Hay ocasiones en que eso que creemos que hace fuertes, que nos permite sobrevivir, se transforma en el germen de nuestra propia destrucción, en el elemento clave que explica nuestra caída y nuestra decadencia como sociedad.
Solamente en Catalunya, 9.000 personas han muerto en espera de recibir las ayudas de dependencia, el Ayuntamiento de Jaén, gobernado por el Partido Popular, ha decidido dejar de prestar la asistencia domiciliaria a los dependientes, el Consell valenciano mira a otro lado cuando cuando los dependientes, los que no pueden valerse por sí mismos, les reclaman las ayudas que necesitan para su supervivencia, todo el mapa español está jalonado de centros de día cerrados, hospitales mentales clausurados, programas de asistencia cancelados...
Ser dependiente en España, no poder valerte por ti mismo comienza a ser sinónimo de estar solo, de ser una carga intolerable para aquellos que ahora además ven sus vidas golpeadas por la falsa crisis creada en los mercados financieros y pagada por las sociedades.
Comienza a ser sinónimo de merecer la muerte.
Y puede que ese gobierno que pusimos en Moncloa con nuestros votos en la vana esperanza de que hiciera lo que prometió, que es justo lo contrario de lo que está haciendo, acuchille por la espalda la Ley de Dependencia simplemente porque no le salen las cuentas, puede que lo haga por la insensibilidad propia de aquellos que ven la sociedad reflejada en balances de déficit y curvas ascendentes o descendentes en los gráficos macroeconómicos.
Pero en realidad sabemos que no es por eso. En realidad sabemos que nuestro gobierno hace lo mismo que nosotros. Pero lo hace contra nosotros.
Durante siglos, a lo largo de varias generaciones, hemos repetido como un mantra, como una letanía incuestionable, el recurso a la fortaleza como herramienta de supervivencia, como argumento para elaborar nuestras vidas.
Hemos cogido por los pelos el darwinismo que se formuló para la ecología y lo hemos encastrado a la fuerza en nuestras sociedades. Primando la fortaleza sobre cualquier otro elemento de construcción personal, haciendo de nuestra dureza el arma y el escudo que nos permitiera protegernos de los demás, que nos aislara de ellos, que, como siempre, nos capacitara para eludir nuestras responsabilidades, esas que no hemos elegido pero que tenemos por el simple hecho de ser seres humanos.
Desde los libros de autoayuda hasta las sagas cinematográficas más frikies, desde las luchas más solidarias hasta las elusiones más egoístas, han tirado de la fortaleza -eufemismo alargado de la fuerza, que siempre suena peor- como recurso para la construcción del individuo frente al mundo y sobre todo frente al resto de los individuos.
Y así, nos dejamos engañar por las revistas y los gurús y confundimos necesidad de amor con dependencia enfermiza, necesidad de ayuda con debilidad. Si alguien necesita apoyo le tiramos desde lejos una palmada en la espalda y un bote de Lexatín, le regalamos el libro de Paulo Cohelo que tanto nos ayudó en su momento y seguimos a lo nuestro; si alguien precisa que le demostremos nuestro amor, aunque lo sintamos, huimos de él o ella como de la peste no vaya a ser que se "cuelgue" de nosotros y ya no sea un polvo divertido de fin de semana sino un compromiso que exija alguna que otra vez de nuestro esfuerzo.
Hemos tratado la debilidad ajena, la necesidad de ayuda de los otros como si se tratara de un insulto personal, como si atentara contra nuestro inalienable derecho a la fortaleza egoísta, a no preocuparnos de los demás, de ser y estar solos, encerrados en el mundo de nuestros propios deseos y necesidades.
De tanto perseguir en todos los ámbitos de nuestra existencia una independencia que solo debería referirse a lo económico hemos olvidado el concepto que nos hace verdaderamente sociales y por tanto humanos, la interdependencia. Equilibrada, pero interdependencia.
Aunque luego acalláramos los leves susurros de nuestras conciencias maltrechas con la defensa de las ballenas, del bosque amazónico o la recolección estacional de gatos callejeros mientras nos apartábamos de la lepra que para nuestra tranquilidad y nuestros "chakras" suponía la existencia de personas que social o afectivamente dependían de nosotros.
Y, como siempre, llega el día en el que los conceptos mal usados, mal entendidos y mal desarrollados se vuelven contra nosotros.
Nuestro Gobierno ha cogido esa mítica fortaleza que construimos de mala manera y la ha arrojado contra nosotros, contra nuestra sociedad, dejando en la calle, sin ayuda, a todos aquellos que son dependientes, que le necesitan para vivir dignamente, que precisan de él para seguir participando en la sociedad.
Se aparta de ellos porque no están en condiciones de darle nada, de devolverle nada. Porque los débiles no interesan como aliados, como socios, como amantes. Porque su fortaleza no le permite que esas personas dependientes sean para él una carga que le impida lograr sus objetivos.
Los deja en la estacada porque es como nosotros.
Se demora en la tramitación de las ayudas, los deja morir sin concederles las prestaciones, los encierra en sus casas de las que no pueden salir para no tener que verlos y que no le recuerden que precisan de él para su vida, los borra de las listas para poder fingir que ya no existen, para que nadie le reclame dinero, tiempo o atención que quiere dedicar a otras cosas que solo le benefician a el y a los fuertes que ha elegido como amigos porque pueden pagarle bien por esa amistad.
Y si eso nos indigna -que debería- recordemos que atender a esas personas no es solamente una obligación del Gobierno, no es solamente algo que tenga que hacer el Estado, lo es también nuestra.
No es una opción, no es una elección, no es ni siquiera un compromiso solidario. Es aunque, no nos guste que nadie nos recuerde que tenemos de eso, una obligación como seres humanos.
Cada una de esas muertes sin asistencia, cada una de esas personas aisladas y arrojadas a la indignidad es, en parte, culpa nuestra. Es culpa de lo que construimos arrebatados por la visión de nuestros propios ombligos.
Porque la fortaleza del individuo estaba para eso, se inventó para eso. No para parapetarnos en los bastiones de nuestros miedos y egoísmos sino para pelear por aquellos que no podían hacerlo pos sí mismos. Y nosotros lo ignoramos.
Claro, que siempre podemos ser fuertes, egoístamente fuertes, no asumir ese deber y decidir no ser seres humanos. Este, todavía, es un país libre.
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