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miércoles, marzo 06, 2013

La muerte de Chavéz escribe epitafios por nosotros

En este tiempo nuestro el panegírico es, como todo lo demás, un arte desmedido y egocéntrico. 
Cuando alguien muere no miramos al finado, ni siquiera miramos a lo que era o a lo que pudo ser, simplemente nos miramos a nosotros mismos e interpretamos la vida y la muerte de cada personaje en virtud de nuestras propias referencias, de nuestras propias necesidades, de nuestros propios deseos.
Si no nos preocupamos de entender a los vivos, escaso esfuerzo vamos a hacer en desentrañar a los muertos.
Y eso sobre todo cuando quien muere es alguien relevante, omnipresente en los medios, protagonista de informaciones. Y si hay alguien que aglutina portadas -y no digo aglutinó porque lo sigue haciendo hoy, en ultratumba- es Hugo Chávez.
Muerto el gobernante mariano y bolivariano, todas las plumas se desatan, todos los teclados echan humo para contarnos lo que fue, para desgranarnos los epitafios que unos y otros quieren vislumbrar en su tumba. 
Pero todo panegírico, todo epitafio de alguien relevante, busca su singularidad, para resaltarla, para hacerle digno -por lo malo o por lo bueno- de ser recordado. Y precisamente ahí está la dificultad con Hugo Chávez
Unos dirán que lo diferencial del bolivariano mediático radicaba en  que fue un dictador, un hombre despótico en el gobierno. En que Chávez cambió una y mil veces la Constitución de Venezuela para buscar la permanencia en el poder. 
Que la intentó modificar para convertir en axioma de Estado algo como el déficit público que solamente era una imposición de su ideología -ah no, que eso lo hicieron en España-; que la pretendió enmendar para impedir a colectivos enteros exponer de forma libre sus signos culturales y tradicionales -ah no, que eso lo hicieron en Francia-, que la modificó para permitir una antinatural alternancia entre el cargo de presidente y el de Primer Ministro en busca de prevalecer más allá de sus propios mandatos y ocupar siempre una posición de poder -ah no, que eso lo hicieron en Rusia-; que cambió leyes para evitar ser enjuiciado por sus delitos, amparándose en sus cargos políticos y acrecentando su inmunidad hasta el infinito -ah no, que eso lo hicieron en Italia-; que se negó a cambiar una ley electoral que eliminaba la posibilidad de representación de más de un tercio de la población aplicando los restos absurdos del sistema D´hont -ah no, que eso también lo hicieron en España-.
¿Vemos por donde va la cosa?
Otros dirán que el místico caudillo bolivariano ya extinto se definía porque llenó su gobierno de corrupción y dádivas parciales a los que le apoyaban.
Porque utilizó su puesto de presidente de la República Federal para beneficiar a sus socios empresariales -ah no, que eso ocurrió en Alemania-; porque hizo circular sobres de compensaciones en negro y sobresueldos ocultos por los pasillos de las sedes de su partido -ah no, que eso está sucediendo en España-; porque aprovechó a su bella esposa actriz para ocultar ingresos impropios para un presidente de la República -ah no, que eso se destapó en Francia-; porque realizó concesiones públicas viciadas a amigos y familiares eludiendo los mínimos criterios de control político -ah no que eso fue en España, Holanda, Gran Bretaña, Rusia, Italia y Francia-.
Habrá otros que tiren para definirle de su militarismo y digan que usaba el ejército para todo, que acallaba militarmente las protestas, las quejas, la oposición política.
Que reprimía sangrientamente con los antidisturbios protestas ciudadanas contra su política -ah no, que eso era y es en España-; que infiltraba policías en colectivos ciudadanos para reventar las concentraciones y las iniciativas -ah no, que eso era en Rusia y también en España-, que se inventaba nuevos delitos para intentar recortar el derecho a la huelga y a la reunión -Ah no que eso fue en Francia, Gran Bretaña y, como no, también en España-; que fingía e inventaba complots contra él y acusaba de golpista a todo aquel que se oponía en su política -Ah no, que eso lo hicieron en Italia y ahora lo hacen en España-; que utilizaba militares afines para amenazar con Golpes de Estado y acciones militares a los secesionistas -ah no, que, por supuesto, eso lo están haciendo ahora en España-.
También podrán intentar definir al finado gobernante venezolano por su constante desprecio e intento de control de los jueces, hasta el punto de deponer a presidentes del Tribunal Constitucional de su país por anunciar una sentencia en contra suya.
Por diseñar leyes que intentaban controlar completamente los nombramientos en el máximo órgano de gobierno de los jueces  -ah no, que eso es con el CGPJ en España-; por realizar campañas mediáticas brutales contra los jueces que aceptaban a trámite las denuncias contra él -ah no, que eso se puso de moda en Italia-, por bloquear la renovación del Tribunal Constitucional para lograr sentencias favorables, por exigir la disolución de las máximas instituciones judiciales cuando emitían una sentencia que no le gustaba, por insultar a los jueces desde su escaño en el Congreso -ah no, que eso también acontece en España-.
Incluso los habrá que crean haber encontrado la singularidad panegírica de Hugo Chávez en el control de los medios, en su obsesión por impedir el flujo libre de información, por ocupar horas y horas de emisión con sus diatribas y arengas.
Por el desmantelamiento sistemático de medios de comunicación para transformarlos en maquinaria propagandística -ah no, que eso acontece en Madrid y Valencia, o sea, en España-; por mezclar su emporio mediático privado con el público, creando un escudo informativo imposible de evitar por la población de su país -ah no, que eso se inventó en Italia-; por exigir licencia previa y cerrar toda cadena que no emitiera informativos en conexión con la televisión pública -ah no, que eso fue en Rusia-; por purgar los medios públicos de buenos profesionales y obligar a los que se quedaron a hacer entrevistas pactadas para vender instituciones arcaicas y podridas o transformar los debates políticos de la hora del desayuno en himnos unidireccionales en honor del Gobierno -ah no, que eso también se hizo en Italia y se hace cada día en España-.
Y por supuesto estarán los que, arrebatados por la añoranza de pasadas revoluciones que mueren por no saber transformarse a sí mismas, creerán que lo singular de su epitafio está en el hecho de que fue un liberador, un anti imperialista que se enfrentó a los países poderosos.
Que eliminó los intereses imperialistas estadounidenses para recuperaros... y luego poder vendérselos a China -vaya, hombre, como están haciendo todos los países de África, gran parte de los de Iberoamérica y una buena porción de los gobiernos occidentales, incluido el "monstruo"estadounidense-.
Que intentó aglutinar a los países para enfrentarse de forma conjunta a las grandes potencias y lograr sus fines -vaya por dios, como está haciendo el eje yihadista del mundo árabe con Irán y Hamas a la cabeza-.
De modo que Hugo Chávez hizo lo que hacen todos los políticos, lo que hacen todos los gobernantes. Intentar mantenerse en el poder a cualquier precio manipulando, apretando y cambiando lo que sea necesario y buscar un fortalecimiento propio arrimándose al sol que más calienta. Hugo detectó que el sol que más empezaba a calentar era China y los países emergentes mientras que Estados Unidos y Europa declinaban en la posibilidad de calentar su poder.
Así que nada de lo que cincelemos en el epitafio de Chávez le definirá como un ser singular. Salvo que nos quedemos en el hecho de que hizo lo que todos hacen cuando alcanzan el poder pero lo presentó de forma desmedida, grandilocuente. En un modo muy propio de su tierra y de su cultura. En modo culebrón.
En cualquier caso, lo único que se puede decir de Hugo Chávez es que en la historia de Venezuela habrá un antes y un después de su existencia. Aunque ni aún se ha estudiado en profundidad ni ha pasado el tiempo suficiente como para saber lo que eso significa.
Cualquier otra cosa que se quiera decir de Chávez, la estamos diciendo de nosotros mismos, de nuestros gobiernos y de nuestros gobernantes. 
Cualquier otro epitafio es solo un epitafio por nosotros.

lunes, septiembre 12, 2011

Rusia, El Asad y China nos registran en Meetic

Siempre llega un momento en que las lecciones de historia tienen que recurrir al término Nuevo Orden Mundial.
Si la civilización occidental atlántica dura lo suficiente como para que estos años se estudien en nuestros libros de historia, es seguro que sobre estas fechas alguien hará una reflexión del Nuevo Orden Mundial surgido tras el enésimo e ineludible derrumbe del sistema económico neo liberal, la crisis europea y el colapso estadounidense.
Pero, pese a la grandilocuencia del término, los síntomas de los nuevos ordenes mundiales no han sido grandes hechos.
Puede que se hable de la Conferencia de Yalta, de Los Estados Generales de Francia, de la caída del muro de Berlín. Puede que esos sean los hitos reales que marcaron el nacimiento de esos nuevos órdenes, pero la existencia de los mismos no se experimentó en esos momentos. La transformación de roles que supusieron esos cambios de orden no se vislumbraron en esas instantáneas históricas.
Es lo pequeño, lo que podría llegar a ser insignificante, lo que marca en la cotidianeidad el cambio de órdenes, el Nuevo Orden Mundial. Es un campesino llegando a la ciudad sin una cédula de su conde, es un soldado estadounidense peleándose en una taberna alemana, es la puerta de un McDonals abriéndose en Moscú.
Es la percepción -y por una vez la percepción sí es un baremo adecuado- de lo que debería ser grandioso como pequeño, de que lo que debería ser ínfimo como importante, de lo que era grande como minúsculo y a la inversa.
Y sobre todo es la incapacidad de aquellos que han perdido roles en el nuevo orden para percibir su nueva situación.
Su intento de hacer lo mismo que hacían antes y el darse cuenta de que ya no pueden hacerlo o de que, cuando lo hacen, ya no tiene el mismo efecto.
Así que en este nuevo orden mundial nuestro que se nos avecina no son los tea party, no es la crisis del Euro, no es la guerra libia o el siempre irrenunciable once de septiembre lo que nos marca el cambio. Es otra medida, otra decisión.
Lo que nos hace percibir el Nuevo Orden en el que nos movemos es la decisión de embargo petrolífero a Siria por la represión que el presidente El Asad está haciendo de las protestas contra su régimen.
Estados Unidos y Europa deciden el embargo de la compra de petróleo a Siria en un gesto reflejo, en un mecanismo casi automático, de castigo de los poderosos, de los centros hegemónicos, a aquellos que no cumplen con sus reglas del juego.
Un bloqueo comercial, algo clásico en la política liberal, algo que nunca funcionó del todo pero que siempre lo ha hecho parcialmente. Funcionó con Cuba, con el Telón de Acero, con China...
Un embargo petrolífero. Un clásico que se impuso en el Irán de los Ayatolas, en el Irak de Sadam Huseín, en el Afganistán de los talibanes, en la Libia de la revolución corrupta y paranoica de Gadafi. Algo que siempre ha demorado, ha retrasado y ha asustado a los países que lo sufren, a los estados que dependen de la venta de crudo para cuadrar sus cuentas.
Algo que no funciona con Siria y que se sabe que no va a funcionar con Siria.
Eso y no ninguna otra cosa es lo que nos arroja de bruces al nuevo orden mundial. Aunque nuestros automatismos de potencia económica sigan funcionando igual, aunque nuestros cerebros de occidentales atlánticos no sepan percibir la diferencia.
 Es una medida que pasa inadvertida, una decisión que debería ser fulminante, que tendría que ser definitiva y que no lo es.
Y no lo es porque el mundo ha cambiado, porque se ha pasado la página a una lección de historia diferente.
No lo es porque Siria -al menos su desmedido y recalcitrante líder- se encoge de hombros y se limita a mirar a otro lado. Y el lugar al que mira, colgado del brazo de su rutilante esposa y de su sangrienta represión, le devuelve la sonrisa.
Nuestro embargo petrolífero, nuestra medida de presión más clásica y poderosa, se ha convertido en un chiste, en un mal chiste.
Porque la Rusia de Putin -que se empeña en disimular que es de Putin- nos mira con un gesto de niño pícaro que sabe que hace una travesura y finge no poder evitarlo y sigue comprando el petróleo sirio. Porque China, que ni siquiera se digna mirarnos, aumenta sus compras de petróleo a Damasco para compensar la pérdida.
Deberíamos haber empezado a intuir con el irremediable Hugo Chávez que yo no eramos lo que fuimos, que nuestras presiones ya no funcionaban igual. Deberíamos haber constatado con Ben Alí o con Mubarak que nuestros intereses ya no eran mandamientos sagrados en todo el orbe conocido, pero no lo hicimos.
Nos disfrazamos de lo que no eramos, fingimos desear lo que no queríamos para ocultar el hecho de que eso se iba a producir lo quisiéramos o no, aún en contra de nuestros deseos. Para minimizar el impacto que suponía que nos opusiéramos a lo inevitable.
El mundo ha cambiado y cada vez pintamos menos.
Nosotros nos negamos a armar a los rebeldes libios por un quítame allá esa política de imagen pacifista de los gobiernos occidentales y lo hace China -¿de verdad creemos que todas las armas que de repente han encontrado los rebeldes han salido de los arsenales de Gadafi?, ¿de verdad creemos que el dictador tenía baterías móviles antiaéreas montadas sobre furgonetas Isuzu de segunda mano?-.
Europa y Estados Unidos decretan el embargo petrolífero al dictador sirio -nuestro dictador sirio, no lo olvidemos- y China y Rusia ignoran la olímpicamente, de forma pública y sin esconderse ese embargo. 
Y además se atreven a sugerirnos que no se nos ocurra plantear un bloqueo militar o armamentístico porque ni siquiera estudiarán la posibilidad de ponerlo en marcha.
Y nos disfrazamos de pacifistas y nos indignamos porque Rusia y China están apoyando a un dictador, nos disfrazamos de demócratas y nos enfadamos porque están dando cobertura a un represor, nos vestimos de humanistas y nos mosqueamos porque Mevderev y Hu Jintao le están haciendo un flaco favor a la libertad.
Pero en realidad todo eso es una forma de intentar disimular que estamos consternados y aterrorizados porque nos hemos dado cuenta de que sin aparente solución de continuidad y por sorpresa son China y Rusia las que dictan las reglas, no nosotros ¿desde cuando los bárbaros dictan las reglas al imperio?
La respuesta nos hiela la sangre. Desde que sus hacha es más fuerte que nuestro pilum, desde que su oro es más numeroso que nuestros denarios.
Que los intereses del Vértice Oriental -alguien ya lo ha bautizado así- sean espúreos no nos preocupa.
Son igual de indefendibles que lo eran los nuestros cuando vendíamos armas y aviones a Pinochet o a Videla, cuando armábamos a la contra nicaragüense, cuando abastecíamos de minas personales a Gadafi o cuando la preciosa y moderna Asma visitaba museos con nuestra reina, tomaba el té con Su Graciosa Majestad, posaba con la famélica Letizia para la inevitable comparativa del corazoneo o admiraba la colonial vajilla de La Casa Blanca junto a la decrépita señora Bush, haciéndola parecer aún más decrépita.
Son igual de perversos que los que nosotros teníamos al entrenar a los servicios secretos egipcios, al recibir maletines cargados de dinero de los países africanos -que se lo pregunten a Jaques Chirac- al alimentar de armamento a los paramilitares colombianos, a los muyahedines afganos o a la guardia republicana de Sadam Husein. Son los intereses de una potencia mundial
Lo único que pasa es que, pese a ser los intereses de una potencia mundial, no son los nuestros. Y eso sí nos preopupa. No estamos acostumbrados a ello.
Nuestras sociedades y nuestros gobiernos se sienten de repente como el tipo al que le preguntan, tras dos intercambios virtuales con una desconocida, sobre el tamaño de su miembro viril; como la fémina que contempla estupefacta como ningún hombre le hace la pelota para llevarsela al catre y todos se limitan a pinchar en un retrato diferente cuando ella se hace la dificil.
Si el once de septiembre de hace diez años nos sacó de golpe de Matrix, el doce de septiembre de este año nos ha arrojado a Meetic.
Bienvenidos al siguiente y presente Nuevo Orden Mundial. Las reglas han cambiado y nosotros ya no las ponemos.

viernes, abril 22, 2011

Trillo y el nuevo principio programático del PP

Pues ya está claro. Por fin el Partido Popular ha presentado el primer punto de su programa electoral para las elecciones municipales y autonómicas del próximo mes. Es un punto, un principio básico, que, con toda seguridad, extenderá a su programa nacional para los comicios generales que tanto ansían adelantar y que esperan como agua de mayo.
Lamento profundamente haber dudado de su capacidad para generar ideas porque, visto lo visto, han presentado un principio general novedoso, impactante y original.
Y para demostrarlo han hecho que le de carta de naturaleza uno de sus pesos pesados. No ha sido el bueno de mariano que dice todo con la boca pequeña como para no molestar, no ha sido Esperanza Aguirre que lo dice todo con la boca grande como sabiendo que se equivoca y fingiendo que no le importa.
Ha sido Trillo, Federico Trillo, uno de los tipos serios que quedan en las filas del PP o que al menos lo parecen.
Y lo ha hecho como mandan los cánones. Nada de mítines sobre economía o visitas en las que se abordan los problemas sociales de los españoles. Eso está muy visto.
Federico Trillo ha presentado el revolucionario plan del PP relacionándolo con lo único que importa, con el terrorismo, con lo único que existe, ETA, con el único personaje del que resulta posible hablar en estos días, Troitiñio. Como debe de ser.
Y ¿cual es ese principio novedoso que revolucionará la política española? ¿cual es ese punto programático que nos permitirá salir de la crisis, abandonar el déficit público y el endeudamiento municipal?, ¿cual es ese descubrimiento político que nos sacara de la lista de peligros financieros europeos?
Pues muy sencillo: la total y absoluta quiebra del Estado de Derecho.
Así como suena, sin anestesia ni nada. Porque Don Federico se ha descolgado afirmando que "una vez que se recurrió por la fiscalía la resolución de la Sección Tercera de la Audiencia Nacional que supuso la excarcelación de Troitiñio, el Ministro del Interior tenía todas las razones para haber procedido al seguimiento e incluso a la detención preventiva de este". Manda huevos, Señor Trillo, manda huevos.
Y dicho así no parece nada fuera de cuadro, ni siquiera se asemeja de lejos a un principio político de actuación que sea aplicable a un programa electoral. Pero lo que está defendiendo trillo, el PP y todos aquellos que, desde los medios afines y desde cualquier parte, asienten mesuradamente con la cabeza cuando leen estas frases es, sencillamente, el final de las garantías constitucionales, dar carpetazo al Estado de Derecho, acabar con la democracia y la justicia en este país.
¿Exagero? No creo.
Troitiño fue excarcelado legalmente después de que un tribunal, un alto tribunal decretara que había cumplido su condena. Troitiño era un hombre libre, legalmente libre. Eso lo sabe Trillo, eso lo sabe el PP y eso tenemos que tenerlo claro todos.
El fiscal del Estado solicitó una reunión de la audiencia para aunar criterios judiciales antes de decidir sobre el recurso que había presentado a esa excarcelación. Y el señor Trillo y el Partido Popular afirman que en ese momento Troitiñio tenía que haber sido detenido de nuevo.
Explico esto a la gente que tengo alrededor y parece no sorprenderles, reaccionan como si fuera algo normal, como si lo habitual fuera esa forma de actuar de los poderes del Estado.
Claro que escribo sentado en un balcón de la plaza de Djemma el Fna, en pleno corazón de Marrakech, y esta gente está acostumbrada desde su mas tierna infancia a convivir con los acosos policiales, con las detenciones ilegales. Esta gente ha crecido para su desgracia presente y para la nuestra futura en un régimen totalitario.
Porque lo que pide Don Federico es que la policía vigile y persiga a un hombre legalmente libre, que no es sospechoso de ningún delito, que no ha cometido delito alguno tras su excarcelación y sobre el que no pesa orden judicial de detención o vigilancia alguna.  Eso se llama acoso policial. Y eso es un delito.
Federico Trillo lo sabe, el Partido Popular lo sabe y nosotros haríamos bien en no ignorarlo aunque creamos que nos viene bien.
Porque lo que solicita el Portavoz de Justicia del PP es que la policía detenga a alguien solamente porque el fiscal lo quiere o, para ser más exactos, porque el fiscal tiene dudas de que tenga que ser excarcelado. Sin decisión judicial alguna, sin pruebas de comisión alguna de delito. Sólo porque un fiscal tiene dudas sobre lo ajustado a derecho de una decisión judicial. A eso se le llama detención ilegal. Y es un delito.
Don Federico lo sabe, las mesnadas de Génova lo saben y nosotros haríamos bien en recordarlo porque algún día puede venirnos bien 
Porque un hombre que ha cumplido su condena y que es libre por decisión y refrendo judicial no es un delincuente, no es un criminal hasta que vuelve a cometer otro delito, hasta que vuelve a perpetrar otro crimen y la policía y el ministro encargado de ella, en este caso el ínclito Rubalcaba, no pueden ir deteniéndole porque un fiscal haya presentado un recurso a un tribunal que todavía no ha decido sobre el asunto. Eso se llama régimen totalitario. Y es un crimen de proporciones históricas.
El señor Trillo lo sabe, los ideólogos del PP lo saben y nosotros haríamos bien en tenerlo absolutamente claro porque si no lo hacemos puede terminar viniéndonos muy mal.
Si esta exigencia llegara desde una barra de bar al leer el periódico sería desechable por inculta y desinformada, si proviniera del púlpito de una de esas misas que aún se estilan de vez en cuando en los madrileños Jerónimos por los caídos por dios y por España sería explicable por fascista y dictatorial, si partiera de los familiares de algunas de las pasadas víctimas de Troitiñio sería comprensible por dolorosa y vindicativa.
Pero parte del Portavoz de Justicia del PP, de alguien que sabe que está exigiendo al Gobierno que haga algo ilegal, de alguien que sabe que sus exigencias suponen la comisión de dos delitos, de alguien que incluso sabe que el acoso policial arbitrario y la detención ilegal son los principales síntomas de la existencia de un estado autocrático, totalitario y despótico. Parte de él y sabe lo que está haciendo, lo que está exigiendo.
Incluso sabe que, si se hubiera hecho, Troitiño hubiera acabado en la calle más rápido que ahora. Porque sus abogados hubieran tenido tanto material para acusar al Gobierno, a la Fiscalía, a la Policía y al Ministerio del Interior de esos delitos que la Abogacía del estado y el Tribunal Supremo hubieran pasado años cegados por el papeleo de este asunto.
Sabe todo eso y pese a ello lo dice. Pese a ello convierte esa exigencia en la postura oficial de un partido que, justo hasta ese momento, hasta la publicación de ese comunicado, podía hacerse llamar democrático.
Así que la única conclusión posible es que lo sabe pero no le importa lo más mínimo.
Que no le importase al profeta del pasado de barra de bar e invectiva política entre licor de hierbas es inocuo, que no le importe al fascista recalcitrante y nostálgico del "con Franco esto no hubiera pasado" es irrelevante, que no le importe a la víctima del delincuente al que se ha excarcelado legalmente es intrascendente.
Que no le importe el principal partido de la oposición y a su portavoz de Justicia es, ni más ni menos, que un crimen de Estado.
Porque si lo sabe y no le importa eso lo convierte en una estrategia electoral, en un principio político, en un punto programático. El Estado de Derecho puede doblarse, suspenderse e incluso quebrarse siempre que me venga bien, siempre que sea conveniente, siempre que me impida hacer lo que creo que tengo o que me viene bien hacer.
Y está la originalidad de este nuevo programa electoral de PP.
Da igual que el Estado de Derecho y las garantías constitucionales me impidan perseguir, vigilar, acosar y detener a alguien por el mero hecho de que alguien piensa que no debe andar suelto -salvo en el caso, claro está, de que sea un perverso posible maltratador de mujeres, ¡Anda, leche, pues no va a ser tan original la idea de Don Federico!-. Yo lo hago.
Da igual que, según el código penal español y La Constitución, tan tremolada y citada, nadie pueda tratar como un convicto a alguien que ha sido puesto legalmente en libertad tras cumplir su condena porque se considera que ya ha saldado su deuda. Yo lo hago.
Da igual que no se pueda aplicar el concepto de riesgo de fuga a alguien que no puede fugarse porque no está en la cárcel ni tiene que estarlo, según la justicia ha decidido. Yo lo hago.
Ese es el Estado, ese es el gobierno, que nos propone el Partido Popular en su programa electoral encubierto dentro de su eterna vinculación electoral relacionada con los asuntos viscerales y mediáticos del terrorismo.
Y algunos dirán que quizás la propuesta de anular el Estado de Derecho en determinadas situaciones sea buena, sea, aunque maquiavélica en su concepción, democrática en sus fines. Aunque me provoque una cierta urticaria genital ese razonamiento, he de reconocer que quizás pudiera ser cierto, pero cuando vuelvo al área de justicia del PP -y a la del PSOE, en esta ocasión- me doy cuenta de que es una esperanza baldía.
Porque si ese fuera el objetivo de esta nueva forma de concebir el Estado de Derecho y las libertades públicas que el PP nos propone con Troitiñio, habría emitido el Señor Trillo un comunicado en idénticos términos, criticando la actuación judicial y policial en el caso Gürtel, en las corruptelas y escuchas madrileñas, en el Caso Fabra,  o en el proceso contra Jaume Matas.
Y hubiera exigido que, en cuanto el fiscal presentara cargos o requerimientos o cualquier otro acto judicial que le correspondiera, el Ministro del Interior y los Cuerpos y Fuerzas de seguridad del Estado se saltaran a la torera las garantías constitucionales y los fundamentos del Estado de Derecho y procedieran a detenerles en aras de la justicia y el castigo a los culpables.
Pero me temo que no ha hecho eso. Por lo menos no lo había hecho cuando salí de España hace unos días. Eso sí que hubiera sido original.
Visto con más detenimiento, con lentes de aumento, más al microscopio,  no es una propuesta electoral tan original ni tan sorprendente.
No puede sorprender cuando parte de un partido que trata como héroes en la lucha antiterrorista a guardias civiles que han sido condenados por el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo por torturar y asesinar a un detenido.
No lleva a sorpresa cuando llega de una formación política que se atreve a criticar al máximo órgano judicial europeo en materia de derechos y libertades por condenar al Gobierno español por no investigar adecuadamente casos de tortura a abertzales -o incluso a etarras-.
Cuando esa propuesta está generada por los mismos que consideran un insulto que ese mismo órgano jurídico decrete que se ha vulnerado la libertad de expresión por condenar Otegui por el mitin de Anoeta o por condenarle por un delito, el de injurias al rey, que no solo no cometio, sino que ademas no es compatible con el Estado de Derecho Europeo y su constitución.
No resulta sorprendente que alguien que ha percibido siempre los derechos constitucionales de los demás como un problema, como una molestia. De alguien que se ha posicionado en la Ley de Partidos, la Ley de Violencia de Género, en el referéndum del Estatut, en las consultas no vinculantes vascas, en las leyes de inmigración y con otras tantas normas del lado de los maquiavelismos que anulan los derechos de todos en aras de unos supuestos y nunca claros beneficios y objetivos,. Después de intentar cercenar tantas veces la democracia no sorpende que ahora incluya por fin en su programa la absoluta quiebra de esos fundamentos y esas garantías.
Si les exigen a otros que, estando en el gobierno lo hagan, será porque ellos, cuando estén en el gobierno están dispuestos a hacerlo. Es decir, algo que han de incluir en su programa electoral.
No sea que después de todo no estén dispuestos a hacerlo y solamente sea una estrategia de desgaste para dejar en mala posición ante la opinión pública al candidato a candidato -¡vaya lío que se gasta el PSOE, por cierto!- más fuerte que tiene el partido rival. Aunque Trillo y todos los demás sepan de antemano que no se puede hacer y que ellos tampoco lo harían
Porque no puede ser eso, ¿verdad?
Pero tampoco resulta original en demasía.
Eso de crear un Estado de Derecho para luego saltárselo a la torera cuando les viene bien es algo que ya han hecho muchas veces muchos otros, ahora que caigo.
Lo hicieron los jacobinos con Madame Guillotine, los bonapartistas con su revolucionarismo exportado por las armas, los fascistas con sus fascios de camisa negra, los stalinistas con sus Gulahs, los maoistas con su revolución cultural, los chavistas con sus modificaciones constitucionales ad hoc, los castristas con su revolución continua, los republicanos estadounidenses con su mcarthismo pasado y su eje del mal o su Guantánamo presentes, los nacionalsocialistas con su Ley de Buena Convivencia...
Lo ha hecho y está haciendo Berlusconi con su dictadura mediática y sus leyes personalizadas, Sarkozy con su legislación de laicismo militante e inmigración, el polaco Kaczynski con sus normas homofobas o su proyecto de juicios sumarios en los estadios de fútbol, el húngaro Vicktor Orban con su Ley Mordaza,
Lo hace Zapatero con su Ley de Violencia de Género, Artur Mas con su política lingüística, Camps con sus clases de Ciudadanía en inglés, Chaves modificando leyes autonómicas que perjudicaban a empresas familiares, De Cospedal reclamando la eterna culpabilidad para un excarcelado y la presunción de inocencia también eterna para sus imputados.
Lo hace Hugo Chávez con sus milicias populares, Evo Morales con sus leyes de recorte de derechos, Cristina Fernández de Kirchner con sus multas a los analistas económicos desleales y sus monopolios estatales del papel prensa,  El Assad con su levantamiento del Estado de Emergencia y sus represiones simultaneas, Mohamed VI con su reforma constitucional increíble y descreída.
Así las cosas, si tengo oportunidad, a lo mejor me quedo en Marrakech. Por lo menos aquí los totalitaristas llevan siglos siéndolo, son profesionales y no se disfrazan de democrátas.
Salvo por eso y por que aquí nadie espera, contra todo pronóstico, salir por arte de magia de una crisis económica que se está eternizando,  cada vez me es más difícil percibir la diferencia.

domingo, diciembre 26, 2010

Unos pocos nos han cambiado el mundo -¡Enhobuena, ya somos Bertolt Brecht!-

La profética no es mi estilo. El recurso a alegrarse del apocalipsis en mitad del fuego del Armagedom y gritar sonriendo "¡el mundo se va a pique, pero yo tenía razón"!, supone creer a pies juntillas que tú vas a ser salvado de esa quema por ese simple y casual don profético. Yo no seré salvado -ni ganas que tengo-, así que no quiero ser profeta.
Hoy, mientras nosotros tiramos de Alcaselser y comida sana para limar nuestros excesos de noches pretéritas, el mundo ha cambiado. Mientras aprovechamos el día de fiesta adiconal para lucir nuestras galas recibidas, nuestros perfumes regalados, nuestras corbatas reiteradas, el mundo ha seguido cambiando.
Mientras aprovechamos la jornada para olvidar que somos capaces de celebrar el nacimiento de alguien a quien tres décadas después nuestro egoismo y nuestro miedo -y, en parte, su locura- clavaron en una cruz, el mundo ha terminado de cambiar.
Es posible que no nos importe. Es más que probable que no nos afecte. Pero eso no hace que no haya cambiado.
En un abrir y cerrar de ojos, el mundo en el que cree y confía la Civilización Atlántica ha cambiado de color, como lo hacen las luces de los árboles navideños, como lo hace la espuma del cava, como lo hace el hermoso papel de los regalos al marchitarse olvidado en la basura.
El mundo ha cambiado y sólo han hecho falta para ello un puñado de seres.
Hugo Chavez ha mandado al carajo el sistema democrático, la sacrosanta frase de que la democracia es el mejor de los sistemas posibles. Y no le han hecho falta ni violentos alzamientos militares, ni oscuras conspiraciones en la sombra, ni pérfidas maquinaciones internacionales.
Lo ha hecho con luz y táquigrafos, lo ha hecho anunciándolo en programas televisivos en prime time y en discursos infinítos. Lo ha hecho ante nuestros propios ojos, ante nuestros propios oídos. Ante nuestra propia indiferencia.
De un sólo plumazo ha dejado fuera de juego a los paranoicos antimilitaristas, a los furibundos profetas del ruido de sables, de la militarización, de la toma armada del poder.
La Ley Habilitante le da plenos poderes -o sea todo el poder- y le permite presentarse a la reelección por seis años más. Le convierte en dictador y es legal, y es democrática. Y es culpa nuestra.
Nicolas Sarkozy se ha cargado de un plumazo a la Vieja Europa y sus viejos valores y no le ha hecho falta una conspiración corporativa, unos oscuros tratados secretos que no conocen ni siquiera aquellos que los firman. Lo ha hecho ante la Asamblea Nacional, delante de los diputados, ante Antenne 2. Lo ha hecho bajo la bandera tricolor de los tres lemas. Lo ha hecho sin necesidad de recurrir al mítico SAS ni a la esquiva SDECE.
En la Asamblea ha dinamitado la liberté, forzando a la población a vestir como él quiere que vistan, en El Elisio ha derruido la egalité, instaurando diferentes castigos para el mismo delito, dependiendo del origen del delicuente. Y en la Cancillera, con un simple cable diplomático, se ha cargado la fraternité, anunciando que prefiere un mundo en el que proliferen las armas nucleares, mientras Francia tenga las suyas, en lugar de un mundo en el que nadie tenga armas nuecleares.
Con un sencillo pestañeo y unas cuantas rúbricas ha dejado más allá de toda posibilidad de reacción a los teóricos de las desnuclearización, a los eternos manifestantes antiglobalización y a los más acérrimos defensores de la conspiración paranoica del Club Bilderger y los amos del mundo encubiertos.
A Sarkozy No le ha hecho falta nada de todo eso. Sólo sus diputados, sus votos y sus leyes. Y ha sido legal y ha sido democrático. Y ha sido culpa nuestra.
Silvio Berlusconi se ha encargado de eliminar la división de poderes -incluido el cuarto poder- y no le han hecho falta ayudas mafiosas, asesinatos encubiertos, Operaciones Gladio -de esas que antaño rompieron las huelgas italianas en los años cincuenta del siglo pasado-. Ha creado la nueva ley de medios, ha desprestigiado y procesado a jueces y magistrados y ha desacreditado a la oposición.
No le ha hecho falta recurrir a los maletines porque ha comprado votos en directo ante las cámaras de su imperio mediático para mantenerse en el poder cuando la mayoría de Italia no le quería en él. No ha necesitado firmar pactos secretos y besar manos mafiosas porque ha cambiado la ley para que no se le pueda juzgar por sus desmanes económicos, por sus trampas financieras ni por sus depravaciones personales.
Ha dejado fuera de rango y entendimiento a los antifascistas porque los fasciós no recorren las calles de Roma; a los adalides de la mano negra mafiosa porque Napoles, Sicilia, Corcega y Calabria siguen igual que antes y no ofrecen sus recortadas y sus extorsiones al servicio del gobierno de Berlusconi.
Y Silvio lo ha hecho en el Quirinal, así que es legal. Y lo ha hecho en el Parlamento, así que es democrático. Y lo ha hecho transmitido en directo a través de Mediaset. Así que es culpa nuestra.
Pero claro nosotros no podiamos saberlo ¿o sí?
Nosotros no podiamos haber visto que la democracia se deshacia ante nuestros ojos. Que se pervertía y se descomponía. Nosotros no podiamos verlo cuando se amañó la democracia en Argelia para evitar que el FIS accediera al poder que los sufragios le habían dado; no podiamos percibirlo cuando se permitió -y se permite- que Mubarak amañe el sistema en Egipto por el bien de la estabilidad en la zona, cuando  Violeta Chamorro, hace casí eones, cambió las leyes para impedir que los sandinistas se presentaran a los comicios y estos le devolvieron la moneda cinco años después. 
No podiamos mirar cuando en Forida votaron los muertos, cuando en España se cambian los tribunales constitucionales en virtud de la ley que se quiere hacer pasar por su tamiz, cuando en Alemania se cambia el sistema electoral para que el Este, mas numeroso y ex comunista no tenga más peso electoral que el Oeste, cuando se permite que se haga un referendum de independencia en Macedonia o en Kosovo con hombres armados por la calle que sólo defienden un resultado. Cuando en nuestra tierra se sacraliza la discriminación de un sexo en virtud de la memoria o la venganza histórica.
No podiamos verlo no porque no fuera evidente sino porque, presos de nuestros propios miedos y nuestras inseguridades, estabamos mirando en los lugares equivocados.
En conspiraciones para derribar las Torres Gemelas, en temibles planes para adormecer a la población desde aviones fumigadores o en la creación de enfermedades mortales para controlar la número de seres humanos sobre la faz de La Tierra  o para beneficiar a las empresas farmaceúticas.
Eso los menos. Los que se empeñaron en mirar pero lo hicieron en la dirección equivocada. Obviando que todo estaba ante sus ojos, buscaron en otra parte, en zonas aparentemente oscuras, la explicación. Querían mirar, pero no quisieron cambiar su forma de mirar.
Los otros, los más, simplemente no miramos. Mantuvimos nuestros ojos fijos en nuestras nóminas, nuestras hormonas, nuestros complejos y nuestros placeres. Y vinieron a por nosotros.


«Primero se llevaron a los judios, pero como yo no era judio, no me importo.
Despues se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importo. Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero, tampoco me importo. Mas tarde se llevaron a los intelectuales,pero como yo no era intelectual, tampoco me importo. Despues siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importo. Ahora vienen por mi, pero es demasiado tarde.»

Ayer, cuando agotabamos lo últimos polvorones y los últimos chupitos, cuando se supone que no tendríamos que estar pensando en esto, cuando Maximo mataba y moría por un emperador loco y Jordan Colier, el bendito Jordan Colier, retaba por enésima vez a la humanidad a lidiar con los 4.400, dos personas, de las que no se supone que tengan que pensar en esto, de las que no se supone que esto debería importarles, me lo hicieron ver.
Dos personas que tienen el vicio de pensar aunque no sea obligatorio y el vicio de razonar aunque no sea imprescindible, me demostraron que ni siquiera esta cita sirve para nosotros, los democratas que hemos dejado morir la democracia y vemos como el mundo ha cambiado antes incluso de que cambie el año. 
Lo que hace trágica la cita de Brecht no es la muerte de los judíos, ni de los comunistas, ni de los obreos, ni de los intelectuales, ni siquierea de los curas. Lo que hacé trágica la cita de Brecht es que no somos capaces de ver la injusticia, no nos importa, hasta que no nos llega a nosotros. Nadie considera su elusión como un error si el mal no le alcanza.
Lo que nos hace trágicos a nosotros es que ya han venido a por nosotros y no nos ha importado.
Así que, disfrutamos de nuestros regalos y olvidemos que el mundo ha cambiado y la democracia ha muerto. Cuando sea necesario se nos facilitará alguien a quien echarle la culpa. Alguien que no seamos nosotros por, supuesto.
Pese a Brecht, para la autocomplacencia y la autojustificación nunca es demasiado tarde.

miércoles, diciembre 22, 2010

Escondidos tras los ojos de nuestro Avatar -The War after Wikileaks-

Alguien que sabe de muchas cosas, porque tiene el maldito defecto de pararse a pensar en casi todo, escribió en su espacio reservado del vacío que vincula que nos habíamos precipitado sin querer en la guerra del siglo XXI.
No le faltaba razón -como casi siempre-, pero me veo obligado a matizarle -también como casi siempre-. No nos hemos precipitado en la guerra del siglo XXI. El siglo XXI se ha arrojado, sin pensarlo y sin saberlo, en los brazos de la guerra de siempre.
Cambian los campos de batalla, cambian las armas, cambian posiblemente los contendientes, las alianzas y las estrategias. Pero la guerra es la misma de antaño. La misma que combatieron Wellington y Napoleón, Pompeyo y César, Rommel y Montgomery. Pese a lo que parezca, es la misma guerra porque el objetivo es el mismo, el premio es idéntico y  los mecanismos son absolutamente iguales.
Puede que la guerra del siglo XXI se dirima en las redes virtuales, se combata en los servidores seguros y se arme con bots cibernéticos, programas espía, troyanos y saltaclaves que ejecutan ciegamente y sin posibilidad de sedición ni deserción las órdenes de sus generales. Pero el objetivo es el mismo: la victoria, no la paz. El premio es idéntico: la riqueza, no el reparto. 
Y los mecanismos son absolutamente iguales: el control y el dinero, no el convencimiento y la justicia.
Pero he de darle la razón a aquellos que afirman que es una nueva guerra, no sólo en la forma sino en el fondo. En esta se utiliza una herramienta radicalmente diferente. No es Internet -guerrear en las lineas de flotación económica del enemigo no es nada nuevo, intentar controlar el flujo de información no es nada sorprendente, recurrir a la propaganda no es, ni mucho menos, una idea original-.
El arma que ha cambiado la guerra en este siglo es el Avatar.
El avatar perimite actuar en múltiples frentes no sólo con estrategias distintas, no sólo con armas diferentes, sino con objetivos radicalmente opuestos, con principios absolutamente divergentes entre sí. El avatar ha hecho absolutamente innecesaria la mentira, la ocultación, las operaciones encubiertas. El avatar nos lanza a la guerra total.
Así, el gobierno de los Estados Unidos puede votar hoy -y probablemente aprobar- una ley que obliga a los proveedores de conexión a no discriminar los contenidos de sus competidores en su ancho de banda.
Y puede hacerlo en defensa de la libre competencia, de la transparencia, del beneficio de los usuarios. Puede hacerlo sin pudor porque para ello utiliza un avatar diferente al que ha dibujado para bloquear el acceso de Wikileaks a Amazon y a AOL, al que ha movido para sacar a Assange de Paypal, al que ha activado para que su Fuerza Aérea -¡¿qué tendrá que ver la fuerza aérea con todo esto?!- persiga y derribe sistemáticamente los servidores espejo privados que albergan los contenidos de la ya tristemente famosa página de filtraciones diplomáticas.
El mecanismo es sencillo. Creo tantos avatares como necesite, me sitúo tras de ellos y los utilizo en las diferentes operaciones como si fueran combatientes distintos, ejércitos diferentes. Nadie puede criticarlo, nadie puede oponerse. Internet lo permite e Internet debe ser libre ¿no?
Eso permite al gobierno de Obama utilizar un avatar para criticar -física y virtualmente- el férreo control de la disidencia y de sus contenidos que China ejerce sobre Internet, la nueva legislación que Hugo Chávez -¡quién diría que Chávez sabría siquiera lo que es Internet- impone en la red venezolana en beneficio de su poder y de su ego. Le permite hacer todo eso sin caer en contradicción  ideológica alguna con la persecucion, el acoso y el derribo de Wikileaks. Son avatares diferentes. Asunto concluido.
Eso permite al místico  dictador bolivariano -hace tiempo que ya es un dictador, aunque use un avatar diferente- airear a los cuatro vientos los papeles del Cablegate que dejan la imagen diplomática de Estados Unidos a la altura del betún. Y hablar de la represión capitalista y toda la lista de jeringoncias que se le ocurren en sus eternos discursos y sus infumables espacios televisivos, mientras diseña una ley de control de Internet para que la libertad de Internet no le cause a él los mismos problemas con la oposición. Avatares diferentes, estrategias diferentes, principios diferentes. No hay problema.
Eso permite a los mulahs y allatolahs iraníes subirse cada viernes a los púlpitos para clamar contra el diablo occidental, cercenar el acceso de su población a la información y los contenidos del vacío que vincula y utilizar conexiones de banda ancha y velocidad satelital -¡que hermosa palabra sudamericana, satelital!- para difundir cortinas de humo y montajes de vídeo en formato avi de alta resolución sobre sus falsos juicios, sus medievales condenas y sus salvajes lapidaciones. De nuevo, el avatar cambia de rostro y el contendiente cambia de bando a voluntad.
La guerra del Avatar posibilita, en este nuevo siglo que lo seguirá siendo hasta dentro de mucho tiempo, cambiar de estrategia y de principios a voluntad.
Hace posible que Israel exija a servidores suizos y belgas que no alberguen páginas islamistas o que cierren enlaces de revisionistas alemanes y austriacos que niegan la innegable realidad del exterminio nazi. Y lo hace mientras se queja de que las comunidades musulmanas de Francia y Holanda pidan idéntico trato con las páginas del sionismo europeo, que les califican como perros o raza de vagos y que manipulan El Corán -como si no lo manipularan ya demasiado algunos de los que dicen creer en él- y grita ¡Antisemitismo! cuando esos gobiernos les escuchan.
Los distintos avatares hebreos -como los estadounidenses, los chinos, los iraníes, los españoles o los venezolanos- pueden cerrar a voluntad cualquier página en los territorios palestinos porque llama a la Guerra Santa pero tremolan la libertad de contenidos en la red para mantener abiertas páginas y blogs de ex combatientes que explican como se debe humillar a los árabes o que mantienen que hay que disparar a las mujeres embarazadas para conseguir dos objetivos de un sólo disparo y, además, venden on line camisetas con ese constructivo lema.
El uso del avatar como unidad de combate en la guerra del Siglo XXI permite que China presente una protesta formal ante la Organización Mundial del Comercio porque los servidores estadounidenses no aceptan sus parámetros de seguridad y sus procesos de identificación en las compras por Internet, enarbolando la libertad de La red.
Y mientras obliga a los buscadores a cercenar cadenas enteras de búsqueda en sus motores y cierra sitios web a mayor velocidad -que ya tiene mérito, por cierto- de lo que la disidencia es capaz de crearlos.
Y en España no nos quedamos atrás. Somos más burdos -aunque es difícil ser mas burdo que Chávez en algo-, más rudimentarios, pero también nos hemos puesto al día con los avatares.
Nuestro comando de avatares hace posible que mientras González Sinde clama por una ley de descargas en el Congreso de los Diputados, en aras de los derechos de los autores -inalienables, según parece-, de la justicia de la Red y de la transparencia de la economía virtual, otros avatares de la misma unidad táctica se paseen por la red española y se pasen por el arco del triunfo esa libertad de la red.
Se dediquen a ir  descolgando informes comprometedores del Instituto Reina Sofía, negando el acceso general a las páginas del Instituto Nacional de Estadística  para evitar que alguien pueda descubrir que determinadas políticas y estandartes tienen, por decirlo de alguna manera, una tendencia desmesurada y enfermiza a no mostrar la auténtica dimensión de los hechos. Sinde y las damas de Igualdad son avatares diferentes. No tiene importancia.
Pero, perdonadme, soy un tradicional, lo reconozco.
En asuntos de guerra no puedo evitar seguir en los esquemas antiguos. Esos esquemas en los que la guerra era cosa de los ejércitos, de los gobiernos, de los países. El siglo XX -el viejo siglo XX- nos demostró que no, que no es eso. Que los actores de la guerra tienden a ser también, sino son exclusivamente, las corporaciones, los bancos y todos aquellos que no combaten, que no arriesgan nada, pero se benefician de todo.
Los avatares también han cambiado eso. Ahora la guerra es algo individual.
¿Por que no me sorprende que hasta la guerra se haya convertido en algo individual, en algo que no tiene nada que ver con los demás, en algo que sólo nos afecta a nosotros, a nuestros intereses y nuestros avatares, por supuesto?
Y ese avatar individual es lo que nos permite cambiar de bando continuamente, sin pudor, sin remordimientos. Los estados y las empresas todavía tienen algo que explicar, pero nosotros ¿Quién tiene derecho a pedirnos a nosotros explicaciones de nuestros actos?
Eso permite que el hacker que envía un avatar a luchar contra el poderoso guerrero cibernético estadounidense o contra el de los bancos suizos para defender el maltrecho honor de Wikileaks tenga un enlace al final de la página en el que solicita donaciones para mantener su guerra que se cobran a través del enemigo, o sea de Paypal.
Eso es lo que hace posible que el cibercombatiente, que tremola la bandera de la libertad contra el avatar de González Sinde y sus descargas o contra el mastodóntico control que las autoridades de Pekin, tenga su dirección desviada a través de once servidores proxi que, curiosamente, están radicados en Shangai y se aprovechan del hecho de que China niega el acceso a la red a las autoridades occidentales.
Y además tenga el saldo de los beneficios de la publicidad de su página en una cuenta cifrada y secreta en una de las perversas entidades financieras helvéticas que se han participado con luz y taquígrafos en la crucifixión pública de Assange y su Wikileaks.
La impunidad del avatar hace posible que el que exige la absoluta libertad en Internet y acusa a los gobiernos de venderse a los intereses de las corporaciones digitales en el comercio electrónico, tenga su página de cracks y de descargas cuajada de publicidad de las principales compañías porno de la red -las más fuertes del espacio virtual- y se queje amargamente cuando alguien envía contra su página un bot que le impide recoger tranquilamente a través de AdSense el fruto de sus clicks publicitarios.
Pues va a ser que mi amigo -aunque probablemente matizará todo lo que he escrito, sino está radicalmente en contra, que para eso, y no para otras cosas, están los amigos que lo son- va a tener razón. La guerra ha cambiado.
Si los avatares han cambiado el ocio y el negocio, han cambiado la comunicación y la ilusión de que esta existe y han cambiado hasta el amor y su ausencia, ¿cómo no habrían de cambiar la guerra?
Seguimos buscando dinero y control, seguimos ansiando riqueza y poder, pero ahora lo hacemos combatiendo todos contra todos. Sin escudos, sin Estados, sin alianzas estables, sin ejes firmados, sin ententes cordiales. Sin firmas ni corporaciones.
Y vamos a esa guerra armados con el arma universal de nuestros infinitos avatares, escondidos tras una imagen manga, un logo molón, una ilustración gótica o una foto aparente. Sin principios, sin reglas de compromiso. Sin Convención de Ginebra.
La Guerra del Siglo XXI es la primera Guerra Universal del Avatar. La primera en la que, pese a que combatimos todos , nadie puede ganar.

jueves, septiembre 30, 2010

Chávez muestra como la victoria electoral roba la democracia -Simón estará orgulloso, seguro-

Después de castigar a toda mi lista de contactos en un día de una huelga que fue convocada porque, aunque ya no tocaba, ya estaba tardando, vuelvo a lo que habitualmente destilan estas endemoniadas líneas. Vuelvo a castigar sólo a aquellos que soportan ser castigados con ellas.
Y vuelvo a los lugares comunes de la ilógica formal y material del gobierno y el desgobierno del mundo. Vuelvo al conflicto eterno entre los que invaden una tierra falsamente basados en sus profecías y los que la defienden falsamente basados en las suyas; vuelvo a una Europa desgastada, desmotivada, preocupada de cuitas insignifciantes y que deja pasar ante sus ojos síntomas preocupantes; vuelvo a América, la América del Norte, con su ascendente Tea Party y su quiebra -¿cuantas veces van ya?- de la esperanza efímera de un gobierno distinto.
Vuelvo la vista a América y a la sinrazón. Y hoy por hoy, hablar de América y sinrazón, es hablar de Hugo Chávez.
Porque el caudillo bolivariano se ha visto atrapado en las redes de si mismo, se ha visto capturado y expuesto en el renuncio que nadie -y mucho menos él, que lo niega por activa y por pasiva- se puede permitir. Porque su afán por subir a los cielos marianos de su revolución, de ascender a las casas celestes de la historia y el recuerdo como alguien singular, le han puesto en el entredicho definitivo, aquel contra el que no puede discutir, contra el que no puede argumentar, contra el que sólo puede maldecir:
Ha ganado unas elecciones -eso no es nuevo- pero su victoria ha dejado de manifiesto lo que negaba. Las elecciones venezolanas han expuesto de forma lacerante y casi ridícula que, mientras Hugo Chávez gobierne, nadie que no sea él podrá ganar las elecciones.
Nunca ganar unos comicios había supuesto perder tanto.
Chavez ha perdido el habla -lo cual para el inagotable conductor de Allo, Presidente es casi un martirio bíblico- porque no hay palabra, no hay explicación que pueda hacer creíble lo que ha ocurrido en las urnas venezolanas.
El 52% de la población ha votado en contra de Chavez -o de su política, o de su revolución, que con el caudillo venezolano no se sabe donde acaba él y donde empieza todo lo demás- Y eso no ha podido negarlo, no ha podido custionarlo, no ha podido rebatirlo. La mitad de la población de su país puede ser para él "reaccionaria", pero ya no son "unos pocos", la mitad de la población de su país puede ser para él "antirevolucionaria", pero no son "unos cuantos elementos dispersos".
La mitad de Venezuela puede no saber, no poder o no querer entender los mensajes y las políticas de Hugo Chávez. Pero eso no hace que deje de ser la mitad de la población de Venezuela.
Eso no es extraño, puede pasarle a cualquiera -por muchos periódicos que se cierren, por muchas cadenas de televisión que se lleven a negro y por muchas emisoras de radio que se condenen al silencio-, es parte del juego democrático, es parte del riesgo democrático. Lo que mantiene mudo al ínclito y feroz promotor de supuesto anticaptilismo socialista furibundo del siglo XXI es lo que es incomprensible: que sigue en el poder.
No hay aritmetica electoral que pueda fingirse democrática que permita que alguien que ha obtenido el 48 por ciento de los votos -la matemática porcentual sigue diciendo que si alguien tiene 52 el otro sólo puede tener la diferencia hasta sumar 100, incluso en la Venezuela de Chávez- obtenga cien diputados más que aquellos que le superaron en votos.
En España, Aznar, ganó por 10.000 votos de diferencia y obtuvo apenas 20 diputados más que sus competidores y se tiraron hablando dos años de la dichosa Ley Dont de los restos.
Cuatro años después, Zapatero ganó por un porcentaje igual de ajustado y el debate se intensificó hasta limites insospechados. Que los que ganan por pocos votos tengan un puñado de diputados de más puede ser injusto y frustrante. Que los que pierden por cuatro puntos porcentuales obtengan cien diputados más sólo puede calificarse como flagrante.
Y por eso debe permanecer callado. Porque ya no puede decir que no ha manipulado la Ley Electoral en su beneficio, ya no puede afirmar a gritos, sermones, discursos y apariciones televisivas que La Constitución venezolana ha sido reformada en beneficio del pueblo y de la democracia.
Porque las elecciones han levantado la última bruma que hacía que Venezuela pareciera una democracia, porque las urnas han disipado la tenue niebla que ocultaba que Chávez es un dictador y Venezuela una dictadura.
Y por eso, sólo por eso, ya nada de lo que diga tiene sentido. Da igual que su teoría sobre la distribución mundial de la energía pueda ser acertada o no, da igual que sus críticas al sistema económico neocolonial de las multinacionales puedan ser justas o no. Chávez sigue teniendo derecho a mantener sus teorías políticas, a defenderlas y a buscar convencer a los venezolanos de ellas. Pero ha perdido el derecho a gobernar.
Hugo Chávez permanece callado porque ya ni siquiera puede tirar del Libertador, de su bolivarianismo mil veces repetido y tremolado. No puede hacerlo porque, en estas circunstancias, es posible que alguien recuerde que el 26 de mayo de 1826, el gobierno peruano de Simón Bolivar retiró a los municipios el derecho de elegir a los alcaldes, prohibió la convocatoria de los colegios electorales e intentó forzar la aprobación de una Constitucíón que le nombrara Presidente Vitalicio y, cuando La Corte Suprema del Perú se negó a hacerlo, la disolvió y proclamó sus "reformas" de manera unilateral.  
El Libertador se conviertió en dictador. Como siempre, como ahora. Alguien podría decir que es precisamente en este momento cuando Hugo Chávez es completamente bolivariano. 

Y él lo sabe. Por eso permanece callado, discreto en su victoria -algo impensable en el caudillo salvador impenintente-, silencioso en el triunfo de su dictadura encubierta sobre la democracia pretendida de su país.
Por eso y por otro error, por otra dificultad que ahora se le antoja insalvable, ineludible. Hugo Chavéz mira a izquierda y derecha y no ve a nadie. Está solo.
Muchos le han comparado con el PRI mexicano pero Chávez no es un partido, no es un club secreto -o no tan secreto- de oligarcas que se organizan para seguir campando a sus anchas mientras ofrecen una proyección en 3D de democracia.
El partido de Chávez es humo, solo sirve para agitar banderas, lanzar vítores y reir chistes. No tiene a nadie para cortar cabezas, para arrojar a los leones; no puede retirarse y poner a un hombre de paja para seguir mandando en la sombra. No tiene capacidad de movimiento, margen de maniobra, posibilidad de relevo.
Su mesianismo le ha impedido hacer su revolución, su personalismo le ha impedido gestionar su ridículo. Su victoria le ha impedido ocultar su dictadura.
Hoy Venezuela ya no es un estado democrático. Y nadie puede negarlo.

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