No existe ningún síntoma mayor del horror de la violencia, del doloroso desgarrón que provoca en las vidas y los corazones de quienes la padecen, que el hecho de que persista en sus mentes, en sus sueños, en sus recuerdos, hasta el punto de mantenerla viva.
Cuando las mentes humanas se ven sometidas a esa involuntaria emulación y ese retorno constante a la violencia sufrida o ejercida se llama estrés postraumático.
Y eso es lo que parece sufrir nuestro gobierno, ese que habita en La Moncloa gracias a los votos que nosotros pusimos en las urnas.
La guerra ha terminado y ellos, como un viejo marine subido a una azotea en Los Ángeles y sonado por el zumbido de las bombas que sus propios aviones arrojaron sobre él, disparan a diestro y siniestro esperando acertar a un enemigo que ya no existe, que ha muerto. Esperando alcanzar a ETA.
Y claro, las gentes del norte, esas que han vivido durante cuatro décadas largas la locura furiosa del tiro en la nuca y la bomba lapa, los contemplan con sorpresa, con hastío, incluso con la conmiseración de aquellos que saben que nunca abandonarán la guerra porque en su mente está ya no terminará jamas.
Hay que tener un problema psicológico de proporciones mayúsculas para exigir la prohibición de una manifestación en la que se desfila tras una pancarta en la que, por primera vez casi en media centuria, la izquierda abertzale ha escrito las palabras Paz y Acuerdo.
Hay que tener la mirada nublada, demasiado fija en la victoria y la vindicación, para insistir, después de que un juez ya se ha negado a la suspensión, hasta lograr que otro la prohíba. Sobre todo cuando esa prohibición supone negar a 110.000 personas que pidan algo que el Estado de Derecho está obligado a dar, que Estrasburgo le ha recordado al Estado Español que tiene que asegurar y que la mera lógica formal y material impone que tiene que garantizarse.
Pero el Partido Popular, cabalgando a lomos de su cada vez más desbocado Tea Party interno, sigue escuchando los gritos de la violencia y la sangre y se niega a escuchar los sonidos de la paz. No quiere abandonar el campo de batalla.
No hay otra explicación plausible a que siga llamando presos a gentes que ya no lo son, que están fuera de la cárcel porque ya han cumplido sus condenas legales.
Dejen que lo repita, porque ya han cumplido sus condenas legales.
A que se refiera a ellos como ex presos, cuando de todos es sabido que bordea la ilegalidad hacer mención expresa de los antecedentes penales de una persona que ya ha saldado su cuenta con la justicia.
No existe una argumentación comprensible que no sea ese estrés postraumatico para justificar que se haga una redada para detener a la mujer que presuntamente impedía a los presos de ETA aceptar la legalidad y, en palabras simples, rendirse a la evidencia de que su locura no conduce a ninguna parte, justo un día después de que esos presos hayan aceptado la ley, el sistema penitenciario y escenificado su derrota con esa mujer, Arantza Zulueta, respaldándoles en los flancos.
Nada salvo la necesidad enfermiza y psicótica de permanecer en un escenario de violencia puede explicar que el presidente de un gobierno democrático pueda plantearse hacer una ley para que los presos -que ya no son presos- de ETA -que ya no es ETA- no puedan ser candidatos electorales.
Porque solo en un escenario de excepción, en ese escenario que el Partido Popular no quiera abandonar, se puede siquiera concebir que alguien que ya es legalmente libre, que ya ha recuperado su condición de ciudadano pleno, no pueda ser elegible como cargo público.
ETA, esa organización que estuvo a punto de arrasar Euskadi con su locura independentista mesiánica y violenta -locura por mesiánica y violenta, no por independentista- estaría orgullosa de esa norma, de ese sesgo fascista y totalitario del Estado. Pero ETA era una banda terrorista no un Estado y un gobierno democrático.
Así que parece que el Partido Popular padece un cierto síndrome de estrés postraumático que le obliga a desear que los presos sean siempre presos aunque las leyes internacionales les obliguen a ponerlos en libertad tras cumplir sus condenas, que ETA no muera ni desaparezca aunque sus integrantes lo digan, lo repitan y lo escenifiquen mil veces y que el Estado de Excepción y Sitio no se levante nunca aunque ya no exista excepción ni sitio alguno en Euskadi.
Solo una locura de magnas proporciones puede evitarte ver que si te enfrentas y quieres prohibir una manifestación que pide la paz estás reclamando que continúe la guerra; que si detienes a quien ya no se opone a la legalidad está alentando a los que quedan fuera a que se vuelvan atrás a su decisión; que si le niegas la democracia a aquellos que ya han cumplido con la justicia les estas arrojando de nuevo en los brazos armados -siempre armados- de la ilegalidad.
Y ni la dignidad de las víctimas -muchas de las cuales hubieran escupido sin dudarlo sobre estas medidas del PP-, ni la necesidad compulsiva de victoria, ni el ansia paranoica de abatir enemigos pueden justificar que se mantenga el frente y se siga disparando a discreción cuando la guerra ha terminado.
Así que el Partido Popular tiene que padecer el síndrome de estrés postraumático.
Los psicólogos recomiendan que cuando se caiga en esa sensación de volver a la violencia, a la necesidad de ella para identificarte, te aferres a recuerdos anteriores, a recuerdos felices previos a ese momento.
Y funciona. Yo miraba fotos mías con mi primera novia y terminaba soñando con ella.
A lo mejor el Partido Popular lo intenta pero resulta que su primera novia en Euskadi era ETA.
Porque nadie le ha dado más réditos electorales en tierras vascas y fuera de ellas que la locura violenta y sangrienta de la banda terrorista, porque lo poco que son en Euskadi lo lograron gracias a aglutinar españolismo y democracia amparados en que ETA pretendía fusionar independentismo e imposición violenta.
No vaya a ser que cuando el Partido Popular rebusca en sus fotos antiguas encuentra que sus mejores momentos electorales están vinculados a atentados "supuestamente" fallidos contra sus líderes, a senadores pidiendo en voz alta en los pasillos un atentado de ETA para volcar las encuestas, a ministros del Interior intentando colar con calzador versiones increíbles de atentados trágicos y sangrientos para vincular a ETA con los mismos.
Quizás es que el españolismo patrio, militante y agresivo que mora en los más profundos recovecos de Génova, 13 no puede sobrevivir sin el que siempre ha sido su simbionte, sin el terrorismo de ETA, y se niega a adaptarse a los tiempos como él y desaparecer.
A lo peor es que su primera novia no fue como la mía, -dulce, fuerte y que me quería-, no fue la democracia. Fue la victoria, militar o electoral, para poder imponer su formas y maneras de ver el mundo y por eso la terapia no la funciona.
A lo peor es que están dispuestos a sacrificar Euskadi a cambio de votos en el resto de España.
Porque eso ya no es estrés postraumático. Es simple totalitarismo y precisa otro tipo de cura.
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