Si
algo que está demostrando el gobierno que nos hemos echado a la espalda con las
urnas es que no está dispuesto de aprender de errores pretéritos. Ni suyos ni,
por supuesto, de otros. Lo demuestra en su insistencia en los déficit por
encima de los empleos, lo demuestra en la reeducación para la ciudadanía,
cambiando un adoctrinamiento por otro, lo demuestra en su reforma laboral y en
otro buen puñado de decisiones que son copia o remedo de otras propias o ajenas
que ya han fallado anteriormente.
Y
ahora vuelve a demostrarlo en Euskadi.
¿Nos
acordamos de Euskadi, esa tierra que hasta la muerte de ETA solo llegaba a
nuestros labios y nuestros papeles informativos teñida de sangre, de violencia
y de intransigencia por unos pocos que parecían muchos? Pues Euskadi, señores y
señoras, sigue existiendo después de ETA.
Pero
el ministerio de Interior de este país parece que piensa que no. Sigue dando
vueltas en torno a un cadáver, sigue sin fiarse de un óbito que se anunciaba
tan deseado pero que ahora, por la insistencia en mantener el último rescoldo
de su resurrección encendido, parece que resulta incómodo.
Y
ese último rescoldo es el tan traído y llevado arrepentimiento de los presos
etarras.
Esa
extraña imposición que el nacionalismo español inventó a última hora como
condición para dar a ETA por muerta cuando la realidad, la historia y Euskadi
ya la habían dado por finiquitada.
Como
si no existiera otra cosa en Euskadi, el ministerio de Interior de vueltas y
vueltas con el arrepentimiento, escenificado en esa especie de catarsis
personal por parejas ideada por el anterior ejecutivo socialista de las
reuniones entre presos y víctimas vivas del terrorismo.
Eran
y son un error. Lo era de principio a fin y lo siguen siendo.
No
el hecho de permitir o incluso auspiciar esas reuniones, sino el hecho de hacer
política con ellas. El hecho de vincularlas al debate sobre la política penitenciaria
con los presos de ETA, de utilizarlas como reflejo de la muerte de un cadáver
al que habría que dejar pudrirse en el olvido, de emplearlas, una vez más, como
forma de enfrentar a la opinión vasca en el asunto del terrorismo.
Lo
son porque no debería haber un debate sobre la política penitenciaria con los
presos de ETA. Entran en la cárcel acusados por los mismos fiscales, sentenciados
por los mismos jueces y custodiados por los mismos funcionarios que el resto de
los presos. Así que se les aplica la misma Ley Penitenciaria. Cumplen su
condena, salen cuando les toca y ya está. Fin de la política penitenciaria con
los presos de ETA.
Pero,
claro, como se cayó en las garras de la necesidad de tratarles de forma
diferente con la doctrina Parot, con la ley de partidos, la política penitenciaria
de dispersión y con toda suertes de excepciones legales de dudosa ética que se
justificaban por el hecho de que eran terroristas de ETA, ahora se tienen que
hacer juegos malabares para poder hacer lo que siempre se tendría que haber
hecho: aplicarles la ley en estado puro y ya está.
Y
uno de esos cambalaches son las reuniones, entrevistas, terapias, catarsis o
como se quiera llamar a sentar frente a frente a un asesino y alguien que ha
sufrido el azote de su locura sangrienta.
Las
entrevistas que llevaron a cabo los gobiernos socialistas eran un error porque,
como en otras muchas cosas que mencionar no quiero, pretendían impostar una
realidad, buscaban conseguir de forma artificial algo que, era deseable en
esencia, pero no imponible por las buenas y a toda prisa.
Pretendían
forzar una reconciliación necesaria pero que no puede acelerase ni buscarse de
forma artificial.
Euskadi
se reconciliará consigo misma pero quizás les lleve un par de generaciones.
Quizás no tengan que quedar ya etarras asesinos vivos y familiares de víctimas
muertas. Quizás no tenga que haber ya nadie en la cárcel por los crímenes y los
asesinatos que una locura mesiánica y política sembró en esa tierra ni ninguna
asociación de víctimas que, por el dolor y la vindicación, prefiera seguir
mirando constantemente al pasado en lugar de echarle un vistazo al futuro.
El
gobierno anterior, necesitado de un éxito definitivo y aquejado de una
ideología impelida al conductismo paternalista más completo en muchos asuntos,
intentó que Euskadi recorriera con estas entrevistas de catarsis
cinematográfica un camino que ellos mismos no han sido capaces de recorrer tras
una guerra civil que ocurrió hace sesenta años y que España al completo ha
demostrado no llevar muy bien todavía.
Pero
lo del Gobierno de Rajoy que ahora nos aqueja es mucho peor porque, no
aprendiendo del error formal y material de sus antecesores, pretende seguir
haciendo estas reuniones pero hacerlas a su modo.
SI
sus predecesores pretendían hacerlas para acelerar de forma errónea una reconciliación
necesaria, ellos pretenden utilizarlas para algo todavía mucho más peligroso:
demostrar que esa reconciliación es imposible.
Y
por ello cambian las reglas del juego -porque lamentablemente están tratando
esto como un juego- y deciden lo imposible, buscan lo que no puede soportar el
más mínimo análisis.
Hacen
que la iniciativa parta de la víctima y no del asesino convicto.
Y
eso lo transforma no en un error, sino en una manipulación absurda y perversa.
Porque, a poco que se piense, no tiene sentido.
El
arrepentimiento no puede partir de la víctima. Ella no tiene nada de lo que arrepentirse
-aunque algunos y algunas de los que se han puesto a la cabeza de esas víctimas
sí tendrían que pedirle perdón al futuro de Euskadi por alguna que otra cosa-,
así que la iniciativa del encuentro no puede partir de ella.
El
arrepentimiento que impele a pedir perdón -todo muy bíblico, todo social e
históricamente innecesario- tiene que partir de aquel que ha cometido el delito
-¿o debería decir el pecado?, parece más acorde, dado como se trata todo esto-
tiene que ser fruto de su reflexión y de que él o ella perciba realmente su
equivocación, su error, el absurdo de sus actos y sienta que ha hecho las cosas
mal.
Si
no es así, si plantas alguien delante de un ser que ha estado dispuesto a matar
y que lo ha hecho para defender la supremacía de sus ideas para exigirle que le
pida perdón por sus crímenes solamente conseguirás que se retroalimente la
locura y que se niegue a hacerlo. Es como si, en lugar de esperar
tranquilamente en su confesionario, el sacerdote fuera a burdeles y timbas,
tomara fotos para luego acudir a la casa de sus feligreses mostrándolas y
preguntando ¿no tienes algo de lo que confesarte, hijo?
De
esa forma transformas una inútil catarsis en una exigencia. Una reconciliación
forzada y artificial en un nuevo motivo de enfrentamiento.
Tanto este gobierno como las asociaciones
de víctimas parecen repentinamente imbuidos del espíritu y el honor cinematográfico
del Mel Gibson en sus buenos tiempos cuanto se pintaba de azul para encabezar a
los escoceses en un Braveheart memorable.
Parece que repitieran la exigencia
de perdón cuando el inglés cansado de negociar y algo orgulloso preguntaba cómo
era posible acabar con esa guerra y el proceloso Gibson contestaba: "Pueden
volver a Inglaterra, parando en cada pueblo y en cada aldea para pedir perdón por
siglos de desmanes, asesinatos y violaciones contra los hijos y las hijas de
Escocia. Y luego su jefe deberá atravesar este campo plantarse en el centro,
meter la cabeza entre las piernas y besarse el culo".
Claro que el bueno de William
Wallace exigía algo que sabía imposible porque quería seguir guerreando, no
porque quisiera dejar de hacerlo.
Y
no puedo creer que los políticos, que han cambiado y están cambiando las reglas
de este absurdo juego cuasi místico en el que han convertido el final de ETA,
no sean conscientes de esa realidad que un simple estudiante de primero de
psicología tiene más que claro.
Así
que he de colegir que es lo que buscan.
Buscan
que ante la imposición de una obligatoriedad en el arrepentimiento, ante la
presión para que reconozcan sus errores, aunque sea evidente que los han
cometido, los presos de ETA tiren de una solución muy occidental, muy atlántica
y también muy de Euskadi: el rechazo y el silencio.
Buscan
que guarden silencio, que no acepten estas reuniones para no correr el riesgo
de que les canten las cuarenta y les intenten hacer ver sus sangrientos
errores, y así poder decir y gritar a los cuatro vientos "veis, no quieren
arrepentirse, no quieren pedir perdón".
Y
justificar así seguir aplicando una política penitenciaria injusta por el
simple hecho de que no se le exige lo mismo a cualquier otro asesino que haya
segado una vida de raíz por cualquier otro motivo en España, parcialmente
ilegal y que ahora ya es hasta innecesaria.
Sólo
tienen que aplicar la ley tal y como era antes de que se manipulara para luchar
contra ETA simplemente porque ya no hay ETA contra la que luchar. Muerta la
finalidad de la excepción, el estado se excepción se anula. No hace falta
arrepentimiento ni perdón. No hace falta escenografía mística ninguna.
Pero
es de temer que eso no les serviría para tener contentas a las acciones de
víctimas que miran más hacia el interior de sus corazones rotos en busca de una
paz que ni siquiera encontrarán en la venganza -si es que la consiguen- que al
exterior de la sociedad vasca que tiene problemas mucho más graves y acuciantes
que sus vindicaciones históricas.
Así
no volverán a recibir críticas de una asociación de víctimas diciendo que estas
conversaciones, tal y como las concibió el gobierno anterior "buscan el empate técnico entre el
terrorista y la víctima", criticas que ignoran el hecho de que no se
trata de hacer que venza uno u otro. De que eso ya ha ocurrido.
Ya
han vencido aquellos que no querían ver la sangre manar por las calles de
Sestao, Durango, Hernani o Bilbao. Ya ha vencido Euskadi.
Y
tampoco tendrán que soportar que la AVT, anclada en el victimismo eterno hasta
el punto de exigir un estatuto especial a las víctimas de ETA diciendo que "no se puede tener piedad alguna con
los etarras porque ellos no la han tenido", ignorando un razonamiento
que es tan obvio como necesario. Claro que los asesinos furiosos del tiro en la
nuca no tenían piedad. Pero ellos eran terroristas, nosotros no.
Claro
que ellos nunca hubieran respondido a una súplica o a una petición de que
perdonaran una vida, pero ellos eran asesinos sangrientos que solamente pensaban
en imponer su ideología, nosotros no.
Claro
que muchos de ellos nunca se arrepentirán de lo que han hecho y nunca verán en
sus conciencias la mancha de sangre que sus actos han dejado. Pero son y serán
unos locos fanáticos. Nosotros, no, ¿verdad?
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