jueves, junio 07, 2012

Braveheart, la mística y el PP se unen en Euskadi


Si algo que está demostrando el gobierno que nos hemos echado a la espalda con las urnas es que no está dispuesto de aprender de errores pretéritos. Ni suyos ni, por supuesto, de otros. Lo demuestra en su insistencia en los déficit por encima de los empleos, lo demuestra en la reeducación para la ciudadanía, cambiando un adoctrinamiento por otro, lo demuestra en su reforma laboral y en otro buen puñado de decisiones que son copia o remedo de otras propias o ajenas que ya han fallado anteriormente.
Y ahora vuelve a demostrarlo en Euskadi.
¿Nos acordamos de Euskadi, esa tierra que hasta la muerte de ETA solo llegaba a nuestros labios y nuestros papeles informativos teñida de sangre, de violencia y de intransigencia por unos pocos que parecían muchos? Pues Euskadi, señores y señoras, sigue existiendo después de ETA.
Pero el ministerio de Interior de este país parece que piensa que no. Sigue dando vueltas en torno a un cadáver, sigue sin fiarse de un óbito que se anunciaba tan deseado pero que ahora, por la insistencia en mantener el último rescoldo de su resurrección encendido, parece que resulta incómodo.
Y ese último rescoldo es el tan traído y llevado arrepentimiento de los presos etarras.
Esa extraña imposición que el nacionalismo español inventó a última hora como condición para dar a ETA por muerta cuando la realidad, la historia y Euskadi ya la habían dado por finiquitada.
Como si no existiera otra cosa en Euskadi, el ministerio de Interior de vueltas y vueltas con el arrepentimiento, escenificado en esa especie de catarsis personal por parejas ideada por el anterior ejecutivo socialista de las reuniones entre presos y víctimas vivas del terrorismo.
Eran y son un error. Lo era de principio a fin y lo siguen siendo.
No el hecho de permitir o incluso auspiciar esas reuniones, sino el hecho de hacer política con ellas. El hecho de vincularlas al debate sobre la política penitenciaria con los presos de ETA, de utilizarlas como reflejo de la muerte de un cadáver al que habría que dejar pudrirse en el olvido, de emplearlas, una vez más, como forma de enfrentar a la opinión vasca en el asunto del terrorismo.
Lo son porque no debería haber un debate sobre la política penitenciaria con los presos de ETA. Entran en la cárcel acusados por los mismos fiscales, sentenciados por los mismos jueces y custodiados por los mismos funcionarios que el resto de los presos. Así que se les aplica la misma Ley Penitenciaria. Cumplen su condena, salen cuando les toca y ya está. Fin de la política penitenciaria con los presos de ETA.
Pero, claro, como se cayó en las garras de la necesidad de tratarles de forma diferente con la doctrina Parot, con la ley de partidos, la política penitenciaria de dispersión y con toda suertes de excepciones legales de dudosa ética que se justificaban por el hecho de que eran terroristas de ETA, ahora se tienen que hacer juegos malabares para poder hacer lo que siempre se tendría que haber hecho: aplicarles la ley en estado puro y ya está.
Y uno de esos cambalaches son las reuniones, entrevistas, terapias, catarsis o como se quiera llamar a sentar frente a frente a un asesino y alguien que ha sufrido el azote de su locura sangrienta.
Las entrevistas que llevaron a cabo los gobiernos socialistas eran un error porque, como en otras muchas cosas que mencionar no quiero, pretendían impostar una realidad, buscaban conseguir de forma artificial algo que, era deseable en esencia, pero no imponible por las buenas y a toda prisa.
Pretendían forzar una reconciliación necesaria pero que no puede acelerase ni buscarse de forma artificial.
Euskadi se reconciliará consigo misma pero quizás les lleve un par de generaciones. Quizás no tengan que quedar ya etarras asesinos vivos y familiares de víctimas muertas. Quizás no tenga que haber ya nadie en la cárcel por los crímenes y los asesinatos que una locura mesiánica y política sembró en esa tierra ni ninguna asociación de víctimas que, por el dolor y la vindicación, prefiera seguir mirando constantemente al pasado en lugar de echarle un vistazo al futuro.
El gobierno anterior, necesitado de un éxito definitivo y aquejado de una ideología impelida al conductismo paternalista más completo en muchos asuntos, intentó que Euskadi recorriera con estas entrevistas de catarsis cinematográfica un camino que ellos mismos no han sido capaces de recorrer tras una guerra civil que ocurrió hace sesenta años y que España al completo ha demostrado no llevar muy bien todavía.
Pero lo del Gobierno de Rajoy que ahora nos aqueja es mucho peor porque, no aprendiendo del error formal y material de sus antecesores, pretende seguir haciendo estas reuniones pero hacerlas a su modo.
SI sus predecesores pretendían hacerlas para acelerar de forma errónea una reconciliación necesaria, ellos pretenden utilizarlas para algo todavía mucho más peligroso: demostrar que esa reconciliación es imposible.
Y por ello cambian las reglas del juego -porque lamentablemente están tratando esto como un juego- y deciden lo imposible, buscan lo que no puede soportar el más mínimo análisis.
Hacen que la iniciativa parta de la víctima y no del asesino convicto.
Y eso lo transforma no en un error, sino en una manipulación absurda y perversa. Porque, a poco que se piense, no tiene sentido.
El arrepentimiento no puede partir de la víctima. Ella no tiene nada de lo que arrepentirse -aunque algunos y algunas de los que se han puesto a la cabeza de esas víctimas sí tendrían que pedirle perdón al futuro de Euskadi por alguna que otra cosa-, así que la iniciativa del encuentro no puede partir de ella.
El arrepentimiento que impele a pedir perdón -todo muy bíblico, todo social e históricamente innecesario- tiene que partir de aquel que ha cometido el delito -¿o debería decir el pecado?, parece más acorde, dado como se trata todo esto- tiene que ser fruto de su reflexión y de que él o ella perciba realmente su equivocación, su error, el absurdo de sus actos y sienta que ha hecho las cosas mal.
Si no es así, si plantas alguien delante de un ser que ha estado dispuesto a matar y que lo ha hecho para defender la supremacía de sus ideas para exigirle que le pida perdón por sus crímenes solamente conseguirás que se retroalimente la locura y que se niegue a hacerlo. Es como si, en lugar de esperar tranquilamente en su confesionario, el sacerdote fuera a burdeles y timbas, tomara fotos para luego acudir a la casa de sus feligreses mostrándolas y preguntando ¿no tienes algo de lo que confesarte, hijo?
De esa forma transformas una inútil catarsis en una exigencia. Una reconciliación forzada y artificial en un nuevo motivo de enfrentamiento. 
Tanto este gobierno como las asociaciones de víctimas parecen repentinamente imbuidos del espíritu y el honor cinematográfico del Mel Gibson en sus buenos tiempos cuanto se pintaba de azul para encabezar a los escoceses en un Braveheart memorable.
Parece que repitieran la exigencia de perdón cuando el inglés cansado de negociar y algo orgulloso preguntaba cómo era posible acabar con esa guerra y el proceloso Gibson contestaba: "Pueden volver a Inglaterra, parando en cada pueblo y en cada aldea para pedir perdón por siglos de desmanes, asesinatos y violaciones contra los hijos y las hijas de Escocia. Y luego su jefe deberá atravesar este campo plantarse en el centro, meter la cabeza entre las piernas y besarse el culo". 
Claro que el bueno de William Wallace exigía algo que sabía imposible porque quería seguir guerreando, no porque quisiera dejar de hacerlo.
Y no puedo creer que los políticos, que han cambiado y están cambiando las reglas de este absurdo juego cuasi místico en el que han convertido el final de ETA, no sean conscientes de esa realidad que un simple estudiante de primero de psicología tiene más que claro.
Así que he de colegir que es lo que buscan.
Buscan que ante la imposición de una obligatoriedad en el arrepentimiento, ante la presión para que reconozcan sus errores, aunque sea evidente que los han cometido, los presos de ETA tiren de una solución muy occidental, muy atlántica y también muy de Euskadi: el rechazo y el silencio.
Buscan que guarden silencio, que no acepten estas reuniones para no correr el riesgo de que les canten las cuarenta y les intenten hacer ver sus sangrientos errores, y así poder decir y gritar a los cuatro vientos "veis, no quieren arrepentirse, no quieren pedir perdón".
Y justificar así seguir aplicando una política penitenciaria injusta por el simple hecho de que no se le exige lo mismo a cualquier otro asesino que haya segado una vida de raíz por cualquier otro motivo en España, parcialmente ilegal y que ahora ya es hasta innecesaria.
Sólo tienen que aplicar la ley tal y como era antes de que se manipulara para luchar contra ETA simplemente porque ya no hay ETA contra la que luchar. Muerta la finalidad de la excepción, el estado se excepción se anula. No hace falta arrepentimiento ni perdón. No hace falta escenografía mística ninguna.
Pero es de temer que eso no les serviría para tener contentas a las acciones de víctimas que miran más hacia el interior de sus corazones rotos en busca de una paz que ni siquiera encontrarán en la venganza -si es que la consiguen- que al exterior de la sociedad vasca que tiene problemas mucho más graves y acuciantes que sus vindicaciones históricas.
Así no volverán a recibir críticas de una asociación de víctimas diciendo que estas conversaciones, tal y como las concibió el gobierno anterior "buscan el empate técnico entre el terrorista y la víctima", criticas que ignoran el hecho de que no se trata de hacer que venza uno u otro. De que eso ya ha ocurrido.
Ya han vencido aquellos que no querían ver la sangre manar por las calles de Sestao, Durango, Hernani o Bilbao. Ya ha vencido Euskadi.
Y tampoco tendrán que soportar que la AVT, anclada en el victimismo eterno hasta el punto de exigir un estatuto especial a las víctimas de ETA diciendo que "no se puede tener piedad alguna con los etarras porque ellos no la han tenido", ignorando un razonamiento que es tan obvio como necesario. Claro que los asesinos furiosos del tiro en la nuca no tenían piedad. Pero ellos eran terroristas, nosotros no.
Claro que ellos nunca hubieran respondido a una súplica o a una petición de que perdonaran una vida, pero ellos eran asesinos sangrientos que solamente pensaban en imponer su ideología, nosotros no.
Claro que muchos de ellos nunca se arrepentirán de lo que han hecho y nunca verán en sus conciencias la mancha de sangre que sus actos han dejado. Pero son y serán unos locos fanáticos. Nosotros, no, ¿verdad?

No hay comentarios:

Lo pensado y lo escrito

Real Time Analytics