Últimamente, el contacto con gentes que saben de ello me ha hecho recuperar el gusto por dar valor de la imagen fija, de la instantánea -de la fotografía, vamos- como elemento comunicativo, como forma de percibir una realidad. Así que empezaré directamente con esto.
Uno de los elementos básicos de la demagogia es repetir una y otra vez un argumento falaz hasta conseguir que cale en los que escuchan.
Y no hay mayor demagogo entre la corte genovesa que reside en Moncloa que José Ignacio Wert, que vive pegado a dos mantras que intenta inculcarnos a fuego.
El primero es el de la cultura del esfuerzo. Ese que pretende decir que los recortes no son tales, sino que convierten las ayudas, los apoyos en recompensas para los que se esfuerzan.
El otro lo comparte con todo el resto de sus colegas de gobierno: es el de que la entrada de la iniciativa privada en todos los sectores, incluido por supuesto el de la Educación, es buena porque fomenta la competencia y con ello mejora el servicio a los ciudadanos.
Igual que la procelosa y viajera Ana Mato en Sanidad, Wert se ha llenado la boca con ese argumento hasta el hartazgo -el nuestro, no el suyo, que él nunca parece cansarse de escucharse-. Pues bien, esta fotografía desmiente su argumentación, su retorica repetitiva, su demagogia.
No es que sea una obra de arte y de encuadre, no es que se trate de una pieza impactante que nos remueva el alma con solo mirarla o uno de esos increíbles momentos que Magnun nos entrega congelados en el tiempo: es simplemente el reflejo de lo que la competencia, la iniciativa privada hace cuando se enseñorea de la Educación.
Esto, lo que muestra la imagen, es lo que una contrata privada da de comer a los niños en un colegio público aragonés. Bueno, no solamente en uno, que esa empresa ha recibido la adjudicación de al menos media docena de centros educativos públicos en tierras mañas.
Esto es lo que hace dejar en manos privadas los comedores de los centros públicos, esto es lo que hace adjudicar estas contratas a dedo -saltándose esos principios que dicen tan sacrosantos de la competencia-. Esto es lo que hace dejar que se anteponga el negocio al servicio público.
Los niños a los que se les sirve este opíparo menú formado por nueve dados de patata de un centímetro de lado flotando en un caldo decorado con motas rojas que podrían ser pimiento o zanahoria tienen seis años y todos los que hemos visto comer a nuestros hijos a todas las edades sabemos que es absolutamente insuficiente.
La empresa, que completa la pantagruélica comida con un trozo deshilachado de algo que podría ser pollo o pavo o todo lo contrario, cobra, ni más ni menos, que siete euros por el menú.
Pero Wert mantiene que la competencia, que la iniciativa privada mejora el servicio.
Puede que a algunos no les importe las condiciones laborales de los que sirven el comedor a sus hijos en los colegios, puede que no les interese si la empresa concesionaria del mismo les mantiene en condiciones de semi servidumbre por sueldos miserables.
Pero la iniciativa privada funciona con un solo objetivo: el beneficio. Y cuando ya no pueden recortar más de sueldos, ni de gastos laborales y siguen queriendo mantener sus márgenes porque, por otro lado, el mismo Gobierno que habla de competencia y de libre mercado, les paga tarde, menos y mal por el mismo servicio, empiezan a hacer esto.
A recortar sustancia a las comidas, cantidades a los menús, posibilidades de crecimiento a los niños. A arriesgar la alimentación y la salud de aquellos a los que supuestamente sirven para mantener las ganancias de aquellos a los que realmente benefician.
Si eso lo hacen en algo tan evidente como las comidas escolares, que no harán en asuntos más sutiles como la preparación, la educación del pensamiento o la construcción del propio futuro.
Nada de eso les importará si les hace perder un solo euro en su cuenta de resultados.
Y todo ello mientras el Gobierno Aragonés destina una partida de 100.000 euros anuales a sufragar las comidas de dos platos de gourmet, vino y postre que los parlamentarios autonómicos se meten todos los días entre pecho y espalda al módico precio de tres euros.
Por desgracia para los demagogos, una fotografía tiene eso. Habla por si misma mucho más que sus falsos argumentos.
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