Francia. Una ves más Francia. El ejemplo casi eterno de lo bueno y lo malo, lo radical y lo moderado, la evolución y la regresión europea, lo vuelve a ser en estos días.
Emmanuel Macron, nuevo presidente de Francia, respaldado además por la mayoría absoluta más apabullante de la V República gala, fue con su victoria prácticamente elevado a los altares por aquellos que, por convicción, por interés o por pura ingenuidad, abogaban por eso de que el cambio dentro del sistema es posible, que era cuestión de regeneración y no de cambio, que las lacras que están infectando hasta consumirlo el sistema político y económico del Occidente Atlántico se deben a las personas, a las taras y vicios de unos pocos, no a la esencia del sistema en sí mismo.
Rivera y su Ciudadanos, escindidos y agarrados al Partido Popular gobernante casi a partes iguales, enseguida se quisieron ver reflejados en el espejo de Macron y su partido. Si el francés había triunfado ellos lo harían.
Los grandes partidos, los de siempre, aunque algo más recelosos, se colgaron de su europeismo a ultranza, de su capitalismo liberal económico innegociable, para ponerle de ejemplo contra los "populismos", esa bestia parda que se han inventado de la nada, que pretende unir en la misma galera a los que reman a favor y en contra de la libertad, a los que quieren sustituir el capitalismo y a los que quieren radicalizarlo hasta su esencia más cruel, a los pacifistas y a los belicistas... En definitiva, a todos los que quieran encontrar un nuevo sistema que les cambie los esquemas políticos y económicos en los que ahora se mueven con tanta comodidad.
Macron no había salido del sistema y había optado por la regeneración y el pueblo francés -porque a los franceses no les importa que se refieran a ellos como el pueblo, cosas de la Revolución Francesa y tal- le había apoyado. Y ese era el camino. Francia era el ejemplo. Hasta hace tres días.
Porque, igual que el ascenso de su gobierno ha sido meteórico, la demostración de la falsedad de su carácter ejemplificante ha sido igualmente veloz.
En tres días ha perdido cuatro ministros por corrupción, entre ellos ni más ni menos que el encargado de redactar la Ley de moralización de la vida pública, el equivalente más o menos a esa Ley de Transparencia patria que se perdió misteriosamente en el limbo.
Se puede decir que no son del partido de Macron, se puede decir que en otros gobiernos anteriores -tanto franceses como españoles- aunque les hubieran investigado no hubieran dimitido y recordar a Lagarde, Le Roux, Pasqua, Villepin e incluso los presidentes Chirac y Sarkozy.
Pero la realidad ese argumento será poco más que una excusa, que un paño caliente, para ocultar que en tan solo setenta y dos horas se ha convertido en realidad en ejemplo de todo lo contrario de lo que antes era.
En ejemplo de que el camino de la regeneración interna del sistema es una falacia circular de la longitud aproximada de la circunferencia de Júpiter.
Porque la regeneración del sistema es imposible. No porque Macron no la desee, no porque los políticos sean malas personas, sino simple y llanamente porque el sistema lleva impresos en sus genes esos defectos y vicios y regenerarlo no los elimina sino que los reproduce.
Y antes de que alguien se eche las manos a la cabeza preguntándose a gritos "¡¿Cómo va a llevar la democracia impresa la corrupción, el nepotismo, la explotación, la búsqueda del beneficio personal desde los cargos públicos en sus genes?!", intentaré explicarme.
Decir que el sistema en el que vivimos se resume en el sintagma "La democracia" es un reduccionismo banal y sin sentido.
El sistema occidental atlántico es un sistema de democracia representativa indirecta de listas cerradas que se sustenta en el capitalismo neo liberal como organización del sustrato económico, que tiene como fuente de esa organización los mercados financieros especulativos, y que se apoya en los principios filosóficos en la defensa parcial de los derechos individuales, el progreso personal y la competición económica y social.
Eso así, para empezar la faena. Y seguro que algo se me olvida. Pero claro,como eso no cabe en un tuit, en un eslogan ni en una pancarta, tiramos del reduccionismo positivista del "Estado democrático de derechos".
Pero en nuestro sistema esta la esencia de la corrupción porque los políticos viven alejados de la voluntad de los ciudadanos al no acercarse a ella nada más que cada cuatro años y de forma parcial; porque los partidos marcan las leyes, los nombramientos, los tiempos y los ritmos de esos políticos, así como sus caídas y ascensos, más que las urnas; porque el triunfo personal en toda la sociedad se mide por el enriquecimiento; porque el triunfo político depende más del apoyo del partido, de los intereses que le sustentan y de las maquinaciones de pasillo y despacho que de la voluntad de los votantes.
Y si analizamos la parte económica ya podemos ponernos a rechinar los dientes y mesarnos los cabellos.
Un sistema económico que vive siempre al borde del colapso si no crece y crece continuamente; exigiendo beneficios rápidos y continuos; dirigido por unos mercados especulativos que no tienen en cuenta los derechos ni las leyes nacionales, continentales ni universales -en caso de que las hubiera-; en el que la actividad especulativa produce más rendimientos que la industrial, la comercial y la de servicios todas juntas; en el que no solo es lícito, sino que es aplaudido, operar en la sombra para alterar el precio de bienes y empresas; en el las decisiones políticas marcan el éxito o el fracaso de las empresas y los vaivenes de los mercados imponen unas decisiones u otras a los políticos; en el que el éxito empresarial se mide en beneficios sin contar cómo se obtienen esos beneficios; en el que el apoyo financiero marca la posibilidad de acceder al éxito político; en el que el bienestar, los beneficios empresariales y el crecimiento económico constante de un tercio de la población mundial depende de la miseria del resto del planeta.
Todo aquel que quiera medrar, gobernar o tener éxito económico dentro del sistema precisa recurrir a alguno de los falsamente llamados "vicios" del sistema que, en realidad, son sus marcadores genéticos distintivos. Corrupción, nepotismo, explotación, expolio, etc, etc, etc.
Y hablar de regeneración es un recurso a esa eterna inconsciencia colectiva que supone repetir las mismas acciones una y otra vez en la esperanza de que obtengan resultados distintos. Es como pretender que por el mero hecho de que la serpiente mude de piel, la siguiente cobertura que le salga sea el cálido pelaje de un gatito. Pero realmente sabemos que, no solo será de serpiente, sino que tendrá idéntico dibujo que la anterior.
Todavía los habrá que defiendan que cambiando todas esas cosas en el sistema puede funcionar. Y les doy la razón porque si cambiamos todo eso, habremos cambiado de sistema, no lo habrás regenerado, lo habremos cambiado que es de lo que se trató desde el principio.
¡Ah, antes de que se me olvide!, otra cosa para esos del "prefiero que me gobierne un ladrón a un comunista", que está ahora tan de moda: cambiar no es volver a cosas que ya fallaron también, es inventar algo nuevo.
El sistema que tenemos -comúnmente falsamente reducido en la palabra democracia- no es, en contra de la cita clásica, el mejor de los posibles. Es el mejor de los que hemos tenido hasta ahora y cambiarlo no significa renunciar a la esencia democrática.
Por si había dudas.
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