De nuevo la economía y la política. De nuevo ese esfuerzo por equipararlas, por hacer con ellas un totum revolutum en el que una concepción política sea indisoluble de la economía en la que se sustenta actualmente.
Y el último ejemplo es el CETA, el tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Canadá, sobre todo desde que el PSOE recién estrenado por Pedro Sánchez -por segunda vez- ha decidido replantearse su postura ante él.
Este acuerdo, que elimina las barreras arancelarias al comercio europeo con el gigante americano, de nuevo sirve a los defensores del actual sistema para buscar semejanzas e identidades entre conceptos que no tienen ni las unas y las otras.
El nuevo tratado les viene como anillo al dedo para expandir otras de sus ideas: la globalización es libertad y quien se oponga a la globalización se opone a la libertad. Uno de esos reduccionismos de titular y tweet de 140 caracteres que tanto le gusta consumir hoy en día al ciudadano occidental atlántico para anestesiarse contra su miedo al presente y al futuro.
Por supuesto, falso. La globalización es la liberalización de los mercados en escala planetaria, lo que solamente serviría para potenciar la libertad si existiera un gobierno que funcionaria a escala planetaria para corregir sus desviaciones y evitar sus excesos.
Mientras no exista, colocar globalización y libertad en la misma frase es casi un oxímoron, como lo es equiparar liberalización de los mercados a libertad.
La globalización no es libertad para los esclavos en las minas de coltán y diamantes de varios países africanos; no lo es para las niñas que tejen algodón en Burkina Faso o Bangladesh, para las mujeres que trabajan en condiciones prácticamente de esclavitud en India, Marruecos, China, Vietnam, Turquía o Brasil; la globalización de los mercados no es libertad para los trabajadores de los pozos petrolíferos de Omán, Arabia Saudí o Nigeria, o para los cultivadores de café sudamericanos, o de cacao africanos.
Todos ellos trabajan para el beneficio de empresas occidentales atlánticas que utilizan la globalización para aumentar sus beneficios exponencialmente, en una demostración más que fehaciente de que la globalización lo que hace es enquistar un sistema económico en el que los recursos de las tres cuartas partes de la tierra sirven a duras penas para mantener el bienestar exigido por la civilización occidental atlántica y que se obtiene a costa de su miseria.
Y los habrá que digan que a ellos les da igual.
Pero a esos inevitables observadores eternos de su propio ombligo habría que decirles que la globalización significa deslocalización de los medios de producción para conseguir mayores beneficios a través de la reducción de los costes laborales en países del tercer mundo; reformas del mercado del trabajo que harán descender una y otra vez sus sueldos para que "compitan" a la baja con los ofrecidos por sistemas como el chino, el hindú o el vietnamita; destrucción del sistema de permeabilidad social -fundamentalmente a través de la educación-, en un intento de forzar al mayor número de gente posible a mantenerse en las capas sociales sin formación específica para que se vean obligados a asumir ese mercado de trabajo semi esclavo...
Pero ellos leen liberalización y libertad en la misma frase y compran la falsa equiparación entre un concepto económico y un o político simplemente porque coinciden en varias sílabas.
Otro de esos falsos amigos que nos venden y que compramos por simple egoísmo y por el temor a reconocer que todo lo que teníamos seguro no lo es y que gran parte de lo que nos beneficia es flagrantemente injusto.
Y eso no es todo lo que órbita en torno al CETA. Hay mas
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