El tiempo nos adelanta, nos está superando por los bordes. Sobre todo en esta guerra que mantenemos el Occidente Atlántico contra aquellos que quieren usar al dios y la fe de un puñado de millones de desesperados para volcar a su favor el peso del poder global futuro.
Corbyn pide la dimisión de la Premier Británica, Trump carga contra el alcalde de la capital británica por su condición de musulmán -aunque lo disfrace de otra cosa-, los países y gobernantes del entorno se hacen cruces sobre la seguridad y hacen fila para ofrecer sus condolencias físicas y virtuales... mientras estamos aún con el tiempo congelado en el atentado de Londres, de repente nos llega Melbourne.
Van demasiado rápido. Nos han obligado a convertir un concierto en homenaje a las víctimas de Manchester en un recuerdo también de las de Londres y, sin tiempo para respirar, nos atacan en Melbourne.
Van demasiado rápido. Nos han obligado a convertir un concierto en homenaje a las víctimas de Manchester en un recuerdo también de las de Londres y, sin tiempo para respirar, nos atacan en Melbourne.
Y de nuevo nos quedamos fuera de juego. Tan fuera de juego que un atentado de ISIS no llena las portadas, no desgrana disquisiciones eternas, columnas de opinión, ni editoriales. Tan fuera de juego que no tenemos tiempo para él.
Es una sola muerte, es en las antípodas, es lejano, es menor... Es prescindible.
Y con eso, con el ataque de Melbourne, aquellos que encabezan la guerra contra el falso califato de la yihad y la sangre le dan al enemigo unas cuantas victorias más. Parece que no, pero se las dan.
La primera es algo que solamente puede definirse como la normalización de la guerra.
La falta de tiempo, la velocidad de ejecución y consecución de los ataques, lleva a los medios a aplicar en las acciones de los locos furiosos los mismos criterios que en cualquier otra noticia: cercanía, interés, repercusión...
De pronto es tan normal que se trata como cualquier otra información. No tenemos tantas portadas, tantas cabeceras de informativo, como para destacar todos los atentados, así que es relegado a una página cualquiera de la sección de internacional. A la última posición en la lista de Trending Topics
De pronto es tan normal que se trata como cualquier otra información. No tenemos tantas portadas, tantas cabeceras de informativo, como para destacar todos los atentados, así que es relegado a una página cualquiera de la sección de internacional. A la última posición en la lista de Trending Topics
Como en un parte de guerra se destaca el bombardeo a una ciudad, el ataque a un complejo militar, pero no un intercambio de disparos entre dos patrullas fronterizas o un soldado muerto por un francotirador enemigo mientras patrullaba.
Nos han hecho la guerra normal. La muerte normal. La derrota normal.
La segunda de las victorias en Melbourne va de fronteras. Nos reducen las nuestras y amplían las suyas. Hasta ahora las muertes irrelevantes, de páginas interiores, ocasionadas por el fanático ejército de la falsa yihad eran las que ocurrían más allá de las fronteras del Occidente Atlántico. Irak, Afganistán, Siria... Pero ahora Melbourne también está en esa lista.
Como el antiguo Imperio Romano, aquellos que nos dirigen y nos informan se ven obligados a centrarnos en la metrópoli, en los ejes neurálgicos, y abandonar las fronteras, dar menos importancia a los ataques lejanos y pequeños.
El miedo nos obliga a retraernos en lo cercano, en lo que creemos controlable. Las fronteras están lejos y el terror nos hace cerrar los ojos o por lo menos minimizar la importancia de lo que ocurre allí.
El miedo nos obliga a retraernos en lo cercano, en lo que creemos controlable. Las fronteras están lejos y el terror nos hace cerrar los ojos o por lo menos minimizar la importancia de lo que ocurre allí.
Y la última de las derrotas es la desaparición de la principal cortina de humo que la seguridad y los gobiernos occidentales han utilizado a lo largo de la historia para calmar los miedos y acallar las conciencias de sus ciudadanos con respecto a la violencia: el fin de la teoría del loco solitario.
Un tipo atraviesa la calle vestido como si fuera a participar en una acción de los Navy seals, dispara y mata a un solo hombre, secuestra a una sola mujer y luego sale de nuevo y dispara a discreción hasta que es abatido. Un solo asesino, un solo asesinado. Pero en realidad no está solo.
El gobierno australiano no puede tirar para tranquilizar a la población de la teoría del loco solitario como se hiciera antaño con Lee Harvey Oswald, con Mehmet Ali Agca, con el asesino invisible de Olof Palme, con James Earl Ray y otros tantos.
No puede tirar de ello porque el autonombrado estado Islámico tarda quince minutos en reivindicar el atentado, en considerar a Yacqub Khayre uno de sus combatientes; tarda un cuarto de hora en decirnos que un solo muerto les vale, que ya no hay locos solitarios a los que recurrir para sentirnos seguros una vez que han sido detenidos o abatidos a tiros.
Así que un solo hombre nos reduce las fronteras, nos normaliza la guerra y nos abre a la cuando menos inquietante realidad de que los locos solitarios ya no están solos.
La sociología y la psicología de la guerra nos da demasiados golpes con una sola bala. Muchas derrotas con un solo muerto.
Así que un solo hombre nos reduce las fronteras, nos normaliza la guerra y nos abre a la cuando menos inquietante realidad de que los locos solitarios ya no están solos.
La sociología y la psicología de la guerra nos da demasiados golpes con una sola bala. Muchas derrotas con un solo muerto.
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