Muchas
cosas se le pueden echar en cara a nuestro egregio Presidente del Gobierno con
respecto a lo sucedido ayer y los 100.000 millones que ha tenido que pedirles
prestados a los bancos europeos para cubrir los agujeros que la mala gestión y
el riesgo absurdo, desmedido y avaricioso ha generado en los de nuestro suelo
patrio.
Pero
lo que no se le puede negar es que de los nuestros porque ha llevado uno de
nuestros ritos favoritos a su máxima expresión: Se ha convertido en el máximo
valedor del patrio arte del eufemismo absurdo e irrelevante.
Todo
esto empieza por una desaceleración de hace años, que es como si de repente se
me hubiera acabado la gasolina o el comisario de pista del GP de Mónaco me
hubiera obligado a entrar en boxes. Y luego se convirtió en un periodo
regresivo, no se sabía muy bien quién regresaba ni hacia donde lo hacía, pero la
cuestión es que era regresivo.
Cuando
todo esto ya se ha convertido en una crisis -o sea un griego eufemismo de un
fiasco por los cuatro costados, que no es menos el eufemismo por ser universal-
nos ponemos a hacer los deberes en lugar de recortes, a ajustar los
presupuestos en lugar de rebajarlos, a racionalizar las inversiones en lugar de
a paralizar la mayor parte de ellas, a modernizar el mercado laboral en lugar
de abaratar el despido, a reestructurar los impuestos en lugar de a subirlos directamente
y así sucesivamente.
Toca entonces poner
inyecciones a los bancos -que deben tener ya los banqueros las nalgas
amoratadas de tanto pinchazo- en lugar de reponer el dinero que falta, a
recapitalizar en vez de dar el dinero que los gestores han malgastado a manos
llenas.
Y
Claro entre tanto nos llega la aportación de capitales europeos que es
eufemismo de rescate, que a su vez es sinónimo poético de intervención, que
funciona como eufemismo político de "te
doy el dinero para que hagas lo que te he dicho que hagas. Y punto".
Entre
tanto eufemismo sería fácil perder el hilo, pero a nosotros nos resulta
sencillo seguirlo porque es un arte muy nuestro.
Así,
el amigo Rajoy se ha transformado en la amiga o conocida que te dice "por ahí viene mi chico" y
tú miras a la fémina -que se encuentra de muy buen ver para estar en esa tenue
frontera entre los treinta y muchos y los cuarenta y pocos en la que siempre es
un riesgo innecesario preguntar- y esperas ver aparecer un chaval como mucho
cercano a la veintena por aquello de que chico es sinónimo puro de chaval, niño
o incluso algo rural de hijo.
Pero
te aparece un tío canoso y cincuentón, con traje de chaqueta conduciendo un BMW
y tú te piensas "pues sí que se
conserva bien esta mujer para tener un vástago que ronda los cincuenta"
¿Ese
es tú chico?, preguntas y ella te contesta: "pues
sí. Mantenemos una relación sentimental".
Y
claro eso tampoco te aclara nada porque no sabes si le quiere, le odia, ella le
quiere y él la odia, ella le odia y él la ama, se dan lástima mutuamente, se profesan
rencor o adoración, se sienten culpables de algún delito común... en fin que
todo es sentimiento, visto de esa manera.
Y
ella matiza ya como cansada de explicarse, como para zanjar el asunto, "¡que estamos liados!".
"No me extraña que estéis liados
con tanto eufemismo"
-piensas-, pero tu proverbial buena educación te evita preguntar con qué fardos
están atados, en qué compromiso se han metido sin quererlo, a qué viene en ese
momento afirmar que fuman cigarrillos de tabaco de picadura hechos a mano y
mucho menos, después de repasar las acepciones de eso de liarse, qué es lo que
ejecutan ambos dos con vehemencia. No vaya a ser que te estés metiendo en
acciones en las que no eres bienvenido.
Y
la cosa puede seguir hasta el eterno. "Estamos
enrollados, enredados", aunque tú los veas con sus extremidades
perfectamente diferenciadas y sin nudo o enredo alguno en sus cabelleras, "estamos juntos", aunque
medien kilómetros entre ellos, "somos pareja", sin especificar si lo
son de baile, de mus o de La Guardia Civil...
Todo
por no llamar a las cosas por su nombre, matrimonio, esposos, amantes,
novios... Parece que los nombres de las cosas siempre suenan mal, siempre suenan
antiguos, siempre suenan demasiado contundentes. Siempre suenan como lo que
somos, como si no pudiéramos matizarlos o escondernos tras de ellos.
¡Y
quiera el continuo espacio tiempo que no le caigas bien al "chico" de tu amiga y te confirme entre cañas que se divorció
porque tuvo "una aventura"!
"Bueno -piensas tú- yo también he
hecho parapente y creo que, hasta ahora, eso no es motivo reconocido de
divorcio",
aunque a esas alturas ya te has hecho con lo del eufemismo y puedes pensar "no creo que estar metido en una
guerra, descubrir las fuentes del Nilo o arrojarse colgado de un cable desde
las alturas tenga mucho que ver con practicar sexo con una persona mientras
eres marido, novio o amante de otra". No parece que la aventura tenga
mucho que ver con "la aventura"
como para usarla de eufemismo.
Y
así con todo.
Puedes
llegar a tardar varios años en descubrir que el embarazo no se interrumpe
voluntariamente a sí mismo sino que se trata de un aborto provocado, que una
operación encubierta es un asesinato secreto e ilegal, que una reducción de
plantilla es dejar sin sustento a un buen puñado de personas, que una acción
punitiva es una masacre con todas las letras, que una acción preventiva es una
masacre con todas letras sin que los otros ni siquiera te hayan hecho nada
todavía, que buscar un marido de "posibles"
es el ejercicio de la prostitución legal, que una drástica reducción de expectativas
vitales es que se avecinan muchas muertes, que la fuerte disposición ejecutiva es el
ordeno y mando, que las heridas claramente incompatibles con la vida son todas
las que te matan.
Todo
porque nos basamos en el falso mito de que somos esclavos de nuestras palabras
y dueños de nuestros silencios cuando, en realidad, somos responsables de
nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestros actos y causantes de las
consecuencias buenas o malas que estos producen.
Los
llamemos como los llamemos.
Así
que, señor Rajoy: La hemos cagado. Eso para seguir con el juego del eufemismo
absurdo y no decir directamente que estamos muy jodidos.
Lo
llame Don Mariano como lo llame.
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