Hay gentes en general e individuos en particular que no saben vivir sin su miedo. Se ha hecho tan connatural a ellos, lo llevan tan dentro y lo han utilizado de escudo tanto tiempo que, ni cuando la realidad les abre las puertas de la necesidad de prescindir de él.
Y eso les pasa y les está pasando a los que bufan y resoplan cuando miran a Euskadi en estos días y ven a los presos de ETA más cerca de sus tierras.
Desde sus cómodas poltronas en Estrasburgo, donde permanecen escondidos, desde sus convocatorias a la prensa para hablar de miedo y de venganza o desde sus columnas editoriales en los medios del orgullo patrio y la corona, miran a este gobierno, acorralado ya por la economía en su nacimiento y casi derrotado en su continuidad por su propia perseverancia en el error, y ven que anuncia algo que no debería ser necesario anunciar: el acercamiento de los presos de ETA a las cárceles vascas y la aplicación de la ley penitenciaria.
Y de repente se sienten desnudos, inermes, traicionados.
Porque ya no tienen nada que echarse a su miedo y al de los demás. Porque sienten que Rajoy y Moncloa les han dejado sin el alimento que necesitaban para seguir clamando en el desierto de su propia incapacidad de ver la paz de Euskadi como un bien superior a su venganza, a su visión unitaria inmóvil del país en que viven.
Se dan cuenta de que sin ETA, con la banda de asesinos mafiosos inerte aunque inconclusa ellos y sus poderes se diluyen, se extinguen. Que si ya no hay guerra no puede haber enemigos, no puede haber vencedores, no puede haber generales. No puede haber víctimas.
E incluso se atreven, como hiciera hace dos días Mayor Oreja desde el lugar donde se envía a los políticos para que no molesten demasiado -así creemos en la fuerza de Europa, ya de paso- a inventarse ofensivas ocultas, reacciones preparadas por una banda a la que ya solo queda enterrar después de que su propia arrogancia violenta la matara.
Así que cuando el gobierno, que para otras cosas va a paso más lento e incluso sigue parado, para esto reconoce la realidad y actúa en consecuencia, ellos se exaltan, se sienten traicionados y le piden, de hecho le exigen, que elija entre ellos y Euskadi, entre ellos y el mundo, entre ellos y la ley.
Porque aunque ellos lo perciban de otro modo, aunque Moncloa lo venda o lo intente vender como un gesto. Lo único que está haciendo Interior es restaurar la legalidad vigente, es restablecer la democracia en las tierras de Euskadi.
No es una concesión a los presos, ni un acuerdo con ETA para que se disuelva. Es simple y llanamente levantar el Estado de Excepción.
Por una vez -aunque temo que no sirva de precedente- Rajoy y su gobierno hacen lo que deben hacer sin encerrarse en sí mismos y sus propias creencias. Será que la poblada barba y la tintada cabellera le impiden reconocerse como el duro sudoroso disfrazado de general de tres estrellas que mantiene el Estado de Sitio solamente porque es más fácil hacerlo que jugar con las normas que otros le han impuesto.
Acercar a los presos de ETA y concederles las redenciones de pena que estipula la ley no es una traición, es una obligación, no es una rendición, es una necesidad para un Estado que afirma que es democrático y no acepta discriminación alguna en el trato entre iguales.
Si todos los presos pueden cumplir condena cerca de casa, los de ETA también. Si el Estado busca la reinserción de todos los presos, de los de ETA también.
Es algo que por simple se antoja imprescindible. Es poner fin a lo que los locos furiosos del tiro en la nuca y la bomba a traición hicieron con Euskadi e hicieron con España.
Pero a aquellos que quisieron sacar de forma literal los tanques a las calles de Donosti y aquellos cuyas pérdidas les cubren de rabia y de infinitos e inagotables deseos de venganza esa ley les resulta pesada, les parece poco digerible.
Volver a un Estado en el que no hay excepciones en la ley penitenciaria, en el que se busca la reinserción y se encierra a los presos en cárceles cercanas para facilitarla indica que su victoria se aleja como él mismo fue alejado de Vitoria y aparcado en los lluviosos despachos de Estrasburgo.
Significa que, aunque se justifique su odio y su venganza por causas más que justas, ya no tendrán la mano del Estado para hacerla posible. Hace ver a todos aquellos que han querido usar su condición de víctimas para imponer derrota sobre paz y venganza sobre futuro que su voz aunque se escuche ya no de miedo, ya no tiene poder.
Significa un trio de palabras que ninguno de ellos, ni el exaltado Oreja ni los que dicen pensar, hablar y exigir por las víctimas muertas en las manos de ETA, desean escuchar.
La guerra ha terminado. No hay rendición, no hay venganza, no hay honor ni victoria. Por suerte y ojala para siempre, la guerra ha terminado.
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