jueves, junio 28, 2012

Ni en el amor ni en la guerra (Rules of Engagement)

Mientras vemos acercarse nuestros terrores favoritos, mientras contemplamos como el humo del nacionalismo rojigualdo se intenta convertir en la densa niebla que nos oculte los males entre triunfos de balompédicos seleccionados y amenazas, que ya debieran ser de antaño, de ilegalizaciones euskaldunas, hay, como siempre, algo que se nos pasa, algo  que se nos queda en el tintero, algo que es la raíz de eso y de muchas otras cosas que nos están pasando.
Nuestra inagotable e inmarcesible necesidad de auto justificación nos ha hecho crear parejas de baile que nunca deberían bailar juntas, que en los siglos de los siglos deberían moverse al mismo ritmo, que jamás deberían compartir pasos ni requiebros en el tango infinito de lo que es nuestra vida.
Nuestros políticos cambian de opinión, de estrategia y de verdad con la misma facilidad con la que un entrenador cambia de alineación, con la que un votante cambia de sufragio o con la que una meretriz cambia de lecho.
Aquí, en Alemania, en Siria, en Roma o en San Pedro -que no son lo mismo, aunque lo parezcan- mienten porque están en guerra con los mercados, con los sublevados, con los infieles o con el gasto público; mienten porque aman el poder y mantenerse en él. Desgastan su crédito porque están en guerra con un sistema económico que no entienden que ha muerto, con unas creencias que no han hecho evolucionar, con un pueblo que no han sabido proteger o con una austeridad que no han logrado imponer; agotan sus vergüenzas porque aman tener razón y demostrar que la tienen.
Hacen lo que hacen porque, en la milonga sentimental de bandoneón en la que hemos convertido el marchar de nuestras vidas y nuestra historia, recuerdan como un mantra una de esas parejas de baile que hemos creado falsamente, una similitud que nunca lo fue, pero que nosotros quisimos tanto que lo fuera que la transformamos en un dicho popular
En el amor y en la guerra todo está permitido.
Pues no.
No está permitido convertir al que era tu aliado en enemigo solamente porque la lucha se te haga onerosa, la victoria difícil y el tiempo de asedio insoportable y doloroso.
Ni en el amor ni en la guerra, eso está permitido.
No tenemos permiso para rematar a los heridos, caídos en el campo de una batalla que nosotros empezamos y aún no sabemos cómo acabar. No está permitido intentar dar el tiro de gracia a los que han sido objetivos de nuestras propias balas, a aquellos que ya hemos eliminado del frente de batalla aunque ellos estuvieran más que dispuestos a seguir combatiendo. 
Ni en el amor ni en la guerra, eso está permitido
No es de recibo apuntar con nuestro odio, nuestro cobarde egoísmo y nuestra necesidad a aquellos a los que ya hemos hecho sangrar por el poco plausible motivo de que nos viene bien apartarlos del paso en esa campaña nuestra que creemos y queremos victoriosa.
Ni en el amor ni en la guerra, eso está permitido.
No está permitido abandonar en nuestra retirada, cuando las líneas se nos rompen y las defensas se nos caen, a aquellos que aún mantienen la rodilla sobre el asta de la lanza e intentan darnos tiempo para encontrar una forma de vencer a nuestras circunstancias y nuestros miedos.
Ni en el amor ni en la guerra, eso está permitido.
No está permitido idear estrategias en secreto, pensarlas en lo oscuro, madurarlas en soledad y luego comunicarlas como un parte de guerra de un hecho consumado, sin dar la oportunidad a los que habían de ser nuestros aliados a debatirlas, encontrar sus puntos débiles o incluso proponer otras que pueden ser mejores y llevarnos a los dos a la victoria.
Ni en el amor ni en la guerra, eso está permitido.
No se acepta que quememos los puentes en nuestras huidas antes de que los hayan atravesado todos aquellos que nos permitieron fijar la retaguardia. No está permitido rendirse a la derrota mientras aquellos que combaten o combatían con nosotros aún están solos, en medio de un caos de tormenta, resistiendo y mirando por encima del hombro con los ojos anegados con la esperanza de vernos llegar en forma de refuerzos.
Ni en el amor ni en la guerra, eso está permitido.
No podemos intentar llevar a nuestro bando a los que han de ser neutrales, negándoles el deseo de refugio de cura que los neutrales dan y deben dar a los dos bandos.
Ni en el amor ni en la guerra, eso está permitido.
No resulta legítimo no explicar los motivos de nuestra beligerancia, no hacerlos visibles, callarlos y ocultarlos y obligar a aquellos a los que repentinamente convertimos en nuestros enemigos a pelear o resistir sin saber la causa de las hostilidades y si tener forma alguna de evitarlas.
Ni en el amor ni en la guerra, eso está permitido.
Pesa una prohibición formal sobre la decisión de convertir en escudos humanos y carne de cañón a todos los no combatientes que han tenido el infortunio de, pese a estar en el espacio que separa las trincheras que hemos cavado para nuestros enfrentamientos, no tener ni la edad ni el conocimiento para empuñar un arma en nuestras sangrientas querellas.
Ni en el amor, ni en la guerra, eso está permitido.
No podemos negarle un vaso de agua al enemigo. Ni en el amor ni en la guerra, eso está permitido.
Podemos seguir ocultándonos tras el dicho y gritar a la rosa de los vientos que en el amor y en la guerra todo vale. Pero eso sólo significa una cosa.
No sabemos amar ni sabemos luchar.
Porque hemos olvidado y hemos querido olvidar que en lo único en que se parecen el amor y la guerra no es en lo que está permitido sino en todo aquello que no vale para ambos. En un sintagma que contiene dos palabras que, de tanto negarlas y de tanto evitarlas,  apenas ya podemos acceder a sus significados profundos en cualquier circunstancia.
Rules of Engagement. Reglas de Compromiso. 
¿Cuánto hace que nuestro falso concepto de libertad egoísta e individual a ultranza nos lleva a negar la existencia y el valor de las primeras?, ¿cuánto tiempo hace que nuestro profundo miedo a nosotros mismos y el futuro nos hace huir de lo segundo? 
Pero, queramos o no, estamos obligados a archivar el dicho popular y a aprender.
Porque se acercan tiempos en los que la diferencia entre el amor y la guerra marcará nuestra supervivencia.
O sea, lo único que en realidad siempre nos ha importado.

lunes, junio 25, 2012

Higuera o la serena reconstrucción de nuestro Estado

Puede que ya esté todo dicho sobre lo que tenemos y lo que nos hemos buscado. Es más que posible que, como Casandras mitológicas, acomplejadas y modernas, estemos anticipando un desastre que por predecible no resultará menos doloroso.
Pero no todo está plantado en este jardín del bien y el mal en el que la medianoche de nuestra soberbia nos ha arrojado. Entre los surcos de De Guindos de los que los que se nos caen los recortes y las parras a las que nos han subido los gobernantes patrios y teutones, en una austeridad imposible e inviable, aún nos quedaba por plantar un árbol más, un árbol diferente: una Higuera. Una Higuera de La Serena por demás.
Un nuevo árbol al que subirnos para otear la crisis. Una nueva raíz que plantar en nuestras tierras maltrechas y que nos recuerda todo aquello que hemos olvidado y que nos conviene recordar.
Mientras los gobernantes se empeñan en desmontarnos y vendernos de saldo y por partes el Estado, mientras nuestras esperanzas se agotan en protestas baldías y temores eternos, los hay que han recordado lo que nunca debimos olvidar y han decidido que solo hay una forma de mantenernos, de lograr que lo que se ha obtenido con el esfuerzo y la historia de varias generaciones no se convierta en las tristes ruinas de lo que pudo haber sido y no fue.
En Higuera de la Serena se han acordado de que cuando el Gobierno no tiene salidas, el Tesoro no tiene dinero y el presente no tiene soluciones, aún nos tienen a nosotros.
Y sus vecinos se han puesto, así como quien no quiera la cosa, con la misma calma serena que les da su apellido y el humilde crecimiento imitado del árbol que les concede su nombre, a reconstruir el Estado. Así sin más, con esa proverbial tranquilidad pacense suya.
Porque cada vez que encalan gratis una pared desvencijada del polideportivo municipal están tiñendo de blanco luminoso el negro que una gestión en exceso optimista arrojó sobre su futuro; porque cada vez que, a golpe de buril y de martillo, remozan una balaustrada de recia madera de encina están apuntalando un Estado que ya no les podrán quitar ni echar en cara; porque cada vez que, parados y sin ingresos, hacen turnos de voluntariado en su piscina o en su biblioteca municipales sostienen un Estado que se tambalea porque durante mucho tiempo hemos dejado en manos de otros la labor de sujetarlo.
Porque han recordado que si se ponen a restaurar una fuente o a remozar un paseo o a limpiar una calle simplemente están regando los secos campos de nuestro compromiso con nosotros mismos, con los lugares en los que vivimos y con el futuro que deseamos para ellos.
La sombra que Higuera proyecta nos trae a la mente un conocimiento que sabemos nuestro pero que no queremos recordar. Nos recuerda que somos los dueños del jardín y que aunque esté asolado y agostado sigue siendo nuestro jardín y sigue siendo nuestra responsabilidad mantenerlo, cuidarlo e intentar restaurarlo. Nos dice con calma, sin excesos ni discursos que el Estado somos nosotros.
Higuera de La Serena y sus labores colectivas -¡vaya, ahora va a resultar que el colectivismo es eso y no un monstruo bicéfalo que devora la propiedad privada y la iniciativa individual!, ¡qué desilusión para las pesadillas de muchos!, ¿no?- nos muestra que podemos seguir escondiéndonos si queremos tras nuestros impuestos mal empleados, parapetándonos tras nuestros derechos o limitando a lo económico y lo fiscal nuestro compromiso con eso llamado Estado que hace siglos le conseguimos arrebatar a monarcas absolutos, prelados feudales y nobles vasalláticos.
Pero también podemos arremangarnos y arrimar el hombro a las maltrechas puertas de nuestra fortaleza para evitar que el ariete de los mercados, los gobiernos austeros con lo nuestro pero no con lo suyo y los analistas económicos terminen derribándola.
Los hombres y mujeres de Higuera de La Serena simplemente hacen lo que creen que tienen que hacer porque han descubierto que el orden de los factores sí altera el producto. Si queremos reclamar que no nos roben el Estado del Bienestar estamos obligados a trabajar, más allá de nuestro propio interés particular y de nuestro beneficio individual, por el bienestar del Estado.
Higuera de la Serena se ha convertido en la Corte de Versalles y cada uno de sus habitantes en el Rey Sol que puede, cansado y sudoroso, sentarse y contemplar el jardín, se halle este en el estado que se halle y decir con orgullo "L'État, c'est moi".
Porque el Estado son ellos. Lo están reconstruyendo con sus manos.
Quizás plantar Higueras por España sea el camino para hacer revivir nuestro plantío. O al menos para intentarlo. 
http://politica.elpais.com/politica/2012/06/22/actualidad/1340390883_839729.html

sábado, junio 23, 2012

Fernando Lugo y nuestra doble vision de la ley justa

El Presidente de la República, el Vicepresidente, los ministros del Poder Ejecutivo, los ministros de la Corte Suprema de Justicia, el Fiscal General del Estado, el Defensor del Pueblo, el Contralor General de la República, el Subcontralor y los integrantes del Tribunal Superior de Justicia Electoral, sólo podrán ser sometidos a juicio político por mal desempeño de sus funciones, por delitos cometidos en el ejercicio de sus cargos o por delitos comunes.
No, no es una propuesta legal de esas que se estilan en estas endemoniadas páginas cuando uno se harta de que los legisladores no hagan su trabajo en aras de los gobernados y en ejercicio del sentido común. Dejen me que lo repita convenientemente referenciado.
"El Presidente de la República, el Vicepresidente, los ministros del Poder Ejecutivo, los ministros de la Corte Suprema de Justicia, el Fiscal General del Estado, el Defensor del Pueblo, el Contralor General de la República, el Subcontralor y los integrantes del Tribunal Superior de Justicia Electoral, sólo podrán ser sometidos a juicio político por mal desempeño de sus funciones, por delitos cometidos en el ejercicio de sus cargos o por delitos comunes". (Artículo 225 de la Constitución de Paraguay)
La cosa cambia, ¿verdad?
Así que, ¿qué pasa entonces con el depuesto presidente paraguayo Fernando Lugo?, ¿qué están haciendo Brasil, Ecuador, Venezuela, Chile y todos los países y los líderes políticos sudamericanos que están amenazando a Paraguay con represalias por la destitución de Fernando Lugo?
Esencialmente están afirmando que la Constitución de Paraguay, votada mayoritariamente por su población, es papel mojado; esencialmente están diciendo que se pasan por sus respectivos monumentos nacionales las leyes fundamentales paraguayas. En resumen, están diciendo que la democracia paraguaya debe funcionar como a ellos les gusta que funcione.
Más allá de que Fernando Lugo pueda caernos bien o parecernos buen gobernante -a mi todo aquel que junta en su descripción las palabras ex obispo y de izquierdas me produce unas buenas vibraciones iniciales- los gobiernos sudamericanos están haciendo lo que no puede hacerse por defenderle. Están defendiendo lo indefendible. Tan indefendible que Fernando Lugo ni siquiera se ha parado a defenderse.
Lo que Kirchner, Correa, Chávez, Rousseff y todos los demás están haciendo es defender que a ellos las constituciones no pueden descabalgarles de sus cargos, que las leyes fundamentales de un país no deben ser tenidas en cuenta cuando perjudican a un gobernante ungido con el beneplácito de los nuevos y emergentes focos de poder el mundo.
Están haciendo ahora que son, se sienten o se creen poderosos lo mismo que nosotros hicimos cuando nos sabíamos poseedores de idéntico poder.
Puede que la destitución de Lugo haya sido una maniobra política artera pero es legal, podremos criticarla o lamentarla, pero es constitucional. No se puede pretender que la presión internacional obligue a un país a ir en contra de sus legislaciones solamente porque a esos países les interese otra línea de acción.
Es lo mismo que cuando el Occidente Atlántico era el foco indiscutible de poder ocurrió con la Operación Gladio y la victoria comunista en Italia, o con la revolución vietnamita o, sin tener que tirar de argumentario histórico tan opaco y lejano, lo que hizo Occidente con la democracia argelina hace años cuando, después de presionar y presionar hasta la saciedad para que se hicieran elecciones, anuló el resultado de la voluntad popular en las mismas simplemente porque le venía mal que Argelia hubiera decidido que quería ser islamista y había votado masivamente al GIA.
Lugo ha caído víctima de maniobras políticas como caen la mayoría de los políticos en los países en los que se puede ejercer la política y lo único que nos queda es soltar un exabrupto y asumirlo.
Pero los gobernantes sudamericanos no saben hacerlo, no quieren hacerlo. Y no es porque sean perversos, de izquierdas, de derechas, recalcitrantes o tiránicos.
Es porque Lugo es de los suyos y ellos son de los nuestros. Es, porque como nosotros, creen que existen dos baremos diferentes de ley, de justicia y de legalidad. Uno para la humanidad en su conjunto -o sea para los que no nos interesan ni nos importan ni siquiera un poquito- y otro para nosotros y los nuestros.
Porque han aprendido -si es que no lo fueron siempre- a ser como somos nosotros.
Porque nosotros somos capaces de manifestarnos furiosos pidiendo que se amplíen las penas o que se rebaje la mayoría de edad legal para los delincuentes juveniles hasta que nuestro vástago roba un Ipod en la Fnac, momento en el que empezamos a hablar de los malos momentos de la adolescencia y de la comprensión necesaria para ayudarles a tener un futuro: "pobrecito mi chaval, lo justo es que le den otra oportunidad".
Porque nada nos impide exigir -y conseguir en este caso- que se condene a seis años de cárcel a alguien por una bofetada, pero encontramos justificaciones históricas, sociales y personales para que esa condena no se aplique cuando la mano que abofetea es la nuestra o de alguna de las nuestras.
Porque estamos dispuestos a montar y participar en juicios callejeros cuando se nos antoja condenando a gentes que ni siquiera están procesados, pero luego clamamos por la presunción de inocencia y el Habeas corpus cuando esos linchamientos públicos y mediáticos afectan a alguien que está cerca de nosotros.
Porque no tenemos problema alguno en exigir a otros que renuncien a sus prendas culturales, sus ritos o sus tradiciones porque a nosotros nos resultan estúpidamente -la estupidez es nuestra, claro está- y luego clamamos por la libertad religiosa, de culto o de creencia cuando ese mismo criterio defendido a tinta y grito dominical se aplica contra nuestros crucifijos o nuestras procesiones.
Porque podemos gritar hasta quedarnos afónicos para que se persiga a los defraudadores a Hacienda y sus cuentas privadas en Zúrich o Caiman Brac y luego somos capaces de no renunciar a una injusta e ilegal desgravación por una vivienda en la que no vivimos y la justificamos con un simple "no es lo mismo".
Porque, como Salomés que se quitarán los velos con erótico esmero, pedimos la cabeza de Dívar en una bandeja de plata -que está muy bien puesta ahí, por cierto- pero luego capeamos con un sencillo "¿qué otra cosa puedo hacer?"  nuestras facturas desgravadas por los gastos de un fin de semana de masajes y coitos en un spa que nunca fue un viaje que formara parte de nuestra actividad económica como autónomos.
Porque no nos duele en prendas protestar cuando los actos reivindicativos de otros nos molestan o nos impiden la vida cotidiana, pero luego nos llenamos la boca de reclamaciones de solidaridad cuando el ERE es nuestro o cuando los demás ignoran nuestras tragedias laborales...
¿Es necesario seguir?, ¿es necesario descender -o ascender, según se mire- al nivel de las relaciones personales para encontrar ejemplos de esa dicotomía en el entendimiento de la justicia que nos está destruyendo?
No es necesario recordar como todos tienen que acudir prestos al consuelo de nuestros males cuando nosotros no modificamos ni un milímetro nuestros planes vitales para acudir en socorro de nadie; como aceptamos las versiones de cualquier historia de nuestros amigos o allegados sin preocuparnos de escuchar la versión de la otra parte en cada ruptura, en cada enfrentamiento, en cada discusión; como consideramos que la amistad o el amor o cualquier otra relación afectiva se fundamenta en el apoyo incondicional a lo que hacemos y rechazamos como faltos de afecto a todos los que nos critican o nos enuncian el más mínimo reproche.
No, no es preciso recordarlo. No hay que recordar aquello que se practica todos los días. No han de recordarnos que somos incapaces de ver una realidad tan cristalina que debería deslumbrarnos con su brillo. Que nos negamos a ver que la justicia y la ley es igual para todos, les queramos o no, nos caigan bien o no y que cuanto más quieres a alguien, más cerca estás de él, más obligado estás a reclamarles esa justicia en su vida y en sus actos.
Que el amor, el afecto o la concomitancia ideológica no son un eximente de la ley y la justicia que se pueda exigir cuando nos afecta.
Así que no es de sorprender que los líderes sudamericanos hayan decidido que la Constitución de Paraguay no es aplicable cuando perjudica a uno de los suyos. Desde sus palacios presidenciales miran a sus sociedades, desde las escalerillas de sus aviones oficiales cuando visitan el Occidente Atlántico miran a las nuestras y a unos y a otros nos ven hacer lo mismo cada día.
El amor de madre no justifica defender a un criminal, el amor de padre no es excusa para defender a apoyar a una hija en una injusticia, el afecto por un amigo no es un es un refugio para ignorar una ilegalidad o apoyar en un dislate, amar a alguien no es óbice, balladar ni cortapisa para recriminarle una injusticia, la autoestima no es un parapeto para justificar nuestas ilegalidades. La verdad no impide ni debe impedir el amor. Esa es su hermosura
Pero todo se pega menos la hermosura. Y hay que estar muy dispuesto a la hermosura para aprender a pensar en contra propia y de aquellos a que los que dices querer o amar. No estamos dispuestos a ser tan hermosos.

El efecto L'Oréal y la marejada totalitaria del PP


Hay derivas, mareas, oleajes y toda una gradación de movimientos marinos y terrestres que pueden definir la metáfora de lo político y la metonimia de lo personal.
En los últimos días se está produciendo uno de esos movimientos que quizás necesita de una nueva metáfora oceánica para definirlo, no es una deriva porque es demasiado rápido, demasiado notable y notorio, no es una marea porque no se va, no se aleja -al menos no del todo- y no es un oleaje porque no termina de romper, siempre se queda a medio camino.
En apenas un ciclo terrestre el Gobierno español y el partido que lo sustenta ha protagonizado tres episodios de uno de esos arranques suyos que le sacan las vergüenzas, que le hacen aflorar los pasados, que les exponen a la vista de son lo que fueron, lo que son o lo que aún no han conseguido dejar de ser.
Algo que solamente puede definirse como una marejadilla antidemocrática y totalitaria. De momento una marejadilla.
Para empezar el Señor del Silencio, Don Mariano, se saca de la manga una pataleta de patio de colegio -la enésima- y como lo que le decimos no le gusta se niega a hablarnos, como el estado de la Nación es una ruina y él no hace mucho para sacarlo de ahí -más bien golpea algún que otro muro de carga para contribuir a ella- pues se niega a debatir sobre el mismo.
Así por la tremenda, en el más puro estilo de la inmarcesible Schiffer o de la no menos inmensa en su belleza Evangeline Lilly. ¡Porque yo lo valgo!
Pero él no lo vale. Las normas son las normas, el juego es el juego, las reglas son las reglas. Y si la oposición te va dar panes consagrados hasta en el carné de identidad porque tienes el país hecho unos zorros -incluida la herencia, vale- y no sabes muy bien por donde te llegan las ventiscas, pues subes al atril del hemiciclo y apechugas con ello; si tu desgaste como gobernante se va acrecentar hasta los límites del record mundial y el debate va a hacer que súbala presión social contra tus ideas y medidas -o sea, tus recortes, principalmente- pues, cual roca basáltica de acantilado gallego a soportar los golpes del oleaje e intentar capear el temporal.
Pero si eres demócrata, si de verdad crees que la soberanía reside en aquellos que han votado y en sus representantes. No les quitas la voz y la palabra negándoles los mecanismos que ellos se han dado a sí mismos para ejercerla.
Primero descreditas a los que protestan y se manifiestan en las calles diciendo que esa no es la forma de hacer política, que para eso están el Congreso y el Senado y luego cuando sabes que van a utilizarlos para eso los conviertes en el mítico Bastión de Tormentas, alzas el puente levadizo y resistes ignorando el sonido de los golpes del ariete contra las puertas selladas del ejercicio democrático.
Puede parecer muy épico pero esto es un estado democrático, no Juego de Tronos.
Eso para empezar con esa marejadilla de autoritarismo totalitario que siempre se le escapa el Partido Popular -y para ser justo, de vez en cuando a otros- cuando la partida pinta en bastos.
Pero el siguiente golpe de mar, el siguiente arrebato de la autoestima L'Oreal que llega del PP, el siguiente ¡Porque yo lo valgo!, convierte la marejadilla en algo mucho más peligroso que la rabieta de un político porque nadie le apoya o la negativa de un gobernante a reconocer públicamente que las cosas van rematadamente mal. Trasforma la marejadilla de Rajoy en la mismísima tectónica de placas submarina.
Siendo ella de Chaneles y otras excelencias en moda y vestimenta, no iba la ínclita tita Espe a perder la oportunidad de compararse con las musas de la moda y el ungüento que convierte en vergüenzas lo que deberían ser los orgullos de la edad y la experiencia.
Su ¡Porque yo lo valgo! la lleva a pedir -a exigir, perdón, que ella nunca pide nada- que se elimine el Tribunal Constitucional.
 ¡Acabáramos! Vamos, que las garantías constitucionales sirven mientras me sirvan. Que los órganos jurisdiccionales destinados a garantizar que somos un estado constitucional tienen que eliminarse solamente por el hecho de que han dictado una sentencia que está en contra de lo que yo pienso, de lo que yo quiero, de lo que yo defiendo.
Sortu siempre fue legal porque la Ley de Partidos siempre fue inconstitucional. Puede que eso lo digan los abertzales, pero también lo dice Estrasburgo y ahora también lo dice el Tribunal Constitucional. Así que hay que eliminar el Tribunal Constitucional.
El totalitarismo de esa afirmación no acepta ambages, interpretaciones ni excusas. La Constitución no sirve si no me sirve.
Y puede criticarse su funcionamiento, su forma de organización, su politización -y yo me he hartado de hacerlo- pero no su existencia en sí mismo. Porque Aguirre nunca criticó todas esas cosas cuando las sentencias favorecían su posición ideológica, lo utilizó de argumento de autoridad cuando las sentencias reafirmaban sus postulados o sus actos. Pero ahora que no sucede eso hay que eliminarlo.
Eso no es una reflexión, no es una opinión, no es una declaración política. Es una declaración de guerra al Estado Constitucional a través del cual -por si no se acuerda- ha llegado y se ha mantenido en el poder. Es simple y llanamente el llamamiento a un golpe de Estado. 
O a un Alzamiento Nacional, llámenlo como quieran.
Y el gobierno la desautoriza, la corrige, sí, pero con la misma boca pequeña con la que convoca para el 11 de Julio que no será del Estado de la Nación pero en el que se podrá hablar de esas menudencias.
Si realmente se considerara el arranque de Aguirre como algo intolerable, habría sido el mismísimo Rajoy el que la obligara a dimitir porque su sola frase la desautoriza como gobernante democrática. Si es que sus 28.000 millones de deuda impagada no la habían desautorizado mucho antes.
Y el siguiente golpe de mar totalitario en esta marejadilla de lo que fue o de lo que quiere ser el PP que le está saliendo en estos tiempos en los que las cosas no les marchan como ellos querrían es algo más sutil, más discreto pero igualmente sintomático de esa tendencia hacia lo autoritario en ese partido que nunca se sabe si está abandonando esos vicios o volviendo a ellos.
Seis individuos miran su reloj sincronizado y tiran al unísono de la palanca de freno de un vagón de metro en una suerte de protesta por el aumento de los precios de los billetes. 
Y meses después en un ejercicio de despliegue policial que no se conocía en el orbe desde la detención -también muy democrática por cierto- de Lee Harvey Oswald en un cine de Dallas, no se sabe cuántas unidades policiales, incluidos elementos de antiterrorismo, se presentan en sus casas, las rodean, prácticamente las asaltan, y los detienen.
La imagen es dantesca. Los policías van encapuchados y con la cara tapada como si se enfrentarán a la ETA de los peores tiempos, llevan armaduras de kevlar, van vestidos de paisano algunos de ellos. Y junto a ellos unidades de Intervención con equipo antidisturbios y toda suerte de maquinaria policial.
Convierten en terroristas a manifestantes, convierten en una operación peligrosa y de alto riesgo una detención que, en condiciones normales, hubiera podido hacer una pareja de la Policía Municipal, como lo hecho siempre. En una detención que no puede producirse dentro de nuestro sistema de justicia porque una falta no justifica una detención.
Transforman en saboteadores y terroristas antisistema a unas personas que solamente se enfrentan a una multa de x veces el precio del billete por accionar un freno sin justificación, que ni siquiera han incumplido una normativa municipal, sino solamente el reglamento de funcionamiento de un servicio público.
Transforman una falta administrativa en un delito de Estado. Una vez más, ¡porque ellos lo valen!
Y el arreón totalitario ya es tal que encima se atreven a sacar pecho y a decir que han sacado las pistas del Movimiento 15 M.
Muchos somos los que estamos echando horas y horas en intentar organizar ideológicamente la coherencia de ese movimiento, muchos somos los que estamos dejándonos las teclas y las reuniones en intentar hacer el trabajo que deberían estar haciendo lo políticos y ninguno de nosotros hemos recibido la visita de la Unidad Central de Información de las Policía -o como se llame ahora-. Y los reconocería. Estudié con algunos de ellos.
¿Están diciendo entonces que han espiado, investigado y seguido a personas por formar parte de un movimiento ciudadano que no ha cometido delito alguno, que no se ha visto implicado en ningún acto criminal?
¿Están afirmando que mantienen delatores infiltrados en una organización que tiene derecho a realizar las protestas que se le antoje y que no deben resignarse a la conformidad con la política que impone el actual Gobierno?
¿Están reconociendo que usan a la policía como Goebbles a la Gestapo, como Kruchev al KGB, como la DDR a la Stasi, como McCarthy al FBI o como Franco a la tristemente famosa "secreta"?
Si están diciendo eso no me extraña que Esperanza Aguirre pida a gritos que se elimine el Tribunal Constitucional. Porque no hay constitución democrática que soporte que la disensión sea tratada como un acto de terrorismo contra el Estado. Salvo la de Uzbekistán claro, pero...
Así que bien haría el Gobierno de Rajoy en controlar sus marejadas totalitarias y a todos los que reman fuertemente dentro de sus filas hacia las playas del autoritarismo. Porque como esas barcas lleguen alguna vez a varar en las arenas de nuestra sociedad y nuestro futuro, es muy posible que el fuego valirio de Tyrion Lanister en Aguas Negras se recuerde como una demostración de fuegos de artificio comparado con lo que les esperara a pie de playa.
¡Porque nosotros y nuestra democracia, sí que lo valemos!

viernes, junio 22, 2012

Despedida para las que dejaron ser y las que no serán (hay maneras y maneras de hacerlo)



Ahora que duerme todo entre los dos
qué loca tú, qué loco yo
qué solos al final.
Ahora que estamos libres cada cuál,
sólo me queda por decir
que todo aquello que escribí
lo hice con tinta de tus lágrimas.

Tanto mirarte que no pude verte
y me olvidé de tus cadenas
y mi propia muerte.
Soñaba con beber la libertad
y sólo me queda por decir
que todo aquello que escribí
 me lo dictó tu risa y nada más.

Y aún andarás descalza por mis sueños
y asomarás por donde asoma
el blanco sol de enero.
Si por casualidad te he de olvidar,
sólo me queda por decir
que todo aquello que escribí
será de tí, será lo nuestro.

Ahora que duerme todo entre los dos,
qué loca tu, qué loco yo
qué solos al final.
Ahora que estamos libres cada cuál,
sólo me queda vor decir
que todo aquello que escribí
lo hice con tinta de tus lágrimas

(Francis Cabrel)



jueves, junio 21, 2012

Silencio, gobierno y un cuarto de hotel para Hopper

Tantas son las cosas que están pasando que a veces se antojan inconexas, erráticas, superpuestas y que parecen no tener relación entre sí. Pero, como diría el personaje de la serie televisiva, todo está relacionado.
Segi aterriza de su vuelo de polvo de hadas y eterna adolescencia de violenta campanilla sobre Euskadi, El Supremo se desmorona en imagen y credibilidad, el Tribunal Constitucional legaliza Sortu, El Gobierno anula el debate sobre el Estado de la Nación... Y se inaugura una exposición de Edward Hopper en Madrid.
Pareciera que esto último es como una especie de apósito, de excrecencia comunicativa que poco o nada tiene que ver con lo anterior. Y es muy posible que así sea pero me ha resultado imposible no pensar en todas estas cosas cuando he visto uno de los geniales diálogos pictóricos que el hombre del condado de Rockland hizo con el mundo y que se exponen en esa muestra.
Una mujer sentada sola, semidesnuda y en silencio en una habitación de Hotel es lo que ahora une todos los puntos muertos de nuestro entorno para darles una sola explicación, para convertirlos en una sola realidad. Una habitación de hotel de 1931 explica lo que somos. En lo que nos han convertido. En lo que nos hemos dejado convertir.
El número de alegorías podría ser infinito pero sólo hay una que me permite juntar todos los pedazos de la realidad que vivimos, que nos arrojan los periódicos, que nos dibujan los noticieros televisivos. Esa mujer y esa habitación no son otra cosa que nuestro gobierno encerrado con la cabeza gacha entre las cuatro paredes de su propia política.
Porque, como ella, nuestro gobierno viaja, viaja día y noche sin tiempo apenas para deshacer las maletas, para organizar el petate. Viaja de Polonia a Chicago, de Berlín a Brasil. Viaja con compulsión y no llega ninguna parte porque no puede dejar atrás aquello que le impele a viajar, que le obliga a hacerlo. Él mismo y su política. Por mucho que te muevas no puedes alejarte de ti mismo.
Y así, siempre acaba en el mismo sitio aunque esté en continentes diferentes, aunque acuda a reuniones distintas. En una habitación de hotel desvencijada, solo, tenso y con el rostro endurecido en el claroscuro de su propia e inmisericorde compañía.
Y como ella, como esa mujer que en contra de toda lógica formal y material permanece sentada en una cama que se hizo para tumbarse, nuestro gobierno permanece en una semidesnudez laxa y extendida en el tiempo que nos impide percibir si está desnudándose y ha perdido fuerza para terminar de hacerlo o estaba vistiéndose y aún no ha encontrado el impulso necesario para concluir la acción y por ello se ha sentado a leer en espera de encontrar la respuesta o de que le llegue sola.
Porque, quizás por los efluvios gallegos que llegan desde el más amplio de los despachos de Moncloa, resulta imposible discernir si nuestro gobierno se ha quedado a medio desnudar o permanece a medio vestir, como la mujer de Hopper en su habitación de hotel.
No se desnuda del todo de su desapego por la realidad, de sus apriorismos ideológicos por más que se demuestren inútiles, de sus lastres por más que el terrorismo, Euskadi y el independentismo sean ahora otra cosa que lo que eran antes, por más que el Tribunal Supremo haya demostrado ser una cosa diferente de lo que se creía que era, por más que el rescate se empeñe en demostrar que lo es y no es lo que pretendían que fuese.
Pero tampoco termina de vestirse con los nuevos ropajes que tiene a su disposición, como la tristemente estática mujer de la habitación de Hopper, por miedo a que no le vengan bien, por temor a que las nuevas ropas no le cuadren, a que todo aquello que se haya esparcido por doquier en forma de protesta, de presión, de exigencia, de sociedad civil, en fin, no le caiga como un guante y le resulte incómodo, imposible de ajustar. 
No se atreve a desnudarse de su percepción baldía y agotada del mundo ni se atreve a cubrirse con la auténtica realidad que le rodea.
Y por ello sigue inmóvil, en la inmovilidad de un tango bailado en el silencio. En la inmovilidad de un no saber si quiere, si puede o si debe. 
En la desesperada inacción del que huye y se ha quedado sin destinos posibles, del que despierta en un lugar al que no puede llamar hogar y no tiene un hogar al que volver, en la pasividad del que no se atreve a afrontar ningún curso de acción, ignorando que el estatismo es la más peligrosa de las acciones posibles.
Y como la dama inmarcesible del relato de anticipación en el que se ha convertido la pintura del genial neoyorquino se ve abocado a la única forma de comunicación que permite la inacción, que posibilita la absoluta falta de impulso y movimiento: el silencio.
Por eso calla ante los mercados, por eso baja la cabeza ante los supuestos líderes del mundo, por eso no admite debates en los hemiciclos ni protestas en las calles. No porque no tenga nada que decirnos, sino porque no encuentra nada que decirse a sí mismo.
Porque sus respuestas de siempre se han agotado, porque sus excusas políticas y vitales ya no resuenan tan fuerte en su cabeza como para poder proyectarlas hacia el mundo, porque sus oídos están ciegos, sus ojos mudos y sus labios sordos en una sinestesia imposible que sólo puede evitarse con el más cerrado de los mutismos, con el más oscuro de los silencios.
Pero si en algo representa a nuestro gobierno esa dama que algunos querrán ver como tranquila y que es inevitable percibir como resignada es definitivamente, más allá de su desubicación geográfica, su semidesnudez, su inacción y su silencio recalcitrante, en su más absoluta y completa soledad.
Porque está solo, con toda su mayoría absoluta, está solo; con todo su refrendo en las urnas, está solo, con todos sus apretones de manos, sus declaraciones de apoyo, sus reuniones de alto nivel, está solo.
En esa soledad que se vende como una elección pero que es el resultado irrevocable de otros cientos de pequeñas elecciones que le han quitado la opción de estar en compañía.
En esa soledad furiosa que nace de no haber sido capaz de ajustarse a nada ni a nadie más allá de su visión del mundo y de las cosas, esa soledad misantrópica que es el refuerzo rabioso de su negativa a renunciar a algo, lo que fuera, de lo que consideraba irrenunciable al darse cuenta de que era imposible mantenerlo si quería permanecer junto a los otros.
Esa soledad que, pese al silencio más cerrado, grita constantemente que no ha tenido a los demás en cuenta ni ha querido tenerlos.
Pero, sí nuestro gobierno es modelo y cómplice posterior a los hechos de esa obra de Hopper, ¿a cuál servimos nosotros de modelos?
No hay duda en la respuesta. Para mí no puede haberla. Si nuestro Gobierno es una mujer sola y silenciosa en una Habitación de Hotel, nosotros somos seres sentados en la noche. Somos Nighthawks.
La mítica obra de Hopper nos cuenta lo que somos.
Todos en el mismo lugar como los personajes de ese relato en lienzo lo están en Philies. Todos cabizbajos, preocupados, juntos pero a lo nuestro, pensando en nuestras sin darnos cuenta de que nuestras cosas son las mismas que las de aquellos que están a nuestro lado pensando en las suyas.
Incapaces de preguntar, de responder, de encontrar una solución común porque tan solo podemos plantearnos nuestros mundos individuales aunque compartan el mismo espacio con otros muchos. Perdidos y cansados en la nuestra noche sin darnos cuenta que el rumbo es el de todos, la noche es la de todos, el cansancio es el de todos y el amanecer debe prepararse entre todos.
Así que una simple muestra de arte en el Museo Thyssen-Bornemisza nos coloca en una disyuntiva a nuestro gobierno y nosotros.
O empezamos a movernos y encontramos la puertas de salida de la habitación de hotel y el garito que ni siquiera están pintadas en los cuadros o nuestro gobierno se devorará a sí mismo en un intento vano por mantenerse en el poder y los demás nos devoraremos entre nosotros en un intento igual de vano por la supervivencia.
La quietud y el silencio ya no sirven de nada. Ni a ellos ni a nosotros. Salvo para admirar a Hopper, claro está.

miércoles, junio 20, 2012

El recuperado valor de las fronteras


Siempre podemos pensar, siempre podemos tener una opinión, siempre podemos debatir. Pero hay un tiempò para hacerlo y un tiempo para actuar. HAy veces que es mejor actuar y luego descubrir si se está equivocado que no hacerlo por si acaso se yerra. El segundo modo da posibilidad a la rectificación, el primero solamente posibilita el lamento y la disculpa.
Así que, hay no habría que hilar fino. Sobre todo cuando es la vida y el futuro de los otros lo que se pone en riesgo.





¿Por si acaso, sí o por si acaso, no?

domingo, junio 17, 2012

Ordoñez, hija mía, soy tu dios.

Querida Señora Ordoñez, soy su dios.
Sé que mi comunicación ha de resultarle cuando menos sorprendente, ya que mi inexistencia y otras labores inescrutables propias de mi rango y condición me han mantenido silencioso durante los últimos eones pero, como los ecos de lo que está decidida a hacer han llegado hasta estos éteres celestes, me he arriesgado a despertar al Metatrón de su sueño secular para escribirle estas líneas.

Lo primero que quiero comunicarle es que su odio es suyo. Nadie tiene derecho a negárselo, quitárselo, pulírselo o curárselo. Puede vivir con él toda su vida si así lo desea. Puede entrar dentro de esa lógica humana que me resulta difícilmente comprensible que usted odie a quien acabó con la vida de sus seres queridos y es de suponer que ha de respetársele. Digo es de suponer no porque mi naturaleza divina me permita duda alguna, sino porque realmente ni en todos los eones en los que he estado inexistiendo, ni en todos los procesos de mí siempre recalcada infinita mente, he llegado a comprender qué función tiene ese odio, qué objetivo persigue ni qué victoria pretende conseguir.

Aprovecho, sin embargo, la ocasión para comentarle que, pese a su insistencia en llevar mi nombre a sus labios continuamente, no ha recibido licencia, permiso, mandato o relevación alguna que le permita hablar en mi nombre y no ha parecido entender cosas que dejé cristalinamente claras hace un par de milenios cuando decidí por penúltima vez fingir mi existencia en la polvorienta Galilea.

El perdón se otorga, no se exige que se pida. Normalmente es cosa mía, pero si va usted a creer que los humanos están hechos a mi imagen y semejanza tendrá que aceptarse a los humanos la posibilidad de ejercer el perdón en sus cuitas humanas, trágicas y personales. Pero aun así, el perdón se otorga, no se exige que se pida. La naturaleza del perdón no depende de a quién se perdona, por qué se le perdona ni quién es el que perdona. Sea humano o divino.

Si va a atravesar las puertas que cierran los muros de Nanclares de Oca exigiendo que se le pida perdón asegúrese antes de estar dispuesta a concederlo, asegúrese de hacerlo para curar o para curarse, no para meter la mano en el costado de un pueblo que ya ha sangrado durante décadas por mor de aquellos, los otros, que tampoco tenían el perdón en el argumentario de sus pistolas, que tampoco tenían la reconciliación en el ideario de sus bombas, que nunca tuvieron presente la misericordia en sus gatillos.
Ha de tener presente que, si dice venerarme, usted no tiene permiso de mi divina persona para ser como ellos fueron. Para ser como algunos -pocos, me temo- de ellos quieren dejar de ser.

Creo haber dejado completamente definida mi política de perdón cuando la humanidad mató a aquel que se supone que era mi hijo y la deje seguir viviendo, sé que clarifiqué de forma absolutamente explícita mi política de reinserción de presos cuando elegí, -de una forma un tanto brusca, he de reconocerlo, que casi se me desloma el pobre Saulo- a alguien que perseguía a los amigos de ese mismo supuesto vástago mío como uno de mis apóstoles antes de que mediara arrepentimiento alguno por su parte.

Puede que mi política de reinserción se basara en los pretéritos tiempos de los viejos profetas en el perdón y el arrepentimiento a cambio de librarse del exterminio. Pero hasta yo me lo replanteé ¿cree acaso que me quedado sin agua para anegar la tierra por la sequía?, ¿cree que me he quedado sin fuegos que hacer surgir de la tierra para castigar a los que no se arrepienten? Es un hecho que pese a la sequía y la carestía energética podría echar mano de cualquiera de esas cosas para castigar a los miles de culpables de todo tipo de crímenes, delitos, corrupciones, estafas pero no lo hago, ¿se ha preguntado el motivo?
Si hasta algo eterno e inmutable como es mi inexistencia puede cambiar, los seres finitos y mortales deberían estar más capacitados para ello, ¿no le parece?

La única vez que me negué a perdonar a alguien fue con el hermoso Luzbel y mire lo que nos ha acarreado aquí, en las casas celestes. Una guerra infinita que nadie puede ganar porque nadie está dispuesto a perdonar al otro.
Estos lares pueden soportarlo y nosotros podemos mantenerlo porque somos seres eternos ¿Quiere usted lo mismo para Euskadi?, ¿quiere convertir esa tierra en un infierno sin solución solamente porque su odio le impide perdonar? Porque he de recordarle que los vascos son seres finitos, Aunque sean del mismo centro de Bilbao, son seres finitos.
Y les condenaría a vivir sus vidas como muchos de ellos han tenido que hacerlo hasta ahora, sin poder mirar al futuro porque tenían que tener siempre un ojo puesto en el pasado.

También me parece que debo aprovechar esta misiva para recordarle otra cosa que, quizás por lo metafórico de la expresión, todos los que como usted dicen creer en mi mandato y existencia, olvidan de continuo.
¿Se acuerda de aquello que dijo ese melenudo que recorrió las tierras de Judea diciendo que yo era su padre?, ¿se acuerda de aquello de "al cesar lo que es del cesar y a dios lo que es de dios"?

La política de reinserción de presos es del cesar no de dios. Por si no lo tiene claro. Aunque el cesar no sepa por donde le da el aire, aunque ahora se elija al cesar cada cuatro años, aunque el cesar no cumpla sus promesas -eso no ha cambiado desde los tiempos en que decidí encarnar mi inexistencia en La Tierra- Así que es el cesar el que marca la política de reinserción. No su odio, ni yo, ni ningún otro parámetro divino o humano y usted, señora Ordoñez, no tiene derecho divino o humano alguno para intentar dinamitarla solamente porque su odio le impide perdonar al asesino de su hermano.

Así que nadie le reprochará, ni siquiera yo en las alturas, que si entra en la prisión para buscar la reconciliación y no la encuentra sea incapaz de perdonar, de sobreponerse a su sufrimiento y a su odio.
Pero si entra con otro objetivo, si se enfrenta al monstruo asesino que cercenó la vida de su sangre con su disparo cobarde con otra idea en la cabeza, me veo en la obligación de rogarle -¡Uy, perdón!, se me olvidaba mi naturaleza divina- de exigirle que no vuelva a poner el pie en ningún edificio consagrado a mi nombre, pague este IBI o no.
Porque en ese momento habrá dejado de ser usted una de los míos si es que alguna vez realmente lo fue.

Si acude allí para perpetuar el odio me veré obligado a impedirle que use la peineta y la mantilla cuando saquen a mi hijo muerto a las calles y se limite a utilizarlas en las plazas de todos; estaré forzado por mi naturaleza a hacer caso omiso de todas las veces que usted pida perdón por la falta que sea, por más que se quiebre la espalda en genuflexiones o se deje la piel de los hinojos en reclinatorios y confesionarios.
El que no perdona no puede obtener perdón. Es tan antiguo como mi naturaleza. Es tan viejo como la justicia.

Si quiere ponerse ante el asesino para mantener la tierra en la que vive en un infierno permanente, para seguir alimentando su propio odio, comprensible pero no necesario, si intenta utilizar su condición doliente para que Euskadi no salga del Gehenna al que otra locura la arrojó durante años, me veré obligado a apartar la mirada de su vida y también de su muerte.
 Si no deja que los hombres, las mujeres y las tierras de Euskadi se curen yo no podré salvarla. Vencer al odio excede hasta mis divinas capacidades.

Y si no es por mí, si no es en mi nombre ni por mi inexistente mandato, haz honor, hija mía, al menos a otra cosa.
Euskadi necesita consuelo y futuro, no más odio y más guerra. Haz honor a tu nombre, Consuelo, y contribuye a dárselo. Haz honor a tu apellido y deja que por fin tu hermano descanse en paz. En la paz de los vivos, no sólo en la de los muertos.
Y si te sorprende que haya usado el teclado y los dedos de alguien que es mi manifiesto enemigo para enviarte esta misiva, la explicación es simple. Quiero que te des cuenta que está tan claro lo que quiero que hasta los que no piensan en mí son capaces de verlo cuando se ponen a ello. Que cielos e infiernos prefieren el perdón a la guerra, la reconcialiación al odio.
Y ahora vuelvo a mi inexistencia. Que ya va siendo hora.

Afectuosamente,
Tu divino padre, Dios, Yahvé, Jehová, Allah o como quiera que me llaméis en estos tiempos.

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