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domingo, octubre 14, 2018

Las cuentas que no fallan o buscar balancear la ecuación para el futuro.

La matemática no falla, no suele hacerlo a menos que quien la use parta de principios erróneos o de paradigmas falsos.
Y me temo que eso es lo que esta pasando con las cuentas del ISIS.
Alguien pensó en su día que cada hombre armado que mataba del falso califato era una baja, un nombre desconocido que borrar de la lista o un número que restar de las cuentas.
Pero no lo era. La historia nos demuestra que nunca, en ningun caso en el que el fanatismo esté de por medio, ha sido así, que nunca lo será. Cada victoria de rebeldes, peshmergas kurdos o cualquiera de las milicias que habíamos mandado a pelear en nuestro nombre sobre el suelo de Siria solo sumaba nombres a la lista de ISIS.
Porque así funciona el fanatismo, porque así se radicaliza a los pueblos. Mata a un combatiente y su hermano o su hijo o su sobrino o su primo considerará injusta la muerte de su pariente y tomará su lugar para vengarla.
Cada bombardeo ruso o francés o británico o estadounidense parecía borrar cientos de combatientes de la faz de la Tierra, pero solo era la superfecie.
Escondidos bajo tierra, disfrazados de civiles supervivientes, autodeportados en pueblos y en aldeas remotas, esperaban, reclutaban, convencían a aquellos que habían perdido mucho o todo en cada bombardeo de quién era el enemigo.
Y ahora parece que los números fallaron porque se antoja que son los mismos números. Y seguramente lo sean. Pero, casi con toda seguridad, cada nombre desconocido, cada identidad ignorada, es diferente.
Así que no nos fallan las cuentas. Lo que falla es la operación que Occidente eligió para intentar calcular el resultado que deseaba de antemano.
Como los anitguos anusiyas de Xerjes, escondidos tras máscaras para parecer inmortales porque nadie notaba el cambio de los rostros, la fanática carne de cañon del falso califato parece la misma tras sus barbas, sus banderas, sus uniformes y sus nombres que a los occidentales nos parecen iguales, los mismos que creíamos que habíamos matado y derrotado.
Pero son diferentes, nuevas cabezas de una hidra a la que han dado alimento nuestras bombas. Son reclutas que nosotros y nuestra guerra hemos reclutado para ellos.
Quizás este fallo en las cuentas le demuestre al Occidente Atlantico por fin lo que ya sabe y se niega a recordar: el fanatismo no se vence con bombas, no se derrota con balas y con guerra.
Se elimina con esperanza, con justicia. Dando a las gentes que esos líderes, falsamente creyentes y solo ávidos de poder, usan como reclutas aquello que no tienen: un futuro, una vida, algo que perder.
Quizás así comprendamos al fin que la guerra contra ISIS y cualquier otro que quiera usar un dios o un fanatismo para obtener poder empieza por despejar de la ecuación a las teocracias absolutistas, los dictadores despóticos y los gobiernos militares que mantenmos en todo el mundo árabe en beneficio de nuestras corporaciones, para garantizar que nos llegue el petroleo, que las rutas del gas estén a salvo para nosotros y el dinero continue llegando a raudales a sus cuentas de resultados y a los dividendos de sus accionistas.
Lo sabemos, los gobiernos lo saben, los militares los saben, las empresas lo saben.
Pero a ver quien es el guapo que le dice al occidental atlántico de a pie que tiene que renunciar a mucho de lo que cree suyo para que los pueblos que son sus verdaderos propietarios puedan progresar y escapar del fanatismo que se ceba con ellos y con su desesperanza.
Me temo que, si esas son las cuentas, no queremos que salgan. No queremos que la ecuación jamás se balancee.

jueves, enero 18, 2018

EXTINCTION AGENDA, La App

Estimado usuario.
Antes de que instales tu nueva App y comiences a disfrutarla, permíte unas reflexiones.


Salarios por debajo del mínimo de subsistencia, contratos que se miden en horas o días, jornadas artificialmente extendidas, entre otras lindezas, ideas y "fórmulas competitivas" que dejan a aquellos que se ganan la vida con un salario bailando cada día una acelerada y desesperada tarantela con la miseria.
Ese es el panorama que se dibuja con trazo firme y sin que nadie cambie la escala cromática para nuestro presente en aras de una recuperación que no llegará y de un crecimiento económico que no nos repercutirá.
Cuando esto se aplica a los que trabajamos, a los que producimos, a los que construimos o a los que servimos (entendido como sector, no como actitud) se precariza el presente. Pero cuando se le aplica a los que investigan, a los que inventan, a los que descubren, se está precarizando el futuro.
Porque si ellos se detienen, si ellos se rinden, si ellos pierden la concentración y se ven obligados a una lucha constante y continua con sus empleadores, con esos gobiernos y Estados que dicen que mantienen la famosa I+D, ellos están parados, pero tú estarás muerto.
Todas las siglas tienden a dan como resultado el efecto de deshumanizar aquello que contienen, de apocopar el tiempo y el espacio hasta hacerlo algo ignoto, indescifrable, carente de contenido más allá de las palabras que representan. Y eso le ha pasado al I+D.
I+D no es Investigación y Desarrollo, no es actividad científica, no es algo que se pueda tener en contratos parciales, con sueldos miserables; no es algo que hace alguien con batas blancas en un laboratorio. Ni siquiera es el futuro, ni siquiera es el progreso.
Esa gente, a los que consideramos frikies o genios, ininteligibles o engreídos, casi mágicos y siempre distantes, son la última jodida línea de defensa contra la extinción.
Si ellos no hubieran trabajado, tú estarías muerto con los pulmones anegados de amianto y CO2, si ellos no hubieran estado ahí, el cáncer se comería vidas a billones y el SIDA habría asolado medio planeta en una década y tú habrías caído ya entre ellos.
Si esas gentes de ciencia no hubieran trabajado, estarías comiendo tanta basura química que habrías mutado ante el espejo, tus hijos habrían nacido con tantas taras que no los reconocerías como humanos, cada vez que encendieras la luz brillarías en verde máquina, cargado de tanta radiación asesina que te comería los órganos por dentro.
¿Exagero? Ni un ápice. ¿Te incomodo? Perdona que no pueda sentirlo. No tengo ganas ni tiempo para hacerlo porque lo que está por llegar es todavía peor.
Si ellos no siguen ahí, el ébola o cualquier otra pequeña bestia autoinmune y viral te matará en diez lustros, el sol te quemará la piel con rayos X o se te caerá irradiada por los gamma cuando el ozono ya no los contenga; te morirás de hambre cuando las tierras, vacías de nutrientes por sobre explotadas y secas por ausencia de agua no den ni una sola cosecha y nadie haya descubierto como evitarlo, cuando el mar se niegue a dar nada comestible y nadie haya aprendido como regenerarlo, cuando la gripe aviar nos mate las granjas y el encefalitis espongiforme nos destruya los ganados.
Y cada segundo que pasa esa gente de bata blanca y lenguaje imposible de entender revisando sus nóminas con su abogado son cientos de posibilidades que tienes de morir más que antes, cada minuto que pasan en un juzgado apartados de sus indescifrables herramientas son más las probabilidades de que entres de un golpe inesperado en la inagotable lista de la extinción humana.
¿Que suena apocalíptico? Lo es. ¿Que parece imposible? No lo creas ni por un solo segundo. La esperanza de que algo no ocurra cuando se está haciendo todo lo posible y lo imposible para eso suceda es tan solo inconsciencia.
¿Qué la iniciativa privada lo compensa? Mentira. Las corporaciones y sus accionistas solo quieren sus beneficios y sus dividendos. Eso dejará de valerles cuando ya sea demasiado tarde, cuando se estén extinguiendo como los más ricos del planeta y ni sus beneficios ni sus dividendos les sirvan para nada.
¿Qué no puedes hacer nada? Te mientes de nuevo y lo sabes con creces. Puedes sacar del juego a quien precariza nuestro futuro precarizando el presente de aquellos que pretenden salvarlo. Puedes meter en el juego a quienes quieren entender esa investigación como un escudo que salva nuestras vidas y no como una molestia innecesaria que tan solo se tiene por imagen y se mantiene en mínimos para poder destinar todo el dinero, el impulso y la atención que precisa a otra cosa.
Sabes que puedes hacerlo. Si no lo haces es sencillamente porque no quieres hacerlo.
Y sobre todo puedes dejar de maravillarte con esta estupenda App confundiendo eso con la ciencia o con la investigación. Puedes dejar de valorar más la i minúscula de la innovación que la I mayúscula de la Investigación.
Esta aplicación que acabas de descargar, con sus incontable horas trabajo, su ingente cantidad de recursos intelectuales y científicos consumidos al servicio de que tú puedas saber el tiempo en Pernambuco, hablar con tu primo en Logroño, conectar con tu ordenador en Sri Lanka o manipular tus fotos para ponerles el rostro de Brad Pitt, no va a salvarte de la muerte y la miseria. Solo conseguirá que el mundo entero contemple como mueres si es que queda energía suficiente para poder hacerla funcionar.
La ciencia, coartada por los que la precarizan, anquilosada por los que la monetarizan e ignorada por quienes lo consentimos, si puede conseguirlo.
Con todo. Gracias por descargar Extinction Agenda. 
¡Que la disfrutes, estimado usuario!

viernes, agosto 18, 2017

Barcelona o descubrir entre lágrimas que hay más de un enemigo

Ayer nos llegó un nuevo capítulo de esa guerra interminable que desde hacía mucho tiempo tan solo veíamos y leíamos de lejos, con los ojos pequeños entrecerrados por el miedo, la ira y la sorpresa.
Y hoy se habla aquí y allá del fin de la frivolidad, de la inocencia perdida, y de una serie de lugares comunes que todo el mundo busca cuando la sangre derramada se vuelve cercana, conocida, casi propia.
Podemos fingir que es así o podemos repetirnos la verdad. Esa frivolidad, ese no tomarnos en serio a quienes alientan el odio xenófobo cada día en las redes, en los chats, en los foros de medios de comunicación, y que hacen que los que odian crean que tienen excusa para odiarnos, no ha acabado. No ha hecho salvo empezar.
Se recrudecerá, se instalará de nuevo en la mente de muchos que necesitan en todo momento disponer de un enemigo a quien odiar, alguien sobre quien poder sentirse superiores.
Y volverá a alimentar al monstruo, seguirá haciéndole crecer, seguirá aportando carne de cañón asesina a las filas de aquellos que aprovechan la miseria para construir fanáticos, que utilizan la rabia para convencer a otros de que han de sembrar las calles de sangre y de cadáveres como otros sembraron y siembran las calles de sus pueblos y aldeas de la misma destrucción sin sentido.
Y el ciclo continuará, se expandirá y se repetirá si no abandonamos la frívola creencia de que no importa que un puñado, unos cientos, unos miles, de locos furiosos y acomplejados, pueblen día y noche el éter con mensajes contra el Islam, contra los extranjeros, contra los refugiados, si no empezamos a ver que son la quinta columna perversa e inconsciente de aquellos que nos ponen las bombas, que nos matan, que nos hacen sangrar.
Que todos esos que hablan de la España de los Reyes Católicos, que buscan y descontextualizan suras de El Corán para mostrar al mundo que el Islam es un hecho religioso perverso, que alientan y aplauden las ideas de Trump y claman porque se implanten en nuestro territorio, no son unos dementes, no son unos bocazas... 
Son nuestros enemigos.
Tanto como los que radicalizan a muchachos, ocultos en los pliegues del éter de Internet, tanto como quienes les enseñan a fabricar las bombas o les instan a arrollar a viandantes en mitad de Las Ramblas.
Enemigos de todos porque ellos son los que cada día, cada hora, en cada red social y cada tuit, le dan a quienes manejan los hilos de la falsa yihad la leña para encender la hoguera del fanatismo, del odio impenitente, de la falsa venganza y de la muerte.
Enemigos porque dan la oportunidad a los locos furiosos de mostrar a aquellos que comenten el error de acercarse a al falso califato la prueba de que aquí se les odia, de que todos sentimos desprecio hacia ellos y lo suyo, de que está justificado que viertan nuestra sangre, que sieguen nuestras vidas.
Así que, sí, perdamos la inocencia. Esa inocencia que debimos perder muchos años atrás, con la primera muerte en las lejanas tierras de ese oriente al que llamamos próximo y sentimos lejano. Perdámosla y dejemos de fingir que ignoramos que nuestros enemigos no son solo aquellos que nos matan o aquellos que, ocultos y distantes, les convencen de que está bien hacerlo.
Entre la sangre y las lágrimas que inundan Barcelona y nuestros corazones, aceptemos por fin que tenemos que luchar en esta guerra aciaga y que hemos de hacerlo en dos frentes distintos: contra los que nos matan y contra los que envían los mensajes de odio que les facilitan la excusa para seguir matándonos.
Con la misma rabia, con la misma fuerza, con la misma determinación.

miércoles, julio 12, 2017

Mosul o la elección entre Xerjes y la paz para evitar el relato del tuerto

Hoy en día existe una legión -aunque sería más correcto decir una falange- de seguidores de 300, la película de Legendary que nos trasladó el relató mítico de la eterna batalla de las Thermópilas contada por Heródoto y vista a través de  los siglos por los ojos de Frank Miller.
Y hoy me parece apropiado recordar el final de esa película. ese instante en zoo out en el que descubres que todo es un relato engrandecido por un tuerto superviviente ante las huestes griegas apiñadas en las llanuras de Salamina preparadas para la batalla final.
¿Por qué hoy? Porque hoy ha caído o terminará de caer Mosul.
Y muchos dirán que se ha derrotado al falso califato que esconde su deseo de poder tras la sangre y el fanatismo de los desesperados. Que se ha acabado con su poder en Irak y que se le ha vencido.
Pero no. 
Depende de lo que hagamos con esa victoria militar que hoy no sea el comienzo de nuestra derrota ante ese mismo falso califato que ante lo inevitable no pone pies en polvorosa sino que ha decidido caer luchando estúpidamente en apariencia en una batalla que no puede ganar.
Y muchos verán solamente el fanatismo de los que combaten inútilmente y se dejarán engañar sin contemplar o sin querer hacerlo que esa derrota significa una sola palabra: Mitificación.
Es tan simple como con los archifamosos y musculados 300 de Legendary.
El Falso Califato ya ha enviado a miles de sus supervivientes tuertos a relatar esta derrota, a embellecerla, a contarla de tal manera que se obtenga una victoria de la misma; a llamar a la venganza, a la unidad contra los infieles, a restaurar el orgullo islámico...
Desde el principio, aquellos que mueven los hilos del fanatismo de los incultos y desesperados que componen las filas de sus huestes, que son su carne de cañón, sabían que esta fase territorial estaba destinada al fracaso, que ejércitos más poderosos terminarían por quitarles los territorios conquistados en Siria y en Irak.
Sabían que ellos no verían la victoria, que era cosa de generaciones. Son crueles, están sedientos de sangre y de poder, son psicópatas. Pero no son imbéciles.
Así que sencillamente han escenificado su derrota para convertirla en mito ante las miriadas de hombres y mujeres a los que llegarán sus mensajes póstumos, sus elegías, a través de Internet, de los susurros en las mezquitas radicales, de los sermones de los falsos clérigos que predican su mismo falso islam.
Y como con Leonidas y sus 300 conseguirán despertar a muchos que ahora están plácidamente en sus polis lejanas creyendo que nada tienen que ver con esto, a muchos que hayan perdido familiares o amigos en los bombardeos indiscriminados, en los excesos y las purgas del ejército iraquí ya denunciadas por Amnistía Internacional, en las limpiezas étnicas llevadas a cabo por los kurdos mientras reconquistan Iraq.
Que la derrota de Mosul sea de verdad una derrota depende de nosotros. De lo que hagamos con nuestra victoria.
Porque si Xerjes -o para ser más exactos, su general Hidartes- no hubiera arrasado Tespia, Lacedemonia y Lacreoncia después de su victoria y hubiera enviado mensajeros de paz con una oferta razonable es posible que los griegos no hubieran cogido sus lanzas y sus hoplos porque el mensaje de Dilios no hubiera calado tanto en sus corazones.
Pero el mensaje calará si nosotros nos comportamos en la victoria como los anusiyas, los inmortales de Xerjes, y arrasamos la tierra conquistada poniendo gobiernos títeres que permitan a nuestras multinacionales seguir drenando petroleo y gas de esas tierras sin que la riqueza revierta en sus habitantes; si volvemos a apoyar gobiernos falsamente democráticos para que tengan a su población controlada y miserable para que la nuestra pueda disfrutar de la prosperidad que reclama como un derecho inalienable que no tiene.
Porque nosotros no somos en esta historia, por mas que nos gustara, los heroicos griegos. Somos los persas. 
Y si seguimos sus pasos, la próxima generación, tendremos todo un ejército pertrechado y dispuesto a morir y a matarnos para vengar esta derrota que ya será un mito, después de décadas de escaramuzas sangrientas que nosotros percibiremos como atentados terroristas.
De nosotros depende que la caída de Mosul no transforme en un puñado de años o de generaciones todo el Occidente Atlántico en una batalla de Salamina que sí podemos perder.
Caída Mosul y derrotado bélicamente el Falso Califato, nos toca decidir entre victoria y paz. Y la paz pasa por la justicia que hasta ahora el Occidente Atlántico, sus gobernantes, sus intereses económicos y sus transnacionales les llevan negando durante generaciones a las gentes de esas tierras hasta el punto de lograr que un puñado de arribistas sedientos de poder les fanatizaran.
Pero me temo que elegiremos ser Xerjes. No hemos aprendido a ser otra cosa.

viernes, junio 23, 2017

El CETA, la globalización y una serie de catastróficas mentiras (yII)


El populismo, ese monstruo bicéfalo que se han inventado para poder amenazarnos con que nos devorará desde los dos extremos de la campana gaussiana de la ideología, es otro de los elementos que se manejan con fruición ne esto del CETA. 
Y más desde que ayer Pedro Sánchez anunciara que el grupo parlamentario del partido que de nuevo dirige -que ya no sé si ha dejado de ser el PSOE o a vuelto a serlo- no va a apoyar la ratificación del Tratado de Libre Comercio entre Europa y Canadá.
"No apoyar el tratado es aliarse con los populismos", avisan, advierten o amenazan a Sánchez desde el PP, desde Ciudadanos y desde la Administración europea, en manos de partidos como el PP y como Ciudadanos.
De nuevo el reduccionismo. De nuevo la estrategia del saco compartido.
Aún aceptando la definición -que no es el caso-, no existen los populismos. No existen como conjunto, como unidad de destino en lo universal, que diría aquel que hacía otras unidades curiosas como el famoso "contubernio judeo-masónico". 
Porque los ideológicos del involucionismo nacionalista ultraconsevador -¿Tan difícil es llamar a las cosas por su nombre, que en ciencias políticas y sociología casi todas tienen uno? se oponen al CETA por puro proteccionismo económico, nacionalismo político y xenofobia social, en la esperanza de volver a un tiempo en el que sus países eran grandes y la riqueza y los beneficios se quedaban dentro de sus fronteras aunque no se repartieran.
Mientras, los representantes del rupturismo económico de izquierdas, se oponen al acuerdo porque está diseñado por y para las transaccionales, porque la eliminación de aranceles supondrá una disminución de impuestos que sacudirá las arcas públicas, haciendo imposible mantener la inversión social, porque fomentará la precarización del empleo para buscar la competitividad, porque aumentará los beneficios de las empresas pero no contribuirá a la redistribución de esos beneficios en inversiones productivas ni en los bolsillos de aquellos que son parte esencial de los mismos: los trabajadores de las empresas.
Los dos se oponen, cierto. Los dos buscan un sistema económico diferente, cierto. Pero eso no los convierte en una comunidad porque sus puntos de partida, sus objetivos y sus motivaciones son sustancialmente diferentes. 
De modo que meterlos en el mismo saco es una mentira y una manipulación del tamaño de la Pangea.
Y luego está lo del "populismo". Definirlos así para unificarlos es una estrategia para disimular otra realidad que no conviene que se tenga en cuenta. Lo que es el populismo de verdad.
Empecemos por la RAE
"Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares".
O sea que, por definición, todos los partidos políticos hoy en día son populistas. Las clases populares suponen la gran masa del electorado en cualquier país del Occidente Atlántico, en unas sociedades en la que la llamada otrora clase media tiende a la entropía y la desaparición.
Así que si no te atraes el voto de la clases populares no ganas las elecciones. Ergo, y por definición academica, todo partido es hoy en día populista.
Pero no cometamos el vicio de reduccionismo que tanto criticamos. Vayamos a la definición política.
"Clasificación otorgada a un conjunto de medidas tomadas por un gobierno o partido, siendo considerada una de las principales formas de demagogia. Entre sus principales características se encuentra el uso de las masas populares, mediante políticas engañosas que aparentan solventar y cambiar su situación de clase, cuando no hacen más que dar soluciones paliativas, en el mejor de los casos, con fin de obtener votos y perpetuarse en el poder"Antes de que me grite alguien, diré que esto lo dicen en Oxford. No me lo he sacado yo de la manga.
Vayamos por partes.
¿No es una política engañosa firmar un acuerdo de libre comercio que elimine aranceles sin informar de que ese descenso en los ingresos por impuestos tendrá que ser compensado de alguna manera? 
¿No aparenta solventar la situación (el desempleo) decir que el acuerdo fomentará la creación de empleo sin decir que ese empleo se creará con unos niveles salariales muy inferiores a los actuales y que no garantizarán la supervivencia de los asalariados?
¿No es demagogia...? ¡Espera, que estamos de suerte! De demagogia la RAE tiene una definición más amplia.
"2. f.- Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder".
¿No es demagogia decir que seguir la política de globalización aumentará los beneficios y con ello la inversión y los puestos de trabajo cuando en los últimos cincuenta años hay datos de la OCDE que demuestran que en todo el Occidente Atlántico eso no se produce, ya que los beneficios se invierten en especulación financiera y no en reinversión productiva?
¿No es demagogia decir que si no se apoya la globalización no se es democrata, apelando al atávico miedo de la población a los sistemas totalitarios y estalistas -bueno, al menos a los de izquierdas-?
¿No es halagar los sentimientos elementales de los ciudadanos -en este caso el orgullo nacional españolista- que el presidente del Gobierno afirme que "España haría el ridículo si no aprobara este tratado",como si tener buena imagen o no hacer el ridículo fuera más importante que el fondo del tratado?
¿No es demagogia afirmar que hay que firmar el CETA porque “Canadá es un país que tiene unos estándares en términos de respeto a la libertad, los derechos humanos, progreso económico o bienestar social muy similares a los de Europa", como si ese fuera el motivo de la oposición y no el impacto de la globalización en general en nuestra economía y en las libertades de todo el planeta, incluidos nosotros?
En fin, que esto de llamar populista a los que se se les oponen y acusarles de decir lo que la gente quiere oír es simplemente una cortina de humo para ocultar que son los que acusan los que realmente están haciendo esa política, ese populismo, esa demagogia.
Porque la gente quiere oír que ya hay brotes verdes que nos sacan de la crisis cuando en realidad esa supuesta recuperación no se nota en el 70% de los hogares españoles; que el rescate de los bancos no le costará un duro al contribuyente cuando le ha costado 60.613 millones de euros; que el aumento de los beneficios empresariales supone un aumento de la riqueza para todos cuando el índice de redistribución de esa riqueza, no supera el 1%; que se va a crear más puestos de trabajo cuando en realidad lo que suben son las contrataciones porque para cada puesto de trabajo se firman multitud de contratos parciales de días o semanas; que el sistema económico liberal capitalista es bueno y estable cuando lleva 50 años en crisis permanente y su necesidad de crecimiento constante hace necesario que cuente con la miseria de una buena parte de la población del mundo para que funcione a trompicones para la pequeña parte restante.
Porque la gente quiere oír que el CETA y la globalización son buenos y que ellos no son responsables de ese sistema injusto del que ni siquiera se van a beneficiar como sociedad.
Yo diría que, por pura lógica y reflexión, eso es populismo en estado puro.

El CETA, la globalización y una serie de catastróficas mentiras (I)

De nuevo la economía y la política. De nuevo ese esfuerzo por equipararlas, por hacer con ellas un totum revolutum en el que una concepción política sea indisoluble de la economía en la que se sustenta actualmente. 
Y el último ejemplo es el CETA, el tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Canadá, sobre todo desde que el PSOE recién estrenado por Pedro Sánchez -por segunda vez- ha decidido replantearse su postura ante él.
Este acuerdo, que elimina las barreras arancelarias al comercio europeo con el gigante americano, de nuevo sirve a los defensores del actual sistema para buscar semejanzas e identidades entre conceptos que no tienen ni las unas y las otras. 
El nuevo tratado les viene como anillo al dedo para expandir otras de sus ideas: la globalización es libertad y quien se oponga a la globalización se opone a la libertad. Uno de esos reduccionismos de titular y tweet de 140 caracteres que tanto le gusta consumir hoy en día al ciudadano occidental atlántico para anestesiarse contra su miedo al presente y al futuro.
Por supuesto, falso. La globalización es la liberalización de los mercados en escala planetaria, lo que solamente serviría para potenciar la libertad si existiera un gobierno que funcionaria a escala planetaria para corregir sus desviaciones y evitar sus excesos.
Mientras no exista, colocar globalización y libertad en la misma frase es casi un oxímoron, como lo es equiparar liberalización de los mercados a libertad. 
La globalización no es libertad para los esclavos en las minas de coltán y diamantes de varios países africanos; no lo es para las niñas que tejen algodón en Burkina Faso o Bangladesh, para las mujeres que trabajan en condiciones prácticamente de esclavitud en India, Marruecos, China, Vietnam, Turquía o Brasil; la globalización de los mercados no es libertad para los trabajadores de los pozos petrolíferos de Omán, Arabia Saudí o Nigeria, o para los cultivadores de café sudamericanos, o de cacao africanos.
Todos ellos trabajan para el beneficio de empresas occidentales atlánticas que utilizan la globalización para aumentar sus beneficios exponencialmente, en una demostración más que fehaciente de que la globalización lo que hace es enquistar un sistema económico en el que los recursos de las tres cuartas partes de la tierra sirven a duras penas para mantener el bienestar exigido por la civilización occidental atlántica y que se obtiene a costa de su miseria.
Y los habrá que digan que a ellos les da igual. 
Pero a esos inevitables observadores eternos de su propio ombligo habría que decirles que la globalización significa deslocalización de los medios de producción para conseguir mayores beneficios a través de la reducción de los costes laborales en países del tercer mundo; reformas del mercado del trabajo que harán descender una y otra vez sus sueldos para que "compitan" a la baja con los ofrecidos por sistemas como el chino, el hindú o el vietnamita; destrucción del sistema de permeabilidad social -fundamentalmente a través de la educación-, en un intento de forzar al mayor número de gente posible a mantenerse en las capas sociales sin formación específica para que se vean obligados a asumir ese mercado de trabajo semi esclavo...
Pero ellos leen liberalización y libertad en la misma frase y compran la falsa equiparación entre un concepto económico y un o político simplemente porque coinciden en varias sílabas.
Otro de esos falsos amigos que nos venden y que compramos por simple egoísmo y por el temor a reconocer que todo lo que teníamos seguro no lo es y que gran parte de lo que nos beneficia es flagrantemente injusto.
Y eso no es todo lo que órbita en torno al CETA. Hay mas

jueves, junio 22, 2017

Ese fuego de artificio de que la democracia no liberal no es democracia.

La cosa se está volviendo ya de mascletá. Hace tiempo que ya era de traca, pero lo de ahora ya es de los fuegos artificiales del 4 cuatro de julio.
Empiezas a leer la entrevista a Macron, al que al menos hay que reconocerle que tenga valor de hablar después del crecimiento repentino de enanos corrompidos que ha tenido en estos últimos días y no se esconda tras un monitor de plasma como hicieron otros. En fin, que cuando vas por la cuarta linea, el presidente francés hace referencia a las democracias "no liberales" y tú piensas: "por fin alguien tira del concepto. Alguien ha entendido que no ser liberal (teoría económica), no significa no ser demócrata (sistema político de representación)".
Debe ser que los señores de El País -ya casi ni me atrevo a llamarles periodistas-  piensan que no tenemos claro lo que es la democracia no liberal porque incluyen un enlace para explicarnos el concepto.
Y cuando pinchas en él no te conducen a un sesudo y enjundioso artículo de algún catedrático de ciencias políticas -¡Uy, lo siento, que los catedráticos de ciencias políticas no saben de política!-, te encaminan a una serie de reflexiones de José María Maravall sobre los populismos en el que deja claro que: "en sociedades grandes y complejas, con intereses heterogéneos, la única democracia posible es la representativa; el vínculo directo entre gobernantes y “pueblo” no es democrático. Los representantes deben dar siempre cuenta de sus decisiones".
Más allá de las críticas que se puedan hacer a estas afirmaciones de alguien que por lo menos es sociólogo, además de ex ministro socialista -que eso también cuenta-, lo que me hace encender las mechas de los petardos y prepararme para la mascletá es el hecho de que cuando Macron habla de democracia no liberal, los señores de El País lo vinculan al concepto de democracia directa.
Comienzan los fuegos de artificio a todo lo que da.
¿Qué tiene que ver el concepto de liberal con el de representación directa?, ¿no se puede tener una democracia no liberal y representativa a la vez?, ¿por qué El País une a través de un enlace virtual "democracia no liberal" con "democracia directa o no representativa"?
Y aquí es donde los petardos, los cohetes y las bengalas estallan todas a la vez para componer de forma luminosa en los cielos las palabra manipulación.
Porque ese es el principal engaño que nos pretenden vender desde que surgieran nuevos partidos en toda Europa que, desde una ideología u otra, cuestionaran el sistema económico imperante: que no puede haber democracia sin un sistema económico liberal capitalista.
Y eso es una mentira como un templo.
El sistema económico no tiene nada que ver con el sistema de representación política; controlar los mercados, regularizarlos e incluso -siento pronunciar el anatema- controlarlos, no va en contra de la representación democrática ni en contra de la libertad.
Establecer un sistema económico en el que se impida la especulación con las fuentes de energía, las materias primas básicas o los bienes y servicios sociales, no afecta en nada a la soberanía popular o al sistema de representación o de elección del gobierno.
Y voy más allá. Legislar sobre la distribución y el reparto de los beneficios empresariales, sobre la cuantía y distribución de las plusvalías, sobre el límite máximo de los rendimientos y beneficios financieros no atenta en nada contra la democracia, sea representativa o no, sea directa o indirecta.
¿Pueden defender ese sistema económico liberal, aunque ya haya muerto y revivido cien veces para volver a morir, dejando a millones de personas en el camino para beneficio siempre de los que se encuentran en los mismos nichos sociales del sistema? Por supuesto que sí. Este es país democrático.

¿Pueden manipular, engañar y hacernos creer que dos conceptos que nada tienen que ver son indisolubles, creando un miedo irracional a la perdida de libertad y aprovechando terrores atávicos para acusar de antidemócratas a los que no aceptan un sistema económico que a ellos les beneficia? Sí, por supuesto que pueden. Pero deberían recordar que este es un país demócrata.
Vamos, resumiendo, que, por más que se empeñen, no ser liberal capitalista no supone no ser demócrata.
Pero eso es lo que están empeñados en hacernos creer aquellos que en realidad no están defendiendo el sistema democrático, sino el sistema económico liberal capitalista y no porque suponga un mayor grado de libertad y capacidad de decisión para los ciudadanos, sino simplemente porque beneficia la posición de sus empresas y su acceso a la riqueza a través de los beneficios empresariales y financieros.
Por eso cuando Macron habla de "las democracias occidentales, que se construyeron en el siglo XVIII sobre un equilibrio ínedito entre la defensa de las libertades individuales, la democracia política y la creación de las economías de mercado", dejando claro que es un modelo de democracia, no el único posible, y que la creación de economías de mercado es solamente un factor de las mismas, ellos lo enlazan con unas reflexiones sociológicas de Maravall que habla sobre perdida de la democracia, imposibilidad de la democracia directa y caudillaje fascista, en un intento desesperado de propagar la falsa idea de que el cambio del sistema económico liberal capitalista nos ha de llevar necesariamente a una dictadura en la que se pierda la libertad y la democracia.
Nadie debería creerles, pero lo hacen. Debería ser imposible que alguien cayera en tan burda manipulación, que mezcla dos conceptos que nada tienen que ver, pero caen y lo repiten una y otra vez como un axioma incontestable.
Y no reparan o no quieren reparar en el hecho más simple y sencillo que anula esa teoría. El cambio de sistema económico no puede ser antidemocrático si lo decide o apoya democráticamente la mayoría de la población.

martes, junio 20, 2017

Una furgoneta, un muerto y la oportunidad perdida de no ser yihadistas

"Tenemos que demostrar que no somos como ellos", "Han de saber no van a cambiar nuestra forma de vida"... Ya no sé cuantas veces he escuchado esas frases en discursos, las he leído en editoriales y las he visto impresas y repetidas en cientos, miles, de tuits y posts en las redes sociales.
Pero no es verdad. No estamos dispuestos a hacer eso y la prueba es el último atentado terrorista de Londres. 
La capital de la pérfida Albión, sacudida por la barbarie de la sangre y la muerte no sé ya cuantas veces, lo ha sido una vez más y eso ha servido para demostrar que, lamentablemente no estamos dispuestos a no ser como los yihadistas.
Porque esta vez no han sido ellos, ha sido el otro espectro tenebroso del fanatismo sangriento, los que están en la otra punta de la campana de gauss de una sociedad que se enfrenta a una guerra de poder y de odio. Un loco enfurecido por el odio al grito de "voy a matar a todos los musulmanes" perpetra un acto tan semejante al de los yihadistas, tan fanáticamente aleatorio, que no acepta la más mínima duda sobre su objetivo y motivación.
¿Alguna crítica sobre la reacción gubernamental? Ninguna. 
O sea, para ser más exactos, las mismas que en cualquier otro de los atentados londinenses. Se trata como un atentado terrorista, se reiteran los mensajes de que se va a endurecer la política contra el terrorismo, los gobiernos extranjeros muestran sus condolencias, su rechazo -todos salvo el bueno de Donald que esa noche debía tener el móvil sin batería y no pudo tuitear ningún exabrupto-. Todo como en cualquier atentado. Algo que en este caso es positivo.
¿Y los medios de comunicación? Parece que lo mismo, pero no. Puede que sea hilar muy fino pero no. Recogen el atentado en sus portadas sí, pero más pequeño, con menos relevancia. Y el titular ya cambia el paso por completo: "Un musulmán muerto y varios heridos en un atropello en Londres"?
¿De verdad? ¿un musulmán?, ¿no, una persona?. Ni siquiera un titular como "Una persona y diez heridas en un atropello en Londres a la salida de una mezquita", aunque luego el subtítulo amplié la información de que todos eran musulmanes.
No, directamente "un musulmán", así alejándolo del resto del mundo, separándole en una categoría, al parecer distinta, del resto de las personas muertas en los atentados de Londres.
Y al que me quiera decir que eso es lo reseñable porque es lo diferente, le diré que se equivoca. En todo caso lo destacable es que un individuo fanático y loco atenta contra la comunidad musulmana y causa el caos y el desastre. Lo reseñable es que la locura sangrienta también llega a nuestras calles en el otro sentido. Hay mil formas de titular para dar esa información, pero ninguna incluye el sustituir persona por musulmán.
Y el subtitulo tampoco tiene desperdicio: "La policía considera un acto terrorista el atropello".
¿En serio?, ¿lo noticiable del hecho es que la policía considere un acto terrorista algo que evidentemente lo es?, ¿donde quedó el "Un atentado siembra el pánico y causa varios muertos", que fue el primer titular en un hecho idéntico hace dos meses?
Para alguien que sepa un poco de periodismo eso basta como síntoma de que el asunto no se está tratando igual, pero hay más piezas que completan la visión general. El antetítulo entonces es "Terrorismo yihadista", en este caso es "Atropello", ¿por qué no "violencia islamófoba"?
En fin, que puede parecer que los medios lo tratan igual pero no. 
El día después no sigue en las portadas, no se desgranan editoriales sobre su significado, no hacen un seguimiento del estado de los heridos, no se cuestiona si las autoridades están preparadas o actúan bien en contra de este tipo de violencia. No en absoluto. No parece el mismo tratamiento.
¿Y nosotros? Era de esperar -por lo menos para los que realmente creemos que no debemos ser como ellos-que si no somos como los locos furiosos yihadistas hubiéramos llenado las redes de tuits y e mensajes de repulsa como en los otros atentados. Nada. Era de suponer que habríamos vuelto a mover el  #PrayForLondon o cualquier otro hashtag solidario y emotivo. Nada; es de suponer que hubiéramos llenado de flores la puerta de la mezquita y hubiéramos acudidos a solidarizarnos con ellos. Nada.
Las redes mudas, las gentes mudas y ciegas, la sociedad mirando a otra parte.
Tendríamos que habernos esforzado en demostrar que para nosotros toda vida es importante,que para nosotros todo asesinato es una tragedia y una injusticia, que para nosotros el odio y la violencia religiosa es abominable, que no estamos dispuestos a tolerar que la intransigencia o el odio al islam siegue la vida de personas inocentes. 
En definitiva, que no somos como ellos, como los locos furiosos de la falsa yihad. Pero no lo hemos hecho.
¿Por qué? Porque aunque suene duro y sea -lo reconozco- injusto para muchas personas, nuestra sociedad occidental atlántica no considera a los musulmanes como de los nuestros. Da igual su nacionalidad, da igual que sean pacíficos o no, da igual que sean nativos o inmigrantes, da igual. Los musulmanes no son de los nuestros porque son musulmanes.
Y, como no son de los nuestros, su muerte nos importa mucho menos, de hecho no nos importa en absoluto. Ya sea en Londres o en Alepo, ya sea en Quebec o en Raqa. Y eso no difiere mucho de la construcción mental de nuestros enemigos. 
Una mezquita es atacada cada dos semanas en Reino Unido. Entre 2013 y 2016, se registraron 100 ataques. El 58% de los asaltos denunciados fue contra mujeres. De ellos, en el 80% de los casos, estas llevaban ropa asociada con el islam, como el hiyab o el niqab. O sea que los yihadistas las atacan por no llevarlo y los islamóbos por llevarlo. 
Pero todo eso no genera alarma social por un simple hecho: un islamófobo no es un peligro para nosotros.
Así que a día de hoy los únicos que han demostrado que,como comunidad, como grupo, no son como los yihadistas son los musulmanes que tardaron unos pocos minutos en llenar las redes con reproches al yihadismo, que acudieron a los atentados de Londres a dejarles claro a sus perpetradores que ellos no creían que su religión fuera violencia y muerte.
Nosotros tuvimos ayer la oportunidad de hacerlo y decidimos no hacerlo.

lunes, junio 12, 2017

Provincianos o ver el mundo como Juego de Tronos

Por más que nos empeñemos, la realidad insiste en sacarnos del reduccionismo provinciano en que estamos embarcados desde hace casi una década con esto de los cambios que se están produciendo en el mundo a golpe de economía, sangre y fuego.
El atentado del falso califato en Irán y la crisis, mitad diplomática, mitad bélica, que se ha producido en la península arábiga con Qatar como epicentro, son otros dos bofetones con la mano abierta de la realidad geopolítica en ese reduccionismo provinciano.
¿Por qué reduccionismo? Eso es sencillo. Pretendemos, como los falsos gurús de la comunicación, resumirlo todo en una frase, en una idea que, no solamente nos resulte sencilla de comprender, sino que además nos deje a salvo de responsabilidad.
Así compramos lemas como "es culpa de una religión perversa como el islam", "son unos locos medievales", "se trata de estar a favor o en contra del terrorismo", "es una guerra contra el terror". Ideas simples, básicas que, sin dejar de ser ciertas, no son ni siquiera la escarcha que genera el iceberg en el aire un amanecer de invierno.
¿Por qué provinciano? Porque nosotros, los occidentales atlánticos, nos consideramos el centro del mundo -como todo buen provinciano- y eso hace que incluyamos mantras secundarios -también muy propios de falsos comunicadores, por cierto- en nuestras letanías para alejarnos del miedo: "es un problema suyo", "que se maten entre ellos y nos dejen en paz", "todos son iguales", "que ataquen a sus gobiernos y no a nosotros", etc., etc., etc.
Y todos ellos se resumen en el argumento provinciano por excelencia: "su objetivo es acabar con nuestra civilización, que es la única avanzada". Los árboles del Yo, Me, Mi, Conmigo occidental, que no nos dejan ver el bosque de la realidad hasta que esa realidad geopolítica nos explota en la cara.
Si son lo mismo ¿por qué ISIS ataca a Irán?, si es una cuestión de sectas, o sea del Islam ¿Por qué Irán apoya a los rebeldes sunís de Siria pero no a ISIS, a los guerrilleros chiís de Hezbolah pero no a los Hermanos Musulmanes de Egipto o a los rebeldes hutis de Yemen pero no a las milicias chiís de Libia?, ¿por qué el gobierno sirio de Al Asad apoya a los guerrilleros chiís de Hezbolah, pero no a los rebeldes de Yemen, tan chiís como ellos?
Si todo es el perverso islam ¿por qué Arabia Saudí apoya al gobierno de Beida en Libia y no al de Trípoli, por qué apoya a los rebeldes sirios y no al gobierno sirio, por qué apoya al gobierno yemení o el egipcio y a no a los Hermanos musulmanes, tan wahabitas como ellos e ISIS?
Si todo parte del perverso Islam ¿por qué de pronto cinco estados sunís bloquean y rompen relaciones diplomáticas con Qatar? ¿por qué acusan de propiciar el terrorismo a un país que hace exactamente lo que ellos y tiene la misma corriente oficial de pensamiento religioso que ellos?
Y sobre todo. Si esto es "provincianamente" algo entre ellos ¿por qué Estados Unidos apoya a Arabia Saudí que es tan furiosamente fanática y teocrática como el ISIS, por qué apoya a los rebeldes sirios pero no a los Hermanos musulmanes que ganaron unas elecciones democráticas?, ¿por qué apoyo a los rebeldes libios pero no a los yemenís?
¿Por que Rusia apoya a la vez al gobierno rebelde de Trípoli y al de Siria o Francia al gobierno autonombrado kurdo y al iraquí, enemigos acérrimos?, ¿por qué Europa apoya a Arabia Saudí y no a Qatar? ¿Por qué China intercede por Qatar y no por Egipto, Bahrein o Yemen?
Y, para rematar la faena, ¿por qué ISIS no atenta en Palestina o Israel pero sí en Turquía, Filipinas, Australia o Indonesia?, ¿por qué se hace fuerte en Irak y no en el Afganistán talibán como hiciera Al Qaeda?, ¿Qué pasa con Pakistán?
Las preguntas pueden seguir desgranándose ad eternum. Todas tienen respuesta, pero lamentablemente para los consumidores de la ideología del titular, no caben en 140 caracteres. Aunque sí se pueden resumir en una sola frase para empezar
No es el islam, no es la barbarie medieval, no es algo lejano y suyo. Es geopolítica en la que participa en el planeta entero.
Nos toca empezar a asumir que tenemos que esforzarnos en comprenderlo para poder valorar las soluciones que nos ofrecen y saber, antes de apoyarlas ciegamente, si solucionarán algo. Porque la geopolítica se afronta desde las sociedades y las relaciones complejas, no desde los individuos y los mantras reduccionistas de fácil digestión.
El equilibrio del poder está cambiando en el mundo y empieza por esa zona. No son las cruzadas. Es Juego de Tronos.
Y si no empezamos a verlo así de una vez, despreciando todas nuestras muletas intelectuales para mantener contenidos nuestros más provincianos miedos, terminaremos poniendo la misma cara que debieron poner los habitantes de Roma cuando vieron a un Genserico ya convertido al cristianismo -bueno a la versión arriana del mismo-, entrar en la metrópoli eterna y asolarla hasta los cimientos.
"¿Pero estos no eran bárbaros paganos que estaban en las fronteras peleándose entre ellos?", debieron preguntarse sorprendidos. 
Nosotros quizás ni siquiera tengamos tiempo para eso.

martes, junio 06, 2017

Yemen y nuestro inconsciente recurso a la inocencia

En esta parte del mundo nuestra hay toda una corriente de pensamiento, de reflexión o de falta de ella, que defiende que somos inocentes. Está formada desde por cínicos hasta por personas bienintencionadas que no saben, no quieren o no pueden enfrentarse a sus propias conciencias por temor a encontrar una culpabilidad que les fuerce a eso que nos cuesta tanto asumir y ejecutar: el cambio. Para todos ellos escribo este breve post.
Seiscientos setenta y seis casos mortales de cólera en Yemen y 86.000 casos sospechosos que amenazan ser la plaga más mortal de los últimos dos siglos.
Para esos millones de españoles, estadounidenses, europeos y occidentales en general inconscientes bienintencionados o cínicos perversos, esto no tiene demasiado que ver con nosotros.
Hay guerra en Yemen. Se han destruido doce hospitales, cortado las lineas de suministro médico, imposibilitado el acceso al agua potable y a los alimentos. Pero no tiene nada que ver con nosotros.
Arabia Saudí bombardea Yemen para acabar -en teoría- con los locos furiosos de ISIS que comandan la rebelión contra un régimen militar brutal y tiránico tan medieval como aquellos que se le oponen.
Un conflicto regional, que diría el pentágono.
Pero Arabia Saudí bombardea hospitales con las bombas que les vende Alemania, los aviones que les vende Francia; con el apoyo táctico de la Sexta Flota estadounidense destacada en el Golfo Pérsico, con los sistemas de radar y las baterías terrestres, las armas automáticas y las granadas vendidas por España.
Así que cada víctima del cólera que esa guerra desata y propaga es una víctima nuestra. Cada tumba, cada epitafio, es una hoja de reclutamiento cumplimentada para el falso califato porque para los habitantes de Yemen los yihadistas luchan contra un régimen dictatorial y perverso mientras que nosotros somos esas gentes que están lejos y ponen al frente de sus países a los que deciden vender el armamento que les mata y les conduce a morir de una plaga salvaje.
Así que ningún yemení nos considerará nunca inocentes. No porque estén fanatizados o ciegos, no porque les engañen los manipuladores del falso Estado Islámico, no porque sean perversos musulmanes cuya religión les llama ala yihad.
Sino, simple y llanamente, porque no somos inocentes.

Melbourne, donde los locos solitarios no están solos

El tiempo nos adelanta, nos está superando por los bordes. Sobre todo en esta guerra que mantenemos el Occidente Atlántico contra aquellos que quieren usar al dios y la fe de un puñado de millones de desesperados para volcar a su favor el peso del poder global futuro.
Corbyn pide la dimisión de la Premier Británica, Trump carga contra el alcalde de la capital británica por su condición de musulmán -aunque lo disfrace de otra cosa-, los países y gobernantes del entorno se hacen cruces sobre la seguridad y hacen fila para ofrecer sus condolencias físicas y virtuales... mientras estamos aún con el tiempo congelado en el atentado de Londres, de repente nos llega Melbourne. 
Van demasiado rápido. Nos han obligado a convertir un concierto en homenaje a las víctimas de Manchester en un recuerdo también de las de Londres y, sin tiempo para respirar, nos atacan en Melbourne.
Y de nuevo nos quedamos fuera de juego. Tan fuera de juego que un atentado de ISIS no llena las portadas, no desgrana disquisiciones eternas, columnas de opinión, ni editoriales. Tan fuera de juego que no tenemos tiempo para él.
Es una sola muerte, es en las antípodas, es lejano, es menor... Es prescindible.
Y con eso, con el ataque de Melbourne, aquellos que encabezan la guerra contra el falso califato de la yihad y la sangre le dan al enemigo unas cuantas victorias más. Parece que no, pero se las dan.
La primera es algo que solamente puede definirse como la normalización de la guerra. 
La falta de tiempo, la velocidad de ejecución y consecución de los ataques, lleva a los medios a aplicar en las acciones de los locos furiosos los mismos criterios que en cualquier otra noticia: cercanía, interés, repercusión... 
De pronto es tan normal que se trata como cualquier otra información. No tenemos tantas portadas, tantas cabeceras de informativo, como para destacar todos los atentados, así que es relegado a una página cualquiera de la sección de internacional. A la última posición en la lista de Trending Topics
Como en un parte de guerra se destaca el bombardeo a una ciudad, el ataque a un complejo militar, pero no un intercambio de disparos entre dos patrullas fronterizas o un soldado muerto por un francotirador enemigo mientras patrullaba.
Nos han hecho la guerra normal. La muerte normal. La derrota normal.
La segunda de las victorias en Melbourne va de fronteras. Nos reducen las nuestras y amplían las suyas. Hasta ahora las muertes irrelevantes, de páginas interiores, ocasionadas por el fanático ejército de la falsa yihad eran las que ocurrían más allá de las fronteras del Occidente Atlántico. Irak, Afganistán, Siria... Pero ahora Melbourne también está en esa lista.
Como el antiguo Imperio Romano, aquellos que nos dirigen y nos informan se ven obligados a centrarnos en la metrópoli, en los ejes neurálgicos, y abandonar las fronteras, dar menos importancia a los ataques lejanos y pequeños. 
El miedo nos obliga a retraernos en lo cercano, en lo que creemos controlable. Las fronteras están lejos y el terror nos hace cerrar los ojos o por lo menos minimizar la importancia de lo que ocurre allí.
Y la última de las derrotas es la desaparición de la principal cortina de humo que la seguridad y los gobiernos occidentales han utilizado a lo largo de la historia para calmar los miedos y acallar las conciencias de sus ciudadanos con respecto a la violencia: el fin de la teoría del loco solitario.
Un tipo atraviesa la calle vestido como si fuera a participar en una acción de los Navy seals, dispara y mata a un solo hombre, secuestra a una sola mujer y luego sale de nuevo y dispara a discreción hasta que es abatido. Un solo asesino, un solo asesinado. Pero en realidad no está solo.
El gobierno australiano no puede tirar para tranquilizar a la población de la teoría del loco solitario como se hiciera antaño con Lee Harvey Oswald, con Mehmet Ali Agca, con el asesino invisible de Olof Palme, con James Earl Ray y otros tantos.
No puede tirar de ello porque el autonombrado estado Islámico tarda quince minutos en reivindicar el atentado, en considerar a Yacqub Khayre uno de sus combatientes; tarda un cuarto de hora en decirnos que un solo muerto les vale, que ya no hay locos solitarios a los que recurrir para sentirnos seguros una vez que han sido detenidos o abatidos a tiros.
Así que un solo hombre nos reduce las fronteras, nos normaliza la guerra y nos abre a la cuando menos inquietante realidad de que los locos solitarios ya no están solos.
La sociología y la psicología de la guerra nos da demasiados golpes con una sola bala. Muchas derrotas con un solo muerto.

martes, abril 11, 2017

La semántica de nuestro absurdo en Sudán del Sur

Hoy, uno de esos pocos días que he podido desayunar como se debe, me he metido entre pecho y espalda junto al café una de las más rocambolescas noticias que había podido digerir en los últimos tiempos.
El problema no es que lo hayan hecho, que está bien. El absurdo es que intenten vender que sirve para algo, que es importante, que puede contribuir a mejorar la situación en ese país, creado hace unos años de la nada por mor de los intereses petrolíferos y energéticos de unos y de otros.
Sudán del Sur se desangra -y no es una metáfora- en un genocidio soterrado, en dos procesos abiertos de limpieza étnica que se llevan cada día centenares, sino miles, de vidas por delante. Y nosotros nos dedicamos a hacer un mapa de las palabras que reflejan ese odio tribal y fratricida y fingimos que sirve para algo.
No es un síntoma de lo que ocurre en Sudán del Sur. Es un síntoma de la terrible enfermedad que padecemos nosotros, ese Occidente Atlántico que ve la vida en lugar de vivirla.
Como en otras muchas cosas, creemos que las redes sociales sirven para algo. Pensamos que analizar los tuits, los hashtag o lo que sea, nos da una visión de la realidad. Y sobre todo creemos que lo que existe en las redes sociales es real, que puede sustituir lo que hay que hacer a pie de realidad, descendiendo o ascendiendo -según se mire- a eso que ahora nos parece tan prosaico como es el contacto humano.
Y como no sabemos hacer otra cosa, como estamos perdiendo la capacidad de interacción real por mor de nuestros miedos o nuestros egos, le damos a lo que ocurre en las redes una importancia desmedida, creemos que de verdad nos sirven para valorar nuestra popularidad, nuestros afectos, nuestra vida y la del mundo.
Y ahora creemos que sirven para solucionar la guerra de Sudán del Sur.
¿Es de suponer que si bloqueamos, no seguimos, no retuiteamos o no damos un me gusta a los que utilizan esas palabras dejarán de hacerlo?, ¿tenemos que creer que, si logramos un Trending Topic denuciando esa nube de palabras, los que las usan se verán tan afectados por su pérdida de popularidad que dejaran su guerra tribal?, ¿que los que la sufragan y alimentan se retirarán a llorar su impopularidad en un rincón?
Deberíamos saber que no, pero parece que lo hemos olvidado o que queremos fingir que lo ignoramos.
Los sudaneses seguirán matándose a disparo y machete por más nubes de palabras de odio que monitoricemos en Twitter. Igual que racistas, corruptos, machistas, fascistas, asesinos, fanáticos, terroristas, xenofobos y todos los demás lo seguirán siendo por más hashtags que inventemos contra ellos, por más trending topics que coloquemos en lo más alto de las redes sociales.
Lo sabemos, pero pretender que lo ignoramos nos permite alimentar el ego de una victoria, de haber ganado una batalla; hace posible que creamos que se puede luchar por algo sin riesgo, sentados en nuestro sofá, dando un me gusta mientras tomamos cañas, escribiendo una frase de 140 caracteres ocurrentes desde la protegida comodidad de nuestros smartphones. 


Nos permite acallar los gritos que a veces da nuestra conciencia por nuestra desisdia e inacción, fingiendo ante el espejo que hemos hecho algo importante y necesario.
Pero sobre todo necesitamos pensar que es importante por puro egoismo afectivo, que es lo que mueve a nuestra sociedad desde hace un siglo. 
Porque si lo que ocurre en las redes no es importate, no es un reflejo de la verdadera realidad, nuestros seguidores, nuestros amigos virtuales, los retuits y me gustas que recibimos no significarán nada, no serán baremo de nuestra relevancia social, de nuestra popularidad, de que somos queridos, respetados o amados.
Y tendremos que volver a los besos, las caricias afectuosas, la llamada de preocupación por un amigo, las sonrisas compartidas, las bromas, las cañas, los abrazos y todo lo que hacíamos y recibíamos hasta que como sociedad decidimos no exponernos al otro para no correr el riesgo de no sentirnos valorados y queridos. Hasta que decidimos fingir que las redes sociales pueden sustituir las relaciones y el contacto humano con un emoticono bien elegido y un me gusta.
En Sudan del Sur no importan las palabras que se utilicen para el odioen las redes. Importan las otras, las que pronuncia quien te apunta con un AK 47 a la cabeza o quien te amenaza con un machete afilado colocado justo sobre tú yugular y tu carótida. 
Ese es el odio en Sudán del sur. Ese es el que debemos parar y para eso no sirve una nube semántica, solo sirven el compromiso y el riesgo personal. Salga en redes o no.

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