Resistido se han estás endemoniadas líneas a albergar una opinión sobre el nuevo monarca proclamado de este país nuestro al que una vez más le ha tocado danzar con alguien sin que nadie le preguntara si quería bailar con ella. Con él, en este caso.
Con toda la prensa nacional remozando la casa de los borbones -que de real tiene poco por lo lejos que vive de la misma- es momento de hablar de Felipe y su hermana, de su esposa y sus hija. Más bien de sus títulos, sus privilegios y todo lo demás. Que ellos, como personas son y serán siempre un misterio.
Hasta los rotativos y medios en general que otrora defendieran la dignidad republicana y el falso concepto de la memoria histórica ideado por y para regocijo del pasado y contra del futuro, parece haber llegado el turno de hacer lo del verso de don Antonio -Machado, se entiende-, aquello de:
Y repintar los blasones,
hablar de las tradiciones,
en su casa,
a escándalos y amoríos
poner tasa,
sordina a sus desvaríos.
Y para ello nos han colocado, vendido, puesto ante los ojos y agitado ante el hocico todo tipo de trapos y muletas por si nos apetecía comprar o embestir alguno.
Empezamos con el nuevo Felipe, que hace el sexto de su estirpe. Una estirpe que desde siempre, como todo monarca que se precie, ha convertido la Casa Real de su país en la mas irreal de las moradas.
Porque ese es y sigue siendo, pese a que se vayan los padres y vengan los hijos, pese a que se alejen las tías y crezcan las sobrinas, pese a que se muden las griegas y se alojen las cántabras, el más grande problema de la casa que tiene su sede y domicilio en el Palacio de la Zarzuela. Es la Casa Irreal
Como irreal es la venta de buhonero, que agita ante los aturdidos aldeanos sus frascos de pociones que lo mismo sirven para quemar verrugas que para alzar miembros viriles, hacen de su nuevo patriarca.
Nos le venden como un soplo de aire fresco valorado y querido por todos. Y claro obvian el hecho de que tanto aire corría por las calles de Madrid el día de su proclamación que es raro que no muriese de una pulmonía antes de empezar a reinar como alguno de sus más añejos ancestros. La irrealidad comienza a cobrar forma.
Luego nos la intentan colar con aquello de que no tira de obispos y jerarcas eclesiásticos en su proclamación, de misa mayor en ningún lado ni nada por el estilo. Y se agradece, no crean que no. Los que son españoles, ciudadanos y no ven el mundo a través de los ojos de una profecía lo agradecen.
Pero el asunto se disipa en cuanto se hace pública su agenda. Su primer viaje oficial es al Vaticano. Y claro, en el irreal mundo en el que vive la casa de aquellos que se creen reales, es lo lógico.
Sus católicas majestades, protectores de la cristiandad -¿de verdad creemos que los títulos otorgados hace siglos se han perdido tan solo porque dejan de usarse?- deben hacer su primer viaje a las lindes de Roma.
Su irrealidad les obliga a ser fieles a una tradición que hace que sea prácticamente obligatorio que se gasten el dinero de todos en viajar a San Pedro para que un papa que lo más parecido que ha visto a un reino es una pampa y lo más cercano a un rey a Messi o Maradona les conceda la bendición y el respaldo de un dios que no existe a una corona que no lucen en la frente.
La irrealidad comienza a apropiarse de todo punto de vista posible.
Y para rematar la faena de la venta en rebajas adelantadas de la Casa Irreal, culminan con el hecho de que Felipe, amado y santo nuevo rey de España, es un tipo inteligente, moderno, hasta ilustrado. Lo demuestra el hecho simbólico por demás de que ha colgado en su despacho el retrato de Carlos III, ese gran rey que construyó la puerta de Alcalá.
Y tan irreal es el mundo en el que viven y se han acostumbrado a vivir que creen que eso nos tiene que dejar tranquilos, que tiene que hacernos suspirar de alivio.
El ejemplo que sigue nuestro nuevo monarca es el de un rey que intentó forzar a los madrileños a dejar de beber en los bares, que decidió que vistieran de un modo diferente por decreto real -que no es lo mismo ni de lejos que un Real Decreto de los de ahora-, que intentó llevar a todos, como hacía todo rey por entonces, a donde él quería que estuvieran.
Alguien que ordenó a la Guardia Valona disparar contra la multitud que se manifestaba reclamando algo tan ilógico y poco patriótico como el derecho a vestir como les diera la gana -nada real, por cierto-.
¡Claro que era ilustrado!, ¡Claro que era moderno! ¡claro que es el ejemplo perfecto de lo que quiere Felipe VI para su reinado!
No en vano Carlos III renunció a sus pretensiones al trono de Polonia, que creía suyo por derecho de sangre materna, antes de ser rey de España por un motivo más que revelador: por que era un trono electivo y tenía muy pocas posibilidades de que el parlamento polaco le eligiera -¿curioso, no?-.
No en vano llevó a su máxima expresión un lema que aún se repite en las escuelas. Ese de "todo para el pueblo pero sin el pueblo". No en vano se le estudia dentro de un periodo conocido como el Despotismo Ilustrado.
Puede que allá por los años remotos del S.XVIII la población pensara "bueno, es despotismo, pero al menos es ilustrado" pero en estos años procelosos del S.XXI los ciudadanos piensan más bien lo contrario: "Vale, es ilustrado, pero sigue siendo despotismo".
Así que para vendernos la sucesión como algo beneficioso para la democracia nos pintan a un monarca amado por el pueblo, pío e ilustrado.
Para los siervos y aldeanos de allende los tiempos eso era suficiente. Para nosotros no.
Alguien a quien quiero un poco sin querer y que es muy de Casa Real, aunque lo diga poco y con la boca pequeña, se le velan un poco las miradas cuando se hablan de estos temas y suele decir "lo han hecho mal con la Casa Real". Y no me queda más remedio que darle la razón.
Lo han hecho mal porque la han convertido en la Casa Irreal.
Permitiendo que una infanta tenga un sueldo de una entidad privada y una asignación que sale de las arcas públicas a través de su padre, consintiendo que pidiera una hipoteca de siete millones de euros con 300.000 de pago trimestral cuando ni siquiera llegaba a esa cantidad la suma de los ingresos anuales de ella y su marido; permitiendo que un rey, una reina, un príncipe, y el número de infantes y de infantas que nos toquen estén más allá del toque de la ley aún cuando dejan de serlo; dejando que el rey abdicado concediera préstamos a sus hijas morosas con un dinero que al final era de todos y le era dado para sufragar la representación del Estado, no los agujeros de las economías familiares de sus vástagos; asumiendo que una niña de ocho años tenga una asignación de dinero público equivalente al salario anual medio de cincuenta españoles.
La casa que habita en la Zarzuela se ha vuelto irreal porque vive tan alejada del mundo en el que vive que cree que ser ilustrado tapará el hecho de que no ha sido elegido.
Y porque esa vida más allá del tiempo y el espacio en el que habitan les impide ver que hay otra forma de hacerlo.
Si Felipe, el sexto con su nombre, hubiera colgado en su despacho el retrato de Manuel Azaña o Ruiz Zorrila o Estanislao Figueras, no por ser de izquierdas o derechas, sino por ser jefes electos del Estado y luego se hubiera cruzado de brazos ante el parlamento y hubiera negado su proclamación hasta que los españoles decidieran libremente si querían un rey si le querían a él de rey, entonces los medios si podrían vendernos un monarca moderno, un jefe del Estado comprometido con las personas que forman ese Estado no con símbolos y tradiciones irreales y vacíos que sirven poco más que para magnos eventos deportivos.
A un rey así sí le habría votado.
Porque eso habría sacado a su casa, su estirpe, su reinado de la irrealidad en la que vive instalada la monarquía española en estos tiempos. Eso y no que la reina haya o no haya sido aristócrata, periodista o cualquier otra cosa o que esté preparado y hable no sé cuántos idiomas o que diga que admira a su padre pero no reinará como él o que se reúna con los colectivos LGTB en una agenda diseñada para dar buena imagen. una imagen moderna, una imagen ilustrada.
Pero el riesgo de la realidad es inasumible para aquellos que han hecho dela irrealidad el eje de sus vidas le pese a quien le pese.
Y si el palacio de la Zarzuela sigue y seguirá albergando a nuestra borbónica Casa Irreal.
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