Un ataque al parlamento iraní en Teherán, un hombre que persigue a martillazos a un policía por las calles de París. Esos antagonistas que apenas comprendemos que se disfrazan bajo los eslóganes fanáticos del falso califato siguen pulsando nuestra teclas, tensando nuestras cuerdas y nosotros seguimos en lo nuestro. Respondiendo como instrumentos bien afinados que tan solo saben interpretar una melodía
Como actores autómatas con un guión programado en nuestras entrañas robóticas, seguimos desgranando uno tras otros los episodios de nuestro drama hacia un final anticipado y que nuestra ceguera nos impide ver o nuestra inconsciencia reconocer.
Durante semanas los locos enfervorecidos por el odio religioso han cargado contra Gran Bretaña como un ariete picto contra la muralla de Adriano: Londres, Manchester, otra vez Londres...
Cualquiera puede ver lo que quieren, cualquiera se da cuenta que las elecciones británicas son el objetivo perfecto, como antes lo hicieran en las francesas, como tiempo atrás lo intentaran en las españolas en el aciago 11M.
Quieren un enemigo fuerte, tan radicalizado como ellos. Y nosotros se lo damos, se lo ponemos en bandeja.
Francia estuvo a punto de hacerlo con Le Penn, aunque la segunda vuelta de las presidenciales galas dio un respiro a la cordura de un país que también había sido sometido previamente a un baño de sangre que no se recordaba en las calles de París casi desde el Periodo del Terror jacobino.
España hace mucho tiempo, cuando la furia sanguinaria aún respondía al nombre de Al Qaeda, estuvo a punto de dárselo si la mala gestión informativa -por no decir directamente las mentiras y las manipulaciones informativas- del gobierno de entonces, acuciado por su necesidad ideológica del enemigo interior nacionalista e independentista, no hubiera llevado el voto hacia el otro espectro electoral.
Y ahora Gran Bretaña se lo pone en bandeja. Teresa May, que piensa en el Brexit, en sus escaños conservadores, en los millones que le puede ahorrar o costar a sus empresas, dice lo que todos los dirigentes del Falso Califato terrorista estaban esperando oír.
Hay que ser más firmes contra el terrorismo "Si nuestras leyes de derechos humanos nos lo impiden, cambiaremos las leyes para poder hacerlo”.
Y los enemigos, los que mantienen esa guerra en mil frentes que nosotros apenas comprendemos porque seguimos empeñados en fijarnos solamente en el fanatismo de los ejecutores en lugar de en los objetivos de los planificadores, dan palmas con las orejas.
Todo movimiento basado en el fanatismo necesita un enemigo fuerte, comprometido en el uso de la fuerza extrema contra él. Lo necesita porque eso le genera más reclutas, más mártires, más combatientes desesperados, más mensajes demagógicos de injusticia -sean ciertos o falsos-, en definitiva, más carne de cañón para su guerra y más retórica barata para su propaganda.
Por eso atacan a Irán o a Turquía, regímenes nada sospechosos de tener reparos éticos a la hora de ejercer la represión; por eso combaten en Yemen o atentan en Arabia Saudí. Y por eso la emprenden a atentados antes de las elecciones francesas o británicas.
Si los hijos de Albión, atenazados por el miedo, votan a May para que cumpla sus promesas de restringir derechos humanos para lograr seguridad, iniciarán un camino que aunque crean que les llevará a sentirse a salvo tan solo significará abrir la puerta a una situación en la que luego les resultará muy difícil recuperar los derechos cedidos.
Porque igual que ocurre en Siria, en Irak, en Afganistán, en Turquía y a partir de ahora con toda seguridad en Irán, en pocos años tendremos que enfrentarnos a dos enemigos: el terrorismo y la represión antiterrorista. Los dos en nuestras calles, los dos en nuestras casas, los dos asediándolos. Y eso es algo que ninguna sociedad civil puede soportar.
La promesa electoral de May demuestra que el Occidente Atlántico ha perdido la capacidad creativa para la solución de problemas, el pensamiento analítico y transversal.
Hemos convertido al terrorismo en una especie de enemigo ex machina ante el que solo cabe una respuesta posible: la fuerza, más intensa y constante que la suya.
Y todo porque no queremos enfrentarnos al hecho de que la forma de desmantelar a ese enemigo, de dejarle sin huestes ni recursos, radica en la economía, en la esencia más profunda de la organización económica del mundo y no en el islam, el fanatismo o la locura.
Y la economía, con Brexit o sin Brexit, es algo que no queremos tocar.
Preferimos caer en el fuego cruzado entre el Falso Califato y Teresa May disfrazada de Adam Sutler -el mítico Líder de V de Vendetta- que renunciar a un sistema económico que basa nuestro bienestar en la vida misérrima de tres cuartas partes del planeta.
Si la promesa de cambiar libertad por seguridad de May activa los sufragios de los votantes ingleses y le da la victoria, habremos perdido Gran Bretaña como, tras la elección de Donald Trump, estamos a punto de perder Estados Unidos.
¡Inglaterra prevalece!
Y los enemigos, los que mantienen esa guerra en mil frentes que nosotros apenas comprendemos porque seguimos empeñados en fijarnos solamente en el fanatismo de los ejecutores en lugar de en los objetivos de los planificadores, dan palmas con las orejas.
Todo movimiento basado en el fanatismo necesita un enemigo fuerte, comprometido en el uso de la fuerza extrema contra él. Lo necesita porque eso le genera más reclutas, más mártires, más combatientes desesperados, más mensajes demagógicos de injusticia -sean ciertos o falsos-, en definitiva, más carne de cañón para su guerra y más retórica barata para su propaganda.
Por eso atacan a Irán o a Turquía, regímenes nada sospechosos de tener reparos éticos a la hora de ejercer la represión; por eso combaten en Yemen o atentan en Arabia Saudí. Y por eso la emprenden a atentados antes de las elecciones francesas o británicas.
Si los hijos de Albión, atenazados por el miedo, votan a May para que cumpla sus promesas de restringir derechos humanos para lograr seguridad, iniciarán un camino que aunque crean que les llevará a sentirse a salvo tan solo significará abrir la puerta a una situación en la que luego les resultará muy difícil recuperar los derechos cedidos.
Porque igual que ocurre en Siria, en Irak, en Afganistán, en Turquía y a partir de ahora con toda seguridad en Irán, en pocos años tendremos que enfrentarnos a dos enemigos: el terrorismo y la represión antiterrorista. Los dos en nuestras calles, los dos en nuestras casas, los dos asediándolos. Y eso es algo que ninguna sociedad civil puede soportar.
La promesa electoral de May demuestra que el Occidente Atlántico ha perdido la capacidad creativa para la solución de problemas, el pensamiento analítico y transversal.
Hemos convertido al terrorismo en una especie de enemigo ex machina ante el que solo cabe una respuesta posible: la fuerza, más intensa y constante que la suya.
Y todo porque no queremos enfrentarnos al hecho de que la forma de desmantelar a ese enemigo, de dejarle sin huestes ni recursos, radica en la economía, en la esencia más profunda de la organización económica del mundo y no en el islam, el fanatismo o la locura.
Y la economía, con Brexit o sin Brexit, es algo que no queremos tocar.
Preferimos caer en el fuego cruzado entre el Falso Califato y Teresa May disfrazada de Adam Sutler -el mítico Líder de V de Vendetta- que renunciar a un sistema económico que basa nuestro bienestar en la vida misérrima de tres cuartas partes del planeta.
Si la promesa de cambiar libertad por seguridad de May activa los sufragios de los votantes ingleses y le da la victoria, habremos perdido Gran Bretaña como, tras la elección de Donald Trump, estamos a punto de perder Estados Unidos.
¡Inglaterra prevalece!
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