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domingo, agosto 23, 2015

Lapidar al Islam y apedrear nuestro propio tejado

Se ha puesto muy de moda últimamente entre la supuesta intelectualidad laica y católica de este Occidente Atlántico nuestro una frase: "El Islam es incompatible con los Derechos Humanos". Por una vez están de acuerdo en algo. Y se quedan tan campantes. No sé si lo que esperan es que con esa afirmación se prohíba a los seres humanos seguir las suras de Mahoma y así se solucione el problema del yihadismo. Pero para mi se quedan cortos.
Aplicando sus argumentos y la falsa exégesis que hacen de El Corán yo podría decir que toda religión -sobre todo las tres monoteístas bíblicas- es incompatible con los Derechos Humanos. Eso duele , ¿no? 
Tranquilos, tranquilos, seguid leyendo. 
Decir que el judaísmo es compatible con los derechos humanos es simplemente no haberse leído el libro de los Números ni el Levítico. Se imponen castigos sangrientos, desde la lapidación hasta la amputación ritual, por adulterio, incesto y "crímenes" mucho más execrables como plantar distintos cultivos en la misma tierra, tocar piel de cerdo con las manos, mezclar tejidos en una sola prenda de vestir o trabajar en sábado. Acepta y potencia la esclavitud, castiga la homosexualidad y llama a tomar las armas para vengar con sangre las ofensas a Yahve. No parece demasiado compatible con los Derechos Humanos tal y como los conocemos.
Afirmar que el cristianismo es compatible con los Derechos Humanos es ignorar el versículo en el que Jesús de Nazaret afirma "no niego las antiguas leyes pues son de Dios" -o sea, acepta el Levítico, el catálogo de lindezas al que me refiero en el párrafo anterior-. Además de pasar por alto el "No he venido a traer la paz sino la espada", "El que no está conmigo está contra mi" y la carta de San Pablo a Timoteo en la que afirma que “Todos los que estén bajo el yugo de la esclavitud consideren a sus dueños como dignos de todo respeto, para que no se blasfeme del nombre de Dios y de la doctrina” o la Epístola a los Corintios en la que hace una pormenorizada descripción de como debe ser la vestimenta femenina para concluir con un tajante "la mujer ha de ir velada. Y si no se vela que se rape". Tampoco parece que los Derechos Humanos sean muy compatibles con todo ello.
Vamos, todo muy parecido al Islam. Al fin y al cabo ¿de donde creemos que sacó el bueno de Mahoma sus ideas?, ¿olvidamos que el islam es una pretendida evolución del cristianismo como el cristianismo lo es del judaísmo? 
Hay que refrescar un poco las clases de religión, que al Estado español le cuestan una pasta.
En este momento es cuando los falsos laicistas que confunden las cosas empezarían a gritar contra las religiones y pedir su prohibición cometiendo un error del tamaño de un continente pequeño porque todo lo que he escrito hasta ahora nada tiene que ver con las religiones a las que me refiero. Tiene que ver con otra cosa.
Las insufribles normas del Levítico, el exterminio de Filisteos, Nabateos y hurritas, la discriminación sistemática de los samaritanos o las guerras de religión iniciadas por el reino de Judá contra el mítico reino de Saba y su reina nada tienen que ver con la religión judía por mucho que se gritara Yahve Sebaot en las cargas de infanteria o se hicieran las purgas en nombre de Adonai.
Del mismo modo que la quema de la biblioteca de Alejandría, las cruzadas, El Alto Tribunal del Santo Oficio, la caza de brujas, las expulsiones de judíos y moriscos, las persecuciones y guerras contra los protestantes que asolaron Europa o los autos de fe y juicios de herejía contra científicos, filósofos y pensadores nada tienen que ver con el cristianismo aunque se gritara ¡Dios lo quiere! o Pro Chistro mientras se llevaban a cabo esas barbaries por los milites Christi.
Tiene que ver con la concepción primitiva del mundo y de la sociedad, con la visión medievalista del poder, la divinidad y el gobierno.Tiene que ver con el estadio evolutivo en el que se encuentran las gentes que las ponen o pusieron en práctica.
Y decir lo contrario es comparar a Salomón con Isaac Rabin, a Gregorio VII con el Papa Francisco y a Saladino con Osama bin Laden.
Así que, en realidad, lo que es incompatible con los Derechos Humanos es la teocracia que impone a sangre y fuego al pie de la letra unos preceptos surgidos hace dos mil años o más en sociedades como mucho medievales, sino paleolíticas, en las que el concepto de Derechos Humanos no existía.
Y la solución no es decir nada sobre la religión, sino contribuir a sacar a toda una zona del mundo de ese medievalismo para que su concepto de religión evolucione como lo ha hecho el nuestro. Todos sabemos cómo hacerlo la única pregunta es si nos conviene hacerlo por otros motivos que también todos tenemos en mente.
Porque decir lo contrario es decir que cristianismo, judaísmo y cualquier ideología está en contra de los Derechos humanos. Que aparte de las cruzadas y los autos de fe también existieron los gulags, no lo olvidemos.

sábado, abril 18, 2015

El califato (EI) según el califa (el de verdad)

Con ustedes Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, Califa del Islam.

Mi nombre es Ṣalāḥ ad-Dīn
Vosotros, que os hacéis llamar El Califato, acordaros de que yo soy y fui el único califa de todos los creyentes.
Acordaros de que nuestro dios, Allah, no triunfó en ninguna batalla hasta que yo mandé y ordené las huestes del Islam; recordad que dejé marcharse a los cristianos tras vencer su derrota e hice de Jerusalén, la gran ciudad santa del Islam junto a La Meca, un lugar donde los tres ritos hermanos pudieran convivir.
Tened presente que colgué a diez ulemas de las murallas santas por predicar el odio a los judíos, que hable con Ricardo y consentí el acceso a todos los peregrinos, que vi morir a Balduino y le recé a su dios ante una cruz para que le salvara por haber sido bueno. Estudiad y aprended que flagelé a un hombre al que llamaban santo por bendecir a aquellos que, encapuchados, mataban a cristianos en mitad de la noche.
Mi nombre es Ṣalāḥ ad-Dīn.
Vosotros, cristianos que ahora maldecís a mi dios por todo lo que unos locos dicen que hacen en su nombre, tened claro cuando oigáis o leáis califato que yo fui el único califa de todos los hijos del Islam.
Que perdoné la vida a todos los defensores de Jerusalén, sus hijos, sus mujeres, sus ancianos y todos sus sacerdotes pese a que ellos se habían bañado en la sangre de todos mis hermanos al tomar la ciudad; que colgué a algunos de esos vuestros templarios por violar a judías, a cristianas y cualquier mujer que vieran en sus rafias; que decreté el estudio de todos vuestros libros en nuestras escuelas del Corán, que obligué a punta de cimitarra a nuestros doctores y mulahs a leer el talmud los viernes en todas las mezquitas, que envié a mis jinetes a proteger Bizancio del acoso y saqueo de esos santos cruzados que quisieron pagar con un reino cristiano el no haberme vencido.
Recordad que comí con rabinos, merendé con teólogos y respete las fiestas, los ayunos y ritos de las tres religiones.
Yo soy Ṣalāḥ ad-Dīn
Vosotros, hijos bastardos de un islam que no existe y cristianos furiosos que escupís por culpa de unos locos en el rostro oculto y bendito de mi dios, acordaos de mí la próxima vez que escuchéis o veáis escribir el nombre “califato”.
Mi nombre es Ṣalāḥ ad-Dīn, califa del Islam.
Y ni yo ni mi dios tenemos ni queremos tener nada que ver con nadie de esa gente.
(inspirado libremente en los diálogos de El Reino de los Cielos)

miércoles, julio 10, 2013

Conservadores, Egipto y el alfanje del falso laicismo

En los tiempos de las cruzadas mayores, esas de las que ahora solamente sabemos por las películas, una de las armas que decantaron la lucha a favor de los sarracenos -además de la capacidad estratégica de sus líderes- fue el alfanje. 
Esa inmensa espada curva de doble filo de ida y vuelta que funcionaba por un lado como una cuchilla de afeitar en seco y por otro como una hoz capaz de separar la cabeza del cuerpo hasta el hueso de un solo y doloroso tajo.
Si entonces fueron los sarracenos, con Saladino al mando, los que demostraron la importancia de dominar el doble filo en las guerra religiosas ahora es el otro bando el que parece haber aprendido la lección a la hora de lograr la ansiada victoria en ese enfrentamiento religioso que lleva matando al mundo casi quince siglos.
Solamente que ahora el doble filo utilizado no es una espada, es un concepto: se llama laicismo.
No deja de resultar curioso que sea precisamente el conservadurismo más rancio -y no hay conservadurismo más rancio que el español- el que en estos días se convierta en el defensor más firme del golpe militar que ha acabado con la democracia en Egipto. 
Por supuesto no de forma oficial, por supuesto siempre a título personal, pero lo defienden o como poco lo justifican.
Aquí, en lo doméstico, afirman que el voto de una mayoría minoritaria del país, que por arte de una ley electoral que es casi un arcano mágico ha conferido la mayoría absoluta a un partido político, debe ser respetado, debe servir de escudo y parapeto para cualquier acción de gobierno y declaran antidemócratas a todos aquellos que exigen un cambio.
Allí, para las lejanas tierras de los faraones, hablan de proteger a las minorías, de que una mayoría no puede imponer su forma de ver la sociedad, de que el ejercito pretende asegurar los derechos de los siete millones de egipcios que no votaron a Mursi -de un censo electoral de casi treinta millones-, de que la victoria en las urnas no puede ser excusa para imponer una forma de ver la sociedad a todos.
Aquí manifestaciones multitudinarias, huelgas generales, protestas de colectivos profesionales enteros, no son relevantes a la hora de cambiar la política de un Gobierno que lo hace en contra de todos los implicados en sus decisiones.
Allí, tres semanas de manifestaciones de unos pocos miles de coptos y defensores del antiguo régimen justifican una intervención militar "en beneficio" de la voluntad popular.
Pero lo que resulta más que chocante es que  precisamente sean ellos los que se amparen en la defensa de una sociedad laica para hacerlo. 
Aquí, amparados en los sermones de prelados y las reflexiones de teólogos, declaran que el laicismo es un enemigo de la libertad religiosa porque impide mostrar públicamente tus creencias, porque las reduce al ámbito privado -de donde nunca debieron salir hace siglos, por cierto-.
Allí, usan el laicismo como bandera. Claman por una sociedad en la que no se muestren los símbolos religiosos públicamente -los musulmanes, claro está-. Hablan de que solamente una sociedad laica puede garantizar la libertad religiosa.
Y el alfanje de doble filo del falso laicismo sigue repartiendo tajos a diestro y siniestro.
 Aquí es bueno y lógico que se discrimine a las familias homosexuales porque no siguen sus parámetros morales, allí es mala la poligamia porque es una imposición religiosa; aquí aplauden con las orejas cuando un gobierno tira de principios morales católicos -no de argumentos de derecho- para regular el aborto; allí se escandalizan cuando una tradición religiosa impone las cabezas veladas a las mujeres; aquí hinchan de dinero a instituciones educativas religiosas del Opus Dei mientras dinamitan la enseñanza pública, allí se mesan los cabellos por la apertura de Madrazas de los Hermanos Musulmanes; aquí aplauden y asienten respetuosamente cuando los prelados afirman en sus sermones que es necesario reevangelizar España, allí los intentos de islamización de los Hermanos Musulmanes son intolerables.
Aquí la asignatura de religión que cuenta para la media es un paso adelante para la libertad religiosa. Allí el estudio de El Corán fuera del horario lectivo es intolerable.
Creen haber aprendido a usar el doble filo del laicismo de salón y creen que con eso nos engañan.
Los mismos que callan aquí cuando un alcalde catalán se declara islamofóbico y hace la vista gorda a agresiones a musulmanes, les prohíbe rezar públicamente o les desahucia ilegalmente de una mezquita, pese a que han pagado los terrenos al ayuntamiento, gritan y sollozan cuando los yihadistas más furiosos -los mismos salafistas que ahora han apoyado el golpe de Estado, no los Hermanos Musulmanes de Mursi- queman una iglesia copta. 
Los mismos que apoyan y exigen que se investigue dentro de nuestras fronteras a cualquier musulmán porque todos sabemos que todo musulmán es "sospechoso de terrorismo", consideran intolerable que los Hermanos musulmanes miren de través a la iglesia copta y su patriarca después de décadas de colaboracionismo de esta institución con la represión de Mubarak.
Los mismos que, incluidos dentro de la Internacional Demócrata Cristiana -déjenme que lo repita, cristiana-, recogen abiertamente en sus fines políticos un gobierno democrático basado en los principios del cristianismo consideran intolerable que se haga los mismo en Turquía o en Egipto con los principios del Islam.
Cuando el filo del alfanje del falso laicismo va hacia Egipto es una hoja delgada que corta quirúrgicamente en una disección llena de matices laicistas la sociedad egipcia, cuando vuelve hacia España es el basto filo de una hoz que arrampla con cualquier necesidad de un estado laico en beneficio de su propia fe.
Y, aunque nos parezca otra cosa, aunque se nos asemeje a otra circunstancia, todo eso no tiene nada que ver con el laicismo, los verdaderos defensores de una sociedad laica no debemos dejarnos engañar. Ni por unos ni por otros.
Es simplemente una reedición de las cruzadas. Una nueva y moderna carga religiosa sin cruces en el pecho, sin caballos de batalla y sin asedios a plazas amuralladas. Pero son las mismas cruzadas.
No están contra el islamismo, contra la islamización de las sociedades, por deseo de libertad y pluralidad en una sociedad laica. Están en contra porque eso les impedirá la cristianización de las mismas, porque les dificultará su evangelización.
Para ellos el laicismo no es un objetivo, es un medio, un arma en su guerra particular. Una guerra que no es una lucha entre la libertad y el control religioso. Lo es entre su dios y el de los otros.
Por eso no les duele en prendas defender un golpe de Estado militar, el acto más antidemócratico que se conoce. De nuevo "Dios lo quiere".
No nos engañemos, cuando se lleva la cruz en la celada, miremos hacia donde miremos, la rendija es demasiado estrecha para ver otra cosa que no sea tu espada.
En eso al menos son coherentes. Lo defienden en Egipto cuando el Islam avanza y no lo condenan aquí cuando un militar de rango amenaza con él ante el avance del soberanismo.
Dios, cualquier dios, es totalitario por naturaleza. Y el ejercito es la mejor herramienta para eso.


domingo, julio 07, 2013

El patriarca del rol cambiado en el Golpe de Estado

Todos los grandes dramas, las grandes representaciones, tienen momento que atraen la atención. Escenas de impacto, grandiosas y espectaculares que están diseñadas como apoteosis y que nos impiden ver en muchas ocasiones, los pequeños giros, los momentos previos, que son en realidad lo que nos explican el verdadero significado de la historia. Esquilo lo sabía, Shakespeare jugaba con ello, cualquier guionista de Hollywood que se precie domina la técnica. 
Y los militares y otras fuerzas que han orquestado el Golpe de Estado en Egipto han demostrado que también dominan este arte.
Así que hablemos de los pequeños giros, las escenas menores de este trágico guión que es el ataque frontal al único gobierno democrático que ha conocido Egipto.
El primero es la reducción de foco.
Cuando se produce el golpe de Estado la plaza Tahrir estaba llena. Pero en realidad no lo estaba. No había ni un 10 por ciento de la gente que se reunía en las manifestaciones contra Mubarak hace poco más de una año. El realizador de esta mascarada cierra el foco y parece que es lo mismo, pero no lo es.
La omisión del origen.
Nadie hace hincapié en el hecho de que, según los analistas y reporteros presentes, la mayoría de los que allí se encuentran son cristianos coptos, los periódicos están llenos de declaraciones de ellos sobre la libertad religiosa, sobre que Egipto no es islamista, sobre lo que se quiere, pero nadie resalta el hecho de que son cristianos coptos.
El concepto de democracia
Tampoco nadie resalta el hecho de cualquier demócrata abuchearía un despliegue militar por mucha bandera que lleven los helicópteros sobre un palacio presidencial en el que reside un presidente elegido democráticamente.
¿El 15M jalearía a los cazas españoles si, engalanados con la bandera patria, bombardearan el parlamento? Sabemos que no. ¿Los indignados de Wall Street vitorearían a los Marines -¡Semper Fi!- si se aprestaran a tomar la Casa Blanca? Sabemos que no.
Pero los directores del drama del golpe de Estado egipcio presentan esa clara muestra antidemocracia de los allí congregados como el apoyo popular, como la voluntad del pueblo egipcio, del mismo modo que presentan a los cristianos coptos allí reunidos como representantes del Egipto "laico".
Omiten el hecho de que fue Mursi quien obligó al ejército a intervenir cuando este se cruzaba de brazos en la quema de iglesias coptas en algunas zonas del país; no recuerdan el hecho de que fue el Gobierno de Mursi el que obligó a un ejercito egipcio, condescendiente desde la caída de Mubarak, a que controlara de nuevo las actividades de los yihadistas en la frontera de la Gaza bloqueada por los dos teocracias más furiosas del orbe conocido: el régimen terrorista de Hamas y el gobierno mesiánico de Israel.
Eso lo callan. Y todos los interpretes de este drama refuerzan el concepto.
El emporio vaticano, que ha clamado durante meses -sobre todo con el anterior inquisidor blanco Ratzinger- por la libertad religiosa y el derecho a la libre elección del pueblo egipcio calla ahora y se dedica a santificar papas y publicar en cíclicas anti tecnológica.
No dice nada de las detenciones masivas de Hermanos Musulmanes por ser musulmanes e islamistas, no dice nada sobre la carga de intolerancia hacia el islamismo que destilan los periódicos más conservadores de Occidente ¿de repente ya no hay que denunciar la persecución religiosa?, ¿de pronto parece que la cristianofobia es un azote intolerable pero la islamofobia no?
Los medios de comunicación occidentales definen a los miles de personas que se lanzan a la calle en protesta por el golpe de Estado como "los islamistas", mientras que a los que hacen lo mismo contra El Asad en Siria o Abdalá en Jordania les llaman "la oposición democrática". Los que defienden el resultado de las urnas y la restitución del presidente son "islamistas", no "demócratas", mientras que los que apoyan el golpe de estado son "laicos", no "golpistas".
Y para reforzar la cosa, cuentan que grupos extremistas han reaccionado atacando a sacerdotes coptos,como si eso demostrara que los Hermanos Musulmanes no habían ganado las elecciones o habían perdido la legitimidad.
Pero claro, los que hablan de eso ignoran esta frase: "El miércoles el patriarca copto, Teodoro II, había comparecido junto a El Baradei y el general Al Sisi cuando este último anunció el golpe de Estado". Todos los egipcios han visto esas imágenes, pero nadie las reproduce en occidente, nadie publica la instantánea de es momento. Nadie quiere que se recuerde esa escena del drama en concreto.
Nadie critica a la Iglesia Copta que, en lugar de decir "no, somos demócratas, no estamos de acuerdo con el gobierno de Mursi pero sabemos que el camino hacia la justicia no es un golpe de Estado", posara sonriente junto al general golpista; nadie comenta el hecho de que, por mucho prestigio que pudiera tener el líder opositor, lo ha perdido completamente como posible gobernante democrático al aparecer junto a un militar que ha impuesto su voluntad por encima de la ciudadanía.
Así elaboramos los dramas y las tragedias de otros en Occidente. 
El ejército egipcio ha recuperado el poder no por el islamismo de los Hermanos Musulmanes sino porque el poder y la base social de estos amenazaba el suyo y nosotros estamos contentos -o, cuando menos lo toleramos y justificamos- no porque seamos demócratas y queramos defender la democracia, sino porque tenemos miedo de lo que no compondremos y queremos que alguien lo controle a cualquier precio.
Cambiamos los papeles de todos para lograr el final que ansiamos. 
Teorodoro II, El Baradei y el General Al Sisi son los golpistas -los dos primeros como colaboradores necesarios, como mínimo-, Mursi, su gobierno y los Hermanos Musulmanes, no. Los que exigen la restitución del presidente son los demócratas, los que jalean a los helicópteros  no. Los Hermanos Musulmanes no son laicos, los cristianos coptos tampoco.
Y el telón de esta tragedia caerá en forma de guerra civil sobre Egipto solamente porque nosotros lo hemos consentido y hemos defendido a quienes no tenemos que defender porque su forma de pensar nos resulta más cómoda.
Pero no pasa nada. Nuestra arrogancia nos enseñó hace tiempo a saber vivir con esas cosas.

jueves, julio 04, 2013

Egipto, Tahrir y nuestro falso sentido democrático

Tahrir, la plaza que otrora nos vendieran y presentaran como un símbolo de libertad y de cambio, hoy es otra cosa. 
Puede que a nosotros no nos importe un carajo, acuciados por lo nuestro, puede que se nos antoje lo mismo o nos interese, pero lo que ha ocurrido y ocurre hoy en Tahrir es más importante para nosotros que la gran mayoría de las cosas que están ocurriendo en el interior de nuestras fronteras.
Los militares egipcios han recordado que tienen las armas, que tienen la fuerza, que tienen el poder y han decidido utilizarlos para convertir en historia pasada al primer gobernante civil egipcio salido de las urnas.
Puede que lo llamen de otra manera, puede que los que ahora celebran en la plaza, que no son los mismos que se manifestaban hace dos años, lo quieran llamar de otra manera. Pero un golpe de Estado militar es un golpe de Estado militar. Ni todos los eufemismos del mundo le pueden cambiar el nombre.
Y el golpe militar en Egipto nos envía muchos mensajes, nos demuestra muchas circunstancias. Nos pinta la cara de rojo a nosotros, los occidentales atlánticos, y a nuestro patológico desconocimiento de las situaciones que creemos entender.
Porque Occidente, su actitud y su condescendencia tienen mucho que ver en todo esto.
Cuando Tahrir estaba llena de manifestantes que pedían la caída de Mubarak, del Rais dictatorial que los gobiernos occidentales habían colocado hace décadas en el gobierno egipcio en beneficio de Israel y sus intereses económicos, el Occidente Atlántico los apoyó, los jaleó, los vendió y los compró como ejemplo y semilla de un cambio que debía producirse en el mundo árabe.
Y el Rais cayó, la democracia llegó a Egipto y todos los columnistas, arabistas, expertos en política internacional y demás catálogo de opinadores occidentales se congratularon de ello.
Pero luego Occidente plegó velas en cuanto los egipcios hicieron uso libre de esa democracia. En cuanto eligieron lo que querían, la cosa cambió.
La arrogancia occidental imaginó que los egipcios colocarían en el poder un gobierno de corte occidental -lo que nosotros necesitábamos-, un gobierno de rasgos modernizadores -lo que nosotros queríamos  y un gobierno de rasgos laicos -lo que nosotros entendíamos-, pero Egipto eligió lo que quería: un gobierno conservador e islamista.
Y entonces la democracia ya no fue buena en Egipto.
A partir de ese momento los mismos que habían clamado por la democracia en Egipto empezaron a cuestionar el resultado que esa democracia había traído. Los Hermanos Musulmanes empezaron a ser el enemigo a batir. La voluntad del pueblo egipcio empezó a ser cuestionada.
De repente los que antes eran los seguidores del régimen dictatorial y opresivo del Rais pasaron a ser los "laicos" que es oponían a la Constitución de corte religioso del presidente Morsi y los Hermanos Musulmanes.
Desde la prensa occidental hasta el mismísimo blanco inquisidor vaticano Ratzinger empezaron a alertar contra la cristianofobia en Egipto, presentando los actos de los radicales yihadistas como una consecuencia del gobierno de Morsi e ignorando que esos cristianos coptos a los que ahora parecía que se perseguía habían apoyado sin ambages al Rais Mubarak, habían formado parte de su administración, habían compartido desde la élite social gran parte de la visión destructora del gobernante e incluso habían sido los encargados de perseguir durante años a las estructuras clandestinas de los Hermanos Musulmanes, prohibidos por el dictador egipcio.
Pero, de repente, eran los "laicos" que estaban injustamente sometidos a la dictadura de los islamistas. Aunque Morsi hubiera ganado las elecciones con un 51 por ciento de los votos, aunque la Constitución hubiera sido aprobada con un 64% de los sufragios a favor.
Nos daba igual lo que quisiera el pueblo Egipcio. Como a nosotros nos venía mal pues era malo.
Se empezó a hablar de oposición "laica", cuando los políticos que la comandaban y la aglutinaban eran antiguos cargos públicos de la dictadura de Mubarak, se vendió como luchadores por la democracia y la libertad a individuos que utilizaban sus posiciones como jueces para echar tierra en el engranaje islamista cuando durante años habían mandado sin pestañear al patíbulo con sentencias de muerte sumarias a cualquier opositor del régimen de Mubarak.
Todo para intentar parar el islamismo en Egipto.
Como ya habíamos hecho con Argelia hace décadas,cuando impedimos que el FIS subiera al poder porque eran islamistas; lo mismo que estamos haciendo en Siria, enquistando una guerra civil para impedir que los islamistas se hagan con el poder tras la caída de otro dictador puesto por nuestro Occidente Atlántico, El Asad.
Como intentamos desacreditar a la misma sociedad tunecina que había arrojado del poder a su dictador cuando exigió que se retirara la prohibición de llevar velo que este había impuesto a las mujeres musulmanas; lo mismo que hacemos en los reinos feudales del golfo, mirando a otro lado cuando sus emires y príncipes mantienen a su pueblos en la miseria mientras ellos nadan en la opulencia, con tal de que controlen a los extremistas yihadistas dentro de su territorio, aunque esos emires sean más fanáticos religiosos que los propios terroristas y apliquen la ley de la lapidación, la castración y la amputación de manos al pie de la letra.
Lo mismo que estamos haciendo en Turquía, defendiendo a capa y espada unas protestas -quizás justas- con el único objetivo de que el único gobierno coherente de esa zona, el único tapón de cordura democrática que, dentro del islamismo, representa Erdogan -que tampoco es un santo, no nos engañemos- caiga para que no gobierne un islamista en Turquía.
Nuestra incapacidad para entender el flujo de la historia, para comprender que -por un motivo u otro- los países musulmanes quieren ahora y van a seguir queriendo de forma mayoritaria gobiernos basados en su religión, aunque a nosotros nos parezca arcaico y contraproducente, va a acabar por devolvernos el golpe.
Nuestra incapacidad para respetar la democracia cuando nos viene mal, para entender que la única forma de que el gobierno basado en principios religiosos pierda dogmatismo y se haga tolerante y democrático -como nuestra democracia cristiana, que siempre se no olvida que existe y la toleramos cuando hablamos de estas cosas- es que pase por el poder, es que los mismos que lo colocaron en el poder les exijan flexibilidad, nos va a pasar factura.
Nuestra imposibilidad de consentir que otros pueblos y otras culturas pasen por su peculiar travesía del desierto antes de descubrir los supuestos valores que nosotros ya tenemos -y que descubrimos de igual manera que ellos hace no tantos siglos- va a acabar por matarnos.
Los que hoy dicen que Tahrir celebra la caída del gobierno islamista están mintiendo. Los que hoy están en Tahrir están celebrando el retorno al poder de aquellos que lo ejercieron de forma dictatorial y despótica en su beneficio y en el de nuestro Occidente hasta que el pueblo egipcio expresó su voluntad mayoritaria en las urnas. 
Los que hoy están en la plaza de Tahrir celebrando el golpe son los mismos que estaban en el palacio presidencial intentando evitar la caída de Mubarak hace dos años. Incluidos los cristianos coptos.
Y lo están porque, entre otras cosas, nuestro cambio de actitud les ha dado alas, les ha enviado una enseñanza de como interpretamos la justicia y la democracia en Occidente, les ha enseñado una lección que les ha resultado muy fácil de aprender y que les costará olvidar: Occidente entiende la democracia y la voluntad popular como una herramienta que sirve a los fines del poder, no como un valor en sí mismo. 
Si no nos viene bien la democracia incluso se puede prescindir de ella.
Por más que los que han hecho del islamismo la nueva hidra de múltiples cabezas contra la que enviar a nuestros paladines heroicos -como antes fuera el comunismo- crean que hoy ha sido una victoria para frenar el islamismo en el mundo, están equivocados.
Hoy han contribuido, ya sean medios occidentales, cristianos coptos egipcios, cardenales de curia vaticanos o políticos europeos o estadounidenses a engrosar las filas del yihadismo más radical, fanático y violento.
Cuando a alguien le arrebatas la posibilidad de evolucionar y hacer las cosas de forma democrática tan sólo le dejas la violencia.

En contra de lo que escribían con Láser los golpistas en Tahrir, el juego no ha terminado. No ha hecho otra cosa que empezar y nuestra apertura es tan arriesgada e irresponsable que expone la garganta de todas nuestras piezas al tajo furioso del fanático religioso que sepa utilizarlo. Quizás no nos hayamos dado cuenta o quizás sencillamente ni siquiera nos importe.
Puede que el golpe militar egipcio haya derrotado al islamismo moderado pero ha engrandecido al radical con nuestra aquiescencia y complicidad. A lo mejor eso hace que el mundo sea más seguro para nosotros pero lo convertirá en un infierno de guerra y fanatismo para los que lleguen después, aunque nosotros no lo vivamos. 
Y quien crea que esto es una defensa del islamismo -radical o moderado- o de cualquier otro gobierno basado en la teocracia -incluidos la democracia cristiana o el sionismo hebreo-  que vuelva a leer despacito este post desde el principio porque no se ha enterado de nada.

miércoles, diciembre 26, 2012

La religión impide a Damasco defenderse de El Asad

Acuciados por lo nuestro, que no es poco, hace tiempo que nos cuesta mirar más allá de nuestras fronteras. Como mucho echamos un vistazo rápido a nuestro Occidente Atlántico para ver qué se nos viene encima desde Berlín, cómo se lo monta Monti -y valga la aliteración casi cacofónica- por la parte que nos toca o como intenta salir del paso Francia para conseguir los resultados que aquí no se logran haciendo justo lo contrario de en lo que insiste nuestro Gobierno.
Pero mirar más allá nos es difícil. Por eso hemos anquilosado en nuestras referencias el conflicto sirio, por eso lo hemos convertido en una más de esas guerras enquistadas que se solucionarán algún día y que por lejanas se nos hacen baldías.
Por eso, mientras discutimos aquí, en la enésima cortina de humo levantada por el ministro Wert para ocultarnos sus recortes y su política, sobre si ha de haber o no ha de haber religión en las aulas, dejamos pasar el mejor ejemplo, la mejor expresión que nos serviría para enfrentarnos a ese problema: La guerra de Siria.
Aún creemos que a Siria la está matando EL Asad o incluso que la están matando los rebeldes, aún pensamos que el conflicto depende del apoyo de Irán, Israel -curiosamente aliados está vez en apoyar al dictador- al régimen o del apoyo de la comunidad internacional a los rebeldes.
Aún creemos que a Siria la están matando las armas químicas, los bombardeos a las panaderías, las venganzas de los rebeldes o las oleadas de refugiados que ya casi ni siquiera tienen donde escapar.
Pero hace semanas, meses, que a Siria, al orgulloso otrora califato de Damasco, la está matando otra cosa. La está matando la religión.
Y eso es mejor ejemplo que cualquier inversión en aulas o profesores de religión, que cualquier irrelevante discurso sobre la izquierda y el cristianismo en el blog de la ínclita Aguirre o que cualquier declaración satisfecha de la Conferencia Episcopal, sobre el valor pernicioso de la religión estructurada en una sociedad.
Los salafistas -lo más acérrimo del yihadismo más pernicioso y contumaz- se infiltran entre las huestes de la revolución, entre los batallones de rebeldes que en todo este tiempo no habían hablado de religión para nada, no habían recurrido al verde el islam en sus pendones y estandartes sino al rojo de su nación, no habían hablado de Corán sino de Constitución, no habían hablado de Sharia sino de derecho internacional.
Y eso divide, desvía, entorpece la rebelión de un pueblo contra el dictador, les impide fijar el foco en lo importante. La intenta cambiar de rumbo, fanatizarla, hacerle buscar lo que no quiere buscar. Intenta que Siria cambie la dictadura de un hombre por la de un dios.
Los rebeldes sirios no pasan demasiado por el aro. 
No en vano tienen entre sus referentes históricos de antigua grandeza y poderío -¿qué país no los tiene, por desgracia? a aquel que, tras vencer abrumadoramente a los cristianos en las puertas de Jerusalén se negó a permitir al Mullah de turno atribuir la victoria a su dios invisible con la admonitoria, probablemente mitológica y seguramente retórica pregunta  de "¿Cuantas batallas había ganado Alá para vosotros antes de que yo me pusiera al mando de estos ejércitos?".
No en vano su héroe mítico es aquel que, pese a ser el único hombre al que todo el islam de su tiempo ha reconocido a lo largo de la historia como Califa -autoridad religiosa y civil al mismo tiempo- impuso la pena de muerte para todo aquel que en Damasco y sus dominios violentara o matara a un hermano del libro.
No en vano una estatua de Salāh ad-Dīn, conocido en este nuestro occidente como Saladino, decora el centro mismo del casco antiguo de Damasco.
Pero los salafistas no entienden de eso, no quieren entenderlo, la religión -su mal entendida religión- les ciega. Ellos no quieren revolución, quieren falsa yihad. Ellos no quieren democracia, quieren sumisión religiosa. Ellos no quieren libertad, quieren poder.
Y cuando la religión ataca, se infiltra y disocia a los que luchan de sus auténticos objetivos, sus enemigos la contrarrestan con más religión.
El fuego religioso que devora cualquier sociedad, se combate con el mismo fuego.Así la sociedad acaba doblemente calcinada.
El Asad, el dictador que ve como las filas de su ejército menguan, como sus pilotos desertan, como sus ministros -arribistas perecederos, como todos los ministros de un régimen dictatorial- se escapan, arma a los cristianos.
Una minoría de casi un 10 por ciento de la población que nunca ha tenido problemas para desarrollar su religión, que nunca se ha visto perseguida ni acuciada religiosamente.
Hace meses esa minoría estaba tan dispuesta a enfrentarse al dictador como cualquier otro sirio que estuviera harto de lo que suponía el régimen de El Asad en el país, como cualquier otro sirio que quisiera evitar que su miseria y su falta de libertad fuera consentida por occidente simplemente porque el que se sentaba en el sillón del poder había llegado a un acuerdo de ser en la práctica un estado tapón para proteger a Israel, aunque mantuviera la imagen de enfrentamiento armado con ella en el Golán y Líbano.
Pero la religión ha cambiado eso.
Ahora el dictador se une a los jerarcas cristianos del país, que nunca le condenaron del todo, arguyendo precisamente ese buen trato a los cristianos –que no era algo de EL Asad, sino de la evolución histórica siria en su conjunto- y  utiliza la baza de los salafistas para infundir el miedo en los cristianos a la Sharia, a la persecución, les entrega armas, les manipula para que luche a su favor porque él no les ha hecho nada y los salafistas amenazan con exterminarlos o al menos someterlos a una presión insoportable.
¿Qué arma hubiera tenido El Asad para manipular a los cristianos sirios -caí los más antiguos del mundo- sin la religión?, ¿qué herramienta hubiera podido utilizar para acercarles a su bando?, ¿qué palanca podría haber utilizado para forzar su miedo?, ¿Qué excusa hubieran tenido los obispos damascenos para justificar su velado apoyo a la permanencia del régimen?
La respuesta es: ninguna.
Por un lado y por otro la religión, la sempiterna y perversa jerarquización pública de los sentimientos religiosos que deberían quedarse en lo íntimo y personal, está sirviendo para matar a un pueblo.
Para matar a los sirios porque les impide unirse contra el que les asesina, para matarles porque les conmina a defenderse los unos de los otros en lugar de hacerlo de quien ataca a ambos, para matarles porque les obliga a luchar por su fe y no por su libertad.
Dejo a los creyentes en uno y otro ser invisible la disquisición sobre cuál de los dos cultos tiene más culpa, sobre cuál de las dos religiones sociales tiró la primera piedra, sobre cuál de las dos creencias es más culpable.
Eso también forma parte del juego perverso que los jerarcas religiosos de cualquier religión juegan para matar y someter sociedades.
El mismo juego de enfrentamiento y división al que juega Wert, al que juega el laicismo agresivo, al que juega la Conferencia episcopal.
Más sangriento, pero el mismo.

sábado, septiembre 15, 2012

Innocence Of Muslims: la cruzada en fuera de juego

Alguien me dijo ayer ¡Anda la que ha liado con la peliculita esa!
Por supuesto está claro de qué película -si es que se le puede llamar así a ese subproducto audiovisual llamado Innocence of Muslims- estamos hablando pero lo que me llama la atención es que la persona en cuestión que hizo el comentario no estaba viendo un titular sobre las sandeces irrespetuosas que mantiene el vídeo sino uno a cuatro columnas y con fotografía de dimensiones exageradas de las protestas de los yemeníes ante la embajada de Estados Unidos en la capital de su país.
Y, por si no estuviera clara la línea en la que se dirigía el comentario, mi interlocutor apostilló: "si es que siempre se lo toman todo mal. Son unos fanáticos". Ahí acabó su análisis de la situación.
Ahí acabo, en un punto en el que la responsabilidad de todo el asunto recae sobre los yemeníes, los cairotas, los libios o los sudaneses por tomarse las cosas mal, por permitir que haya corrientes que entienden la religión de forma antigua cuando menos. Vamos, que no pasaría nada si ellos no fueran como son.
Ahí acaba su análisis, pero ahí empieza el mío.
Porque esa frase resume la postura de Occidente hacia esta situación, que no es otra cosa que un síntoma de la cada vez más avinagrada relación de la civilización occidental atlántica con el mundo árabe cada vez menos controlado por sus necesidades e intereses.
Estados Unidos protesta por los ataques a las embajadas -lógico y normal- refuerza la seguridad en las mismas -también lógico y normal-, pero aún no ha hecho lo que tenía que hacer, aún no dado el paso que si de verdad se creyera lo que mantiene en teoría habría dado.
Condena los ataques, las trifulcas y la quema de sus banderas. Pero se niega a condenar la película en cuestión.
Hillary Clinton se coloca delante de los micrófonos y difunde el mensaje de que los países con mayoría musulmana y sus gobiernos son responsables de la situación. No lo dice abiertamente, claro está, pero una sola frase lo explicita.
"El islam es más grande que todo esto. Tiene que estar por encima de estas cosas igual que todas las grandes religiones han resistido insultos a lo largo de los siglos", dice más o menos la jefa de la diplomacia estadounidense.
Y tiene razón en una parte pero se le olvida voluntariamente de la otra. Esa que debería enunciarse más o menos: "el cristianismo está por encima de estos vergonzosos a inútiles insultos. Tiene que evitar y enseñar a sus fieles que no es de recibo insultar y agredir a los miembros de otras religiones o ideologías simplemente porque son distintas a la suya"
Eso colocaría las cosas en su sitio. Arrancaría las responsabilidades desde su inicio. El fanatismo de algunos cristianos es responsable del origen del estallido y el fanatismo de algunos musulmanes es responsable de sus dimensiones.
Pero no. Nadie lo hace. Lo que pasa no pasa porque unos individuos, fanáticos religiosos capaces de hablar de un libro que desconoces y de un personaje histórico -este sí, no como otros- del cual nada saben- hayan volcado este fanatismo en un soporte digital y lo hayan subido a Internet y proyectado en una sala cinematográfica. Lo que pasa está sucediendo exclusivamente porque un sector radical de ese credo se lo ha tomado mal.
Pero las declaraciones de Clinton son solamente un ejemplo.
Los periódicos titulan siempre con la palabra islamistas. Cuando se reunían en Tarik, o en las calles de Túnez, Bengasi u Homs hace meses para sus revoluciones más o menos exitosas eran egipcios, tunecinos, libios o sirios. Ahora son islamistas.
Ahora se recurre a ese término falso -un islamista siempre fue el estudioso del Islam, no el fanático de esa religión- para dar un toque de lo que Occidente vende siempre que parte de lo musulmán: el odio, el miedo y el terrorismo. Se carga sobre su fanatismo la responsabilidad de lo que ocurre.
Nunca, en ninguna situación, he visto un titular del tipo "fanáticos cristianos" cuando atacaron en su estreno la proyección de películas como Agnus Dei, La Última Tentación de Cristo o cualquier de las películas que han sido a lo largo del tiempo objeto de sus boicots y quejas. No se ha acuñado el término cristianistas o catolicistas para ellos, incluyendo en una sola palabra su ideología religiosa y el fanatismo como algo indisoluble.
Todos aquellos que cuando del integrismo religioso del Islam parte algún exabrupto enseguida tremolan en Europa -sobre todo en Roma- y allende los mares términos como cristianofobia o antisemitismo no han salido ahora a la palestra para hablar de islamofobia. La mayoría siguen callados reforzando sus embajadas.
Y algunos han cogido su sotana blanca y han decidido posarse con ella y vete a saber tú que mensaje en Líbano, cuna, sede y baluarte de los cristianos drusos, muchos de cuyos más fanáticos hijos han formado el brazo armado miliciano al servicio de Israel durante tres décadas, responsables de matanzas y atentados sin cuento en todo el territorio libanés y algunos fuera de él y a los que probablemente dedicará todos sus parabienes.
¿Por qué esta diferencia de trato? ¿por qué Europa fuerza leyes y modifica legislaciones para que nadie pueda insultar a los miembros de la religión judía y no hace lo mismo con la musulmana? 
Incluso ni siquiera se define adecuadamente el audiovisual en cuestión. "Irreverente”, “considerado como...", "burlesco" e incluso algunos simplemente dicen "crítico".
Cuando, para el cristianismo, irreverente fue La Vida de Brian en la que ni siquiera su personaje es Cristo; burlesca era la parodia de la última cena de La Loca Historia del Mundo donde tampoco se alteraba ni agredía a personaje religioso alguno y simplemente se introducía un "parasito" cómico en la escena; considerada como blasfema fue La Última Tentación de Cristo que no se aparta un ápice -si se para uno a entenderla antes de empezar a airear la biblia frente al cine- del desarrollo evangélico de la supuesta vida de Jesús, y crítica fue La Misión, que no profundiza en figura religiosa alguna y solamente critica los manejos políticos de la jerarquía religiosa católica. Esta filmación es mucho más agresiva, injusta, radical, fanática y sectaria que cualquier de ellas -que ninguna lo era, por cierto-, pero se la pone al mismo nivel, se rebaja su importancia, se transforma en una boutade, en algo casi sin importancia.
¿Por qué?
En parte porque es contra el Islam y a nosotros, los occidentales atlánticos, lo que se diga malo del Islam siempre nos suele parecer bien desde el atentado de Las Torres Gemelas y el de la Estación de Atocha. Pero eso es sólo por un pequeño porcentaje.
El porcentaje mayor está en otro elemento, en otra situación que, de tanto minimizarla corre el riesgo pasar inadvertida.
Esta película o como quiera llamarse no es producto del ateísmo militante, del anticlericalismo furibundo o del laicismo radical, esos enemigos inventados o magnificados para victimizar continuamente la religión en Occidente. Es fruto del fanatismo religioso cristiano.
Y eso deja a todos en fuera de juego por dos cuerpos.
Porque nosotros hemos vendido que nuestro occidente ya no entiende así la religión, que los cristianos son modernos y entienden la religión de una manera diferente. Que es posible que tengan  ideas arcaicas pero que ya han superado esa fase en la que el proselitismo les llevaba arrebatadamente a intentar poner a los infieles en su sitio -o sea en el infierno- para mayor gloria de dios.
Y, junto al cristianismo, su inseparable antecesor el judaísmo que forma un Estado moderno -medio teocrático, pero moderno- en Israel, que es democrático, que es respetuoso con las libertades y las otras religiones. Claro que tiene a sus Haredim. Pero bueno, los hijos de Roma también tienen a Lefevbre y los de Lutero al pastor Jones. Son simples anécdotas.
Pero si, de repente, esas religiones occidentales y modernas comienzan a ponerse al nivel de otra medievalizada -no por sí misma, sino por el estadio cultural y social de muchos países y sociedades en los que es mayoritaria- y empiezan a quemar coranes, hacer pintadas con insultos al nazareno en los muros de monasterios en Jerusalén, a teñir de sangre de cerdo los pórticos de las mezquitas de Gaza -cosa, que aunque se mantenga lo contrario, es más que improbable que haya hecho un judío, por cierto- difundir videos con insultos desmedidos, falaces y directos a un profeta u otro, ya no podemos fingir que el problema está en el Islam y en sus yihadistas furiosos que lo interpretan y reinterpretan a su antojo.
A lo mejor tenemos que empezar a reconocer que esto que ocurre ya no es otra cosa que algo que creíamos olvidado por estos lares hace al menos un par de siglos: Una guerra religiosa.
Y a lo peor y solamente podemos echarle la culpa a una cosa: A la religión socializada que, siempre termina actuando de la misma manera y que, aunque pueda sentirse plenamente y sin agresividad alguna por parte del individuo, se convierte en un arma destructiva de proporciones masivas cuando se institucionaliza, jerarquiza y se transforma en una herramienta de poder.
Si los cristianos fanáticos y los judíos fanáticos -y de momento sólo ellos- son capaces de regresar a los estadios medievales de los que aún no han salido los musulmanes fanáticos -y de momento sólo ellos-, entonces ya sí que tenemos un problema. Y lo tenemos justo en el patio trasero de nuestras casas.
Y no parece que meter la cabeza bajo el ala y fingir que la estúpida grabación era una anécdota o una broma de mal gusto nos vaya a ayudar en nada cuando nos encontremos en mitad de una nueva y sangrienta guerra de religión en Occidente dentro de pocos años.
Parar a nuestros fanáticos -digo nuestros porque soy occidental, no porque sea cristiano- es la mejor forma de obligar a los musulmanes a parar a los suyos.
Quizás solamente el equipo de la película haya empezado a hacer lo que debe. Pedir disculpas. 
Aunque  tal vez debiera pedírnoslas a aquellos que estamos en el medio del fiasco sin que nos importe en qué ser invisible ponen otros sus esperanzas de inmortalidad.

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