Alguien me dijo ayer ¡Anda la que ha liado con la peliculita esa!
Por supuesto está claro de qué
película -si es que se le puede llamar así a ese subproducto audiovisual
llamado Innocence of Muslims- estamos
hablando pero lo que me llama la atención es que la persona en cuestión que
hizo el comentario no estaba viendo un titular sobre las sandeces irrespetuosas
que mantiene el vídeo sino uno a cuatro columnas y con fotografía de
dimensiones exageradas de las protestas de los yemeníes ante la embajada de
Estados Unidos en la capital de su país.
Y, por si no estuviera clara la línea
en la que se dirigía el comentario, mi interlocutor apostilló: "si es que siempre se lo toman todo
mal. Son unos fanáticos". Ahí acabó su análisis de la situación.
Ahí acabo, en un punto en el que la
responsabilidad de todo el asunto recae sobre los yemeníes, los cairotas, los
libios o los sudaneses por tomarse las cosas mal, por permitir que haya
corrientes que entienden la religión de forma antigua cuando menos. Vamos, que
no pasaría nada si ellos no fueran como son.
Ahí acaba su análisis, pero ahí
empieza el mío.
Porque esa frase resume la postura de
Occidente hacia esta situación, que no es otra cosa que un síntoma de la cada
vez más avinagrada relación de la civilización occidental atlántica con el
mundo árabe cada vez menos controlado por sus necesidades e intereses.
Estados Unidos protesta por los
ataques a las embajadas -lógico y normal- refuerza la seguridad en las mismas -también
lógico y normal-, pero aún no ha hecho lo que tenía que hacer, aún no dado el
paso que si de verdad se creyera lo que mantiene en teoría habría dado.
Condena los ataques, las trifulcas y
la quema de sus banderas. Pero se niega a condenar la película en cuestión.
Hillary Clinton se coloca delante de
los micrófonos y difunde el mensaje de que los países con mayoría musulmana y
sus gobiernos son responsables de la situación. No lo dice abiertamente, claro
está, pero una sola frase lo explicita.
"El
islam es más grande que todo esto. Tiene que estar por encima de estas cosas
igual que todas las grandes religiones han resistido insultos a lo largo de los
siglos", dice
más o menos la jefa de la diplomacia estadounidense.
Y tiene razón en una parte pero se le
olvida voluntariamente de la otra. Esa que debería enunciarse más o menos: "el cristianismo está por encima de estos vergonzosos a
inútiles insultos. Tiene que evitar y enseñar a sus fieles que no es de recibo
insultar y agredir a los miembros de otras religiones o ideologías simplemente
porque son distintas a la suya"
Eso colocaría las cosas en su sitio.
Arrancaría las responsabilidades desde su inicio. El fanatismo de algunos
cristianos es responsable del origen del estallido y el fanatismo de algunos
musulmanes es responsable de sus dimensiones.
Pero no. Nadie lo hace. Lo que pasa no
pasa porque unos individuos, fanáticos religiosos capaces de hablar de un libro
que desconoces y de un personaje histórico -este sí, no como otros- del cual
nada saben- hayan volcado este fanatismo en un soporte digital y lo hayan
subido a Internet y proyectado en una sala cinematográfica. Lo que pasa está
sucediendo exclusivamente porque un sector radical de ese credo se lo ha tomado
mal.
Pero las declaraciones de Clinton son
solamente un ejemplo.
Los periódicos titulan siempre con la
palabra islamistas. Cuando se reunían en Tarik, o en las calles de Túnez,
Bengasi u Homs hace meses para sus revoluciones más o menos exitosas eran
egipcios, tunecinos, libios o sirios. Ahora son islamistas.
Ahora se recurre a ese término falso
-un islamista siempre fue el estudioso del Islam, no el fanático de esa religión-
para dar un toque de lo que Occidente vende siempre que parte de lo musulmán:
el odio, el miedo y el terrorismo. Se carga sobre su fanatismo la
responsabilidad de lo que ocurre.
Nunca, en ninguna situación, he visto
un titular del tipo "fanáticos cristianos"
cuando atacaron en su estreno la proyección de películas como Agnus Dei, La
Última Tentación de Cristo o cualquier de las películas que han sido a lo largo
del tiempo objeto de sus boicots y quejas. No se ha acuñado el término
cristianistas o catolicistas para ellos, incluyendo en una sola palabra su
ideología religiosa y el fanatismo como algo indisoluble.
Todos aquellos que cuando del
integrismo religioso del Islam parte algún exabrupto enseguida tremolan en
Europa -sobre todo en Roma- y allende los mares términos como cristianofobia o
antisemitismo no han salido ahora a la palestra para hablar de islamofobia. La
mayoría siguen callados reforzando sus embajadas.
Y algunos han cogido su sotana blanca
y han decidido posarse con ella y vete a saber tú que mensaje en Líbano, cuna,
sede y baluarte de los cristianos drusos, muchos de cuyos más fanáticos hijos
han formado el brazo armado miliciano al servicio de Israel durante tres
décadas, responsables de matanzas y atentados sin cuento en todo el territorio
libanés y algunos fuera de él y a los que probablemente dedicará todos sus
parabienes.
¿Por qué esta diferencia de trato?
¿por qué Europa fuerza leyes y modifica legislaciones para que nadie pueda
insultar a los miembros de la religión judía y no hace lo mismo con la
musulmana?
Incluso ni siquiera se define
adecuadamente el audiovisual en cuestión. "Irreverente”, “considerado
como...", "burlesco" e incluso algunos simplemente dicen
"crítico".
Cuando, para el cristianismo,
irreverente fue La Vida de Brian en
la que ni siquiera su personaje es Cristo; burlesca era la parodia de la última
cena de La Loca Historia del Mundo
donde tampoco se alteraba ni agredía a personaje religioso alguno y simplemente
se introducía un "parasito"
cómico en la escena; considerada como blasfema fue La Última Tentación de Cristo que no se aparta un ápice -si se para
uno a entenderla antes de empezar a airear la biblia frente al cine- del desarrollo
evangélico de la supuesta vida de Jesús, y crítica fue La Misión, que no profundiza en figura religiosa alguna y solamente
critica los manejos políticos de la jerarquía religiosa católica. Esta
filmación es mucho más agresiva, injusta, radical, fanática y sectaria que
cualquier de ellas -que ninguna lo era, por cierto-, pero se la pone al mismo
nivel, se rebaja su importancia, se transforma en una boutade, en algo casi sin
importancia.
¿Por qué?
En parte porque es contra el Islam y a
nosotros, los occidentales atlánticos, lo que se diga malo del Islam siempre
nos suele parecer bien desde el atentado de Las Torres Gemelas y el de la
Estación de Atocha. Pero eso es sólo por un pequeño porcentaje.
El porcentaje mayor está en otro
elemento, en otra situación que, de tanto minimizarla corre el riesgo pasar
inadvertida.
Esta película o como quiera llamarse
no es producto del ateísmo militante, del anticlericalismo furibundo o del
laicismo radical, esos enemigos inventados o magnificados para victimizar continuamente la religión en Occidente. Es fruto del fanatismo religioso cristiano.
Y eso deja a todos en fuera de juego por dos cuerpos.
Porque nosotros hemos vendido que
nuestro occidente ya no entiende así la religión, que los cristianos son
modernos y entienden la religión de una manera diferente. Que es posible que
tengan ideas arcaicas pero que ya han superado esa fase en la que el
proselitismo les llevaba arrebatadamente a intentar poner a los infieles en su
sitio -o sea en el infierno- para mayor gloria de dios.
Y, junto al cristianismo, su
inseparable antecesor el judaísmo que forma un Estado moderno -medio teocrático,
pero moderno- en Israel, que es democrático, que es respetuoso con las
libertades y las otras religiones. Claro que tiene a sus Haredim. Pero bueno, los hijos de Roma también tienen a Lefevbre y
los de Lutero al pastor Jones. Son simples anécdotas.
Pero si, de repente, esas religiones
occidentales y modernas comienzan a ponerse al nivel de otra medievalizada -no
por sí misma, sino por el estadio cultural y social de muchos países y
sociedades en los que es mayoritaria- y empiezan a quemar coranes, hacer pintadas
con insultos al nazareno en los muros de monasterios en Jerusalén, a teñir de
sangre de cerdo los pórticos de las mezquitas de Gaza -cosa, que aunque se
mantenga lo contrario, es más que improbable que haya hecho un judío, por
cierto- difundir videos con insultos desmedidos, falaces y directos a un
profeta u otro, ya no podemos fingir que el problema está en el Islam y en sus
yihadistas furiosos que lo interpretan y reinterpretan a su antojo.
A lo mejor tenemos que empezar a
reconocer que esto que ocurre ya no es otra cosa que algo que creíamos olvidado
por estos lares hace al menos un par de siglos: Una guerra religiosa.
Y a lo peor y solamente podemos
echarle la culpa a una cosa: A la religión socializada que, siempre termina
actuando de la misma manera y que, aunque pueda sentirse plenamente y sin
agresividad alguna por parte del individuo, se convierte en un arma destructiva
de proporciones masivas cuando se institucionaliza, jerarquiza y se transforma
en una herramienta de poder.
Si los cristianos fanáticos y los
judíos fanáticos -y de momento sólo ellos- son capaces de regresar a los
estadios medievales de los que aún no han salido los musulmanes fanáticos -y de
momento sólo ellos-, entonces ya sí que tenemos un problema. Y lo tenemos justo
en el patio trasero de nuestras casas.
Y no parece que meter la cabeza bajo
el ala y fingir que la estúpida grabación era una anécdota o una broma de mal
gusto nos vaya a ayudar en nada cuando nos encontremos en mitad de una nueva y sangrienta
guerra de religión en Occidente dentro de pocos años.
Parar a nuestros fanáticos -digo
nuestros porque soy occidental, no porque sea cristiano- es la mejor forma de
obligar a los musulmanes a parar a los suyos.
Quizás solamente el equipo de la película haya
empezado a hacer lo que debe. Pedir disculpas.
Aunque tal vez debiera pedírnoslas a aquellos que estamos en el medio del fiasco sin que nos importe en qué ser invisible ponen otros sus esperanzas de inmortalidad.
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