Debe ser por mor de que mi orgullo nacional, que es bastante vago e inconstante, está centrado en una ciudad de Oriente Medio en la que no nací y en un par de localidades extremeñas en las que tampoco nací pero en las que lo pasé muy bien en alguna que otra ocasión, pero hay veces que no logro a comprender el motivo de convertir determinados asuntos en cuestión de orgullo patrio.
Y eso me está pasando con esta, la enésima crisis empresarial, entre Argentina y el empresariado español. Y utilizo esos términos por unos motivos muy concretos.
Esta disputa que mantienen la inefable de Kirchner, presidenta y por tanto representante de Argentina, con Repsol a costa de un quítame allá esas concesiones petrolíferas millonarias en la Tierra de la Plata -perdónenme por la metonimia poética todos los salteños y habitantes de las demás provincias argentinas- afecta a Argentina como estado.
Porque, aunque a nosotros, los occidentales atlánticos acostumbrados a vivir y tirar de los recursos ajenos como si fueran nuestros, los recursos, el petróleo en este caso, del que estamos hablando es Argentino y por tanto son los argentinos los que tienen que negociar sobre él.
Es algo que tenemos que tener claro porque aunque los argentinos se hayan equivocado en su elección de presidenta y de gobernadores, aunque lo único que busque Cristina Fernández es aumentar su caudal privado o su coleccione de chaneles en su armario y carmines en sus impostados labios, los argentinos han decidió que esté al mando y nosotros no tenemos nada que decir al respecto.
Pero claro, reconocer ese derecho que no depende de nosotros a la Casa Rosada, es reconocérselo a Argentina en general, algo que nos cuesta hacer con todo país que no esté dentro de la civilización occidental atlántica aunque se nos acerque.
Resumiendo, Argentina tiene derecho a hacer lo que le dé la gana con su petróleo. Aunque sea gastarlo a manos llenas manteniendo hogueras que se vean encendidas día y noche desde el Cabo de Hornos.
Y se podrá decir que no es justo. Y no lo es, pero el petróleo es suyo. Y se podrá decir que si los gobernadores retiran arbitrariamente las concesiones no se atienden a las reglas del libre mercado.
Vale, pero el petróleo es suyo. Se podrá pedir la expulsión de Argentina de la Organización Internacional del Comercio, pero Argentina, a través de su gobierno, tiene derecho a gestionar su petróleo de una manera no liberal, no librecambista y no capitalista occidental.
Y se podrá decir que no es democrático. Y no lo parece mucho con un gobierno que nacionaliza el papel prensa para controlar a los medios, que intenta colocar amnistías encubiertas para librar de la cárcel a su esposo y que se basa en multitud de entramados familiares y nepóticos para reproducirse en el poder.
Vale, pero la gestión del petróleo sigue siendo Argentina. Se le podrá expulsar de la ONU, de la OEA o de donde se quiera y cortar relaciones diplomáticas con ellos. Pero nada de eso significa que tengamos derecho a imponer nuestros puntos de vista sobre sus decisiones.
Porque todo lo que subyace desde España y desde todo el occidente atlántico europeo coaligado detrás nuestra -debe ser reconfortante sentirse al menos en algo como el antiguo imperio español-, es que nos estamos dando cuenta de que las cosas cambian, de que por tanto pedir algo que realmente no queríamos que ocurriera pero que estaba bien decir, está empezando a ocurrir.
Lo único que hace que nuestra entrepierna política se sacuda de escozores es que Argentina entre otros ya es como nosotros.
Argentina quiere tener el control de sus recursos, los políticos argentinos quieren beneficiarse ellos y solamente ellos del control sobre los negocios del país. Ya piensan más en ellos que en el resto del mundo. Ya hacen lo mismo que nosotros llevamos haciendo durante siglos y que les hemos enseñado a hacer de forma sistemáticamente.
¿Para qué compartir con otros el expolio de algo si podemos beneficiarnos nosotros solos de los réditos de ese expolio? Algo muy capitalista, muy occidental y muy atlántico.
Y eso nos deja fuera de juego por un pequeño detalle hasta ahora innominado: el petróleo es suyo.
Y quizás a los argentinos no les guste la forma de hacer las cosas de Cristina, y quizás decidan echarla a golpe de sufragio negativo de La Casa Rosada, pero eso a nosotros no nos sirve. No estamos acostumbrados a depender de la decisión de los dueños naturales y reales de los recursos que necesitamos.
Y por eso todo se convierte en un problema patrio, en un reto a la integridad nacional, en una batalla en la que intervienen comisarios europeos, ministros y hasta príncipes y reyes.
Ahora, por lo menos en esto, Argentina juego a nuestro juego y la Kirchner tiene la mano ganadora.
Eso en lo que respecta a la parte argentina de este enconado enfrentamiento que de repente convierte una compañía petrolífera en Las Malvinas y a nosotros en La Dama de Hierro.
Lo de la parte española del cotarro ya es otra cosa. Es de traca.
¿Qué pinta el Gobierno español enzarzándose con la presidenta argentina y sus gobernadores en una batalla de amenazas y presiones por Repsol?
La respuesta es nada.
Si la empresa pierde su filial argentina ¿qué pierde España?, ¿qué pierde la economía española?
La respuesta es nada. Y el gobierno español lo sabe pero incomprensiblemente se involucra en algo que por lógica y por interés no tiene nada que ver con él.
Porque los hay que dirán que afecta a nuestros ingresos. Pero se equivocarán. Si Repsol pierde Ypf el erario público español no perderá nada porque el tercio de los beneficios que supone esa compañía para la empresa española los tributa en Argentina no en España. Y el gobierno argentino seguirá percibiendo los impuestos de la siguiente empresa que sea concesionaria. Aunque la dirija el hijo de Cristina Fernández.
Tampoco vale aquello de la defensa de los puestos de trabajo porque todos los puestos de YPF están en Argentina y son argentinos, salvo algún que otro ingeniero, y ninguno tiene razón alguna para perderse porque el petróleo seguirá siendo extraído aunque bajo otro logotipo y otra denominación empresarial.
Aunque eso sí. Repsol podría atenerse a su pérdida de beneficios para colocar un ERE en nuestro país y deshacerse de personal o bajarles los salarios. Pero contra eso lo mejor es no aprobar la Reforma Laboral que, según creo, no ha sido impuesta por el gobierno de la Casa Rosada precisamente.
Todo ese orgullo patrio en defensa de lo nuestro que despliega el gobierno español incluyendo incluso a La Corona no intenta evitar un perjuicio para España. Solamente intenta evitar un perjuicio para aquellos que pierden ese tercio de beneficios: Repsol y sus accionistas.
Accionistas que, por otro lado, no tienen que ser españoles, que los mercados no tienen nacionalidad y se han encargado de demostrarlo cuando no les ha importado ir haciendo desplomarse una nación tras otra hasta llegar, de momento, a nosotros. Unos accionistas que se pondrán nerviosos y que querrán vender y es posible que hundan parcialmente a la empresa en la bolsa, que arrastrará el Ibex y que generará otra crisis de confianza que repercutirá en nuestra deuda, desmontando el cuento de la lechera que hizo Rajoy durante la campaña electoral.
A ver si va a ser por eso y no por defender los intereses de España y los españoles.
Si Mariano Rajoy y su gobierno tiraran de honor patrio y defensa de lo nuestro en los asuntos de empresa no estarían convirtiendo nuestro mercado laboral en una copia del de China o Bangladesh para que las empresas que dejan sus beneficios en otras naciones al este del Rin pudieran traer aquí su producción en lugar de llevarla a Guandong o a Tapei que, últimamente, canta más.
Si tuvieran ese honor patrio empresarial que derrochan a granel contra Kirchner y sus amenazas como los duelistas del mítico relato cinematografico de Ridley Scott , se desharían en presiones con las empresas que, radicadas en España, siendo de origen español y teniendo su mayor mercado en nuestro país, deslocalizan sus centros de producción y dejan de pagar impuestos para que todo les salga más barato operando a través de sociedades de acciones con una única oficina y un único empleado en Luxemburgo o en Mónaco.
Así que en esta batalla de falsos nacionalismos y erróneos intereses nacionales que apenas disimulan espurios intereses personales y corporativos, el gobierno de Rajoy, como en otras muchas cosas, tiene todas las de perder.
Porque, puestos a ello, la inquilina de la Casa Rosada puede tirar de patriotismo porque el petróleo es argentino, la evolución geológica y la casualidad histórica y geográfica así lo quisieron, pero Repsol... Bueno, Repsol no es nuestra.
Quizás del PP y del Gobierno sí, pero nuestra no. Como ocurrió con Telefónica en otros tiempos, como ocurrió con Iberdrola en otros gobiernos.
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