Hay una frase de esa mítica película francesa de Truffaut llamada los cuatrocientos golpes que describe como nos están dejando la sanidad pública los políticos artífices de su rápido desmoronamiento:
"Ya me quedan calcetines alrededor de los agujeros".
En efecto, cada vez nos dejan menos, cada vez nuestra sanidad es más parecida a los calcetines del huérfano de hospicio protagonista de la película gala: cada vez nos va quedando menos sanidad en el centro de tanto recorte.
Y la frase sería una boutade si fuera algo divertido, sería una queja si fuera algo intrascendente o sería una protesta si fuera algo político o ideológico. Pero no es ninguna de esas tres cosas.
Es una tragedia y por eso no es divertido, es una irresponsabilidad y por eso no es intrascendente. Es un homicidio en masa y por eso no tiene nada que ver con la política o la ideología.
Si los calcetines de Truffaut tenían sus 400 golpes, la sanidad publica española ya tiene sus 800 golpes. Y cada golpe es un muerto.
Porque 800 personas han muerto el pasado año por culpa de fallos sanitarios y clínicos, 106 más que el año anterior. Y muchos de esos fallos están ocasionados por los recortes en la sanidad pública, por decisiones de políticos tomadas por ese ansía de ganar dinero con un servicio público, de ahorrar con una fingida austeridad que en realidad tan solo oculta el deseo de beneficiar a empresas privadas de amigos y aliados.
No una, no dos ni una docena.
Ochocientas personas han muerto porque nuestro gobierno está jugando al Monopoly con la sanidad pública.
Desde Mato a Lasquetty, desde Echaniz hasta Llombart, desde Boi Ruiz a Mosquera, todos tienen sus manos, ávidas de dinero, de prebendas y de otras muchas cosas, manchadas con la sangre de todos esos muertos. Por mucho que pretendan excusarse, por mucho que pretendan trasladarnos el mensaje de la "gestión privada optimizada", 800 muertos hablan mas alto que ellos.
De modo que la próxima vez que la santa toledana Cospedal hable de gestión de ambulancias, que nos mire a la cara y vea cada uno de los rostros de los 77 muertos porque una ambulancia no llegó a tiempo. Porque tardó más de una hora porque ella o cualquiera como ella había recortado sus dotaciones, había privatizado la gestión de las llamadas de emergencia al 112, había cerrado urgencias rurales cercanas o había concedido a una empresa la gestión privada y esta había metido la tijera en medios, turnos y salarios para embolsarse más dinero.
La próxima vez que Lasquetty o Feijoo se vanaglorien de no tocar a los "batas blancas" y limitarse a "optimizar servicios no esenciales" como la lavandería hospitalaria o los servicios de limpieza no protestemos, no nos manifestemos. Limitémonos a entregarles un álbum de esquelas mortuorias con las 66 necrológicas de los pacientes hospitalarios que murieron en el sitio al que habían ido a ser curados porque los turnos reducidos de limpieza, la "externalización" de la esterilización del instrumental, la conversión en semi siervos de los trabajadores de limpieza o de lavandería hicieron que se dieran las condiciones óptimas para que contrajeran una infección hospitalaria que acabó con sus vidas.
Y así con todo. Cada vez que echan cuentas para privatizar un servicio, cada vez que decidan que una empresa privada tiene que hacerse cargo de algo que no tiene precio y que no puede devolverse como es la vida, recordémosles que están matando gente.
Cuando Nuñez Feijó y su consejera de Sanidad, la procelosa Rocio Mosquera, se dediquen a jugar al Risk con el mapa sanitario gallego y los helicópteros de emergencia, hablémosles de los muertos durante el traslado a un centro hospitalario demasiado lejano; Cuando Fabra y su ejecutor sanitario Llobart nos hablen de dotaciones a clínicas privadas o desvío de pacientes coreemos los nombres de aquellos que murieron porque llegaron a un quirófano público tarde y condiciones extremas porque las clínicas privadas a las que les derivaron no tenían los medios ni las ganas de atenderles.
En cuanto el ínclito González y el soberbio Lasquetty nos entonen la canción la canción de la bondad absoluta de la gestión privada de los hospitales, respondámosles con la infinita letanía de los que ha muerto en lista de espera para una operación quirúrgica y de los 650.000 que aún esperan para ella, cien mil más en un solo año. Y recitémosela durante los cien días de media que están esperando.
Y si todos los consejeros y consejeras, los presidentes autonómicos y las ministras no tienen suficiente con la lista de 106 muertos más por negligencias médicas en 2013, llevemos en santa procesión y rogativa a los 149 niños nacidos con discapacidad por partos llevados en condiciones extremas por falta de personal y con el casi centenar de personas que se han quedado con alguna discapacidad después de una operación quirúrgica.
Un cirujano que llevaba mi mismo apellido decía que los errores de diagnóstico se cubren con medicación, que los errores de medicación se cubren con cirugía y los de cirugía se cubren con tierra. Errores médicos ha habido y habrá siempre porque los profesionales son humanos y pueden fallar -y, aunque no queramos verlo, por cada fallo, por cada error, hay miles de aciertos-, pero lo que no podemos consentir es que a esos muertos se sumen los cadáveres de los muertos originados por los egoísmos criminales y las avaricias delictivas de aquellos que quieren hacer caja con nuestras vidas.
Evitar esos es nuestra responsabilidad. Ya que no les escucharon en vida que se vean obligados a oírlos en la muerte. Que sufran los 800 golpes de sus recortes sanitarios.
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