Los maestros de lo opaco precisan del silencio, de que no se hable de ellos para poder tejer sus manejos, sus trueques insanos y sus negocios bastardos.
Y si hay alguien que puede adquirir esa tintura de maestro en lo opaco en esta triste danza de beneficios ocultos e intereses bastardos que está tejiendo el gobierno del Partido Popular que nos echamos a las espaldas en las últimas elecciones es el eterno delfín gallego Alberto Núñez Feijoo.
Mientras Javier Fernández Lasquetty y con él Ignacio González y con ambos la falsamente retirada Esperanza Aguirre se enfrentan a una guerra abierta en la que tienen que pelear por cada pliego de condiciones en una docena de juzgados, por cada servicio en cada calle, cada plaza y cada puerta de hospital, el presidente gallego tira de sonrisa torcida y parsimonia y tira para adelante.
Mientras su homónimo valenciano se las tiene tiesas con los profesionales sanitarios que le airean las vergüenzas y ruinas de sus privatizaciones y tiene hasta que dar marcha atrás en algunas de ellas por presión popular u orden judicial, Núñez Feijoo avanza sin prisa pero sin pausa pasando casi inadvertido.
Al tiempo que hasta la ínclita ministra Ana Mato tiene que retirar copagos, controlar las riendas del caballo desbocado que es esa falsa austeridad sanitaria que disfraza la avaricia de aquellos que sostienen a la corte genovesa que habita Moncloa, el jefe de la Xunta prosigue sin sobresaltos.
Y así, como quien en la cosa nada tiene que perder, resulta ser quien más ha vendido la sanidad pública de su comunidad, de sus ciudadanos.
Desde la construcción del hospitales como el de Vigo a las ampliaciones de los complejos hospitalarios como Ourense ySalnés; de la gestión de la central telefónica de llamadas de cita previa a la gestión de los helicópteros de emergencias del 112; de la alta tecnología diagnóstica y terapéutica hasta el mantenimiento, el mantenimiento de los equipos.
Y la plataforma logística de medicamentos, el archivo de historias clínicas, la atención de los accidentados leves de tráfico, las telecomunicaciones y finalmente, por ahora, los trabajos de esterilización clínica.
Todo un récord.
Toda una larga lista que suma cientos y cientos de millones de euros pagados a empresas privadas para hacer un trabajo que ya hacía y que no solamente no ha mejorado sino que ha empeorado en muchos casos. Colapsos en la cita previa, descenso de las horas de disponibilidad de los helicópteros de emergencias, paralizaciones de obras por falta de capital. Y así una cadencia casi constante de problemas, irregularidades y deficiencias.
Pero Núñez Feijoo sigue sonriendo a quien quiera mirarle y diciendo que no privatizará Sanidade, que la sanidad pública gallega siempre será pública.
Ha decidido dejar en paz -al menos de momento- a los "bata blanca", como los llama Sanidade. Es decir a los profesionales sanitarios. Y lo hace en la esperanza de que eso le permita seguir pasando inadvertido. Porque no es lo mismo que te proteste un limpiador que que lo haga un cirujano; porque no tiene igual repercusión que se colapse un sistema de citas que ver de repente como se paran las consultas y las curas por una huelga hospitalaria en toda regla. Porque en su visión elitista del mundo y la política cree que los profesionales sanitarios se quedarán quietos si no se les toca a ellos, aunque se arranquen los derechos a todos los demás.
Y por si esto fuera poco pretende hacer a los facultativos cómplices de su propia destrucción, de su propia privatización, creando o intentando crear las unidades de gestión clínica en las que cree que, por introducir a un médico, los demás callarán con respecto a sus decisiones que, controladas como estarán por las empresas concesionarias, solamente buscaran el beneficio y la rentabilidad.
Así el goteo de fondos públicos que van a lo privado continúa imparable, se aumenta, se duplica. Pero Nuñez Feijoo sigue adelante.
No le importan los 160 millones de euros gastados en la privatización de la esterilización hospitalaria ni los 42 millones de la ampliación del complejo hospitalario, ni los 10 millones de la ampliación del hospital del Salnés. Ni siquiera 1.400 millones que se darán a las concesionarias por el mantenimiento del hospital de Vigo -o el de Lugo, si es que consiguen terminarlo algún día-.
Y por supuesto no le importa lo más mínimo que su propio Consello de Contas le haya reprobado como funcionan los servicios ya privatizados que aumentan los costes un 100% con respecto a lo que gastaban cuando eran gestionados directamente por la Administración.
En realidad nada de lo que ocurre en Galicia le importa a Núñez Feijoo porque hace tiempo que dejó de mirar a Galicia.
El barón gallego solamente mira en una dirección. Otea por encima del desgaste de Mariano Rajoy en el gobierno, por encima de los varapalos que en la sombra recibe Esperanza Aguirre y sus políticas presentes y pasadas, por encima de la defenestración de la sucursal valenciana del Partido Popular por la corrupción y la mala gestión. Mira más allá de todo eso y allende las fronteras de su gobierno
Y ve Madrid. Génova y Madrid. Moncloa y Madrid.
Y aterrizará en la capital, se sentará con esa sonrisa suya, siempre alejada del rictus crispado y desdeñoso que aqueja eternamente a sus camaradas de partido, y dirá: "Veis, mi sigilo consiguió l oque no pudo conseguir la soberbia y el "por mis santas gónadas" de González y Aguirre, ni la corrupción de Fabra, ni el nepotismo oneroso y evidente de Cospedal, y he vendido la sanidad gallega y nadie se ha dado ni cuenta.
Y si para ello tiene que vender por lo bajo, sin ruido y con menos beneficios personales, hasta los datos sanitarios de los gallegos a una empresa de capital riesgo extranjera -algo que bordea lo legal tanto como pasearse en barco con narcos costeros-, pues lo hará.
Eso sí, lo hará en silencio si le dejan. Que así el capital será todo para él, sus socios y amigos y el riesgo todo para los gallegos. Si los gallegos le dejan.
Y harían bien en no dejarle porque si se le deja en Galicia luego tendremos que pararle en el resto de España.
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