Hay momentos en los que el horno no está para bollos, en que los huevos no están para revolverlos y el coño no soporta muchos ruidos. Se me perdonará por lo prosaico y malhablado de este comienzo pero es que estamos precisamente viviendo uno de esos momentos.
Bastante nos aprietan, bastante nos están intentando hacer tragar una reforma de un sistema económico que no es otra cosa que un embalsamamiento de algo que murío enfermo de fracaso y avaricia que no resulta de lo más apropiado precisamente intentar impedir que la gente proteste por ello. Hay determinadas cosas que simplemente no se pueden hacer, no se deben hacer y no queda bien hacer.
Y prohibir a la gente protestar y reunirse es una de esas cosas.
Bastante era ya que un jefe policial valenciano considerara enemigos a manifestantes estudiantiles -por muy politizados que estén, que están en la edad para ello-, empezaba a crujir que un delegado del gobierno en Barcelona mantuviera detenidos en prisión preventiva a dos participantes en una jornada de huelga general acusados simplemente de resistencia a la autoridad.
Pero que un ministro del Interior tenga la presencia de ánimo suficiente como para plantarse delante de las cámaras de televisión y de los micrófonos de la radio para decir que se va a considerar delito quedar en Internet para alterar el orden público no solamente roza lo ilegal y lo inconstitucional, sino que supera lo dantesco y semeja lo fascista.
Y que no se me alteren los defensores del PP ni me recuerden mis orígenes anarquistas. Puede que el gobierno de Mariano Rajoy y su ministro de Interior no tomen esa medida por convicciones fascistas. Pero esa media es fascismo en sí mismo, en estado puro.
Da igual que lo que motive la decisión es la obsesión del Gobierno por evitar las protestas callejeras, la imagen de una población enfrentada a su gobierno., da igual que lo que realmente se pretenda es evitar que cuando los dueños del Mercado enciendan sus televisores en sus despachos de La City no sepan si están viendo imágenes de España o de Grecia y sigan especulando con nuestra deuda soberana; es irrelevante que lo que se pretenda es vender a la señora Merkel en las conversaciones de pasillo en Europa es que todo va bien, según lo ordenado.
Detener a alguien por lo que dice en Internet, por lo que habla o lo que propone a sus amigos, colegas, parientes o al mundo entero es un simple acto de fascismo.
Jorge Fernández Díaz se pone los guantes con sensores, eleva el sonido de sus auriculares y nos arroja directamente en Minority Report.
Convierte a las fuerzas del orden en múltiples Tom Cruise que escrutan el éter de las posibilidades futuras intentando detectar un grupo que quiera organizar algo para ver si pueden evitarlo antes de que se produzca. Que intervienen y detienen antes de que el delito -en el caso de que se fuera a producir- se llegue a cometer. Ignorando que el pensamiento y la palabra no pueden ser constitutivos de delito.
Que son los actos, una vez realizados, los que acarrean las consecuencias. Algo tan simple como la esencia misma del comportamiento humano.
Considerar que quedar en Internet para hacer una protesta pública es un delito de integración en organización criminal es la incongruencia más grande que se puede plantear en un sistema legal.
Para integrarse en una organización criminal debe existir una organización criminal ¿cuál será esta? ¿Facebook?, ¿Tuenti? ¿E Darling?
¿Y qué es eso de con el fin de alterar el orden público?
Supongo que supondrá detener a las señoras cuando quedan para ir a pasear porque de todos es sabido que avanzan de tres en fondo a paso de tortuga dificultando el correcto circular del tráfico de peatones, supongo que supondrá detener a todos los que queden para ir juntos al fútbol porque alteran la tranquila paz del metro con sus cánticos, bufandas y banderas, supongo que supondrá detener a los que quedan para un concierto, para ir a un local de moda o para hacer un botellón. Todos ellos alterarán de una manera u otra el orden público y por tanto son susceptibles de ser detenidos en su casa por una unidad especial que entre descolgándose de techos y ventanas en cuento hayan subido la actualización a su red social o el post a su blog.
Ahora mismo me encuentro encogido esperando que eso ocurra y tengo el ordenador enfrente de una ventana.
Es justo que quien altere el orden público cometa un delito y sea juzgado y sentenciado por ello pero subsumir la libertad de pensamiento y de reunión a dar una imagen de falsa paz a los mercados y a Europa, a intentar vender una sociedad comprometida con un proyecto de gobierno con el que nadie está comprometido porque hasta los más leales al PP comienzan a ver lagunas, fallas y hasta cráteres es un rasgo que, siendo condescendiente ralla lo dantesco y que siendo realista supera lo fascista.
El camino de un gobierno no está en evitar que se vea como la gente está en desacuerdo, sino en escucharla en sus quejas e intentar dar solución a los problemas. Y si no puede, no sabe o no quiere hacerlo, apartarse para que otros lo intenten.
Si algo hay que hacer cuando las cosas no funcionan es mover el gobierno no tratar de impedir que la sociedad se mueva.
Esa inmovilidad ya nos está matando. A lo mejor a Rajoy y todos los defensores del sistema económico y social actual no les importa morir de anquilosamiento e inmovilismo por defender lo indefendible. Pero a otros muchos sí y por eso se mueven
Lo malo de tener estas ideas no es ser fascista o no. Sino la cara de fascista que se te pone aunque no lo seas. Eso se lo dirá cualquier informe en minoría que se ponga a buscar.
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