miércoles, abril 11, 2012

Israel reinventa el innoble arte de matar al mensajero


Que un gobierno declare persona non grata a alguien que le deja a la altura del betún no deja de ser lógico y normal. Tampoco hay que estar muy al cabo de la calle para tener claro que los gobiernos de hoy en día, sean del signo que sean, no ejercen el trabajo de la autocrítica con mucho rigor y fruición.
Que el gobierno israelí declare a Gunter Grass non grato en sus fronteras por la publicación de ese verso libre en el que venía a decir que deberíamos preocuparnos por la actitud y las amenazas de Israel de declarar una guerra como mínimo tanto como por las acciones de Irán no es algo que deba sorprendernos.
Pero esta declaración de "non gratitud" -si se me permite la expresión- se convierte en otra cosa cuando la miras detenidamente, cuando la analizas. Como suele ocurrir con todo lo que emana de la política en Israel.
El gobierno de Netanyahu da otra vuelta de tuerca al viejo uso gubernamental desde los tiempos de los sátrapas persas hasta nuestros días de matar al mensajero.
Porque, por seguir con el símil, Israel no mata a Grass en su condición de mensajero de malas nuevas por las nuevas que trae. No le declara persona non grata por lo que ha dicho. Tira de una ley de 1952 que impide la entrada en Israel a ex nazis.
O sea que Gunter Grass no es repudiado en el estado hebreo por lo que ha dicho, porque sus palabras sean ciertas o no, porque haya atacado la esencia misma de la democracia en el siempre pacifista estado de Israel. Se le niega la entrada por haber sido nazi.
Más allá de que si esa ley debe ser usada para impedir la entrada en Israel a alguien que se alistó en 1944, al final de la guerra, a los 17 años en un cuerpo de ejército -no en las SS, la Waffen SS era una unidad militar de combate, seamos claros-, también debería usarse por ejemplo para declarar persona non grata al ínclito inquisidor vaticano por su militancia -menos forzosa si cabe, pues aún no había guerra y reclutamientos- y da la casualidad de que se omite, hay unos ciertos matices en todo esto que asemejan al extremo la actitud de Israel al tradicional desmembramiento craneal del emisario que se estila desde los tiempos de Herodoto.
Y sobre todo es el objetivo.
En la antigüedad,  cuando el monarca desenvainaba su regia espada y seccionaba hasta el hueso el gaznate del pobre emisario que traía la mala nueva de una derrota en una batalla mal planificada, de una alianza rota o de una armada hundida por piratas, no lo hacía porque le considerara un mentiroso, no lo hacía porque le pareciera irreverente. Lo hacía simplemente porque asumía la verdad de lo que decía y el verse descubierto en su ignorancia de las tácticas guerreras o de los ardides diplomáticos le hacía enfurecer hasta tal punto que hacía culpable de sus errores al portador de las noticias que demostraban las consecuencias de sus actos.
Es decir, matar al mensajero lleva implícita la aceptación de la irreversible verdad de lo que dice.
Que Israel cargue con todo lo que tiene contra alguien que ha dicho que tiene un armamento nuclear incontrolado y que está dispuesto a utilizarlo y eso pone en peligro el mundo -no olvidemos que Irán forma parte del mundo, aunque esté dirigido por unos locos furiosos, teocráticos y belicistas, más o menos como Israel- no se desmiente por el hecho de que se inicie una campaña contra el portador de esas nuevas.
Que Grass se alistara a los 17 años en las Waffen SS no desmiente ese hecho, que Grass no pueda pisar Israel no desmiente ese hecho, que Grass sea como han dicho algunos "un anciano obsesionado con ponerse en paz con su biografía -lo cual no deja de tener un amplio rango de verdad, según lo veo- no convierte en mentira lo que ha dicho.
Todo este circo mediático en el que se arroja al escritor alemán a los leones políticos y diplomáticos y comunicativos solamente sirve para cumplir el segundo objetivo, más pragmático, que cumplía la medieval decapitación del mensajero.
Evitar que una vez cumplido su cometido oficial, el hombre, se vaya de la lengua en las posadas y los burdeles, en su casa, o charlando con sus vecinos y de repente todo el mundo sepa lo que no es conveniente que se sepa.
O sea evitar que se difunda la noticia más allá del círculo que está en posesión de la misma.
Porque todas estas salvas de ordenanza alrededor de Gunter Grass solamente pretenden evitar eso. Pretenden evitar que las gentes y los gobiernos puedan reflexionar o pararse a pensar sobre lo dicho y lo escrito por Günter Grass.
Si a España la acusan de haber recuperado las famosas bombas de Palomeras y mantenerlas escondidas para tacar a los marroquíes antes de que vuelvan a invadir Perejil, en nuestras fronteras aparte de la chanza general, se recurriría a una invitación formal al susodicho mensajero de tan sorprendentes noticias a una sesión de submarinismo como remedo moderno del baño de Manuel Fraga para comprobar la inexistencia de las mismas.
Si alguien acusara al gobierno británico de esconder con una máscara de hierro al hijo bastardo tenido por el Príncipe Carlos con una vendedora a domicilio de Avon concebido durante unas tempestuosas vacaciones de juventud en Lincolnshire, aparte de recurrir al más ácido de los humores, probablemente se le invitaría a una visita a la citada torre en compañía de Su Graciosa Majestad -con bolsito al antebrazo y todo- y asunto resuelto.
Pero Israel no hace eso. Se limita a cargar una y otra vez contra el mensajero y no hace lo que es lógico hacer cuando se acusa a alguien de no decir la verdad. Demostrar que es mentira.
Porque puede hacerlo.
Solamente tiene que invitar a la ONU a visitar su territorio sin restricciones, sus arsenales, sus instalaciones militares y lo que haga falta para comprobar que no tiene armamento nuclear. Y así Günter Grass pierde la razón.
O si lo tiene, solicitar una reunión de urgencia del organismo competente y ratificar el tratado de no proliferación nuclear. Sería diplomáticamente menos impactante porque está demostrado que los tratados se incumplen a voluntad aunque se hayan firmado -Irán e Israel son buena muestra de ello en diferentes contextos- pero por lo menos serviría para atestiguar parcialmente la falta de veracidad de Günter Grass.
Pero acusar de antisemita y nazi recalcitrante a Grass y negarle la entrada en Israel, matar mediática y diplomáticamente al mensajero, no cumplen ese fin. Aunque Günter Grass sea ambas cosas -que lo dudo- eso no desmiente ni una de sus palabras.
Cuanto más lo repitan, más creerá el mundo que lo que dice es cierto porque el gobierno de Israel está muy enfadado con el mensajero y no da prueba alguna de que lo que dice sea falso.
Así que, debe ser cierto. Mal que les pese, así funciona la mente colectiva desde siempre. Porque la humanidad ya ha visto matar a muchos mensajeros y conoce el modo en que funciona ese innoble arte.

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