Somaly Mam fue vendida por la familia que la acogía a los trece años.
Para quien no lo tenga claro eso ya es de por sí suficiente para que se pida a gritos la ejecución de quien lo hizo aunque no se crea ni siquiera en el valor ejemplificador de la pena de muerte; para quien tenga alguna duda al respecto eso de por sí es un crimen tan execrable que a uno se le ocurren un buen puñado de maneras de saltarse varias convenciones internacionales sobre el trato a los convictos para aplicarles a los culpables un amplio catálogo de practicas desarrolladas por los más profesionales torturadores del mundo.
Somaly Mam fue vendida y da igual que lo fuera para el sexo, para el trabajo o para cualquier otra actividad o función impuesta y no elegida. Somaly Mam fue vendida.
Y eso debería ser suficiente. Nosotros deberíamos saber que eso es suficiente, ella debería haber tenido claro que eso es suficiente.
Pero no fue así. No es así. Nunca será así.
Y Somaly Mam, que había escapado de milagro de esa vida de esclavitud, dedicó su vida a intentar rescatar a otras niñas de su misma suerte y a tratar de evitar que siguiera ocurriendo.
Los gobiernos deberían haberla apoyado desde el principio, las sociedades deberían haberse revuelto en sus sofás y sus comodidades al conocerla, los poderosos y las poderosas de la tierra deberían haber utilizado sus recursos para apoyarla con escuchar esa sola frase: "Cuando tenía 13 años fui vendida como esclava".
Pero no lo hicieron o al menos no lo suficiente y Mam como lo hicieran antes muchos y muchas se desesperó.
Gritó contra la esclavitud como Vicente Ferrer, como Maya Angelou, como Vusumzi Make, pero los oídos que recibieron esa verdad incuestionable eran pequeños, los habían cerrado la necesidad de coltán y diamantes en África, los viajes secretos de hombres poderosos y ricos en busca de niñas a Tailandia, los beneficios estratosféricos de las multinacionales en sus centros de producción en China, India o Bangladesh, las grandes fortunas heredadas y eternas de latino américa que necesitan aparceros para sus tierras y niños que trabajen para aumentar sus fortunas prácticamente la cuna, los locos furiosos del islam mal entendido que precisan de mujeres sometidas que les cubran con sus burkas las carencias.
Y como la verdad, la única verdad que tenía, no abría los oídos de un occidente atlántico que nunca ha sido esclavo y aparta la mirada ante el recuerdo y la constatación presente de su culpa, hizo lo que todos hacemos cuando creemos que la verdad, la más pura y simple verdad, no es suficiente. Mintió.
Mintió por el método más cómodo y sencillo, por ese método que hemos destilado en nuestra indolencia ética que se nos antoja plausible: la exageración.
Y convirtió registros del ejército camboyano en ataques furiosos y transformó cacheos humillantes en violaciones sangrientas e invento casos, engrandeció números, decoró de tragedia, esa tragedia que nos llega a nosotros, occidentales atlánticos, su vida y la de otros y otras como si no fuera suficiente tragedia haber nacido libre y ser convertida en una esclava.
Somaly Mam mintió ante la ONU, mintió ante el mundo, se mintió a sí misma y lo que es peor mintió a todos aquellos que son esclavos en el mundo a causa de la apatía y el egoísmo de ese occidente atlántico que sabe -aunque también lo niega- que no puede vivir como vive ni aspirar a vivir todavía mejor sin la esclavitud de todos esos seres humanos.
Y funcionó.
El anquilosado feminismo occidental reaccionó en su apoyo, los gobiernos le concedieron subvenciones millonarias, los observatorios internacionales pusieron su ojo en el problema, las magnates occidentales le aportaron fondos para campañas de concienciación, para abrir centros, para rescatar a niñas de la esclavitud sexual, de las violaciones, del terror.
Somaly Man debió comprender entonces la máxima que rige toda actividad humana en este occidente nuestro que muere de miedo, decadencia y apatía: La mentira siempre funciona más que la verdad. Siempre es más fácil de creer. Siempre nos viene mejor.
Como hacemos nosotros nosotros en nuestras sociedades, en nuestras relaciones laborales y personales, en nuestras vidas propias, Somaly Man colocó a su enemigo en el centro de su vida y le hizo culpable de todo lo que ocurría a su alrededor.
Su hija se fugó y ella la inventó secuestrada por sus enemigos; su marido la abandonó y ella le reconstruyó asustado por las amenazas de los que trafican con mujeres, exageró su propia biografía y dibujó falsas pinceladas que acrecentaban la tragedia, cada niña que sufría lo era por haber sido esclava, por haber sido violada. Su lucha se transformó en paranoia porque nosotros no queríamos combatir con ella, su ideal se convirtió en pesadilla porque aquellos que la escuchaban lo hacían con los oídos cerrados por sus intereses y sus vergüenzas.
Pero no nos engañemos, Somaly Mam, la mujer que puede sonreír pese a su historia -y eso es un mérito que nadie le valora- hizo lo que otros muchas y muchas habían hecho antes.
Como hicieran los Panteras Negras con la discriminación racial y la bondad natural del hombre negro, como Katherine A. McKinnon y todas sus seguidoras actuales con el maltrato, como hizo Hugo Chávez con el sempiternamente mentado imperialismo yankie, como hace nuestro gobierno con el radicalismo de izquierdas, como hizo nuestro gobierno anterior con el radicalismo de derechas, como hace el sionismo con el antisemitismo, como hiciera el inquisidor dimitido de papa con el islam yihadista, como hace el anticlericalismo con la pedofilia endémica del aparato eclesial.
Como hacemos en el trabajo con aquellos que nos buscan las vueltas, como hacemos con nuestro miedo y nuestra desconfianza en las relaciones personales, como hacemos con nuestros ex en nuestra vida.
Decidimos que agrandar el problema lo hace más importante, creemos que exagerarlo es la manera de hacerlo relevante. Olvidamos el único mensaje que emitió la intervención del pintor icónico de la Revolución Francesa, Jean Louis David David en los Estados Generales de Francia defendiendo la abolición de la servidumbre: "Tres cuartas partes de Francia no pueden elegir su destino ¿qué haríamos si formáramos parte de ellas?".
Y ahora Somaly Mam dimite porque se descubre y confirma que ha mentido, le hace un daño brutal a su causa, le hace un daño que tardará años en repararse a los 21 millones de personas que viven el la esclavitud y a todos los que nacen cada día con la servidumbre y la esclavitud marcada en su frente.
Y ella me da lástima porque cometió un error que todos cometemos cuando sabemos o creemos que tenemos razón y nadie no los reconoce.
Pero ¿nosotros?, Nosotros no.
Nosotros que necesitamos de la víscera, el engrandecimiento y las cifras inmensas para reaccionar no somos dignos de lástima, no somos los engañados, no somos las víctimas.
Si hubiéramos hecho lo que Capitán Fitzgerald, Somaly Mam no hubiera tenido que exagerar y mentir y poner en riesgo aquello que quería a evitar e impedir.
Así que la próxima que alguien se plante ante nosotros y nos diga "A los 13 años fui vendida como esclava" espero que pidamos que rueden cabezas sin necesitar nada más antes de decir "no existe". Aunque sean las cabezas de alguno de los nuestros.
Si no es así, Somaly Mam seguirá motivando mi lastima y nosotros, bueno nosotros. Nosotros solo seremos dignos de una arcada.
Y por si alguien no conoce "Amistad" ni al Capitán Fitzgerald aquí tenéis su acción.
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