismos.
Una conflagración virtual en la que muy pocos combatimos y muchos perdemos.
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