Y ahora toca otro de esos post que no van a ser tan populares como meterse con el rey, hablar del erial en el que están convirtiendo nuestra Sanidad y nuestra Educación nuestros gobernantes o construir metáforas cinematográficas -algo forzadas, lo reconozco- sobre nuestra actitud social como individuos o como sociedad.
Nos toca un post sobre uno de los asuntos más espinosos que nos han obligado a abordar en la última década. El maltrato, la violencia afectiva, el machismo y el feminismo.
De repente nos aparece un estudio, el enésimo, sobre violencia contra la mujer. Y de nuevo determinados medios, los que mantienen su ideario por encima de la realidad -en España casi todos, por desgracia- hablan de él.
Y como el clásico mito de Sísifo, volvemos a subir la piedra a lo alto de la loma y volvemos a dejarla rodar hasta el valle.
Para empezar el estudio se basa en una macroencuesta en toda la Comunidad Europea realizado a 42.000 ciudadanos. Como muestra parece bastante amplia -de hecho lo es- pero,como siempre hay un problema: todas las encuestadas son mujeres.
Y alguien dirá: "Lógico, si se pregunta sobre violencia contra la mujer, habrá que preguntar a mujeres". Y no le quitaré la razón. Pero, lo dicho. Es volver a subir la misma piedra por la misma ladera.
Mientras no se establezca un patrón en el otro sentido, mientras no se pregunte a 42.000 hombres sobre si se sienten agredidos o experimentan los mismos comportamientos en en sus parejas femeninas nunca podremos saber si la violencia afectiva es unidercional -es decir, solamente va desde el hombre hacia la mujer como defiende la posición ideológica imperante- o bideccional -es decir, funciona desde unos a otras y desde otras a unos, como parece imponer la observación de la realidad-.
Y uno no entiende el motivo de que se obvie esa linea de investigación, de encuesta o de estudio. Porque sería la mejor forma de desarmar los argumentos de aquellos que defendemos que el problema de la agresividad y el instinto de posesión en las relaciones afectivas es algo que forma parte de nuestra ancestral naturaleza como sociedad -seamos hombres o mujeres-. Bueno, en realidad sí se entiende. Saben el resultado que produciría y por eso no lo hacen. Saben que reforzaría la lógica de la observación de la realidad y no su visión apriorística de lo que sucede.
Y después de eso llegan las interpretaciones.
Alguien a quien me empeño en querer más allá de la lógica formal y material escribió más o menos hace poco: "Solo quien habla sabe por qué dice lo que dice. Los demás solamente interpretamos". Y esa es la mejor explicación de este fiasco.
"España aparece como uno de los países con porcentajes más bajos de mujeres que reconocieron haber sufrido violencia de género, con un 22%, muy por debajo de otros como Dinamarca (52%), Finlandia (47%) o Suecia (46%).
¡Vaya hombre, una buena noticia!.. ¿o no? Pues parece que no.
Porque resulta que el verbo "reconocer" lo cambia todo. Viene a decir que son maltratadas pero ellas no lo perciben, no lo asumen o simplemente lo niegan por pudor, vergüenza cualquier otro motivo. De manera que una mujer no se siente maltratada y todo un aparato basado en una visión apriorística de la realidad enraizada en la más profunda androfobia del feminismo historicista de McKinnon y compañía le niega la posibilidad de decidir por sí misma qué es para ella maltrato y qué no lo es.
"El informe explicaba que países más igualitarios como los escandinavos tenían tasas más altas porque a las mujeres les resultaba más fácil asumir que habían sufrido violencia a manos de sus compañeros, al contrario que en países del sur y del este como España, Portugal, Grecia o Polonia", afirma un artículo escrito para interpretar este macro estudio.
O sea que yo, autora o autor del estudio, decido por la mujer si la maltratan o no. Tú no eres lo suficientemente adulta, independiente ni inteligente para decidir. Cambio a la familia por el Estado, cambio el machismo por el feminismo, cambio el patriarcado por el matriarcado. Pero la mujer sigue sin derecho a decidir qué es lo que quiere aguantarle a su pareja y qué es lo que no está dispuesta a tolerarle.
Y la cosa sigue mezclando los datos con el de otro estudio realizado por un sociólogo español
"El estudio dirigido por Meil (el sociólogo en cuestión) destaca además que el 38% de los españoles exculpa a los agresores porque considera que padecen una enfermedad mental, y el 35% cree que si las mujeres sufren maltrato es porque lo consienten".
Y aquí llega otro de los vicios patrios que nos empeñamos en mantener. Otra de esas visceralidades nuestras que aprovechan todas las ideologías para manipularnos. Los españoles -y otros muchos en el Occidente Atlántico, pero nosotros mucho más- cometemos el error de confundir explicación con justificación.
Porque, por ejemplo, yo pienso que todo violador debería pudrirse en la cárcel, que todo pedófilo debería no volver a ver la luz del día y no justifico ninguno de sus actos, ninguno de los sufrimientos y dolores que ha causado. Pero si me preguntan ¿por qué lo ha hecho? no me queda más remedio que contestar "porque su mente no funciona como la de un ser humano normal".
Porque nadie que sea humano en mente y corazón viola a nadie, abusa de un menor o golpea y mata a nadie a quien diga amar. Y eso no es óbice, valladar ni cortapisa para que tenga que pagar por sus crímenes.
Pero claro, si se defiende eso y se argumenta en esa línea, no se puede mantener el axioma apriorístico de que lo hacen por ser hombre, de que todo hombre está predispuesto por naturaleza y genética a ser agresivo, machista y menospreciar a la mujer. Se derrumba como una fortaleza de naipes una teoría que es tan absurda como defender que todo español "es bueno honrado y trabajador" o que "todo ser humano tiene sentido de la trascendencia aunque lo niegue".
Por decirlo claramente no se puede pensar que "todo violador, pederasta y maltratador -sea hombre o mujer, no nos engañemos- no tiene los procesos mentales de un ser humano normal y defender a la vez que pague por todos sus actos" ¿por qué no? Nadie lo responde.
Y luego está la segunda parte.
Estamos en una sociedad en la que existe el divorcio, en la que la protección de la mujer maltratada se ha llevado a tal extremo ideológico que ha roto varios principios legales que van desde el Habeas Corpus hasta la presunción de inocencia, pasando por la igualdad de penas, así que no hay excusa para que la primera vez que te sientas maltratada por un hombre -o por una mujer- le abandones sin más.
Es una decisión entre la dignidad y la comodidad, entre la libertad y la seguridad que tienes que tomar. Pero es una decisión que ya decidieron muchos y muchas antes. Lo decidieron los siervos y siervas de la gleba en la Revolución Francesa; lo decidieron los esclavos y las esclavas negras hace siglos; lo decidieron los trabajadores y las trabajadoras en la revolución industrial.
Es una decisión difícil y la sociedad y el Estado te apoyará en todo lo que sea de justicia- repito, lo que sea de justicia- apoyarte cuando la tomes. Pero si no la tomas estás siendo cómplice de un crimen cometido contra tu propia persona. Y nuestra obligación como Estado, como sociedad y como individuos es decírtelo claramente.
Aunque con ello desmontemos todo el emporio de eterno victimismo que pretenden mantener determinadas posiciones ideológicas que, pese a lo que dicen públicamente, son el nuevo victorianismo que considera a las mujeres como pobres pajarillos indefensos sin voluntad ni capacidad de responsabilizarse de su propio futuro.
A lo mejor es porque crecí, amé y amo y trabajo rodeado de mujeres fuertes que no son así. Pero, lo siento. No me lo creo. No estoy dispuesto a creérmelo porque probablemente sepa con certeza mucho más lo que son y pueden ser las mujeres que lo que ellas quieren que sean para su beneficio ideológico.
Y el remate de la faena interpretativa del estudio es un párrafo que no tiene desperdicio.
"La forma de maltrato menos identificada es la que los expertos denominan violencia de control (de horarios, de forma de vestir, de amistades, etc..), tolerada por el 32% de los hombres y el 29% de la mujeres, seguida de la desvalorización (10% y 8%, respectivamente) y las amenazas verbales (7% y 6%)".
Por supuesto el estudio interpreta que esto es porque las mujeres españolas no saben lo que les conviene, no son conscientes, debido a su educación y su tradición, de que esto esta mal. Vuelven a subir la piedra de Sísifo a lo alto del monte.
E ignoran la interpretación alterativa. La interpretación que cualquier sociólogo debería tener en cuenta, la que impediría que la piedra de esta discusión volviera a descender por la misma ladera y nos obligara a repetir todo el proceso.
No lo perciben como maltrato porque ellas también lo hacen. Porque ellas también consideran su derecho controlar los horarios de sus parejas, cuestionar sus amistades, controlar en lo que se gastan el dinero o vigilar sus redes sociales o correos electrónicos en busca de posibles infidelidades.
Porque las mujeres españolas también tiran de desvalorizaciones en la discusión con sus parejas, que van desde su potencia sexual hasta su capacidad para sostener económicamente a la familia; porque ellas también tiran de amenazas verbales aunque creen que son más sutiles o aunque tengan menos posibilidad material de llevarlas a la práctica.
Porque nadie, o al menos muy pocas personas, son capaces de reconocer como algo negativo una práctica que ellas mismas realizan.
Y aunque eso serviría para explicar la situación, serviría para comenzar a demoler la piedra de la violencia dentro de las relaciones afectivas en lugar de seguir subiéndola y bajándola eternamente por la misma ladera, no lo hacen.
Se niegan a hacerlo, como se niegan a hacer una macro encuesta con 42.000 varones sobre si experimentan en sus parejas femeninas todas esas prácticas porque, aunque sería el camino para solucionar el problema de agresividad afectiva que sufre nuestra civilización, dejaría sus apriorismos flotando en el mar de la realidad tan inútiles como los pecios de un bajel hundido.
Y no, eso no. Aunque las mujeres a las que dicen defender terminen sufriendo por ello.
Y si alguien tiene alguna duda, que vea esto y me lo explique. Pero no me hagan caso. Yo soy hombre.
¡Vaya hombre, una buena noticia!.. ¿o no? Pues parece que no.
Porque resulta que el verbo "reconocer" lo cambia todo. Viene a decir que son maltratadas pero ellas no lo perciben, no lo asumen o simplemente lo niegan por pudor, vergüenza cualquier otro motivo. De manera que una mujer no se siente maltratada y todo un aparato basado en una visión apriorística de la realidad enraizada en la más profunda androfobia del feminismo historicista de McKinnon y compañía le niega la posibilidad de decidir por sí misma qué es para ella maltrato y qué no lo es.
"El informe explicaba que países más igualitarios como los escandinavos tenían tasas más altas porque a las mujeres les resultaba más fácil asumir que habían sufrido violencia a manos de sus compañeros, al contrario que en países del sur y del este como España, Portugal, Grecia o Polonia", afirma un artículo escrito para interpretar este macro estudio.
O sea que yo, autora o autor del estudio, decido por la mujer si la maltratan o no. Tú no eres lo suficientemente adulta, independiente ni inteligente para decidir. Cambio a la familia por el Estado, cambio el machismo por el feminismo, cambio el patriarcado por el matriarcado. Pero la mujer sigue sin derecho a decidir qué es lo que quiere aguantarle a su pareja y qué es lo que no está dispuesta a tolerarle.
Y la cosa sigue mezclando los datos con el de otro estudio realizado por un sociólogo español
"El estudio dirigido por Meil (el sociólogo en cuestión) destaca además que el 38% de los españoles exculpa a los agresores porque considera que padecen una enfermedad mental, y el 35% cree que si las mujeres sufren maltrato es porque lo consienten".
Y aquí llega otro de los vicios patrios que nos empeñamos en mantener. Otra de esas visceralidades nuestras que aprovechan todas las ideologías para manipularnos. Los españoles -y otros muchos en el Occidente Atlántico, pero nosotros mucho más- cometemos el error de confundir explicación con justificación.
Porque, por ejemplo, yo pienso que todo violador debería pudrirse en la cárcel, que todo pedófilo debería no volver a ver la luz del día y no justifico ninguno de sus actos, ninguno de los sufrimientos y dolores que ha causado. Pero si me preguntan ¿por qué lo ha hecho? no me queda más remedio que contestar "porque su mente no funciona como la de un ser humano normal".
Porque nadie que sea humano en mente y corazón viola a nadie, abusa de un menor o golpea y mata a nadie a quien diga amar. Y eso no es óbice, valladar ni cortapisa para que tenga que pagar por sus crímenes.
Pero claro, si se defiende eso y se argumenta en esa línea, no se puede mantener el axioma apriorístico de que lo hacen por ser hombre, de que todo hombre está predispuesto por naturaleza y genética a ser agresivo, machista y menospreciar a la mujer. Se derrumba como una fortaleza de naipes una teoría que es tan absurda como defender que todo español "es bueno honrado y trabajador" o que "todo ser humano tiene sentido de la trascendencia aunque lo niegue".
Por decirlo claramente no se puede pensar que "todo violador, pederasta y maltratador -sea hombre o mujer, no nos engañemos- no tiene los procesos mentales de un ser humano normal y defender a la vez que pague por todos sus actos" ¿por qué no? Nadie lo responde.
Y luego está la segunda parte.
Estamos en una sociedad en la que existe el divorcio, en la que la protección de la mujer maltratada se ha llevado a tal extremo ideológico que ha roto varios principios legales que van desde el Habeas Corpus hasta la presunción de inocencia, pasando por la igualdad de penas, así que no hay excusa para que la primera vez que te sientas maltratada por un hombre -o por una mujer- le abandones sin más.
Es una decisión entre la dignidad y la comodidad, entre la libertad y la seguridad que tienes que tomar. Pero es una decisión que ya decidieron muchos y muchas antes. Lo decidieron los siervos y siervas de la gleba en la Revolución Francesa; lo decidieron los esclavos y las esclavas negras hace siglos; lo decidieron los trabajadores y las trabajadoras en la revolución industrial.
Es una decisión difícil y la sociedad y el Estado te apoyará en todo lo que sea de justicia- repito, lo que sea de justicia- apoyarte cuando la tomes. Pero si no la tomas estás siendo cómplice de un crimen cometido contra tu propia persona. Y nuestra obligación como Estado, como sociedad y como individuos es decírtelo claramente.
Aunque con ello desmontemos todo el emporio de eterno victimismo que pretenden mantener determinadas posiciones ideológicas que, pese a lo que dicen públicamente, son el nuevo victorianismo que considera a las mujeres como pobres pajarillos indefensos sin voluntad ni capacidad de responsabilizarse de su propio futuro.
A lo mejor es porque crecí, amé y amo y trabajo rodeado de mujeres fuertes que no son así. Pero, lo siento. No me lo creo. No estoy dispuesto a creérmelo porque probablemente sepa con certeza mucho más lo que son y pueden ser las mujeres que lo que ellas quieren que sean para su beneficio ideológico.
Y el remate de la faena interpretativa del estudio es un párrafo que no tiene desperdicio.
"La forma de maltrato menos identificada es la que los expertos denominan violencia de control (de horarios, de forma de vestir, de amistades, etc..), tolerada por el 32% de los hombres y el 29% de la mujeres, seguida de la desvalorización (10% y 8%, respectivamente) y las amenazas verbales (7% y 6%)".
Por supuesto el estudio interpreta que esto es porque las mujeres españolas no saben lo que les conviene, no son conscientes, debido a su educación y su tradición, de que esto esta mal. Vuelven a subir la piedra de Sísifo a lo alto del monte.
E ignoran la interpretación alterativa. La interpretación que cualquier sociólogo debería tener en cuenta, la que impediría que la piedra de esta discusión volviera a descender por la misma ladera y nos obligara a repetir todo el proceso.
No lo perciben como maltrato porque ellas también lo hacen. Porque ellas también consideran su derecho controlar los horarios de sus parejas, cuestionar sus amistades, controlar en lo que se gastan el dinero o vigilar sus redes sociales o correos electrónicos en busca de posibles infidelidades.
Porque las mujeres españolas también tiran de desvalorizaciones en la discusión con sus parejas, que van desde su potencia sexual hasta su capacidad para sostener económicamente a la familia; porque ellas también tiran de amenazas verbales aunque creen que son más sutiles o aunque tengan menos posibilidad material de llevarlas a la práctica.
Porque nadie, o al menos muy pocas personas, son capaces de reconocer como algo negativo una práctica que ellas mismas realizan.
Y aunque eso serviría para explicar la situación, serviría para comenzar a demoler la piedra de la violencia dentro de las relaciones afectivas en lugar de seguir subiéndola y bajándola eternamente por la misma ladera, no lo hacen.
Se niegan a hacerlo, como se niegan a hacer una macro encuesta con 42.000 varones sobre si experimentan en sus parejas femeninas todas esas prácticas porque, aunque sería el camino para solucionar el problema de agresividad afectiva que sufre nuestra civilización, dejaría sus apriorismos flotando en el mar de la realidad tan inútiles como los pecios de un bajel hundido.
Y no, eso no. Aunque las mujeres a las que dicen defender terminen sufriendo por ello.
Y si alguien tiene alguna duda, que vea esto y me lo explique. Pero no me hagan caso. Yo soy hombre.
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