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domingo, enero 12, 2014

El fin de ETA, el PP y las fotos de mi primera novia

No existe ningún síntoma mayor del horror de la violencia, del doloroso desgarrón que provoca en las vidas y los corazones de quienes la padecen, que el hecho de que persista en sus mentes, en sus sueños, en sus recuerdos, hasta el punto de mantenerla viva.
Cuando las mentes humanas se ven sometidas a esa involuntaria emulación y ese retorno constante a la violencia sufrida o ejercida se llama estrés postraumático. 
Y eso es lo que parece sufrir nuestro gobierno, ese que habita en La Moncloa gracias a los votos que nosotros pusimos en las urnas.
La guerra ha terminado y ellos, como un viejo marine subido a una azotea en Los Ángeles y sonado por el zumbido de las bombas que sus propios aviones arrojaron sobre él, disparan a diestro y siniestro esperando acertar a un enemigo que ya no existe, que ha muerto. Esperando alcanzar a ETA.
Y claro, las gentes del norte, esas que han vivido durante cuatro décadas largas la locura furiosa del tiro en la nuca y la bomba lapa, los contemplan con sorpresa, con hastío, incluso con la conmiseración de aquellos que saben que nunca abandonarán la guerra porque en su mente está ya no terminará jamas.
Hay que tener un problema psicológico de proporciones mayúsculas para exigir la prohibición de una manifestación en la que se desfila tras una pancarta en la que, por primera vez casi en media centuria, la izquierda abertzale ha escrito las palabras Paz y Acuerdo.
Hay que tener la mirada nublada, demasiado fija en la victoria y la vindicación, para insistir, después de que un juez ya se ha negado a la suspensión, hasta lograr que otro la prohíba. Sobre todo cuando esa prohibición supone negar a 110.000 personas que pidan algo que el Estado de Derecho está obligado a dar, que Estrasburgo le ha recordado al Estado Español que tiene que asegurar y que la mera lógica formal y material impone que tiene que garantizarse.
Pero el Partido Popular, cabalgando a lomos de su cada vez más desbocado Tea Party interno, sigue escuchando los gritos de la violencia y la sangre y se niega a escuchar los sonidos de la paz. No quiere abandonar el campo de batalla.
No hay otra explicación plausible a que siga llamando presos a gentes que ya no lo son, que están fuera de la cárcel porque ya han cumplido sus condenas legales. 
Dejen que lo repita, porque ya han cumplido sus condenas legales. 
A que se refiera a ellos como ex presos, cuando de todos es sabido que bordea la ilegalidad hacer mención expresa de los antecedentes penales de una persona que ya ha saldado su cuenta con la justicia.
No existe una argumentación comprensible que no sea ese estrés postraumatico para justificar que se haga una redada para detener a la mujer que presuntamente impedía a los presos de ETA aceptar la legalidad y, en palabras simples, rendirse a la evidencia de que su locura no conduce a ninguna parte, justo un día después de que esos presos hayan aceptado la ley, el sistema penitenciario y escenificado su derrota con esa mujer, Arantza Zulueta, respaldándoles en los flancos.
Nada salvo la necesidad enfermiza y psicótica de permanecer en un escenario de violencia puede explicar que el presidente de un gobierno democrático pueda plantearse hacer una ley para que los presos -que ya no son presos- de ETA -que ya no es ETA- no puedan ser candidatos electorales.
Porque solo en un escenario de excepción, en ese escenario que el Partido Popular no quiera abandonar, se puede siquiera concebir que alguien que ya es legalmente libre, que ya ha recuperado su condición de ciudadano pleno, no pueda ser elegible como cargo público. 
ETA, esa organización que estuvo a punto de arrasar Euskadi con su locura independentista mesiánica y violenta -locura por mesiánica y violenta, no por independentista- estaría orgullosa de esa norma, de ese sesgo fascista y totalitario del Estado. Pero ETA era una banda terrorista no un Estado y un gobierno democrático.
Así que parece que el Partido Popular padece un cierto síndrome de estrés postraumático que le obliga a desear que los presos sean siempre presos aunque las leyes internacionales les obliguen a ponerlos en libertad tras cumplir sus condenas, que ETA no muera ni desaparezca aunque sus integrantes lo digan, lo repitan y lo escenifiquen mil veces y que el Estado de Excepción y Sitio no se levante nunca aunque ya no exista excepción ni sitio alguno en Euskadi.
Solo una locura de magnas proporciones puede evitarte ver que si te enfrentas y quieres prohibir una manifestación que pide la paz estás reclamando que continúe la guerra; que si detienes a quien ya no se opone a la legalidad está alentando a los que quedan fuera a que se vuelvan atrás a su decisión; que si le niegas la democracia a aquellos que ya han cumplido con la justicia les estas arrojando de nuevo en los brazos armados -siempre armados- de la ilegalidad.
Y ni la dignidad de las víctimas -muchas de las cuales hubieran escupido sin dudarlo sobre estas medidas del PP-, ni la necesidad compulsiva de victoria, ni el ansia paranoica de abatir enemigos pueden justificar que se mantenga el frente y se siga disparando a discreción cuando la guerra ha terminado.
Así que el Partido Popular tiene que padecer el síndrome de estrés postraumático.
Los psicólogos recomiendan que cuando se caiga en esa sensación de volver a la violencia, a la necesidad de ella para identificarte, te aferres a recuerdos anteriores, a recuerdos felices previos a ese momento. 
Y funciona. Yo miraba fotos mías con mi primera novia y terminaba soñando con ella.
A lo mejor el Partido Popular lo intenta pero resulta que su primera novia en Euskadi era ETA.
Porque nadie le ha dado más réditos electorales en tierras vascas y fuera de ellas que la locura violenta y sangrienta de la banda terrorista, porque lo poco que son en Euskadi lo lograron gracias a aglutinar españolismo y democracia amparados en que ETA pretendía fusionar independentismo e imposición violenta.
No vaya a ser que cuando el Partido Popular rebusca en sus fotos antiguas encuentra que sus mejores momentos electorales están vinculados a atentados "supuestamente" fallidos contra sus líderes, a senadores pidiendo en voz alta en los pasillos un atentado de ETA para volcar las encuestas, a ministros del Interior intentando colar con calzador versiones increíbles de atentados trágicos y sangrientos para vincular a ETA con los mismos.
Quizás es que el españolismo patrio, militante y agresivo que mora en los más profundos recovecos de Génova, 13 no puede sobrevivir sin el que siempre ha sido su simbionte, sin el terrorismo de ETA, y se niega a adaptarse a los tiempos como él y desaparecer.
A lo peor es que su primera novia no fue como la mía, -dulce, fuerte y que me quería-, no fue la democracia. Fue la victoria, militar o electoral, para poder imponer su formas y maneras de ver el mundo y por eso la terapia no la funciona.
A lo peor es que están dispuestos a sacrificar Euskadi a cambio de votos en el resto de España.
Porque eso ya no es estrés postraumático. Es simple totalitarismo y precisa otro tipo de cura.

domingo, octubre 27, 2013

La AVT se autoexpulsa de la democracia en Euskadi

Hay ciertos momentos que se prevén durante muchos años. No porque se esté dotado de don profético alguno ni porque se sufra del últimamente muy popular complejo de Casandra, sino porque los caminos y las direcciones tomadas son tan obvias que no permiten albergar duda alguna sobre el destino final de las mismas.
Y eso ha pasado con la AVT, con aquellos que han confundido o pretendido confundir durante años justicia con venganza, con aquellos que se han vinculado políticamente a una visión de Euskadi y han intentado hacer de su condición de familiares de los muertos por la locura iracunda del terrorismo de ETA un mecanismo de presión.
La guerra ha terminado y ellos no quieren verlo. 
España lo ve, Euskadi lo ve y hasta Europa lo ve. Pero ellos no quieren verlo. Durante años han mantenido un silogismo falso y temerario que se ha venido abajo a las primeras de cambio, en cuanto el fin de esa guerra absurda que pretendía mantener el radicalismo de los asesinos de tiro en la nuca y bomba lapa se ha hecho evidente. 
Primero Francisco José Alcaraz y luego Ángeles Pedraza, intentaron vendernos que, como sus familiares eran en muchos casos demócratas asesinados por antidemocratas sangrientos y totalitarios, eso les convertía a ellos en defensores de la democracia. Pero era falso. Tras una semana en silencio tras la derogación en la práctica por la Corte Mayor de Estrasburgo de la malhadada Doctrina Parot. Han demostrado que era falso.
Porque los que defienden la democracia no pueden exigirle a un gobierno que no acate una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos solamente porque su sentimiento de vindicación se ve frustrado por ello. Los que defienden la venganza -justa, si se quiere- sí pueden hacerlo, pero los que defienden la democracia no.
Porque los demócratas saben que su instinto, su deseo y victimismo eterno y militante no puede anteponerse al principio de no retroactividad de las leyes; porque los demócratas saben que el futuro de Euskadi y sus gentes, que fueron los que derrotaron a ETA volviéndoles la espalda, es y debe ser más importante que su justificado o no deseo de eterna vindicación. Porque los demócratas saben que, acabada una guerra, la paz y la justicia es más importante que la victoria.
Pero las cabezas visibles de la AVT no han sabido nunca eso. Y por eso se han permitido el lujo de intentar crispar con sus mascaradas carcelarias una sociedad que por fin respiraba con algo de paz tras décadas de sangre; por eso han intentado una y otra vez identificar nacionalismo con violencia, independentismo de Euskadi con terrorismo. 
Como nunca han accedido al conocimiento de que la democracia y la justicia corre en ambas direcciones han intentado utilizar su condición de víctimas y la de asesinos irracionales de ETA para vender que su españolismo es justo y democrático y el independentismo que representaba falsamente ETA es injusto y totalitarista.
Como si tuviéramos ojos y no nos diéramos cuenta que ni ETA era todo el independentismo de Euskadi ni la AVT es el único españolismo vasco posible.
Y por todas esas carencias son capaces de exigirle a un gobierno que actúe como un grupo terrorista. Que ignore los derechos humanos y se convierta en aquello que se supone que solamente tienen que ser los asesinos: radicales furiosos que buscan la victoria pasando por encima de los derechos fundamentales de todos los que no piensan como ellos.
Y ahora salen a las calles pidiendo dignidad para las víctimas. La dignidad para las víctimas no se gana gritando y clamando para que un gobierno se vuelva totalitario e ignore los derechos humanos y las bases mínimas de una legislación democrática. 
La dignidad para las víctimas se logra siendo dignos. Anteponiendo, pese al dolor y la frustración, el futuro de una tierra que ya ha sufrido demasiado y las reglas del juego democrático que dicen defender a sus propias necesidades psicológicas de vindicación por muy justificadas que estén.
Y cada vez que hace eso, cada grito que den pidiendo eso, cada pancarta que escriban demandándolo, sera una bofetada salvaje y desmedida sobre los cadáveres de aquellos que murieron para que la democracia y la libertad fuera la que gobernara Euskadi. Por muy familiares suyos que fueran.
Pero claro, el Gobierno Español no les dirá nada de eso. No les llamará radicales, ni antisistema, ni antidemócratas cuando invadan las calles como ha hecho con aquellos que lo han hecho por otros motivos. 
Porque si les dijera la verdad de lo antidemocrático de su postura perdería la pírrica cosecha de votos que esa asociación recolecta para ellos en Euskadi y en el resto de España. Y les permitirán que recorran las calles exigiendo que el Gobierno español se transforme en una banda terrorista.
Alguien ha dicho que "la derogación de la Doctrina Parot es una de las peores noticias para la democracia en España".Y estoy de acuerdo con ella -creo ha sido Rosa Díez-. 
Es uno de los peores días para la democracia en España porque alguien de fuera ha tenido que venir a recordarnos lo que es la democracia, lo que es la justicia y que ninguna de las dos cosas está por debajo de nuestros sentimientos viscerales. Sean estos justificados o no. 

sábado, junio 01, 2013

Agur para aquellos que saben decir agur en Euskadi

Los hay que dicen que saber marcharse es un conocimiento mucho más estimable que saber estar y desde luego que demostrar oportunidad a la hora de llegar. Si eso es así en la vida cotidiana, privada y afectiva, lo es mucho más en la rama social de nuestras existencias y por supuesto en la política.
Hoy Euskadi despide a los que se saben marchar. Los que supieron llegar y los que demostraron saber estar. Hoy Euskadi despide a Gesto por la Paz.
Porque en una demostración más de lo que son y por comparación de lo que son muchos otros que dicen ser como ellos, Gesto por la Paz se va como llegó, como estuvo y como venció. En silencio. En Paz.
Desde 1985 ha estado demostrando que la paz se gana con la paz. Que la paz se reclama con paz. Ellos eligieron el silencio como límite formal y material de la expresión de ese deseo y nunca salieron de la paz para exigirla, para pedirla, para construirla.
Euskadi escuchó su silencio mientras se negaba a oír los gritos furiosos de rabia y de venganza de otros y las detonaciones trágicas y sangrientas de las armas de aquellos que nunca escucharon a Euskadi. Ni sus gritos, ni sus silencios.
Y ahora hace lo que solo quien busca la paz, quien la logra, es capaz de hacer. Se disuelve, vuelve a la cotidianidad de Euskadi de la que salió para avanzar en la vida en lugar de enrocarse en la muerte; para diluirse en el futuro en lugar de anquilosarse en el pasado. Para disfrutar de la paz que ha ganado para Euskadi y para todos.
Se va como el centinela que deja la garita y regresa a su catre cuando se firma el armisticio porque ya no hay nada que vigilar ni por lo que temer; se va como el mecánico que, hechas las reparaciones, recoge sus herramientas y retorna a su casa porque ya no hay nada que tenga que ser reparado. Se va como el amante que cuando deja de amar esconde su presencia para evitar el dolor a aquel a quien ya no ama de verle cada día.
Gesto por la paz se va para que su silencio deje ahora hablar a aquellos que hablan cuando existe la paz. Para que sus gestos no tapen las charlas de política, las discusiones sobre soberanismo o los debates sobre nacionalismo. Para que todos los demás puedan hablar de cosas que nada tienen que ver con la paz cercenada que ellos reclamaban y si con la vida y el futuro que Euskadi se construye.
Gesto callaba por la paz y su silencio de dos décadas permite ahora a muchos hablar de cualquier cosa sin  vergüenza, sin miedo.
Gesto se va porque, en contra de otros que aún claman por venganza, sabe, reconoce y acepta que ya no es necesario. Que ha logrado, con otros muchos y sobre todo con las gentes de Euskadi, que no haga falta ya guardar silencio para exigir que callen los disparos, que cesen las detonaciones. 
El silencio de Gesto se retira porque es el tiempo y el espacio de las palabras, de los acuerdos, de las disensiones que ellos han ganado para Euskadi.
La organización ciudadana vasca más digna y pacifista de lucha contra el terrorismo se va  y demuestra que la paz se gana con la paz, no con la victoria, no con la venganza.
Y la paz en Euskadi ya no tiene marcha atrás por mas que algunos pretendan dinamitarla para lograr su victoria y su venganza y unos pocos de los otros todavía vivan en su fanático mundo de ficción en el que creen que aún pueden imponerse por la fuerza.
Hoy, en el día de su adiós,  el silencio de Gesto por la Paz ya no tiene lágrimas, rostros entristecidos ni rictus de impotencia, solamente tiene una sonrisa. La sonrisa de aquellos que saben que por fin pueden volver a sus vidas después de haber usado su lucha y su tiempo para devolver la vida y el futuro a su tierra.
La sonrisa de aquellos que en silencio, como siempre, como nunca, callan y piensan: "menos mal que ya no somos necesarios", "menos mal que podemos marcharnos", "menos mal que lo hacemos en paz".
El silencio de Gesto llegó cuando fue necesario y se rompe cuando es imprescindible para decir adiós en un último gesto necesario por la paz en su tierra: reconocer que esta ya ha llegado y retirarse para que ella ocupe su lugar.
Y los demás que sigan que sus torpes pendencias, sus pírricas victorias y sus tristes venganzas. Esa ya no es la guerra de Euskadi. Ya nunca podrá serlo. El silencio y la marcha de Gesto dan constancia de ello.

domingo, marzo 03, 2013

El Supremo y el fin de la víctima eterna en Euskadi

Cuando las circunstancias de todos empeoran, cuando los problemas se hacen comunes y se reconocen se gira a donde se gire la vista, las cuestiones que afectan solamente a un colectivo, las quejas y problemas que tan solo satisfacen o pretenden satisfacer a unos pocos, se ven de otra forma, se perciben de otra manera. 
Y eso está pasa y está pasando en Euskadi y con Euskadi. 
Ahora, que sus problemas son como los de muchos otros, ahora que su economía tiembla y se desmenuza como la de todos los demás -aunque a lo mejor algo menos- , ahora que sus hombres y mujeres luchan por la libertad como todos los demás, intentando mantener su vivienda, su empleo o su futuro, determinados colectivos, determinadas gentes, empeñadas en mantener Euskadi en otro tiempo y en otro espacio ya no tienen la misma fuerza, ya no pueden imponer su forma de ver Euskadi. 
Porque cuando hay muchas víctimas de muchas cosas que aún existen y que empeorarán, ser víctima de una sola cosa que ya no existe no es tan importante, no es tan relevante. No te confiere ningún halo beatífico ni ninguna capacidad de influencia desmedida. 
Y eso es lo que les está ocurriendo y les continuará ocurriendo a los directivos de la AVT, de esa asociación que creyó el victimismo era garantía de influencia perpetua, ese colectivo que, escudándose en el dolor de la pérdida, buscó el control de la sociedad, que amparándose en la búsqueda de justicia se confirió a sí misma el derecho inalienable a la venganza. 
Cada día les llega un varapalo, cada mañana les amanece una sorpresa. 
Porque, ahora que los locos furiosos del tiro en la nuca y la bomba lapa han abandonado el polvo de hadas que les mantenía en el éter de su sangrienta e imposible revolución supuestamente independentista ya no tienen excusa para intentar que Euskadi sea esa sucursal del país de Nunca Jamás en la que el tiempo no pasa hasta que ellos den su permiso, en la que no habrá futuro hasta que ellos estén saciados de venganza del pasado. 
Y eso ocurre con sus reclamaciones de que los crímenes de ETA sean considerados Lesa Humanidad -en un mundo en el que genocidios en estado puro como el armenio o el tutsi ni siquiera tienen oficialmente esa categoría o la tienen por los pelos-, y eso ocurre con las constantes evasivas del Gobierno a sus exigencias de que se modifique la política penitenciaria o que sea condición sine qua non su pendón para la redención de penas de los etarras. 
Y eso ocurre cuando los medios comienzan a sacar a la luz sus cuchilladas intestinas, sus gastos superfluos, sus peleas internas por el poder en una institución que asentó en el miedo y la revancha su influencia social y su poder. 
Y también ocurre con el Tribunal Supremo cuando afirma que sacar a la luz en la prensa las manipulaciones, presiones e irresponsabilidades del que fuera su incontestable líder, Francisco José Alcaraz, y su esposa, María del Carmen Álvarez, no constituyen ningún delito, ninguna injerencia en el honor de nadie. 
Cuando una de las máximas cortes del Estado les dice claramente que se acabaron los tiempos en los que criticarles era sinónimo de defender el terrorismo, que cuestionarles podía ser considerada apología de ETA, que quien no estuviera dispuesto a plegarse a su deseo de que Euskadi muera mil veces en el recuerdo de una guerra aciaga para satisfacer sus necesidades de influencia y vindicación podía ser señalado con el dedo y acusado de terrorista. 
Porque ETA ya no existe y Euskadi ya no muere a sus manos. Sigue muriendo pero muere de lo mismo de lo que morimos todos los demás. 
Muere cuando su cuerpo choca contra el asfalto al arrojar su desesperación por la ventana de su piso embargado, muere colgada por el cuello cuando la miseria del paro y la falta de perspectiva hace insostenible la vida, muere cuando un servicio sanitario no está abierto a tiempo por los recortes, muere cuando un juzgado no puede intervenir a tiempo para frenar un maltrato por la falta de recursos, muere por la ingesta masiva de somníferos y antidepresivos cuando la presión de jefes engrandecidos por la reforma laboral acucian a aquellas que no pueden seguir soportando su servidumbre impuesta por la visión feudal de los gobiernos que ahora nos aquejan. 
Por eso la AVT ya no tiene que ser protegida en sus manejos, sus falacias y sus imposiciones por ninguna vergüenza, por ningún complejo ni ningún miedo que haga que nos atenace el miedo de ser considerados defensores del terrorismo por ser críticos con ellos. 
Por eso el Tribunal Supremo no considera que perjudique a nadie que los falsos gestores de esa asociación pierdan el halo beatífico que la muerte de sus familiares a manos de una banda mafiosa armada y enloquecida les confería. 
Porque en una Euskadi que, como el resto del Estado -no se me ofendan, aún son parte de este Estado- muere de crisis, muere de recortes, la AVT ha dejado de ser una posible parte de la solución y se ha trasformado en una posible parte del problema. 
Los gastos excesivos de sus dirigentes en libros autobiográficos de testimonios mil veces repetidos, son parte del problema porque gastan las asignaciones públicas que podrían servir para evitar la muerte de Euskadi por los motivos que ahora la están matando; porque sus viajes a Venezuela en busca de pruebas contra un preso de ETA -algo que podría hacerse a través de quince oficinas distintas de las diferentes fiscalías- ya no nos suenan a necesidad, nos suenan a malgastar un dinero público que podría ser usado en otras cosas. 
Porque, sin ETA, los que solo tienen valor social por ser enemigos de ETA ya no son necesarios. Se les puede reconocer su esfuerzo pretérito, se les puede agradecer su compromiso anterior, pero ya no son necesarios. 
Euskadi tiene demasiados enemigos vivos contra los que luchar como para seguir luchando contra uno que ya está derrotado. Lo diga ETA por escrito o no. 
Así que, desde el Supremo, el mensaje que llega a Euskadi y a la AVT es el mismo que muchos llevamos gritando desde hace muchos años: tienen derecho a buscar su venganza el resto de sus vidas, tienen derecho a intentar que Euskadi sea lo que ustedes quieren que sea, pero ya no tienen derecho a tremolar sus muertos como escudo y pantalla para sus maniobras políticas. 
Entierren a sus muertos y acudan por fin a las sedes de sus partidos. La política se hace o se intenta hacer en esos edificios, no en los cementerios. 
El tiempo de ser víctimas eternas ha acabado. Nada dura para siempre. 
Ni siquiera en Nunca Jamás.

domingo, septiembre 09, 2012

El exigido golpe de la AVT y el rito de colocarse los...


Vayan por delante mis disculpas por los posibles errores e híbridos arcanos ortográficos que puedan contener esta porción de mis endemoniadas líneas. Al parecer las cariocas tienen la tendencia eterna a despertarse a mediodía en un infinito remedo de jet lag, aunque lleven meses a este lado del Atlántico, y hay enclaves rurales que, aunque preciosos en general e inspiradores para ciertas actividades en particular, son tremendamente aburridos un domingo a las 9:30 de la mañana.
Así que, para vengarme del Morfeo que me ha robado el desayuno dominical en compañía, he decidido robarle a la carioca  dormida en cuestión su minúsculo corpúsculo informático y dedicarme a rellenar este blog tecleando en teclas diminutas. De modo que solamente seré parcialmente responsable de las ilegibilidades que encontréis en este post.
Y así, mientras me desayunaba una rebanada de pan del tamaño de la quilla del Titanic con mantequilla roja -producto que estaba olvidado en mi más ancestral memoria desde hacía lustros-, me he encontrado una vuelta de tuerca más en eso que hemos llamado el Caso Bolinaga. O sea, la disquisición falaz y baladí, típica de un periodo electoral en Euskadi, sobre qué se tiene que hacer con el terrorismo. En este caso con las secuelas ya baldías del terrorismo.
Por un lado está aquello de que el fiscal de la Audiencia Nacional ha recurrido judicialmente contra la decisión del Ministerio de Interior de excarcelar al etarra canceroso y moribundo, que el proceloso Gallardón le ha apoyado y que Interior se ha pillado un globo de tres pares de... lo que sea.
Y eso ya es difícil de digerir -me refiero al recurso, no a los tres pares, por supuesto-. Todo este desaguisado solamente puede resumirse en un vicio recurrente  y eterno del varón heterosexual español: el indecoroso acto de colocarse los testículos después de haberse subido la bragueta.
Porque siempre me he preguntado si en realidad lo hacemos porque las susodichas gónadas nos empiezan a molestar cuando ya no podemos reajustarlas discretamente, amparados por las paredes protectoras del urinario, o simplemente esperamos a hacerlo cara al público para que ocasionales curiosas tengan la oportunidad de fijarse en ellas si así lo estiman oportuno.
Y con esto de Bolinaga, el Gobierno y todas las instituciones españolas me asalta la misma duda. No sé si en realidad les parece injusto dejar morirse a su aire al asesino y por eso se reajustan públicamente su decreto de excarcelación o si simplemente quieren que sus supuestos votantes se fijen en cómo se lo reajustan para que tengan claro que les tienen en sus pensamientos a la hora de cerrarse la bragueta.
Porque ¿no hubiera más sencillo reunirse el fiscal, los ministros y quien hiciera falta, discutir los pros y los contras de tal decisión -si es que lo consideraban tan importante- y luego dar una visión conjunta en uno u otro sentido antes de subir la cremallera de sus calzas antiterroristas?
Yo creo que sí. Luego la decisión hubiera sido criticable o no, pero al menos hubiera sido parte de una posición política que podría considerarse coherente. Algo que no se puede decir de este reajuste posterior de los cojones -¡Uy, perdón, se me escapó!- antiterroristas una vez que ya se han subido la bragueta de la excarcelación.
Pero si este mítico vicio hispano trasladado a lo político m produce poco más que un cierto resquemor humorístico, lo que otro que he sabido con respecto al caso me despierta una profunda indignación. Una indignación asustada, pero indignación al fin y a la postre.
La AVT, esa asociación que pretende elevar el rango de víctima del terrorismo a un valor social inextinguible, pide, corrijo, exige "voz y voto" en la definición de la política penitenciaria del gobierno.
Me produce más flujos gástricos que el colesterol de la colorada mantequilla soriana porque lo que están pidiendo ya lo tienen y si lo quieren de otra manera simplemente están exigiendo que se les permita dar un golpe de Estado.
Ya tienen voz. La tienen como la tenemos todos. Todos podemos escribir, hablar y hasta cantar por bulerías para criticar, apoyar o mostrar nuestra indiferencia ante la legislación carcelaria de nuestro país. Todos podemos hacer manifestaciones, sentadas, huelgas de hambre o cualquier otra cosa que se nos ocurra para expresarnos en uno u otro sentido. Así que la voz ya la tienen.
Y el voto también. En toda campaña electoral toda asociación, todo colectivo e incluso todo individuo, puede pedir a cualquier partido o formación que se presente a los comicios que se exprese sobre la política penitenciaria que llevara a cabo si accede al Gobierno y luego votar en consecuencia si esa cuestión en concreto es prioritaria en su intención de voto.
Entonces, ¿por qué los adalides del victimismo eterno piden algo que ya tienen? Y la respuesta es lo que me indigna. Lo piden porque no piden eso. Piden ser ellos los que determinen en virtud de sus sentimientos, sus vindicaciones y sus vísceras, la política penitenciaria española. Por lo menos la que hace referencia a ETA, sus restos y sus sombras.
Exigen ser ellos los que determinen el futuro de Euskadi, el futuro de la sociedad vasca y en parte de la española por el simple hecho de ser víctimas o representantes autonombrados de ellas -que la mayoría de las víctimas de ETA están muertas, no lo olvidemos-.
Y eso solamente puede definirse como un golpe de Estado.
Según nuestra Constitución y todas las leyes de desarrollo que emanan de ellas "la determinación de la política de Interior -dentro de la que se incluye la política penitenciaria en general, la política antiterrorista en particular y la política penitenciaria antiterrorista en concreto- corresponde al Gobierno de la Nación". Punto final. A nadie más.
Y el Gobierno de la Nación podrá ejercer esa política por consenso o por imposición de su mayoría absoluta, podrá escuchar a todas las partes que considere implicadas o interesadas antes de adoptar una medida. Pero nadie, absolutamente nadie, puede imponerle una política en concreto.
Y eso es lo que quieren los que dicen hablar por las víctimas de ETA. Lo que piden es que si ellos no están de acuerdo con la política penitenciaria no se pueda llevar a cabo, que si a ellos les molesta una excarcelación puedan vetarla o impedirla, que si algún gobierno quiere anteponer el futuro de Euskadi o incluso sus intereses electorales a sus deseos de eterna vindicación confundida con justicia o de eterna presencia social confundida con memoria histórica no pueda hacerlo.
Pretenden que se les conceda un poder que no emana de ningún elemento constitucional, que no deriva de ningún principio constitutivo del Estado o de la democracia. Pretenden dar un golpe de Estado amparados en el caso Bolinaga.
Pretenden detentar un poder que no les corresponde y que no tienen derecho a pedir. Si quieren voz que utilicen la que ya tienen y les garantiza el sistema democrático a través de la libertad de opinión y de expresión, si quieren voto que lo ejerzan como castigo o como apoyo a las políticas de los gobiernos sobre la gestión del final de ETA o de desarrollo penitenciario.
Pero que no exijan más porque simplemente eso les convierte en lo mismo que aquellos que exigían tener el derecho a decidir sobre el futuro de las tierras de Euskadi porque ellos querían.
Les transforma en anti demócratas y anti constitucionalistas. Y en este caso la diferencia entre unos y otros es baladí. Un golpe de Estado es inaceptable venga de las víctimas -que no lo son del Estado, sino de una organización criminal- o de los verdugos. Ser víctima no te da la potestad de exigir el derecho a ser fascista.
Sólo espero que, pese a lo imposible de este ínfimo teclado, me dé tiempo a escribir algo más antes de que concluya el sueño brasileño que me obliga a desayunar en compañía de Bolinaga y el Gobierno y antes de que se le permita a la anclada en la venganza -entendible, por otro lado- AVT dar un golpe de Estado.

sábado, agosto 18, 2012

Uribetxeberria o el imperativo de no ser como ellos

Cuando estoy a horas de abandonar este país -para volver en unos días, espero- me debato entre utilizar estas endemoniadas líneas para despedirme de lo que tenemos y vamos a seguir teniendo o para dar la bienvenida a lo que me encontraré.
Lo hago hasta que me doy cuenta de que despedirme será inútil porque aquello que dejo será exactamente igual que lo que encontraré a mi vuelta. Y solamente un nombre y un apellido me ayudan a descubrir que eso es así y por desgracia lo será mucho tiempo. El nombre es Iosu y el apellido es vasco, como no, es vasco. Es Uribetxeberria.
Resulta que el tipo se está muriendo de cáncer terminal, resulta que no se le puede atender -como es lógico- en una cárcel, resulta que es un secuestrador convicto. Pero lo que más destaca entre todos esos resultados es que resulta que es de ETA.
Y eso hace que una vez más, como niños que no han aprendido de sus errores porque no les han dejado cometerlos, como filósofos que no avanzan en sus disquisiciones porque se niegan a modificar sus premisas, volvemos a la misma discusión, al mismo sinsentido, al mismo error recurrente de confundir lo que queremos ser con lo que debemos ser.
El Gobierno la aplica el tercer grado carcelario porque se muere de cáncer, porque le quedan apenas unos meses de vida, porque tiene que hacerlo.
Y ahí debería acabarse toda discusión.
Pero ahí es donde empieza en este país nuestro que no sabe pararse y pensar, que no está acostumbrado a diferenciar entre víscera y razonamiento, entre sentimiento y derecho. Entre justicia y venganza.
Y las víctimas, o los médiums que dicen hablar por ellas desde sus catafalcos, empiezan una discusión tan bizantina como inútil, tan peligrosa como carente de la más mínima ética social, tan absurda como irrelevante.
Afirman que esa decisión ha "traicionado a las víctimas y al Estado de Derecho". Y al decir eso mienten. Y lo peor, saben que mienten.
Porque el Estado de Derecho se basa en la aplicación de la ley, en todos los casos, en todas las circunstancias, en todas las condiciones. Si no se aplica la ley, no hay Estado de Derecho.
Y la ley de este país dice a través del artículo 104.4 del Reglamento Penitenciario, que "existe la posibilidad de conceder el tercer grado a los presos gravemente enfermos con padecimientos incurables. Después, el juez podría conceder la libertad condicional".
Lo dice el Gobierno porque lo dice el Estado de Derecho, lo dice el Estado de Derecho porque lo dice la ley, lo dice la ley porque lo dice el Reglamento Penitenciario. Fin de la discusión, ¿qué parte no entienden?
Y se puede comprender que los que han sufrido el ataque de los locos furiosos de ETA no anhelen otra cosa que verlos morir entre terribles sufrimientos y se puede entender que deseen bailar sobre sus tumbas para vengar a aquellos que perdieron. Pero que exijan que el Estado haga eso, que el Gobierno eluda la ley para lograr colmar su sentimiento de venganza -justa o no, que eso es otro asunto- no es otra cosa que aquello de lo que acusan a los que, en aplicación de la ley, hacen lo que tienen que hacer.
Es una traición al Estado de Derecho.
Pero para ellos, que siempre tienen en la mente a las víctimas del terrorismo mafioso de aquellos que quisieron controlar Euskadi por la fuerza de las armas, la traición debería ser más grave, más dolorosa, más recurrente. Porque también es una traición a las víctimas que dicen defender.
Porque cada policía nacional que murió, cada guardia civil que fue asesinado, cada ertzaina, jurista, funcionario político o concejal que fue tiroteado, herido, muerto o secuestrado lo fue por defender el Estado de Derecho que incluye, le pese a quien le pese, el Reglamento Penitenciario y su artículo 104, por el cual se concede ahora el tercer grado penitenciario a Uribetxeberria.
Y exigir al Gobierno que lo ignore es traicionar a todos aquellos que murieron para que nadie lo ignorara, para que nadie impusiera su venganza a la ley, para que nadie pudiera  anteponer en nombre de nada su voluntad a la ley: ya sea en nombre de la falsa libertad de Euskadi o en nombre de la venganza de las víctimas que esa locura provocó.
Y los que dicen defender su memoria harían bien en darse cuenta de eso y en preguntar a sus recuerdos qué es lo que hubieran defendido aquellos de cuya memoria tiran para justificar su posición: si el imperio de la ley o el imperio de la venganza.
Y si pese a todo ello aún creen que no traicionan aquello que se supone que defienden y que es justificación para pedir que no se aplique a Uribetxeberria la posibilidad de ser tratado de su cáncer terminal el decir que en la sentencia por el secuestro de Ortega Lara se recoge que "iba a dejar morir" al funcionario de prisiones, deberían pensar en otra cosa.
Por supuesto, que los asesinos de ETA hubieran dejado morir a Ortega Lara, por supuesto que los mafiosos del tiro en la nuca y la bomba no hubieran tenido ningún escrúpulo en hacerlo. Desde luego que Iosu Uribetxeberria habría sido capaz de hacerlo y estaba dispuesto a realizar ese salvaje acto.
Pero el Gobierno no es Iosu Uribetxeberria, pero el Estado Español no es ETA.  Pero nosotros no somos ellos. 
Y esa es nuestra victoria. Eso es lo que demuestra que ETA está derrotada.
Hemos perdido - y Euskadi sobre todo- demasiada gente a manos de esa locura que hizo sangrar las tierras y las calles vascas durante treinta años, gente conocida y desconocida, gente querida y no querida.
Demasiada gente como para que ahora nos permitamos eludir nuestra responsabilidad para con su lucha, para con su sacrificio. Como para que ahora le concedamos a ETA una victoria que ni siquiera fue capaz de imponer con toda la sangre y el dolor que arrojó sobre las gentes de Euskadi y de España.
No estoy dispuesto a que se justifique pasar por encima de la ley para conseguir algo, ni la venganza, ni la victoria, ni nada por el estilo. La memoria de aquellos a los que me arrebató la locura asesina me obliga a seguir luchando por una sola cosa:
Para que no me conviertan en uno de ellos.
Así y sólo así somos leales a los que murieron por el Estado de Derecho. Y no deberíamos seguir discutiéndolo ni un instante más.

domingo, junio 17, 2012

Ordoñez, hija mía, soy tu dios.

Querida Señora Ordoñez, soy su dios.
Sé que mi comunicación ha de resultarle cuando menos sorprendente, ya que mi inexistencia y otras labores inescrutables propias de mi rango y condición me han mantenido silencioso durante los últimos eones pero, como los ecos de lo que está decidida a hacer han llegado hasta estos éteres celestes, me he arriesgado a despertar al Metatrón de su sueño secular para escribirle estas líneas.

Lo primero que quiero comunicarle es que su odio es suyo. Nadie tiene derecho a negárselo, quitárselo, pulírselo o curárselo. Puede vivir con él toda su vida si así lo desea. Puede entrar dentro de esa lógica humana que me resulta difícilmente comprensible que usted odie a quien acabó con la vida de sus seres queridos y es de suponer que ha de respetársele. Digo es de suponer no porque mi naturaleza divina me permita duda alguna, sino porque realmente ni en todos los eones en los que he estado inexistiendo, ni en todos los procesos de mí siempre recalcada infinita mente, he llegado a comprender qué función tiene ese odio, qué objetivo persigue ni qué victoria pretende conseguir.

Aprovecho, sin embargo, la ocasión para comentarle que, pese a su insistencia en llevar mi nombre a sus labios continuamente, no ha recibido licencia, permiso, mandato o relevación alguna que le permita hablar en mi nombre y no ha parecido entender cosas que dejé cristalinamente claras hace un par de milenios cuando decidí por penúltima vez fingir mi existencia en la polvorienta Galilea.

El perdón se otorga, no se exige que se pida. Normalmente es cosa mía, pero si va usted a creer que los humanos están hechos a mi imagen y semejanza tendrá que aceptarse a los humanos la posibilidad de ejercer el perdón en sus cuitas humanas, trágicas y personales. Pero aun así, el perdón se otorga, no se exige que se pida. La naturaleza del perdón no depende de a quién se perdona, por qué se le perdona ni quién es el que perdona. Sea humano o divino.

Si va a atravesar las puertas que cierran los muros de Nanclares de Oca exigiendo que se le pida perdón asegúrese antes de estar dispuesta a concederlo, asegúrese de hacerlo para curar o para curarse, no para meter la mano en el costado de un pueblo que ya ha sangrado durante décadas por mor de aquellos, los otros, que tampoco tenían el perdón en el argumentario de sus pistolas, que tampoco tenían la reconciliación en el ideario de sus bombas, que nunca tuvieron presente la misericordia en sus gatillos.
Ha de tener presente que, si dice venerarme, usted no tiene permiso de mi divina persona para ser como ellos fueron. Para ser como algunos -pocos, me temo- de ellos quieren dejar de ser.

Creo haber dejado completamente definida mi política de perdón cuando la humanidad mató a aquel que se supone que era mi hijo y la deje seguir viviendo, sé que clarifiqué de forma absolutamente explícita mi política de reinserción de presos cuando elegí, -de una forma un tanto brusca, he de reconocerlo, que casi se me desloma el pobre Saulo- a alguien que perseguía a los amigos de ese mismo supuesto vástago mío como uno de mis apóstoles antes de que mediara arrepentimiento alguno por su parte.

Puede que mi política de reinserción se basara en los pretéritos tiempos de los viejos profetas en el perdón y el arrepentimiento a cambio de librarse del exterminio. Pero hasta yo me lo replanteé ¿cree acaso que me quedado sin agua para anegar la tierra por la sequía?, ¿cree que me he quedado sin fuegos que hacer surgir de la tierra para castigar a los que no se arrepienten? Es un hecho que pese a la sequía y la carestía energética podría echar mano de cualquiera de esas cosas para castigar a los miles de culpables de todo tipo de crímenes, delitos, corrupciones, estafas pero no lo hago, ¿se ha preguntado el motivo?
Si hasta algo eterno e inmutable como es mi inexistencia puede cambiar, los seres finitos y mortales deberían estar más capacitados para ello, ¿no le parece?

La única vez que me negué a perdonar a alguien fue con el hermoso Luzbel y mire lo que nos ha acarreado aquí, en las casas celestes. Una guerra infinita que nadie puede ganar porque nadie está dispuesto a perdonar al otro.
Estos lares pueden soportarlo y nosotros podemos mantenerlo porque somos seres eternos ¿Quiere usted lo mismo para Euskadi?, ¿quiere convertir esa tierra en un infierno sin solución solamente porque su odio le impide perdonar? Porque he de recordarle que los vascos son seres finitos, Aunque sean del mismo centro de Bilbao, son seres finitos.
Y les condenaría a vivir sus vidas como muchos de ellos han tenido que hacerlo hasta ahora, sin poder mirar al futuro porque tenían que tener siempre un ojo puesto en el pasado.

También me parece que debo aprovechar esta misiva para recordarle otra cosa que, quizás por lo metafórico de la expresión, todos los que como usted dicen creer en mi mandato y existencia, olvidan de continuo.
¿Se acuerda de aquello que dijo ese melenudo que recorrió las tierras de Judea diciendo que yo era su padre?, ¿se acuerda de aquello de "al cesar lo que es del cesar y a dios lo que es de dios"?

La política de reinserción de presos es del cesar no de dios. Por si no lo tiene claro. Aunque el cesar no sepa por donde le da el aire, aunque ahora se elija al cesar cada cuatro años, aunque el cesar no cumpla sus promesas -eso no ha cambiado desde los tiempos en que decidí encarnar mi inexistencia en La Tierra- Así que es el cesar el que marca la política de reinserción. No su odio, ni yo, ni ningún otro parámetro divino o humano y usted, señora Ordoñez, no tiene derecho divino o humano alguno para intentar dinamitarla solamente porque su odio le impide perdonar al asesino de su hermano.

Así que nadie le reprochará, ni siquiera yo en las alturas, que si entra en la prisión para buscar la reconciliación y no la encuentra sea incapaz de perdonar, de sobreponerse a su sufrimiento y a su odio.
Pero si entra con otro objetivo, si se enfrenta al monstruo asesino que cercenó la vida de su sangre con su disparo cobarde con otra idea en la cabeza, me veo en la obligación de rogarle -¡Uy, perdón!, se me olvidaba mi naturaleza divina- de exigirle que no vuelva a poner el pie en ningún edificio consagrado a mi nombre, pague este IBI o no.
Porque en ese momento habrá dejado de ser usted una de los míos si es que alguna vez realmente lo fue.

Si acude allí para perpetuar el odio me veré obligado a impedirle que use la peineta y la mantilla cuando saquen a mi hijo muerto a las calles y se limite a utilizarlas en las plazas de todos; estaré forzado por mi naturaleza a hacer caso omiso de todas las veces que usted pida perdón por la falta que sea, por más que se quiebre la espalda en genuflexiones o se deje la piel de los hinojos en reclinatorios y confesionarios.
El que no perdona no puede obtener perdón. Es tan antiguo como mi naturaleza. Es tan viejo como la justicia.

Si quiere ponerse ante el asesino para mantener la tierra en la que vive en un infierno permanente, para seguir alimentando su propio odio, comprensible pero no necesario, si intenta utilizar su condición doliente para que Euskadi no salga del Gehenna al que otra locura la arrojó durante años, me veré obligado a apartar la mirada de su vida y también de su muerte.
 Si no deja que los hombres, las mujeres y las tierras de Euskadi se curen yo no podré salvarla. Vencer al odio excede hasta mis divinas capacidades.

Y si no es por mí, si no es en mi nombre ni por mi inexistente mandato, haz honor, hija mía, al menos a otra cosa.
Euskadi necesita consuelo y futuro, no más odio y más guerra. Haz honor a tu nombre, Consuelo, y contribuye a dárselo. Haz honor a tu apellido y deja que por fin tu hermano descanse en paz. En la paz de los vivos, no sólo en la de los muertos.
Y si te sorprende que haya usado el teclado y los dedos de alguien que es mi manifiesto enemigo para enviarte esta misiva, la explicación es simple. Quiero que te des cuenta que está tan claro lo que quiero que hasta los que no piensan en mí son capaces de verlo cuando se ponen a ello. Que cielos e infiernos prefieren el perdón a la guerra, la reconcialiación al odio.
Y ahora vuelvo a mi inexistencia. Que ya va siendo hora.

Afectuosamente,
Tu divino padre, Dios, Yahvé, Jehová, Allah o como quiera que me llaméis en estos tiempos.

jueves, junio 07, 2012

Braveheart, la mística y el PP se unen en Euskadi


Si algo que está demostrando el gobierno que nos hemos echado a la espalda con las urnas es que no está dispuesto de aprender de errores pretéritos. Ni suyos ni, por supuesto, de otros. Lo demuestra en su insistencia en los déficit por encima de los empleos, lo demuestra en la reeducación para la ciudadanía, cambiando un adoctrinamiento por otro, lo demuestra en su reforma laboral y en otro buen puñado de decisiones que son copia o remedo de otras propias o ajenas que ya han fallado anteriormente.
Y ahora vuelve a demostrarlo en Euskadi.
¿Nos acordamos de Euskadi, esa tierra que hasta la muerte de ETA solo llegaba a nuestros labios y nuestros papeles informativos teñida de sangre, de violencia y de intransigencia por unos pocos que parecían muchos? Pues Euskadi, señores y señoras, sigue existiendo después de ETA.
Pero el ministerio de Interior de este país parece que piensa que no. Sigue dando vueltas en torno a un cadáver, sigue sin fiarse de un óbito que se anunciaba tan deseado pero que ahora, por la insistencia en mantener el último rescoldo de su resurrección encendido, parece que resulta incómodo.
Y ese último rescoldo es el tan traído y llevado arrepentimiento de los presos etarras.
Esa extraña imposición que el nacionalismo español inventó a última hora como condición para dar a ETA por muerta cuando la realidad, la historia y Euskadi ya la habían dado por finiquitada.
Como si no existiera otra cosa en Euskadi, el ministerio de Interior de vueltas y vueltas con el arrepentimiento, escenificado en esa especie de catarsis personal por parejas ideada por el anterior ejecutivo socialista de las reuniones entre presos y víctimas vivas del terrorismo.
Eran y son un error. Lo era de principio a fin y lo siguen siendo.
No el hecho de permitir o incluso auspiciar esas reuniones, sino el hecho de hacer política con ellas. El hecho de vincularlas al debate sobre la política penitenciaria con los presos de ETA, de utilizarlas como reflejo de la muerte de un cadáver al que habría que dejar pudrirse en el olvido, de emplearlas, una vez más, como forma de enfrentar a la opinión vasca en el asunto del terrorismo.
Lo son porque no debería haber un debate sobre la política penitenciaria con los presos de ETA. Entran en la cárcel acusados por los mismos fiscales, sentenciados por los mismos jueces y custodiados por los mismos funcionarios que el resto de los presos. Así que se les aplica la misma Ley Penitenciaria. Cumplen su condena, salen cuando les toca y ya está. Fin de la política penitenciaria con los presos de ETA.
Pero, claro, como se cayó en las garras de la necesidad de tratarles de forma diferente con la doctrina Parot, con la ley de partidos, la política penitenciaria de dispersión y con toda suertes de excepciones legales de dudosa ética que se justificaban por el hecho de que eran terroristas de ETA, ahora se tienen que hacer juegos malabares para poder hacer lo que siempre se tendría que haber hecho: aplicarles la ley en estado puro y ya está.
Y uno de esos cambalaches son las reuniones, entrevistas, terapias, catarsis o como se quiera llamar a sentar frente a frente a un asesino y alguien que ha sufrido el azote de su locura sangrienta.
Las entrevistas que llevaron a cabo los gobiernos socialistas eran un error porque, como en otras muchas cosas que mencionar no quiero, pretendían impostar una realidad, buscaban conseguir de forma artificial algo que, era deseable en esencia, pero no imponible por las buenas y a toda prisa.
Pretendían forzar una reconciliación necesaria pero que no puede acelerase ni buscarse de forma artificial.
Euskadi se reconciliará consigo misma pero quizás les lleve un par de generaciones. Quizás no tengan que quedar ya etarras asesinos vivos y familiares de víctimas muertas. Quizás no tenga que haber ya nadie en la cárcel por los crímenes y los asesinatos que una locura mesiánica y política sembró en esa tierra ni ninguna asociación de víctimas que, por el dolor y la vindicación, prefiera seguir mirando constantemente al pasado en lugar de echarle un vistazo al futuro.
El gobierno anterior, necesitado de un éxito definitivo y aquejado de una ideología impelida al conductismo paternalista más completo en muchos asuntos, intentó que Euskadi recorriera con estas entrevistas de catarsis cinematográfica un camino que ellos mismos no han sido capaces de recorrer tras una guerra civil que ocurrió hace sesenta años y que España al completo ha demostrado no llevar muy bien todavía.
Pero lo del Gobierno de Rajoy que ahora nos aqueja es mucho peor porque, no aprendiendo del error formal y material de sus antecesores, pretende seguir haciendo estas reuniones pero hacerlas a su modo.
SI sus predecesores pretendían hacerlas para acelerar de forma errónea una reconciliación necesaria, ellos pretenden utilizarlas para algo todavía mucho más peligroso: demostrar que esa reconciliación es imposible.
Y por ello cambian las reglas del juego -porque lamentablemente están tratando esto como un juego- y deciden lo imposible, buscan lo que no puede soportar el más mínimo análisis.
Hacen que la iniciativa parta de la víctima y no del asesino convicto.
Y eso lo transforma no en un error, sino en una manipulación absurda y perversa. Porque, a poco que se piense, no tiene sentido.
El arrepentimiento no puede partir de la víctima. Ella no tiene nada de lo que arrepentirse -aunque algunos y algunas de los que se han puesto a la cabeza de esas víctimas sí tendrían que pedirle perdón al futuro de Euskadi por alguna que otra cosa-, así que la iniciativa del encuentro no puede partir de ella.
El arrepentimiento que impele a pedir perdón -todo muy bíblico, todo social e históricamente innecesario- tiene que partir de aquel que ha cometido el delito -¿o debería decir el pecado?, parece más acorde, dado como se trata todo esto- tiene que ser fruto de su reflexión y de que él o ella perciba realmente su equivocación, su error, el absurdo de sus actos y sienta que ha hecho las cosas mal.
Si no es así, si plantas alguien delante de un ser que ha estado dispuesto a matar y que lo ha hecho para defender la supremacía de sus ideas para exigirle que le pida perdón por sus crímenes solamente conseguirás que se retroalimente la locura y que se niegue a hacerlo. Es como si, en lugar de esperar tranquilamente en su confesionario, el sacerdote fuera a burdeles y timbas, tomara fotos para luego acudir a la casa de sus feligreses mostrándolas y preguntando ¿no tienes algo de lo que confesarte, hijo?
De esa forma transformas una inútil catarsis en una exigencia. Una reconciliación forzada y artificial en un nuevo motivo de enfrentamiento. 
Tanto este gobierno como las asociaciones de víctimas parecen repentinamente imbuidos del espíritu y el honor cinematográfico del Mel Gibson en sus buenos tiempos cuanto se pintaba de azul para encabezar a los escoceses en un Braveheart memorable.
Parece que repitieran la exigencia de perdón cuando el inglés cansado de negociar y algo orgulloso preguntaba cómo era posible acabar con esa guerra y el proceloso Gibson contestaba: "Pueden volver a Inglaterra, parando en cada pueblo y en cada aldea para pedir perdón por siglos de desmanes, asesinatos y violaciones contra los hijos y las hijas de Escocia. Y luego su jefe deberá atravesar este campo plantarse en el centro, meter la cabeza entre las piernas y besarse el culo". 
Claro que el bueno de William Wallace exigía algo que sabía imposible porque quería seguir guerreando, no porque quisiera dejar de hacerlo.
Y no puedo creer que los políticos, que han cambiado y están cambiando las reglas de este absurdo juego cuasi místico en el que han convertido el final de ETA, no sean conscientes de esa realidad que un simple estudiante de primero de psicología tiene más que claro.
Así que he de colegir que es lo que buscan.
Buscan que ante la imposición de una obligatoriedad en el arrepentimiento, ante la presión para que reconozcan sus errores, aunque sea evidente que los han cometido, los presos de ETA tiren de una solución muy occidental, muy atlántica y también muy de Euskadi: el rechazo y el silencio.
Buscan que guarden silencio, que no acepten estas reuniones para no correr el riesgo de que les canten las cuarenta y les intenten hacer ver sus sangrientos errores, y así poder decir y gritar a los cuatro vientos "veis, no quieren arrepentirse, no quieren pedir perdón".
Y justificar así seguir aplicando una política penitenciaria injusta por el simple hecho de que no se le exige lo mismo a cualquier otro asesino que haya segado una vida de raíz por cualquier otro motivo en España, parcialmente ilegal y que ahora ya es hasta innecesaria.
Sólo tienen que aplicar la ley tal y como era antes de que se manipulara para luchar contra ETA simplemente porque ya no hay ETA contra la que luchar. Muerta la finalidad de la excepción, el estado se excepción se anula. No hace falta arrepentimiento ni perdón. No hace falta escenografía mística ninguna.
Pero es de temer que eso no les serviría para tener contentas a las acciones de víctimas que miran más hacia el interior de sus corazones rotos en busca de una paz que ni siquiera encontrarán en la venganza -si es que la consiguen- que al exterior de la sociedad vasca que tiene problemas mucho más graves y acuciantes que sus vindicaciones históricas.
Así no volverán a recibir críticas de una asociación de víctimas diciendo que estas conversaciones, tal y como las concibió el gobierno anterior "buscan el empate técnico entre el terrorista y la víctima", criticas que ignoran el hecho de que no se trata de hacer que venza uno u otro. De que eso ya ha ocurrido.
Ya han vencido aquellos que no querían ver la sangre manar por las calles de Sestao, Durango, Hernani o Bilbao. Ya ha vencido Euskadi.
Y tampoco tendrán que soportar que la AVT, anclada en el victimismo eterno hasta el punto de exigir un estatuto especial a las víctimas de ETA diciendo que "no se puede tener piedad alguna con los etarras porque ellos no la han tenido", ignorando un razonamiento que es tan obvio como necesario. Claro que los asesinos furiosos del tiro en la nuca no tenían piedad. Pero ellos eran terroristas, nosotros no.
Claro que ellos nunca hubieran respondido a una súplica o a una petición de que perdonaran una vida, pero ellos eran asesinos sangrientos que solamente pensaban en imponer su ideología, nosotros no.
Claro que muchos de ellos nunca se arrepentirán de lo que han hecho y nunca verán en sus conciencias la mancha de sangre que sus actos han dejado. Pero son y serán unos locos fanáticos. Nosotros, no, ¿verdad?

sábado, mayo 05, 2012

Rajoy se disfraza de grupi al mirar hacia Euskadi sin bajarse del burro.


Los hay que no se bajan del burro ni aunque les empujen y el pollino en cuestión les cocee allá donde más duele. Y sé que en cuanto diga esto los habrá que me dirán que los de antes tampoco se bajaron de su burro y será completamente cierto. Pero que otros sean incapaces de hacer las cosas como está mandado no nos capacita para escudar nuestros errores en los cometidos por otros.
Y el gobierno que dirige Mariano Rajoy ha decidido caer en el error de no bajarse del burro. Ya lo hicieron otros, es cierto, pero ellos lo han llevado a su máxima expresión.
Lo hacen con la economía, que amenaza con ahogarnos y dejarnos a todos sin ingresos ni forma de tenerlos, con tal de cuadrar unas cuentas que ya todos les dicen que no va a solucionar nada cuadrar de esa manera y ahora lo hacen con otra situación, con otro frente de su batalla personal por tener razón y demostrarlo. Algo llamado ETA, algo llamado el futuro de Euskadi.
Como todo moribundo, los mercenarios de su propia locura ideológica tienen un atisbo de lucidez, despiertan por un instante -acuciados seguramente por su derrota y su muerte inminente- de sus sueños de gloria y victoria y ofrecen el desarme a cambio de diálogo. Y ponen sobre la mesa sus armas desmontadas a cambio de que se hable de los presos.
Y el gobierno, nuestro gobierno, el que debería buscar las formas de acabar para siempre con la amenaza, la sombra inexistente o incluso el recuerdo de lo que quiso hacer ETA con Euskadi, tuerce el gesto, alza la barbilla y responde "este gobierno no dialogará nunca con terroristas".
Ignora que el dialogo es necesario, omite que no puede haber desarme -ni siquiera rendición. sin diálogo, aparca la necesidad de empezar con la paz y terminar con la venganza. Y aparcar la victoria.
Pero eso no es lo que quiere el Gobierno de Rajoy. Las gentes de Moncloa quieren la victoria y en eso siguen porque no saben bajarse del burro de lo que desean, lo que quieren y lo que imaginan.
Cuando se necesita de ellos una solución de gobierno que piense en los demás, en este caso en Euskadi, más allá de sus orgullos, sus dignidades e incluso de sus convicciones ideológicas, ellos se vuelven grupis que creen que lo único que cuenta es estar donde quieren, hacer lo que quieren hacer y vivir al día como si no hubiera mañana.
Pero hay un mañana. Podemos fingir todo lo que queramos que el futuro no existe pero eso no hace que el sol nos salga mañana. Y el futuro de Euskadi está llamando con los nudillos desollados a las puertas del gobierno de Mariano Rajoy.
Da igual quien les empuje, da igual quien pretenda arrancarles del lomo de su rucio que les levanta lo suficientemente del pavimento como para que las piernas les cuelguen ridículamente a dos palmos del suelo que es la realidad y que ellos no tocan por dos centímetros escasos.
La comisión internacional de verificación -formada por indios, pakistaníes, ingleses, belgas, irlandeses-, experta en la resolución de conflictos se ofrece a verificar el desarme de ETA y Soraya, la superministra que lo es por exceso, contesta que no les "hace falta una comisión internacional para verificar el desarme de ETA".
Les hizo falta a los dos de los mejores servicios secretos del mundo -El Mossad y el MI5- en Irlanda y Palestina, pero a nosotros no.
No es que no lo necesitemos, es que no queremos usarlo porque si ETA se desarma ya no tendrán su imagen gloriosa de César desfilando con los laureles en la cabeza y la cuerda de enemigos encadenados tras su cuadriga. Ya no podrán hacer lo que quieren. Tendrán que limitarse a hacer lo que hay que hacer, lo que se debe hacer.
Y les empuja el gobierno vasco del que son socios, y les empuja el PNV que es el partido más votado en Euskadi desde el principio de los tiempos autonómicos, y les empuja la izquierda abertzale democrática -¡qué bien sienta por fin poder construir ese sintagma- pero ellos siguen agarrados al cuello del asno que les lleva con sus orejeras y su visión de túnel tras la imposible zanahoria de la victoria como sustitutivo de la paz.
Quieren su victoria ahora y por eso fingen que no existe el futuro y que sus actos, sus elusiones y sus enroques impenitentes no afectarán a ese futuro.
Viven al día como cualquier grupi que prefiere sobrevivir que arriesgarse a vivir. Porque vivir significa reconocer que va a haber un futuro y pensar en él como algo que es nuestra responsabilidad tener que construir.
Y aunque hasta los que siempre les han apoyado intenten arrancarles de golpe del lomo de su torpe montura intenten convencerles ellos no ceden. La iglesia vasca les dice que es necesario el diálogo para crear una Euskadi sin vencedores ni vencidos pero ellos siguen aferrados al silencio y a la victoria. Hasta los líderes vascos de su propio partido en Guipúzcoa se lo dicen con tino y con tiento pero ellos no hacen caso.
Como cualquier grupi de viernes por la noche y constantes actualizaciones de estados de ánimo en Facebook, prefieren prestar oídos -o en este caso orejas- a los que les dicen lo que quieren oír. A aquellos que les refuerzan hablando de traición, de victoria, de mano dura. A aquellos que, pasándoles la mano por el lomo les dicen: "tú tienes razón, tienes que hacer lo que quieras, lo que te pida el cuerpo, lo importante eres tú".
Y así, como ya han hecho con la economía, inmolando el futuro de nuestras perspectivas a sus decisiones y querencias de hoy, intentan ignorar el futuro de Euskadi por mor de lo que quieren hacer, del presente que quieren vivir, de disfrutar del momento que han imaginado en su presente.
Ellos quieren hoy la victoria, quieren estar con aquellos que buscan la venganza más que la paz, quieren hacer lo que les pide el cuerpo hacer, que es acabar para siempre no con ETA, sino con el nacionalismo abertzale y si se tercia con el nacionalismo vasco en general. Y afirman que tienen derecho a hacerlo porque, claro, no se sabe que ocurrirá mañana.
Lo mismo ETA vuelve, lo mismo el PNV se hace violento, lo mismo los abertzales toman Yodio por las armas y se hacen fuerte en ella. Tiran de futuros cuánticos imposibles porque son incapaces de reconocer que su forma de vivir el presente no es la más adecuada, no es la que necesitan, ni ellos como gobierno ni Euskadi y España como gobernados. Aunque a ellos les guste y les venga bien.
Alguien me dijo alguna vez algo parecido a esto: "lo que me guía en mi vida es estar donde quiero, con quien quiero, hablar con quién me apetece y disfrutar del instante porque no se sabe lo que ocurrirá mañana".
Y esa forma de pensar es la que aplica el gobierno de Rajoy a rajatabla en todo y con todo, incluida con ETA.
Como doctrina personal es incuestionable el derecho a elegir esa forma de conformarse con los restos causales y casuales que te ofrece la supervivencia diaria en todos los aspectos en lugar de arriesgarse al esfuerzo de un proyecto vital que pueda conducirte a la felicidad. Puedes elegir colocarte al margen de los demás y sus necesidades,  utilizarlos según te es conveniente y alejarte de toda responsabilidad sobre lo que ha de venir, como si el futuro no se construyera con los actos presentes. Pero ese aforismo grupi de segunda generación es insostenible cuando se trata de un gobierno.
Cuando eres individuo te arriesgas tu futuro y entristeces el presente tan sólo de unos pocos y veces ni siquiera eso. Pero si eres un gobierno, hacerte grupi arriesga el futuro de demasiados. Quizás el futuro de todos.
No se puede fingir que no existe el futuro de Euskadi para poder estar en donde quiero, estar con quien quiero, hablar –o no hablar- con quien me apetece y buscar disfrutar de mi momento de victoria a despecho de las necesidades de todos los demás.
Se puede ser grupi y se puede ser el Gobierno de España. Pero no se pueden ser las dos cosas a la vez.
Y menos con ETA y con Euskadi.

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