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martes, noviembre 11, 2014

El nuevo jefe del viejo orden -Ni hao, jefe, Ni hao-.

Mientras nuestros líderes siguen pensando en cómo sacar de su catafalco a un sistema económico muerto, los hay que ya han decidido que la decadencia, aunque más lenta y grandiosa según se gestione, es un sinónimo de la muerte. Ese alguien es China, por supuesto. Y tiene claro que hay países que ya no cuentan para nada. Incluso continentes enteros.
Un año más asistimos a ese momento gloriosamente ridículo en el que los líderes del Occidente Atlántico se disfrazan de orientales y acuden a hacer lo que siempre se ha hecho desde el albor de los tiempos: arrojar sus escudos y sus lanzas a los pies del imperio, rendir vasallaje al poderoso.
Claro que ahora es China.
Podemos seguir buscando fórmulas para sacar nuestro sistema económico de una crisis continua que en realidad es la superposición cada vez más veloz de una crisis tras otra; podemos seguir buscando soluciones a una corrupción que no es causa sino consecuencia del sistema y de la ideología en la que se basa ese sistema; podemos seguir intentando volver a los viejos buenos tiempos del crecimiento y el consumo como motor de la economía.
Pero no va a servir de nada. China ya no nos ha ganado esa mano. El principal país capitalista del mundo es ahora la Tierra del Dragón. Así, sin más, sin paliativos, sin medias tintas.
China ya ha hecho el camino del capitalismo a ultranza en el que lo que importan son los beneficios y en el que el bienestar de aquellos a los que se necesita para obtenerlos no cuenta, ya ha alcanzado el cenit del mercado como único regulador más allá de leyes, acuerdos o tratados; ya ha andado el camino del control de la corrupción -al menos aparente- colocando en el paredón a unos cuantos gerifaltes para enviar un mensaje global.
Esa mano ya la hemos perdido. China manda. Punto, set y partido.
Por eso se permite firman un acuerdo de suministro de gas con Rusia después de que esta le haya hecho el trabajo sucio en Ucrania; por eso firma un acuerdo comercial con Corea del Sur dejando con el trasero al aire a Pyongyang, que ha sido su fiel vasalla durante décadas. Por eso lima asperezas históricas con Japón cuyas patentes tecnológicas compra a espuertas.
Y ¿qué hace la vieja Europa?. En esencia nada. Perderse en disquisiciones absurdas de estabilidad presupuestarias y contención del déficit. Mirarse el ombligo por no decir comerse mutuamente otras partes más bajas de su anatomía.
Algunos como nuestro gobierno, poco tendentes a la originalidad -como casi siempre-, pretenden imitarla. Pretenden convertir a nuestros trabajadores en los siervos chinos que trabajan en las fábricas de Shangai o Guangdong, pretenden ofrecer nuestro tejido laboral como holocausto que nos haga gratos a los ojos del nuevo poder. Vamos lo que hemos hecho siempre.
Llegaron los romanos y nos romanizamos -que Viriato era lusitano, no nos engañemos-, llegaron los visigodos y nos hicimos arrianos, llegó el califato y nos inclinamos de hinojos mirando a la Meca -menos Pelayo, vale-, llegó el imperio alemán y todos nos hicimos imperiales salvo unos cuantos castellanos viejos que acabaron en el tajo, llegó el Tercer Reich y nuestro gobernante adoptó hasta su sistema horario para congraciarse con él, llegaron los Estados Unidos y les dejamos poner bases militares hasta El Retiro si nos lo hubieran pedido.
Vale, Vale. Tenemos el Dos de Mayo y la Guerra de Independencia. Pero el servilismo tiene un límite ¡Que eran franceses!
Ahora llegan los chinos y nuestro gobierno pretende convertimos en un remedo de su sistema de trabajo para que se avengan a tratar con nosotros.
Todo el Occidente Atlántico está en realidad de una u otra forma en la misma representación, en el mismo camino. Nuestro gobierno es más burdo pero, no nos engañemos, tampoco se esperaba sutileza.
Como siempre ignoramos la herramienta mas obvia que tenemos a mano para evitar transformarnos en territorios vasallos de China.
Nos han ganado en nuestro propio sistema económico pues pongamos otro en marcha. 
Pero claro para que ese nuevo sistema económico basado en la redistribución real de los beneficios empresariales, en la eliminación de los beneficios especulativos, en el ajuste social para evitar los extremos económicos de la campana de Gauss, necesitamos algo de lo que nuestros poderosos no quieren oír ni hablar. Unidad política.
Solamente un gigante puede enfrentarse a otro gigante. La honda y la piedra de David no son una opción, demasiados millones pueden morir antes de que logremos acertar a China en la frente. Si es que conseguimos hacerlo.
Y un gigante verdaderamente democrático y que defienda su visión del Estado de Derecho a nivel global no como el gendarme internacional que es Estados Unidos, sino de una forma firme y sólida, asumiendo los sacrificios que eso suponga. 
Un gigante que no comercie con aquellos que no mantienen sistemas donde no se garantizan todas esas premisas de redistribución y justicia social no tenga una sola posibilidad de comerciar con nosotros.
Pero claro, eso hará descender las cuentas de beneficios, reajustar las ganancias de las empresas. Perjudicará a todos aquellos a los que en realidad sirven los gobiernos occidental - atlánticos. 
Por eso no se hace. No es que el sistema no se pueda cambiar. Es que se prefiere no hacerlo.
Es mejor ponerse una pieza de vestimenta oriental y rendir pleitesía a China que defender una unidad política capaz de aportar dignidad a todos, incluso a los chinos, a costa de los beneficios de unos pocos.
Ni hao, nuevo jefe del viejo orden, ni hao.

domingo, septiembre 14, 2014

Bayern, Dekkers, la muerte y nuestro absurdo

Hay ocasiones en las que una sola frase lo desvela todo. Lo pone todo patas arriba y nos obliga a mirar sobre el tapete de la partida de cartas en la que el Occidente Atlántico ha convertido nuestras vidas para contemplar los naipes boca arriba.
El mandamás de Bayern, la multinacional farmacéutica, se calienta, se le va la boca, se viene arriba y suelta la perla de que su empresa "no hace medicamentos para indios, sino para quien puede pagarlos".
Y de repente todo se convierte en una partida de póquer descubierto.
Nosotros nos indignamos, nos ponemos de uñas y empezamos a clamar contra el ejecutivo agresivo en lugar de pararnos y pensar un momento.
Los gurús de la democracia virtual comienzan a plantear encuestas y boicots, los recolectores de firmas suben a la red sus peticiones de rectificación o de sanciones a la empresa. 
Hacemos todo lo que se nos ocurre menos pararnos y pensar.
Quizás porque pensar nos obligaría a lo de siempre. A hacerlo en contra nuestra.
Exigir a Marijn Dekkers, que así se llama el consejero de Bayern en cuestión, que piense otra cosa y reaccionar con ira cuando descubrimos que no lo hace es como enfadarse con un león del Serenghetti por devorar a nuestro compañero de viaje por África o  indignarse con los habitantes de un nido de tarántulas brasileñas por llenar de veneno el torrente sanguíneo de un turista despistado. Es pedirle al depredador que actué contra su naturaleza y enfadarnos con él por no hacerlo, por ni siquiera intentarlo.
Es absurdo.
Pero, si no hacemos eso, tendremos que hacer otra cosa porque a todos nos chirría que alguien diga que los indios se pueden morir de cáncer o de Sida porque no tienen dinero para pagar una medicación que puede curar esas enfermedades. Y esa otra cosa que tenemos que hacer nos resulta más difícil, mucho más difícil.
Supone reconocer que nos hemos equivocado como sociedad y como civilización en su conjunto, que desechamos mal y pronto muchas cosas, que hemos sido nosotros los que hemos creado esa situación.
Porque el problema no es que Dekkers sea un tiburón o que Bayern solo piense en sus ganancias. El problema es que el desarrollo de medicamentos no está ne las manos de quien debería estar.
Y eso es culpa nuestra.
Porque hemos sido los occidentales atlánticos los que hemos despreciado factores fundamentales de sistemas que con toda seguridad no valen para el gobierno político ni para la garantía de la libertad, son inconsistentes a la hora del desarrollo económico y completamente inútiles a la hora de la generación de la riqueza pero que, para la gestión de aquello en lo que el bien común debe estar por encima de los beneficios particulares, son la única solución posible.
Sí, lo siento señores, estoy hablando de ese monstruo mutícefalo, de esa hidra de mil cabezas que aterra al Occidente Liberal Capitalista. Estoy hablando del comunismo.
Novecientas noventa y nueve cabezas del que se dio llamar socialismo real -que no era ni socialismo, ni real- habían de ser cortadas de raíz antes de que devorarán la libertad, las expectativas de futuro y la posibilidad de evolución de las sociedades que maniataron y aún maniatan en un tercio del planeta, pero quizás nos apresuramos demasiado al cercenar la milésima cabeza.
Si nos paramos a pensar un momento más allá de nuestros miedos, nuestros mitos e incluso nuestra ignorancia teórica sobre el asunto, nos damos cuenta que la única manera de que se garantice que el desarrollo médico y científico beneficie a indios y franceses, a estadounidenses y chinos, a españoles y tanzanos, es que ese desarrollo no se haga desde las empresas privadas, es que la decisión de las direcciones de investigación y la gestión de sus resultados esté en otras manos.
Pero si lo reflexionamos un segundo, solamente un segundo más, también nos damos cuenta de que esas decisiones deben trascender a los gobiernos nacionales. Porque si no es así tan sólo sustituiríamos los intereses financieros por los electorales y nacionalistas. Tan solo cambiaríamos la segunda parte de la frase de Dekkers por otra que significaría más o menos lo mismo
"No desarrollamos estos medicamentos para los indios, sino para los españoles -o franceses, o británicos o la nacionalidad del científico de turno que descubriera la cura del momento-".
Así que, cuando comprendemos que la única solución es transferir ese poder a una organización global -¿la OMS?-, darle nuestros impuestos -los de todos los países del mundo destinados a ese fin-, y conferirle la autonomía y el poder suficiente para imponer sus criterios -más allá de nuestros egoísmos sociales y los intereses electorales de nuestros gobiernos-, es cuando se nos abren las carnes liberal capitalistas y se nos disparan todas las alarmas que nuestra civilización occidental atlántica ha puesto en nuestro egoísmo y nuestro individualismo.
Porque no queremos ni pensar que nuestro dinero pueda estar al servicio de alguien que no seamos nosotros mismos, porque no queremos ni plantearnos que exista la posibilidad de que ser español, francés, vasco, nigeriano o canadiense no suponga diferencia alguna en realidad, porque no estamos dispuestos a deshacernos de nuestro orgullo de ser de un sitio o de otro o de haber experimentado la casualidad aleatoria de nacer en una civilización o en otra.
Porque no estamos en condiciones de admitir -aunque nos llenemos la boca de decirlo- que nuestra vida vale lo mismo que la de un indio.
Así que cargamos contra Dekkers, en lugar de contra el sistema que ha colocado en él y en su empresa la responsabilidad sobre la vida y de la muerte, pedimos boicots en lugar de exigir que se ponga al frente de la investigación médica mundial a alguien que se guíe por el bien común, el juramento hipocrático, pedimos que se modifiquen las leyes de patentes en lugar de plantear un nuevo sistema en el que las patentes no sean ni siquiera aplicables a los medicamentos.
Y así intentamos que pase inadvertido el hecho de que somos nosotros los que abrimos la jaula del depredador y pusimos las presas a su alcance, de que fuimos nosotros los que colocamos al descuidado turista al alcance del veneno de las tarántulas y pateamos el nido para que salieran.
De que, mientras no defendamos el fin del liberal capitalismo en la investigación médica, seremos directa e irredimiblemente responsables de la muerte por cáncer o por sida de cada enfermo al que Bayern le niegue sus medicamentos por no poder pagarlos.
Puede que a nosotros nos duela reconocerlo, pero a los indios les está matando que no lo hagamos.

domingo, junio 01, 2014

Somos los hacedores de las mentiras de Somaly Mam

Somaly Mam fue vendida por la familia que la acogía a los trece años.
Para quien no lo tenga claro eso ya es de por sí suficiente para que se pida a gritos la ejecución de quien lo hizo aunque no se crea ni siquiera en el valor ejemplificador de la pena de muerte; para quien tenga alguna duda al respecto eso de por sí es un crimen tan execrable que a uno se le ocurren un buen puñado de maneras de saltarse varias convenciones internacionales sobre el trato a los convictos para aplicarles a los culpables un amplio catálogo de practicas desarrolladas por los más profesionales torturadores del mundo.
Somaly Mam fue vendida y da igual que lo fuera para el sexo, para el trabajo o para cualquier otra actividad o función impuesta y no elegida. Somaly Mam fue vendida.
Y eso debería ser suficiente. Nosotros deberíamos saber que eso es suficiente, ella debería haber tenido claro que eso es suficiente.
Pero no fue así. No es así. Nunca será así.
Y Somaly Mam, que había escapado de milagro de esa vida de esclavitud, dedicó su vida a intentar rescatar a otras niñas de su misma suerte y a tratar de evitar que siguiera ocurriendo.
Los gobiernos deberían haberla apoyado desde el principio, las sociedades deberían haberse revuelto en sus sofás y sus comodidades al conocerla, los poderosos y las poderosas de la tierra deberían haber utilizado sus recursos para apoyarla con escuchar esa sola frase: "Cuando tenía 13 años fui vendida como esclava".
Pero no lo hicieron o al menos no lo suficiente y Mam como lo hicieran antes muchos y muchas se desesperó.
Gritó contra la esclavitud como Vicente Ferrer, como Maya Angelou, como Vusumzi Make, pero los oídos que recibieron esa verdad incuestionable eran pequeños, los habían cerrado la necesidad de coltán y diamantes en África, los viajes secretos de hombres poderosos y ricos en busca de niñas a Tailandia, los beneficios estratosféricos de las multinacionales en sus centros de producción en China, India o Bangladesh, las grandes fortunas heredadas y eternas de latino américa que necesitan aparceros para sus tierras y niños que trabajen para aumentar sus fortunas prácticamente la cuna, los locos furiosos del islam mal entendido que precisan de mujeres sometidas que les cubran con sus burkas las carencias.
Y como la verdad, la única verdad que tenía, no abría los oídos de un occidente atlántico que nunca ha sido esclavo y aparta la mirada ante el recuerdo y la constatación presente de su culpa, hizo lo que todos hacemos cuando creemos que la verdad, la más pura y simple verdad, no es suficiente. Mintió.
Mintió por el método más cómodo y sencillo, por ese método que hemos destilado en nuestra indolencia ética que se nos antoja plausible: la exageración.
Y convirtió registros del ejército camboyano en ataques furiosos y transformó cacheos humillantes en violaciones sangrientas e invento casos, engrandeció números, decoró de tragedia, esa tragedia que nos llega a nosotros, occidentales atlánticos, su vida y la de otros y otras como si no fuera suficiente tragedia haber nacido libre y ser convertida en una esclava.
Somaly Mam mintió ante la ONU, mintió ante el mundo, se mintió a sí misma y lo que es peor mintió a todos aquellos que son esclavos en el mundo a causa de la apatía y el egoísmo de ese occidente atlántico que sabe -aunque también lo niega- que no puede vivir como vive ni aspirar a vivir todavía mejor sin la esclavitud de todos esos seres humanos.
Y funcionó.
El anquilosado feminismo occidental reaccionó en su apoyo, los gobiernos le concedieron subvenciones millonarias, los observatorios internacionales pusieron su ojo en el problema, las magnates occidentales le aportaron fondos para campañas de concienciación, para abrir centros, para rescatar a niñas de la esclavitud sexual, de las violaciones, del terror.
Somaly Man debió comprender entonces la máxima que rige toda actividad humana en este occidente nuestro que muere de miedo, decadencia y apatía: La mentira siempre funciona más que la verdad. Siempre es más fácil de creer. Siempre nos viene mejor.
Como hacemos nosotros nosotros en nuestras sociedades, en nuestras relaciones laborales y personales, en nuestras vidas propias, Somaly Man colocó a su enemigo en el centro de su vida y le hizo culpable de todo lo que ocurría a su alrededor.
Su hija se fugó y ella la inventó secuestrada por sus enemigos; su marido la abandonó y ella le reconstruyó asustado por las amenazas de los que trafican con mujeres, exageró su propia biografía y dibujó falsas pinceladas que acrecentaban la tragedia, cada niña que sufría lo era por haber sido esclava, por haber sido violada. Su lucha se transformó en paranoia porque nosotros no queríamos combatir con ella, su ideal se convirtió en pesadilla porque aquellos que la escuchaban lo hacían con los oídos cerrados por sus intereses y sus vergüenzas.
Pero no nos engañemos, Somaly Mam, la mujer que puede sonreír pese a su historia -y eso es un mérito que nadie le valora- hizo lo que otros muchas y muchas habían hecho antes.
Como hicieran los Panteras Negras con la discriminación racial y la bondad natural del hombre negro, como Katherine A. McKinnon y todas sus seguidoras actuales con el maltrato, como hizo Hugo Chávez con el sempiternamente mentado imperialismo yankie, como hace nuestro gobierno con el radicalismo de izquierdas, como hizo nuestro gobierno anterior con el radicalismo de derechas, como hace el sionismo con el antisemitismo, como hiciera el inquisidor dimitido de papa con el islam yihadista, como hace el anticlericalismo con la pedofilia endémica del aparato eclesial.
Como hacemos en el trabajo con aquellos que nos buscan las vueltas, como hacemos con nuestro miedo y nuestra desconfianza en las relaciones personales, como hacemos con nuestros ex en nuestra vida.
Decidimos que agrandar el problema lo hace más importante, creemos que exagerarlo es la manera de hacerlo relevante. Olvidamos el único mensaje que emitió la intervención del pintor icónico de la Revolución Francesa, Jean Louis David David en los Estados Generales de Francia defendiendo la abolición de la servidumbre: "Tres cuartas partes de Francia no pueden elegir su destino ¿qué haríamos si formáramos parte de ellas?".
Y ahora Somaly Mam dimite porque se descubre y confirma que ha mentido, le hace un daño brutal a su causa, le hace un daño que tardará años en repararse a los 21 millones de personas que viven el la esclavitud y a todos los que nacen cada día con la servidumbre y la esclavitud marcada en su frente.
Y ella me da lástima porque cometió un error que todos cometemos cuando sabemos o creemos que tenemos razón y nadie no los reconoce. 
Pero ¿nosotros?, Nosotros no.
Nosotros que necesitamos de la víscera, el engrandecimiento y las cifras inmensas para reaccionar no somos dignos de lástima, no somos los engañados, no somos las víctimas.
Si hubiéramos hecho lo que Capitán Fitzgerald, Somaly Mam no hubiera tenido que exagerar y mentir y poner en riesgo aquello que quería a evitar e impedir.
Así que la próxima que alguien se plante ante nosotros y nos diga "A los 13 años fui vendida como esclava" espero que pidamos que rueden cabezas sin necesitar nada más antes de decir "no existe". Aunque sean las cabezas de alguno de los nuestros.
Si no es así, Somaly Mam seguirá motivando mi lastima y nosotros, bueno nosotros. Nosotros solo seremos dignos de una arcada.
Y por si alguien no conoce "Amistad" ni al Capitán Fitzgerald aquí tenéis su acción.



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