No hay nada que provoque más revuelo que la irrupción de algo que no se espera, que se ha desechado de antemano, que no responde a los modos y maneras habituales.
Eso es lo que ha pasado con Podemos, la nueva formación política. Pero no se trata hoy de hablar de ella, de sus errores y sus aciertos. Se trata de hablar de toda la armada de naos y bajeles que se han lanzado a los mares de la comunicación y la política mediática para intentar cañonearles y acertarles por debajo de la línea de flotación.
Concretamente, de la munición que utilizan.
Más allá del sempiterno recurso al terrorismo de ETA como simbionte de todo lo que quieren presentar como malo o perverso cuando en realidad el Partido Popular ha sido el único simbionte electoral de esa formación de locos y asesinos, beneficiándose de su existencia a través de su constante recurso al miedo y al terror, la principal acusación que se escucha en los entornos y voceros lanzados a la palestra es la de populismo, concretamente la de "Chavismo".
Ese ogro político para unos y revolución para otros de nuestro siglo que está instalado en Venezuela es el ejemplo que utilizan desde los ex presidentes hasta los portavoces en el Congreso, desde las ministras hasta los think tank.
Y una mañana te despiertas leyendo que en España, detenidos por los policías, procesados por los fiscales, hay 300 personas cuyas condenas suman 120 años de cárcel. Tres centenares de personas que tienen algo en común, una sola cosa en común en todos los casos; la disensión, la protesta, la acción sindical.
¿Eso no es chavista?
¿No es Maduro, el sucesor del fallecido líder autoproclamado heredero de Bolivar, el que se dedica a procesar opositores con la excusa de que sus manifestaciones incitan a la violencia, no es el régimen que gobierna Venezuela con cada vez menos justificaciones democráticas el que se dedica a promulgar leyes que convierten un ¡Abajo el gobierno! en una incitación a la violencia, que transforman un ¡Maduro. dimisión! en un delito casi de alta traición?
Y los mismos que llaman chavista a un individuo por llevar coleta se dedican a hacer lo mismo que es régimen. Intentan parar las huelgas pidiendo la condena de cuatro años de cárcel a quien se sube a un autobús -acompañada de un policía, ni más ni menos- para informar a un conductor de su derecho a la huelga; mandan a prisión a gentes que golpean con la mano el coche de un empresario cuando pasa, o que cogen comida de un supermercado para dársela a gente que pasa hambre.
Como Maduro en Venezuela han elegido el camino de la persecución judicial de la disensión, de la acción política, ciudadana y sindical.
Intentan criminalizar las huelgas en la más pura esencia del chavismo más recalcitrante, convertir en un delito de lesa patria la protesta.
Hugo Chávez estará orgulloso sonriendo en su catafalco cuando vea que sus supuestos rivales políticos que parecen solo serlo para criticar a otros, utilizan sus mismos métodos intimidatorios contra la protesta, contra la manifestación. Se amparan en denuncias incomprobables de policías que ni siquiera estaban presentes en el momento de los hechos para justificar lo que solamente es un intento de acallar toda acción sindical. Convertir la protesta en solamente una queja resignada, transformar la presión social en una letanía angustiada de dolores y resignaciones.
El mismo ministerio público, la misma fiscalía que se indigna y quiere dejar de procesar a cualquier precio a una infanta que alega desconocer que su marido estafaba a manos llenas, tramita sin pensánserlo dos veces con petición de máxima condena juicios contra sindicalistas femeninas acusadas de empujar a un trabajador que no quería hacer huelga cuando el trabajador se desgañita diciendo que fue un hombre quien le empujó; buscan y rebuscan motivos tan absurdos como "·arrojar agua a un autobús", parar el tráfico durante cinco minutos o por limitar el "derecho al trabajo".
En la mejor tradición del chavismo más recalcitrante, actúan como los salvadores de la patria contra los que nada puede decirse, convierten en delito opinar contra ellos en las redes sociales, juntarse o convocarse sin su permiso, hacer una huelga.
Cuando Hugo Chávez consideró que hablar en la televisión contra las decisiones de su gobierno era un acto de traición y empezó a cerrarlas, los falsos liberales de Génova, 13 y de Férraz se rasgaron las vestiduras hablando de libertad de expresión, de derecho del pueblo a opinar y ahora el Gobierno de Moncloa tira de la misma forma de hacer las cosas llenando las cárceles de sindicalistas mientras sus fiscales piden penas menores para sus políticos corruptos, para sus familiares que se dan a la fuga y sus ministros indultan sistemáticamente a banqueros que han atentado mucho más contra la propiedad privada y pública que un manifestante que desde un piquete haya tirado un huevo a un coche de policía.
Así que la próxima vez que hablen de chavismo, que se llenen la boca de hablar del perjuicio que esa forma de gobierno puede causar en nuestra sociedad, que se den cuenta que no nos traen a la mente la imagen de un tipo con coleta que habla de círculos, castas y referéndum con razón o sin ella, sino que nos evocan la imagen de una policía que detiene a manifestantes de forma aleatoria, de unos fiscales que acusan de un delito a todo aquel que se opone a su pensamiento, sus medidas y su permanencia sempiterna en el poder.
La próxima vez que hablen de Chávez y chavismo que tengan claro que no nos hacen ver a esa fantasía delirante suya de una izquierda radical temida y temible. Que tengan muy claro que les vemos a ellos.
Y cuanto más sindicalistas persigan más les veremos, más les identificaremos con Maduro y su régimen porque más se parecerán a ellos.
Y esa realidad no se altera por lo que ellos nos digan. Ya no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario