Como siempre en este país nuestro que generalmente para lo negativo, es un reflejo engrandecido de lo que es el Occidente Atlántico, llevamos un tiempo empotrándonos el cráneo contra los árboles que nos ponen delante e ignoramos el bosque que sigue rodeándonos.
Como se nos va un rey discutimos y hablamos de eso.
Que si queremos o no queremos otro, que si el rey gasta menos o más que el presidente de tal o cual república, que si hizo tal o cual cosa, que si el rey venidero da o no da bien la mano. En fin, nos perdemos en mil disquisiciones que ocultan la única diferencia, la única verdad ineludible e incuestionable de la que no se habla por el simple motivo de que no acepta discusión: Un rey no es elegido por los integrantes del Estado sobre el que ejerce la jefatura.
Que si queremos o no queremos otro, que si el rey gasta menos o más que el presidente de tal o cual república, que si hizo tal o cual cosa, que si el rey venidero da o no da bien la mano. En fin, nos perdemos en mil disquisiciones que ocultan la única diferencia, la única verdad ineludible e incuestionable de la que no se habla por el simple motivo de que no acepta discusión: Un rey no es elegido por los integrantes del Estado sobre el que ejerce la jefatura.
Punto, a otra cosa.
Pero como parece más importante, como se nos antoja más histórico, más trascendente, seguimos dando vueltas alrededor de ese mismo molino ignorando que desde fuera -como casi siempre desde fuera- nos están llamando al orden, nos están exigiendo que prestemos atención a lo importante.
Entretanto, nuestro gobierno, esos inquilinos de Moncloa que se niegan a reaccionar ante su estrepitosa caída electoral amparados en que otros cayeron más y que los que han ascendido son populistas, proetarras y radicales -el gran clásico del PP-, hace con la coronación lo mismo que hizo con el soberanismo catalán, con la engrandecida crisis del peñón, con la verja de Ceuta. Tira de bandera y escudo y los tremola a los cuatro vientos para que sus vaivenes no nos dejen ver lo importante.
Y la última, la última verdaderamente importante, que en realidad afecta mucho más a nuestro futuro que una franja de uno u otro color en nuestra enseña patria o que el tratamiento de Excelencia o Majestad al jefe del Estado, es la bofetada que la Comisión Europea ha dado a toda la política educativa, basada en el recorte y la falsa austeridad, del ínclito ministro José Ignacio Wert.
Los miembros de la Comisión Europea han zarandeado a Wert porque consideran un “motivo de preocupación” la falta de medidas desplegadas para reducir el porcentaje de abandono escolar temprano, es decir, el porcentaje de alumnos de entre los 18 y 24 años que dejan sus estudios antes de graduarse.
Mientras nuestro ministerio de Educación se preocupa de cómo hacer tragar en una nueva santa cruzada la religión católica a los estudiantes ceutíes, mayoritariamente musulmanes, de cómo conseguir ahorrar negando becas de comedor a niños que se llevan pan y jamón de york escondidos en sus carteras -y esto e literal- para que puedan comer sus madres, España continúa liderando esa tasa de abandono escolar en Europa, con un 23,5% que dobla la media de la Unión (11,9%).
Al tiempo que nosotros nos empeñamos en seguir discutiendo por una tonalidad en una franja de nuestra bandera y una corona de más de menos en nuestro escudo patrio, nuestro ministerio de educación vuelve a pasarse el futuro de nuestros hijos, nietos y bisnietos por el arco del triunfo de sus recortes innecesarios y cancela en su integridad el plan PROA, o sea, los programas de apoyo a los alumnos que más ayudas necesitan.
Uno de cada cuatro de nuestros alumnos, de aquellos que deberán conducir este país dentro de un par de décadas sea este monarquía o república, tira la toalla porque Wert le ha retirado los profesores de apoyo, le ha reducido o eliminado los desdobles, le ha retirado los psicólogos, logopedas y todo el resto de los profesionales que contribuyen a facilitar la integración educativa de los que menos capacidades tienen.
La Comisión nos grita, nos zarandea, nos escupe a la cara que nuestro futuro está en peligro y nosotros le hacemos el juego a un gobierno al que nuestro futuro le importa un carajo entrando al trapo de nuestro republicanismo y nuestro gusto patrio -el de unos y de otros, no nos equivoquemos- por convertir nuestro país en una galería de símbolos que parecen significar algo pero en realidad están vacíos.
Hasta aquellos que han irrumpido en el espectro electoral prometiendo y trayendo nuevos aires caen en ese juego absurdo de reclamaciones -que pueden ser justas o no, una cosa no quita la otra- pero que no son el auténtico problema de nuestra sociedad en estos momentos.
"Vota a tus vecinos" dice uno de sus eslóganes. Pero olvidan que nuestros vecinos están más preocupados porque les han quitados las becas a sus hijos que por el tratamiento del Jefe del Estado, que nuestros vecinos viven como una realidad más trágica tener que detraer de sus menguados presupuestos dinero para academias porque en los colegios públicos han desaparecido los desdobles o los profesores de apoyo o los logopedas, que nuestros vecinos no lloran por las noches de desesperación porque vean la bandera de España con una franja malva o roja sino porque ven que que con la actual política educativa sus hijos serán expulsados a la primera revalida del sistema educativo y se verán abocados a una vida de semi servidumbre laboral por unos salarios ínfimos.
¡Centrémonos!
Los revolucionarios franceses que nos dieron el sistema que ahora disfrutamos abolieron la servidumbre, la política de manos blancas que impedía a los nobles trabajar, los ejércitos privados, la impermeabilidad estamental, la reserva de la educación a la aristocracia, el derecho de pernada, las leyes que obligaban a que la tierra estuviera siempre vinculada a un noble y la rigidez de los gremios.
Hicieron todo eso antes de plantearse quitar al rey de en medio o despegar al simbionte eclesiástico del Estado.
Si ellos pudieron hacerlo, si ellos pudieron tener claro qué era lo importante y qué discusión podía demorarse, hagamos nosotros lo mismo.
O nos veremos obligados a cambiar no una sino todas las franjas de nuestra bandera por otro color. El negro. Un negro tan tétrico e índigo como será el color de nuestro futuro.
¡Centrémonos!
Mientras nuestro ministerio de Educación se preocupa de cómo hacer tragar en una nueva santa cruzada la religión católica a los estudiantes ceutíes, mayoritariamente musulmanes, de cómo conseguir ahorrar negando becas de comedor a niños que se llevan pan y jamón de york escondidos en sus carteras -y esto e literal- para que puedan comer sus madres, España continúa liderando esa tasa de abandono escolar en Europa, con un 23,5% que dobla la media de la Unión (11,9%).
Al tiempo que nosotros nos empeñamos en seguir discutiendo por una tonalidad en una franja de nuestra bandera y una corona de más de menos en nuestro escudo patrio, nuestro ministerio de educación vuelve a pasarse el futuro de nuestros hijos, nietos y bisnietos por el arco del triunfo de sus recortes innecesarios y cancela en su integridad el plan PROA, o sea, los programas de apoyo a los alumnos que más ayudas necesitan.
Uno de cada cuatro de nuestros alumnos, de aquellos que deberán conducir este país dentro de un par de décadas sea este monarquía o república, tira la toalla porque Wert le ha retirado los profesores de apoyo, le ha reducido o eliminado los desdobles, le ha retirado los psicólogos, logopedas y todo el resto de los profesionales que contribuyen a facilitar la integración educativa de los que menos capacidades tienen.
La Comisión nos grita, nos zarandea, nos escupe a la cara que nuestro futuro está en peligro y nosotros le hacemos el juego a un gobierno al que nuestro futuro le importa un carajo entrando al trapo de nuestro republicanismo y nuestro gusto patrio -el de unos y de otros, no nos equivoquemos- por convertir nuestro país en una galería de símbolos que parecen significar algo pero en realidad están vacíos.
Hasta aquellos que han irrumpido en el espectro electoral prometiendo y trayendo nuevos aires caen en ese juego absurdo de reclamaciones -que pueden ser justas o no, una cosa no quita la otra- pero que no son el auténtico problema de nuestra sociedad en estos momentos.
"Vota a tus vecinos" dice uno de sus eslóganes. Pero olvidan que nuestros vecinos están más preocupados porque les han quitados las becas a sus hijos que por el tratamiento del Jefe del Estado, que nuestros vecinos viven como una realidad más trágica tener que detraer de sus menguados presupuestos dinero para academias porque en los colegios públicos han desaparecido los desdobles o los profesores de apoyo o los logopedas, que nuestros vecinos no lloran por las noches de desesperación porque vean la bandera de España con una franja malva o roja sino porque ven que que con la actual política educativa sus hijos serán expulsados a la primera revalida del sistema educativo y se verán abocados a una vida de semi servidumbre laboral por unos salarios ínfimos.
¡Centrémonos!
Los revolucionarios franceses que nos dieron el sistema que ahora disfrutamos abolieron la servidumbre, la política de manos blancas que impedía a los nobles trabajar, los ejércitos privados, la impermeabilidad estamental, la reserva de la educación a la aristocracia, el derecho de pernada, las leyes que obligaban a que la tierra estuviera siempre vinculada a un noble y la rigidez de los gremios.
Hicieron todo eso antes de plantearse quitar al rey de en medio o despegar al simbionte eclesiástico del Estado.
Si ellos pudieron hacerlo, si ellos pudieron tener claro qué era lo importante y qué discusión podía demorarse, hagamos nosotros lo mismo.
O nos veremos obligados a cambiar no una sino todas las franjas de nuestra bandera por otro color. El negro. Un negro tan tétrico e índigo como será el color de nuestro futuro.
¡Centrémonos!
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