Mucho
ha pasado y ha muerto en una de las tierras que forman la capital del mapa de
mis sentimientos. Desde hace meses Damasco sangra y Siria muere con ella.
Desde
hace meses parece que el fin se acercaba y que El Califato cambiaría de rumbo
por fin hacia el futuro. Pero no ha sido así.
La
tibieza y la imposibilidad de movimiento que tiene el occidente atlántico justo
en esa zona del mundo han impedido que el impulso que tomara Siria de Túnez,
Egipto o Libia se desarrollara hasta sus últimas consecuencias por mor de la
incapacidad de elección entre lo que nosotros pusimos ahí y que se ha
embrutecido y anquilosado más allá de nuestra propia creación y lo que sabemos
que llegará que nos parece mucho más peligroso para nuestros intereses.
Y
ahora en una rafia más, en un acto más de represión dentro de un alto el fuego
tan falso como absurdo, mueren niños.
Y
su fotografía es enviada por Twitter al instante y se reproduce en cientos de
diarios digitales y las imágenes de baja resolución de esos pequeños cadáveres
dan la vuelta al mundo. Y nos conmueven, y nos sorprenden y nos aterran.
Y
sabemos que tenemos que verlas pero no queremos hacerlo. Y parece que ahora es
el momento para hacer algo, para detener una barbarie que se lleva niños por
delante y nos obliga a verlo.
Y,
como ocurre desde hace varios lustros, el arte de la nueva magia de la red
universal nos lleva al correo electrónico, a las redes sociales que normalmente
están para nuestros recuerdos y nuestras amistades esas imágenes perturbadoras,
esos niños muertos, esas vidas bombardeadas en los albores de su existencia. Y
como ocurre siempre porque, pese a nuestros defectos, la mayoría de nosotros
somos buenas gentes, queremos hacer algo.
Porque
que los hombres mueran es injusto pero normal, porque que las mujeres mueran es
doloroso pero soportable.
Pero
los niños no. Por el amor de cualquier dios. Los niños no.
Y
nos sacude esa incertidumbre de no saber qué hacer. Ese desconocimiento surgido
de la indiferencia, ahora perdida, nos lleva a no saber con quién casarnos para
impedir el matrimonio entre la sangre y la muerte que la guerra siria está
imponiendo a sus infantes.
La
oposición en lo que fuera el califato está tan fragmentada, tan enfrentada, tan
minuciosamente dinamitada por años de un gobierno apoyado por occidente, por
décadas de desprestigio y persecución de uno de los servicios secretos mejor
preparados del mundo árabe y del orbe en general, que no tenemos donde mirar
para poder buscar una alternativa a lo que gobierna y destruye Siria.
Pero
queremos que los niños no mueran. Nuestra conciencia y nuestros estómagos no
pueden soportan que los niños mueran. Nuestras maternidades físicas o
sentimentales no pueden tolerar la visión de un niño muerto, nuestras paternidades
tenidas o deseadas son incapaces de asumir la presencia en su retina de un cada
ver infantil.
Y
cogemos lo único que tenemos, lo único que le queda al mundo occidental como
signo de grandeza y diferencia e intentamos usarlo para para parar la muerte de
los niños, de esos niños que sólo cuando estaban muertos han sido importantes
para nosotros, que sólo cuando sus padres y sus madres, ya muertos, no han
podido defenderles, han adquirido vida en nuestros pensamientos.
Tomamos
nuestro dinero y buscamos una cuenta corriente en la que depositarlo para
ayudar a esos pobres niños, a esos civiles que mueren y que sufren en las
calles de Damasco, de Homs, de Alepo.
Y
nuestra actitud nos honra como seres humanos. Pero nuestra ingenuidad nos
destruye como factor del cambio en el mundo.
Cualquiera
de esas páginas -que no sabemos de quien son, que no sabemos a quién
pertenecen- nos piden nuestro dinero para parar el sufrimiento, para detener la
agonía para evitar que una nueva fotografía, un nuevo video grabado con el móvil
de cuerpos infantiles ensangrentados nos asalte los corazones y nos arrase las
conciencias.
Y
sean salafistas, islamistas, laicistas, socialistas, panarabistas o cualquiera
de las facciones y movimientos políticos que forman la oposición Siria contra
la locura del dictador puesto por occidente y de la sonrisa culpable y de talle
perfecto de su esposa lo dicen en serio. Necesitan ese dinero para parar la
guerra.
Pero
desde las cruzadas, desde su guerra de independencia, desde Lawrence de Arabia,
desde la Primera Guerra Mundial, desde la Guerra del Yon Kippur, desde todos
los conflictos armados que han forjado y formado esa paísque otrora fuera el
califato, los sirios saben que solamente hay una forma de parar una guerra.
Ganarla.
Puede
que nosotros creamos que hay otras maneras, puede que nosotros necesitemos que
haya otras maneras. Pero Siria y el mundo árabe necesitan tanto evolucionar
hacia algo, alterar el rumbo de su historia que la única forma que tienen de
detener a aquellos que ahora bombardean a sus hijos y matan su futuro en sus
cunas es pasar sus afiladas gubias por sus carótidas. Es acabar con ellos.
Cuando
el mundo está vivo esa es la única forma de evitar que la muerte se enseñoree
de él. Nosotros no lo reconocemos porque llevamos siglos muertos y sin
movernos.
Puede
que esas páginas, esos enlaces, esos spam desesperados y trágicos, esas fotografías
nos hablen de evitar que los hermanos que mueren y que luchan -ya es bastante
revelador que les llamen hermanos y no compatriotas, conciudadanos o camaradas-
con una intervención de una misión de paz de Naciones Unidas.
Y
puede que nosotros los creamos porque de nuevo seguimos desconociendo cómo se mueve
nuestro mundo. Podemos recordar cómo se movía cuando nos importaba, pero no
sabemos cómo se mueve ahora.
No
habrá misión de paz de Naciones Unidas porque Rusia y China la bloquearán una y
otra vez. Porque la posibilidad de que el islamismo o el salafismo gobierne en
Siria es una tragedia para Rusia y su control de cristal siempre a punto de
romperse sobre sus republicas con base musulmana, porque que el panarabismo
gobierne en Damasco destruiría las posibilidades petrolíferas de China que por
mor de nuestras exigencias de modernidad económica y de todas las fábricas y
factorías que el Occidente Atlántico ha colocado en Guandong o Pekín necesita
más crudo que la mitad del resto de la población mundial.
Así
que si queremos que haya una misión de paz no tenemos que presionar a nuestros
gobiernos para que se muestren a favor de ella en la ONU. Lo harán, quedarán
bien y sabrán que no se hará nada por el veto de China y de Rusia.
Tendremos
que presionar a nuestros gobiernos para que bloqueen sus relaciones con Rusia y
China, para que adopten las medidas necesarias para intentar forzar a los
gigantes del nuevo mundo que se está forjando a hacer lo que se debería hacer.
Aún a riesgo de nuestras marchitas economías, aún a riesgo de nuestros precios
baratos, de nuestro gas, de nuestras empresas deslocalizadas de bajo coste. Aún
a riesgo de nosotros mismos.
Si
queremos que haya de una misión de paz que patrulle las calles de Damasco
tenemos que hacer eso. Tenemos que forzar a nuestros gobiernos a arriesgar lo
nuestro para que los niños de Siria dejen de morir. Para que sus cadáveres
dejen de sacudirnos desde Internet.
Aun
así, esa misión no detendría la guerra. No evitaría las muertes. Como no lo ha
hecho en Afganistán, como no lo ha hecho en Irán, como no lo hizo y no lo hace en
Líbano. Solamente la enquistaría. La guerra seguiría con atentados, con
acciones encubiertas, con vindicaciones y revanchas.
Porque
Occidente no podría evitar la tentación de colocar al frente del gobierno a
alguien que le viniera bien, que no le supusiera un riesgo. Y como en Irak,
islamistas, salafistas, y todos aquellos, que por población o fuerza política
deberían estar en el gobierno y no lo estarían, seguirían en la guerra; y los
restos del partido Baaz seguirían en la guerra. Y la misión se iría y la guerra
continuaría y los niños seguirían muriendo.
Así
que podemos hacer nuestra contribución en la página o la asociación sin ánimo
de luchar que queramos sabiendo que es cierto, que nuestro dinero irá para
intentar acabar con la guerra, acabar con la muerte de esos niños que cuando ya
era imposible salvarlos se han convertido en importantes para nosotros.
Si
cuando hace meses sus padres nos pidieron ayuda se la hubiéramos dado entonces
quizás, sólo quizás, podríamos haber parado la guerra de otra forma. Pero ahora
ya no.
Ahora
la única forma de evitar que alguien mate a los niños sirios es tomarle por el
cuello y segarle la vida. Nuestras aportaciones no irán a parar la guerra servirán
al objetivo de ganarla. Porque la guerra
siria ya solamente se detendrá con la victoria.
La
única forma de parar esa guerra es derrotar al que ahora está ganando. Y
nuestro dinero irá para ese fin.
Ahora
tenemos que elegir bando y ninguno de los bandos responde a nuestros fines y
necesidades. Ahora por fin estamos obligados a pensar en los sirios si no
queremos que las muertes de sus niños recaigan sobre nuestras virtuales
conciencias.
La
neutralidad, la compasión y la solidaridad ya no evitarán la muerte de los
infantes damascenos. Siria nos obliga a luchar y a ganar una guerra porque no
quisimos pararla en su momento.
Eso
es lo que hay hoy bajo los cielos de Damasco. Eso es lo que hay en vuestras
direcciones de correo electrónico.
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