sábado, septiembre 15, 2012

Innocence Of Muslims: la cruzada en fuera de juego

Alguien me dijo ayer ¡Anda la que ha liado con la peliculita esa!
Por supuesto está claro de qué película -si es que se le puede llamar así a ese subproducto audiovisual llamado Innocence of Muslims- estamos hablando pero lo que me llama la atención es que la persona en cuestión que hizo el comentario no estaba viendo un titular sobre las sandeces irrespetuosas que mantiene el vídeo sino uno a cuatro columnas y con fotografía de dimensiones exageradas de las protestas de los yemeníes ante la embajada de Estados Unidos en la capital de su país.
Y, por si no estuviera clara la línea en la que se dirigía el comentario, mi interlocutor apostilló: "si es que siempre se lo toman todo mal. Son unos fanáticos". Ahí acabó su análisis de la situación.
Ahí acabo, en un punto en el que la responsabilidad de todo el asunto recae sobre los yemeníes, los cairotas, los libios o los sudaneses por tomarse las cosas mal, por permitir que haya corrientes que entienden la religión de forma antigua cuando menos. Vamos, que no pasaría nada si ellos no fueran como son.
Ahí acaba su análisis, pero ahí empieza el mío.
Porque esa frase resume la postura de Occidente hacia esta situación, que no es otra cosa que un síntoma de la cada vez más avinagrada relación de la civilización occidental atlántica con el mundo árabe cada vez menos controlado por sus necesidades e intereses.
Estados Unidos protesta por los ataques a las embajadas -lógico y normal- refuerza la seguridad en las mismas -también lógico y normal-, pero aún no ha hecho lo que tenía que hacer, aún no dado el paso que si de verdad se creyera lo que mantiene en teoría habría dado.
Condena los ataques, las trifulcas y la quema de sus banderas. Pero se niega a condenar la película en cuestión.
Hillary Clinton se coloca delante de los micrófonos y difunde el mensaje de que los países con mayoría musulmana y sus gobiernos son responsables de la situación. No lo dice abiertamente, claro está, pero una sola frase lo explicita.
"El islam es más grande que todo esto. Tiene que estar por encima de estas cosas igual que todas las grandes religiones han resistido insultos a lo largo de los siglos", dice más o menos la jefa de la diplomacia estadounidense.
Y tiene razón en una parte pero se le olvida voluntariamente de la otra. Esa que debería enunciarse más o menos: "el cristianismo está por encima de estos vergonzosos a inútiles insultos. Tiene que evitar y enseñar a sus fieles que no es de recibo insultar y agredir a los miembros de otras religiones o ideologías simplemente porque son distintas a la suya"
Eso colocaría las cosas en su sitio. Arrancaría las responsabilidades desde su inicio. El fanatismo de algunos cristianos es responsable del origen del estallido y el fanatismo de algunos musulmanes es responsable de sus dimensiones.
Pero no. Nadie lo hace. Lo que pasa no pasa porque unos individuos, fanáticos religiosos capaces de hablar de un libro que desconoces y de un personaje histórico -este sí, no como otros- del cual nada saben- hayan volcado este fanatismo en un soporte digital y lo hayan subido a Internet y proyectado en una sala cinematográfica. Lo que pasa está sucediendo exclusivamente porque un sector radical de ese credo se lo ha tomado mal.
Pero las declaraciones de Clinton son solamente un ejemplo.
Los periódicos titulan siempre con la palabra islamistas. Cuando se reunían en Tarik, o en las calles de Túnez, Bengasi u Homs hace meses para sus revoluciones más o menos exitosas eran egipcios, tunecinos, libios o sirios. Ahora son islamistas.
Ahora se recurre a ese término falso -un islamista siempre fue el estudioso del Islam, no el fanático de esa religión- para dar un toque de lo que Occidente vende siempre que parte de lo musulmán: el odio, el miedo y el terrorismo. Se carga sobre su fanatismo la responsabilidad de lo que ocurre.
Nunca, en ninguna situación, he visto un titular del tipo "fanáticos cristianos" cuando atacaron en su estreno la proyección de películas como Agnus Dei, La Última Tentación de Cristo o cualquier de las películas que han sido a lo largo del tiempo objeto de sus boicots y quejas. No se ha acuñado el término cristianistas o catolicistas para ellos, incluyendo en una sola palabra su ideología religiosa y el fanatismo como algo indisoluble.
Todos aquellos que cuando del integrismo religioso del Islam parte algún exabrupto enseguida tremolan en Europa -sobre todo en Roma- y allende los mares términos como cristianofobia o antisemitismo no han salido ahora a la palestra para hablar de islamofobia. La mayoría siguen callados reforzando sus embajadas.
Y algunos han cogido su sotana blanca y han decidido posarse con ella y vete a saber tú que mensaje en Líbano, cuna, sede y baluarte de los cristianos drusos, muchos de cuyos más fanáticos hijos han formado el brazo armado miliciano al servicio de Israel durante tres décadas, responsables de matanzas y atentados sin cuento en todo el territorio libanés y algunos fuera de él y a los que probablemente dedicará todos sus parabienes.
¿Por qué esta diferencia de trato? ¿por qué Europa fuerza leyes y modifica legislaciones para que nadie pueda insultar a los miembros de la religión judía y no hace lo mismo con la musulmana? 
Incluso ni siquiera se define adecuadamente el audiovisual en cuestión. "Irreverente”, “considerado como...", "burlesco" e incluso algunos simplemente dicen "crítico".
Cuando, para el cristianismo, irreverente fue La Vida de Brian en la que ni siquiera su personaje es Cristo; burlesca era la parodia de la última cena de La Loca Historia del Mundo donde tampoco se alteraba ni agredía a personaje religioso alguno y simplemente se introducía un "parasito" cómico en la escena; considerada como blasfema fue La Última Tentación de Cristo que no se aparta un ápice -si se para uno a entenderla antes de empezar a airear la biblia frente al cine- del desarrollo evangélico de la supuesta vida de Jesús, y crítica fue La Misión, que no profundiza en figura religiosa alguna y solamente critica los manejos políticos de la jerarquía religiosa católica. Esta filmación es mucho más agresiva, injusta, radical, fanática y sectaria que cualquier de ellas -que ninguna lo era, por cierto-, pero se la pone al mismo nivel, se rebaja su importancia, se transforma en una boutade, en algo casi sin importancia.
¿Por qué?
En parte porque es contra el Islam y a nosotros, los occidentales atlánticos, lo que se diga malo del Islam siempre nos suele parecer bien desde el atentado de Las Torres Gemelas y el de la Estación de Atocha. Pero eso es sólo por un pequeño porcentaje.
El porcentaje mayor está en otro elemento, en otra situación que, de tanto minimizarla corre el riesgo pasar inadvertida.
Esta película o como quiera llamarse no es producto del ateísmo militante, del anticlericalismo furibundo o del laicismo radical, esos enemigos inventados o magnificados para victimizar continuamente la religión en Occidente. Es fruto del fanatismo religioso cristiano.
Y eso deja a todos en fuera de juego por dos cuerpos.
Porque nosotros hemos vendido que nuestro occidente ya no entiende así la religión, que los cristianos son modernos y entienden la religión de una manera diferente. Que es posible que tengan  ideas arcaicas pero que ya han superado esa fase en la que el proselitismo les llevaba arrebatadamente a intentar poner a los infieles en su sitio -o sea en el infierno- para mayor gloria de dios.
Y, junto al cristianismo, su inseparable antecesor el judaísmo que forma un Estado moderno -medio teocrático, pero moderno- en Israel, que es democrático, que es respetuoso con las libertades y las otras religiones. Claro que tiene a sus Haredim. Pero bueno, los hijos de Roma también tienen a Lefevbre y los de Lutero al pastor Jones. Son simples anécdotas.
Pero si, de repente, esas religiones occidentales y modernas comienzan a ponerse al nivel de otra medievalizada -no por sí misma, sino por el estadio cultural y social de muchos países y sociedades en los que es mayoritaria- y empiezan a quemar coranes, hacer pintadas con insultos al nazareno en los muros de monasterios en Jerusalén, a teñir de sangre de cerdo los pórticos de las mezquitas de Gaza -cosa, que aunque se mantenga lo contrario, es más que improbable que haya hecho un judío, por cierto- difundir videos con insultos desmedidos, falaces y directos a un profeta u otro, ya no podemos fingir que el problema está en el Islam y en sus yihadistas furiosos que lo interpretan y reinterpretan a su antojo.
A lo mejor tenemos que empezar a reconocer que esto que ocurre ya no es otra cosa que algo que creíamos olvidado por estos lares hace al menos un par de siglos: Una guerra religiosa.
Y a lo peor y solamente podemos echarle la culpa a una cosa: A la religión socializada que, siempre termina actuando de la misma manera y que, aunque pueda sentirse plenamente y sin agresividad alguna por parte del individuo, se convierte en un arma destructiva de proporciones masivas cuando se institucionaliza, jerarquiza y se transforma en una herramienta de poder.
Si los cristianos fanáticos y los judíos fanáticos -y de momento sólo ellos- son capaces de regresar a los estadios medievales de los que aún no han salido los musulmanes fanáticos -y de momento sólo ellos-, entonces ya sí que tenemos un problema. Y lo tenemos justo en el patio trasero de nuestras casas.
Y no parece que meter la cabeza bajo el ala y fingir que la estúpida grabación era una anécdota o una broma de mal gusto nos vaya a ayudar en nada cuando nos encontremos en mitad de una nueva y sangrienta guerra de religión en Occidente dentro de pocos años.
Parar a nuestros fanáticos -digo nuestros porque soy occidental, no porque sea cristiano- es la mejor forma de obligar a los musulmanes a parar a los suyos.
Quizás solamente el equipo de la película haya empezado a hacer lo que debe. Pedir disculpas. 
Aunque  tal vez debiera pedírnoslas a aquellos que estamos en el medio del fiasco sin que nos importe en qué ser invisible ponen otros sus esperanzas de inmortalidad.

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