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martes, abril 17, 2012

Nunca es nada personal. Ese es el triste problema (incluso con Ypf)


Si es que tenía que pasar. Cuando tanto se niega uno a ver la realidad, cuando tanto se insiste en una forma de hacer las cosas muerta y enterrada, no sólo por tiempo sino por todas las veces que la hemos intentado y todas las veces que ha terminado fracasando, al final pasa, las historias se repiten y con ellas se repiten sus finales.
Y eso es lo que ha pasado con Ypf, la compañía petrolera argentina que esta noche ha sido por fin expropiada después de un "se veía venir" que duraba ya varios meses.
Pasa porque  tenía que pasar, pasa porque el Occidente Atlántico cae una y otra vez en los mismos errores y llega  a los mismos finales, aquejado de un gusto por la repetición trágica de sus fracasos que se ha convertido en una patología en esta civilización.
Tenemos un sistema económico que precisa un nivel de combustible y de energía desconocido en la mayoría de los cuadrantes estelares de la vía láctea. Y nos resulta necesario para mantener unos mínimos que a nosotros nos resultan necesarios pero que son a todas luces exagerados. Y para mantener esos niveles de consumo necesitamos un combustible que no tenemos, que no es nuestro y que no nos pertenece. Es decir, necesitamos a otros.
Y necesitar a otros y relacionarse con otros es algo que siempre se le ha atragantado al Occidente Atlántico y a los occidentales.
Más allá de los vicios nepotistas de una presidenta argentina que piensa más en su pecunio personal que en el bien de su propio país, más allá de lo propio o lo impropio de la decisión, la expropiación de Ypf es un fracaso más de los modos y maneras occidentales de hacer las cosas.
Porque Repsol ha hecho lo que se ha hecho siempre en nuestra agónica civilización y le ha fallado como nos falla siempre.
Cuando estaba casi ahogada, cuando era una empresa menor en su sector que se limitaba al ámbito nacional y con mucha competencia, cuando lo pasaba mal, quiso dejar de hacerlo, quiso dar el salto y empezar a gozar de beneficios y presencia internacional, de expansión y de buenos números en sus cuentas de resultados. Quiso, en una palabra empezar a gozar de ser empresa.
Y lo hizo, como suelen hacerse estas cosas y como es lógico que se hagan, apoyándose en otros, utilizando la fuerza de otros. En este caso el petróleo de otros que para algo Repsol es una empresa de hidrocarburos.
Y ese no es el error. El error fue no saber apoyarse en ellos, utilizar los modos y maneras heredados de fórmulas que ya habían fallado al menos una docena de veces en Latinoamérica, en Asia y en África. Incluso hace unos cuantos siglos en Europa.
En lugar de optar por el camino largo y difícil en ocasiones de una relación como iguales, de una fórmula en la que todos jugaran al mismo juego porque querían jugarlo, se apoyó en otras cosas, buscó lo que necesitaba y no lo que le era necesario. Que puede parecer lo mismo pero, cuando el tiempo pasa, uno termina dándose cuenta de que no lo es. Aunque generalmente tarde.
Y así recorrió las tierras argentinas, desde Tierra de Fuego hasta el Estuario de la Plata, llenando de lisonjas y dádivas a los gobernadores, untando diputados y políticos -incluidos los Kirchner- y buscando apoyos para una compra de una empresa nacional que no pertenecía ni a esos diputados ni a esos gobernadores sino a aquellos que los habían elegido.
Logró su objetivo como suele hacerlo ese remedo de colonialismo corporativo que se ha llamado transnacionalidad y entonces fue feliz. Por fin disfrutaba de su condición de empresa grande, de su posicionamiento -no sé porque no se dice posición en el mundo empresarial-, de sus beneficios.
Y no se preocupó de que los argentinos, los verdaderos dueños -por casualidad geográfica y genética, eso sí- del petróleo que la estaba haciendo feliz también lo fueran. No se preocupó, como ninguna empresa se preocupa en el mundo occidental. También nuestras empresas son como somos nosotros.
El petróleo argentino había sacado a Repsol del abismo, la había soportado en los tiempos oscuros, se le había hecho necesario pero esa repentina felicidad recuperada, ese estallido de éxito, de beneficios, de alegría empresarial floreciente y florecida no se compartió con aquellos que habían sido necesarios para conseguirlo. Cuando llegó el momento de disfrutar las vacas engordadas con la ayuda y soporte de los argentinos, Repsol se volvió hacia otros para celebrar el momento de gozo y de disfrute: hacia sus accionistas.
En lugar de optar por el esfuerzo que supone afianzar su implicación en la sociedad y la vida argentina, que eran al fin y al cabo los que habían contribuido a su recuperación, se volvió hacia sus accionistas y sólo se preocupó de ellos.
Convirtió en su prioridad a aquellos que no habían estado presentes en los malos momentos, a aquellos que tan solo se acercaban a ella porque ahora les garantizaba unos dividendos alegres y gozosos que se habían producido con la participación de otros, con la ayuda de otros.
Por no aceptar el esfuerzo de construir algo con aquellos que habían puesto los cimientos de su nuevo apogeo se hizo esclava de aquellos que tan solo la requerían a última hora, cuando todo lo demás había fallado, para su propio beneficio y que, en cuanto dejaran de obtenerlo o vieran otro mayor en algún otro sitio, la abandonarían, dejándola de nuevo sola y en la estacada.
Y no miró a Argentina. Cuando las cosas se hacían obvias y evidentes, cuando era puesto en riesgo aquello que Argentina le daba y ya creía incuestionablemente suyo, se volvía a mirarla y le ponía parches y paños calientes para pasar el trago. Si los sindicatos se le encendían, llamaba a algún ministro para que incluso hiciera uso de la fuerza para tranquilizarles, si la situación económica se le complicaba, movía algunos hilos para lograr que cayeran 1.000 millones de dólares en las arcas de un gobierno en bancarrota que no dejaba a los argentinos sacaran sus dineros del ya históricamente mítico corralito.
Movía los peones, cambiaba las jugadas, para que sus nuevos señores, aquellos que solamente estarían con ella si les daba lo que querían, justo en el momento en el que lo reclamaban y exactamente en el modo en que lo exigían, siguieran a su lado, arrinconando a aquellos que la habían permitido llegar a donde estaba, que le habían demostrado una y mil veces que siempre estaban ahí, trabajando para ella.
Y así pasó lo que tenía que pasar.
Y Repsol, cuando pasa, intenta refugiarse en aquellos que ya la levantaron una vez. Y envía videos a los medios hablando de las obras sociales que ha realizado, de las inversiones que ha llevado a cabo o estaba dispuesta a llevar. Pero de nada sirve porque los argentinos saben que ahora, cuando llega de nuevo el frío y crudo invierno de la soledad empresarial, se recurre a ellos para lograr el impulso, la resistencia y la victoria que luego será compartida con otros que nada han hecho para ello.
Y se queja de "técnicas mafiosas" porque la presidenta argentina ha callado, ha amenazado y ha diseñado una estrategia para que bajen las acciones y poder así expropiar a un precio menor que incluso ni siquiera pagará. Se queja de que Kirchner haga exactamente lo mismo que han hecho ellos para mantener contentos a sus nuevos amos. Se quejan de que la presidenta del Chanel y el nepotismo sea como ellos y tire de silencios, engaños y ocultaciones para beneficiarse.
Porque la inquilina de la Casa Rosada se comporta igual que Repsol cuando cambió balances, manipuló contabilidades, rebajó sueldos, aceptó inversores ficticios, dilapidó sobornos y toda suerte de ocultaciones, silencios y elusiones para tener contentos a aquellos que sólo en el placer del beneficio mutuo estarían con ella, mientras que aquellos que lo habían estado desde el triste principio perdían con cada una de esas acciones y omisiones.
Y el gobierno español reacciona con un ardor guerrero absurdo y desmedido, como el amigo que en lugar de decir un triste "te lo dije, tenías que haberlo hecho de otra forma si no querías perder aquello que quieres y que te hace falta" tan sólo da palmaditas en la espalda y apoyo incondicional, tratando como suyo un problema que sólo es de Repsol y de sus accionistas, porque así lo ha querido la empresa que cometió el error recurrente de Occidente de apoyarse en alguien o en algo sólo para lo que le viene bien y darle de lado cuando lo que demandan de él es algo que exige esfuerzo, atención y tiempo.
Y los nuevos amantes, aquellos por los que tanto se esforzó la compañía, por los que movió todo, por el placer de cuya compañía arrincono a aquellos que habían hecho el camino más duro junto a ella, ¿qué harán?. Lo único que saben hacer cuando arrecían los vientos y los fríos te cortan la epidermis. Se marcharán y ya se están marchando porque estar con Repsol ya no es tan divertido, ya no es beneficioso y no le debo nada. Retiro mi dinero y me voy a emplearlo en otro plan mejor e otra inversión más provechosa y si la empresa que me ha dado el placer de la ganancia ya no puede dármelo es su problema.
No es nada personal. Y esa es la tristeza. Nunca hay nada personal y no queremos que lo haya en la economía de este mundo atlántico. Ni otras muchas cosas.
Puede que Cristina Fernández lo haga todo por beneficio propio -de hecho es casi seguro-, puede que nada de eso le afecte en su decisión porque al fin y al cabo ella es como Repsol, es tan occidental como nosotros, y ve las circunstancias, las acciones, las empresas y las personas como piezas de un juego que solamente sirve a sus necesidades de poder, de beneficio o de ambas cosas. Y puede que la expropiación se deba a todo eso.
Pero el pueblo argentino no moverá ni un dedo para evitarla porque ya está cansado, porque Repsol no ha compartido con ellos nada de todo aquello han logrado entre ambos, porque se niega a hacer esfuerzo alguno con ellos por ganar un futuro que todos saben que es el deseable aunque no el sencillo. No moverá ni un dedo, no se quejará, porque sabe que nada de lo que gane para Repsol, de lo que se esfuerce para seguir consiguiendo para ella, será compartido con ellos cuando de nuevo el ciclo de los tiempos lleve el banquete opulento a la mesa de Repsol y a ellos vuelvan solamente a caerles unas pocas migajas a regañadientes.
Y los habrá que dirán que eso es lo lógico en las empresas, que eso es lo que deben hacer, preocuparse exclusivamente de sus beneficios y no mirar atrás, ni un lado, ni adelante, solo a su propio ombligo contable de dividendos.  
Y quizás sea cierto. Al fin y al cabo nuestras corporaciones no tienen por qué hacer algo que no hagamos nosotros cada día.
Y puede que los haya que digan que todo esto es una explicación demasiado poética, filosófica o romántica de lo que ha pasado con Repsol e Ypf. Y seguro que también aciertan pero, ¿quién ha dicho que estuviera tan solo hablando de Repsol e Ypf?

sábado, abril 14, 2012

Kirchner, Rajoy y el falso duelo de honor por Ypf

Debe ser por mor de que mi orgullo nacional, que es bastante vago e inconstante, está centrado en una ciudad de Oriente Medio en la que no nací y en un par de localidades extremeñas en las que tampoco nací pero en las que lo pasé muy bien en alguna que otra ocasión, pero hay veces que no logro a comprender el motivo de convertir determinados asuntos en cuestión de orgullo patrio.
Y eso me está pasando con esta, la enésima crisis empresarial, entre Argentina y el empresariado español. Y utilizo esos términos por unos motivos muy concretos.
Esta disputa que mantienen la inefable de Kirchner, presidenta y por tanto representante de Argentina, con Repsol a costa de un quítame allá esas concesiones petrolíferas millonarias en la Tierra de la Plata -perdónenme por la metonimia poética todos los salteños y habitantes de las demás provincias argentinas- afecta a Argentina como estado.
Porque, aunque a nosotros, los occidentales atlánticos acostumbrados a vivir y tirar de los recursos ajenos como si fueran nuestros,  los recursos, el petróleo en este caso, del que estamos hablando es Argentino y por tanto son los argentinos los que tienen que negociar sobre él.
Es algo que tenemos que tener claro porque aunque los argentinos se hayan equivocado en su elección de presidenta y de gobernadores, aunque lo único que busque Cristina Fernández es aumentar su caudal privado o su coleccione de chaneles en su armario y carmines en sus impostados labios, los argentinos han decidió que esté al mando y nosotros no tenemos nada que decir al respecto.
Pero claro, reconocer ese derecho que no depende de nosotros a la Casa Rosada, es reconocérselo a Argentina en general, algo que nos cuesta hacer con todo país que no esté dentro de la civilización occidental atlántica aunque se nos acerque.
Resumiendo, Argentina tiene derecho a hacer lo que le dé la gana con su petróleo. Aunque sea gastarlo a manos llenas manteniendo hogueras que se vean encendidas día y noche desde el Cabo de Hornos.
Y se podrá decir que no es justo. Y no lo es, pero el petróleo es suyo. Y se podrá decir que si los gobernadores retiran arbitrariamente las concesiones no se atienden a las reglas del libre mercado.
Vale, pero el petróleo es suyo. Se podrá pedir la expulsión de Argentina de la Organización Internacional del Comercio, pero Argentina, a través de su gobierno, tiene derecho a gestionar su petróleo de una manera no liberal, no librecambista y no capitalista occidental.
Y se podrá decir que no es democrático. Y no lo parece mucho con un gobierno que nacionaliza el papel prensa para controlar a los medios, que intenta colocar amnistías encubiertas para librar de la cárcel a su esposo y que se basa en multitud de entramados familiares y nepóticos para reproducirse en el poder.
Vale, pero la gestión del petróleo sigue siendo Argentina. Se le podrá expulsar de la ONU, de la OEA o de donde se quiera y cortar relaciones diplomáticas con ellos. Pero nada de eso significa que tengamos derecho a imponer nuestros puntos de vista sobre sus decisiones.
Porque todo lo que subyace desde España y desde todo el occidente atlántico europeo coaligado detrás nuestra -debe ser reconfortante sentirse al menos en algo como el antiguo imperio español-, es que nos estamos dando cuenta de que las cosas cambian, de que por tanto pedir algo que realmente no queríamos que ocurriera pero que estaba bien decir, está empezando a ocurrir.
Lo único que hace que nuestra entrepierna política se sacuda de escozores es que Argentina entre otros ya es como nosotros.
Argentina quiere tener el control de sus recursos, los políticos argentinos quieren beneficiarse ellos y solamente ellos del control sobre los negocios del país. Ya piensan más en ellos que en el resto del mundo. Ya hacen lo mismo que nosotros llevamos haciendo durante siglos y que les hemos enseñado a hacer de forma sistemáticamente.
¿Para qué compartir con otros el expolio de algo si podemos beneficiarnos nosotros solos de los réditos de ese expolio? Algo muy capitalista, muy occidental y muy atlántico.
Y eso nos deja fuera de juego por un pequeño detalle hasta ahora innominado: el petróleo es suyo.
Y quizás a los argentinos no les guste la forma de hacer las cosas de Cristina, y quizás decidan echarla a golpe de sufragio negativo de La Casa Rosada, pero eso a nosotros no nos sirve. No estamos acostumbrados a depender de la decisión de los dueños naturales y reales de los recursos que necesitamos.
Y por eso todo se convierte en un problema patrio, en un reto a la integridad nacional, en una batalla en la que intervienen comisarios europeos, ministros y hasta príncipes y reyes.
Ahora, por lo menos en esto, Argentina juego a nuestro juego y la Kirchner tiene la mano ganadora.
Eso en lo que respecta a la parte argentina de este enconado enfrentamiento que de repente convierte una compañía petrolífera en Las Malvinas y a nosotros en La Dama de Hierro.
Lo de la parte española del cotarro ya es otra cosa. Es de traca.
¿Qué pinta el Gobierno español enzarzándose con la presidenta argentina y sus gobernadores en una batalla de amenazas y presiones por Repsol?
La respuesta es nada.
Si la empresa pierde su filial argentina ¿qué pierde España?, ¿qué pierde la economía española?
La respuesta es nada. Y el gobierno español lo sabe pero incomprensiblemente se involucra en algo que por lógica y por interés no tiene nada que ver con él.
Porque los hay que dirán que afecta a nuestros ingresos. Pero se equivocarán. Si Repsol pierde Ypf el erario público español no perderá nada porque el tercio de los beneficios que supone esa compañía para la empresa española los tributa en Argentina no en España. Y el gobierno argentino seguirá percibiendo los impuestos de la siguiente empresa que sea concesionaria. Aunque la dirija el hijo de Cristina Fernández.
Tampoco vale aquello de la defensa de los puestos de trabajo porque todos los puestos de YPF están en Argentina y son argentinos, salvo algún que otro ingeniero, y ninguno tiene razón alguna para perderse porque el petróleo seguirá siendo extraído aunque bajo otro logotipo y otra denominación empresarial.
Aunque eso sí. Repsol podría atenerse a su pérdida de beneficios para colocar un ERE en nuestro país y deshacerse de personal o bajarles los salarios. Pero contra eso lo mejor es no aprobar la Reforma Laboral que, según creo, no ha sido impuesta por el gobierno de la Casa Rosada precisamente.
Todo ese orgullo patrio en defensa de lo nuestro que despliega el gobierno español incluyendo incluso a La Corona no intenta evitar un perjuicio para España. Solamente intenta evitar un perjuicio para aquellos que pierden ese tercio de beneficios: Repsol y sus accionistas.
Accionistas que, por otro lado, no tienen que ser españoles, que los mercados no tienen nacionalidad y se han encargado de demostrarlo cuando no les ha importado ir haciendo desplomarse una nación tras otra hasta llegar, de momento, a nosotros. Unos accionistas que se pondrán nerviosos y que querrán vender y es posible que hundan parcialmente a la empresa en la bolsa, que arrastrará el Ibex y que generará otra crisis de confianza que repercutirá en nuestra deuda, desmontando el cuento de la lechera que hizo Rajoy durante la campaña electoral.
A ver si va a ser por eso y no por defender los intereses de España y los españoles.
Si Mariano Rajoy y su gobierno tiraran de honor patrio y defensa de lo nuestro en los asuntos de empresa no estarían convirtiendo nuestro mercado laboral en una copia del de China o Bangladesh para que las empresas que dejan sus beneficios en otras naciones  al este del Rin pudieran traer aquí su producción en lugar de llevarla a Guandong o a Tapei que, últimamente, canta más.
Si tuvieran ese honor patrio empresarial que derrochan a granel contra Kirchner y sus amenazas como los duelistas del mítico relato cinematografico de Ridley Scott , se desharían en presiones con las empresas que, radicadas en España, siendo de origen español y teniendo su mayor mercado en nuestro país, deslocalizan sus centros de producción y dejan de pagar impuestos para que todo les salga más barato operando a través de sociedades de acciones con una única oficina y un único empleado en Luxemburgo o en Mónaco. 
Así que en esta batalla de falsos nacionalismos y erróneos intereses nacionales que apenas disimulan espurios intereses personales y corporativos, el gobierno de Rajoy, como en otras muchas cosas, tiene todas las de perder.
Porque, puestos a ello, la inquilina de la Casa Rosada puede tirar de patriotismo porque el petróleo es argentino, la evolución geológica y la casualidad histórica y geográfica así lo quisieron, pero Repsol... Bueno, Repsol no es nuestra.
Quizás del PP y del Gobierno sí, pero nuestra no. Como ocurrió con Telefónica en otros tiempos, como ocurrió con Iberdrola en otros gobiernos.

domingo, junio 19, 2011

De Bonafini: la excusa de la víctima infinita

Hoy lo que ya está dicho pero ha de repetirse viene de la mano de unas ancianas de pañuelo blanco y reivindicación eterna. Estalla en nuestros oídos cuando, después de décadas de gritos, caceroladas y llantos e indignación -justa, es entiende- se apagan los ecos de las palabras y los sollozos y solamente quedan los actos.
Hoy, por fín, tenemos que repetir la misma pregunta. La misma que hizo caer a los paladines románticos cuando se descubrió que las doncellas no eran tan doncellas y ellos no eran tan románticos y ni mucho menos tan paladines ¿quién vigila al vigilante?
Hoy Las Madres de Mayo, que por mor de la diictadura militar argentina dejaron de ser madres, han dejado de ser víctimas para convertirse en culpables.
Hoy, ellas, que amparadas en los acordes de Sting y otros muchos poperos solidarios, pidieron juicios y cárceles para los que sin duda alguna se merecían ambas cosas, se sientan en el banquillo. Hoy hay que preguntarse ¿quién es la víctima de las víctimas?
La respuesta es sencilla. Todos lo somos.
Podemos ampararnos en que una manzana podrida no estropea el cesto -o sí, si está demasiado tiempo en él-, podemos decir que es una cuestión de las personas que han malversado los fondos públicos millonarios que recibían las madres para... ¿para qué los recibían?, ¿es tan caro ser víctima?, podemos decir muchas cosas y amparar muchos errores. 
Pero será mentira. Será una de esas mentiras piadosas que nos permitirán vestir un par de veces al año el abrigo de la caridad y seguir siendo solidarios con el sufrimiento que podría haber sido nuestro pero que afortunadamente -¡Dios nos libre!- es de otros.
La única verdad es que todos somos víctimas de la humillación y la indignación social que suponen los desfalcos y malversaciones de Las Madres de Mayo porque todos somos culpables de que haya ocurrido.
Porque hemos permitido uno de los vicios sociales más perversos que se recuerdan desde los tiempos de la decadencia romana. Hemos dado carta de naturaleza a la profesionalización del victimismo.
Y hacer de víctima no da dinero. No llena el buche. No paga las facturas.
Las Madres de Mayo son el ejemplo de múltiples organizaciones, asociaciones y estructuras que concentran su existencia en la reivindicación de la venganza, en la defensa de unas víctimas que o no precisan defensa o están más allá de reclamar esa necesidad.
Organizaciones que olvidan que, pese a su nombre, pese a sus rimbonbantes títulos y cargos, ellos no son las víctimas.
Las victimas son otros. Son los que murieron a manos de los torturadores, los que desaparecieron en las sierras y los bosques, los que fueron fusilados en camiones en marcha y sus cadáveres arrojados a las cunetas, los que fueron enterrados en las fosas comunes a golpe de cal viva y tiro en la nuca.
Ellos, sus hijos, sus hijas, sus esposos, sus hermanos y sus padres son las víctimas de la represión militar argentina. Ellas solamente fueron testigos directos. Fueron las herederas del dolor y de la muerte. Pero las víctimas fueron ellos.
Pero las Madres de Mayo, de tanto reclamar justicia para su memoria, de tanto exigir castigo para sus asesinos, se olvidaron de ese realidad incuestionable y empezaron a verse a si mismas como las auténticas víctimas, como las únicas que merecían ese tratamiento. Sus familiares estaban muertos y nadie se los iba a devolver -tardaron años en dejar de hacer esa petición- así que su victimismo bien podía ser eterno. Bien podía no acabar nunca.
Sus muertos no volvieron, los asesinos fueron juzgados y castigados y ahí tendría haber acabado todo.
Las Madres de Mayo perdieron su sentido cuando los militares pusieron el pie en las prisiones. Pero, claro, eso no hizo que resucitara nadie. Así que en lugar de devolver su dolor y su recuerdo al ámbito privado, decidieron institucionalizarlo para siempre. Ni siquiera hubo un ademan de disolverse, de marcharse.
Víctimas ahora, víctimas para siempre. Argentina no necesita la memoria de las víctimas de la represión, necesita pensamientos de futuro. Pero eso daba igual. Ellas íi lo necesitaban
Independientemente del problema vital y psicológico que supone para alguien institucionalizarse en el victimismo continuo y constante, los aspectos sociales de consentir esa actitud son demoledores.
El futuro nunca llega porque la memoria de las víctimas lo impide, el presente nunca cambia porque el oscuro pasado siempre nos trae dolor y no dejamos, en honor a la memoria de cadáveres que ya no tienen memoria, que el futuro nos arroje algo de esperanza, aunque sea con cuenta gotas.
Y es entonces cuando la víctima reclama su posición en la sociedad por el hecho de serlo, cuando los gobiernos se vuelcan con ayudas, con asignaciones presupuestarias.
Es cuando la culpabilidad sobrevenida de los que en su día -aunque pudieron- no hicieron nada para evitar el dolor de las víctimas de ahora, les hace caer en la trampa de permitirles que sean víctimas para siempre y que vivan de ello.
Se les da la mano, se les fija una fecha de recuerdo, se les pone el dinero en sus cuentas y nos olvidamos de ellos. La victima tiene su vida y nosotros la nuestra.
Y cuando todo está bien, cuando todo marcha adecuadamente y volvemos la mirada hacia ellos en busca de una cierta entereza en los malos momentos nos damos cuenta de que las víctimas se han transformado en delincuentes.
Nos damos cuenta que el dinero del victimismo perpetuo no sólo enciende llamas honoríficas en las plazas, sino tambien motores de explosión de cuatro tiempos de ferraris de los apoderados generales del colectivo - Sergio Schoklender, se llama el individuo en este caso-. Descubrimos que los dineros públicos no solamente sirven para hacer volar las palomas en el día conmemorativo sino también mantienen en el aire los aviones privados, que las asignaciones presupuestarias no solamente mantiene a flote la obra social de Las Madres de Mayo sino yates privados que pasean su eslora y sus bellezas en bikini por el Estuario de La Plata.
Y todo por negarse a dejar de ser víctimas. Por pretender que el victimismo es algo a lo que se tiene derecho y que se puede reclamar perpetuamente. Por no dejar a los muertos morir y dedicarse a lo que cualquiera que no es víctima oficial de nada hace todos los días. Buscarse la vida.
Por eso necesitan que su victimismo perdure. Por eso necesitan el pasado, necesitan el recuerdo de la represión, el aumento del maltrato, la enquistación del terrorismo. Porque si no hay crimen no hay víctima, si no hay víctima no hay victimismo. Y sin victimismo las arcas se vacían y no vuelven a llenarse.
Puede que De Bonafini -la más madre de todas las Madres de Mayo- no haya tocado un solo lodar de los trescientos millones que han desaparecido entre las brumas de sus cuentas, puede que el culpable directo sea el apoderado general, pero hoy, cuando se ha conocido el escándalo, La octogenaria fundadora del movimiento se ha colocado al mismo nivel que los dictadores y asesinos a los que persiguió sin tregua.
Tiene que explicar que no conocía los manejos corruptos de sus protegidos y recurre a ese desconocimiento para justificarse. Como hiciera la Junta Militar, como hiciera Videla.
La anciana victimista lo desconocía; ellos también lo desconocían. Ella no ha tocado un centavo, ellos tampoco pusieron ni un dedo sobre los sangrantes cuerpos de los torturados; La Madre de Mayo no sabía nada de los numeros, los generales ni siquiera sabían los nombres de los que morían y desaparecían.
Ella encargó expresamente que se usara bien el dinero; los generales dijeron "que se haga lo que tenga que hacerse" y fueron otros los que se mancharon las manos, los que calentaron los cañones de sus armas de tanto disparar, los que envolvieron los cádaveres, los que castraron y violaron.
Ella no podía saberlo, tenía infinidad de cosas en la cabeza de su acción solidaria, pero era su responsabilidad saberlo. Los generales no tenían conocimiento de ni uno sólo de esos detalles crueles y sangrientos de la represión militar pero era su responsabilidad saberlo.
Y De Bonafini se atreve a usar la misma defensa que aquellos que estaban al mando de los que secuestraron, torturaron, hicieron desaparecer y mataron a sus hijos.
Si eso no fue excusa para los torturadores, ¿Por qué habría de serlo para las víctimas? Su responsabilidad era saberlo y si no podía que no se hubiera dedicado al victimismo profesional. Utilizar la exscusa Videla es lo más bajo que podría hacer alguien que no aceptó esa excusa cuando se la dieron los generales.
Y luego De Bonafini tira de lo único que sabe tirar, de lo que lleva tirando toda la vida o al menos desde que se liara el pañuelo blanco a la cabeza: de victimismo. Realiza la apertura que hiciera el otro gran dictador de aquellos lares. Recurre a la apertura Pinochet y tira de canas para ocultarse en su edad. Cambia el victimismo de la viuda y la madre doliente por el de la anciana engañada.
No haré comentario alguno al respecto. Sería demasiado duro.
Y en el ultimo rocambole De Bonafini, la victima que no supo dejar de serlo, reclama ahora que Sergio Schoklender y su hermano Pablo, que también trabaja en la fundación, sean castigados duramente. "Esos malditos tienen que ir a la cárcel para siempre",
Tan acostumbrada está a pedir prisión y castigo para otros que no se da cuenta de que en esta ocasión lo único que es ético y estético hacer es tomar a ambos de la mano, acompañarles al presidio y quedarse con ellos.
Ahora ya no vale el vitimismo. es la hora de la responsabilidad. Y la responsabilidad es asumir culpas. No buscarlas en otros. Está vez no es y no puede jugar a ser una víctima inocente.
Eso sí sería un insulto para los hijos de De Bonafini. Seguramente preferirían ser recordados como unos subversivo contra el Estado, como los mataron los militares que como los hijo de aquella que permitió que se estafara y se robara usando su memoria como excusa.
Pero el victimismo no sabe nada de responsabilidades. Al menos no de las propias 

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