viernes, septiembre 14, 2012

Rajoy, TVE y el prejuicio ideológico... de otros


Han pasado ya unos días y una conmemoración de lo que en su día iba a ser inolvidable -el tristemente famoso atentado del 11 de septiembre de 2001- y que ya no es más que una sombra en el recuerdo desde que Mariano Rajoy se sentará en su recién estrenado canal gubernamental y hablara de muchas cosas para decir poco o nada sobre todas ellas.
Como creo que ya ha pasado el tiempo suficiente para reposarla he vuelto a ella y he encontrado que lo más destacable, lo más reseñable, lo más peligroso no es todo lo que se dijo y no se dijo sobre el rescate, no es aquello que se cambió o se ocultó sobre la deuda. Lo más importante no es el principio.
Lo que cuenta es el final.
La última pregunta hecha y respondida por el ínclito Mariano Rajoy, a la sazón Presidente del Gobierno de España, reza de la siguiente manera
P. - ¿Se manifestaría usted, Señor Presidente contra un gobierno que le sube los impuestos, le quita prestaciones y le quita la paga de Navidad?
R.- Si lo hiciera (los recortes, se supone) por prejuicios ideológicos o lo hiciera porque sí, a lo mejor hasta lo haría. Si lo hiciera por las razones que acabo de exponer hoy no lo haría de ninguna de las maneras.
Y es precisamente esa respuesta lo que pone los pelos como escarpias. No la incapacidad comunicativa del Presidente, no sus idas y venidas por conceptos que él mismo ha desechado y recuperado mil veces -como el de rescate, por ejemplo- no la inusitada inoperancia del personal que ha contribuido a preparar esa entrevista, que alcanza proporciones cercanas a la de inoperancia de los exploradores nativos del General Custer en Little Big Horn y ni siquiera su poco sentido de la imagen que será sin duda la que ocupe el lugar más alto en el escalafón occidental desde que el presidente estadounidense Van Buren se atreviera a dejarse retratar –para demostrar que tenía todo bajo control, según él- afinando su arpa mientras la nación se desgarraba al otro lado de sus ventanas.
Bueno, todo eso también pone los pelos como escarpias. Pero la última respuesta más.
Porque, para empezar, es una respuesta para el futuro. Rajoy anuncia que de hoy en adelante y hasta el fin de los tiempos -al menos de los de crisis- todos los que se manifiesten a partir del momento final de la entrevista concedida -o más bien impuesta- a Televisión Española lo harán por pura y simple irresponsabilidad.
Lo que significa es que todos los que se manifiesten en contra de sus medidas no es que estén preocupados por la situación española, no es que estén molestos por el derrotero que toman sus políticas, no es que no quieran un país reducido a la servidumbre económica y manejado por los mercados en el que los ciudadanos generen la riqueza para otros y esos otros sean invisibles, intocables e incuestionables. 
Según Rajoy nadie que se preocupe por su país puede manifestarse ni estar en contra de esas medidas y los que lo hacen simplemente serán egoístas, privilegiados o irresponsables, como ya los ha definido toda la Corte de Génova y Moncloa en más de una ocasión.
Eso ya de por sí sería suficiente para obligar por Decreto Ley -que es la forma de gobierno que más gusta por estos andurriales a unos y otros- a que se hiciera mirar lo suyo de cuello para arriba y de cráneo para adentro.
Pero esa conclusión es tan desoladoramente arrasadora porque es la lógica evolución de la primera parte de su premisa.
"Si lo hiciera por prejuicios ideológico o porque sí (los recortes y medidas), a lo mejor hasta yo lo haría (manifestarse)..." dice el efímero gallego y se queda tan tranquilo. 
¡Como sí él no lo estuviera haciendo por esos motivos! Como si su gobierno no lo estuviera haciendo precisamente eso. Aplicar cada medida, cada legislación, cada recorte y cada acto en virtud de unos prejuicios ideológicos propios.
Y él sabe que es mentira. Y decir que lo sabe, que miente a ciencia y a conciencia, es hacerle un favor. Porque si de verdad piensa que lo que está haciendo no se basa en su ideología, está por encima de cualquier principio ideológico previo y es lo único que puede hacerse, entonces pasa de un salto mortal con pirueta invertida de la mentira política al fanatismo ideológico.
Y eso sí que es un problema.
Cierto es que esa respuesta está diseñada por sus asesores -que acumulan cada día más errores de criterio que un artrítico jugando al Tetris en 3D- para diferenciar su subida de impuestos de la del anterior gobierno al venderla como algo necesario e ineludible. Pero lo que traduce es otra cosa.
Porque Rajoy sabe que hay literalmente cientos de formas de enfrentarse a la situación económica actual. Pero no intenta vender en horario de máxima audiencia que él ha elegido una. Intenta colarnos que ha elegido la única posible. Que el resto son ideologías y lo suyo es la verdad. Bíblica, inescrutable, sacrosanta e inmarcesible. La verdad con mayúsculas.
Pero él sabe o tiene que saber que no es así.
Que se podría haber dejado a los bancos a su suerte y por tanto no necesitar rescate financiero dejando que el sector se concentrara en las manos de las entidades sólidas que no están en situación de rescate; sabe que podría haber sacado el dinero de otras partidas, como Defensa o como los apoyos culturales a los toros y a supuestas sociedades culturales que solamente son el reflejo de la buena sociedad conservadora de ciertas zonas del país si quería controlar el déficit; que podría haberse aplicado la política de demora de la deuda en aras del crecimiento que aplican otros países; que podría haberse sacado la deuda soberana del mercado entre particulares con un solo decreto ley; que podrían haberse elevado los impuestos corporativos a los beneficios no reinvertidos, que podría haberse penalizado con aranceles a todas las empresas nacionales que deslocalizaron su producción fuera de la Unión Europea.
Rajoy sabe -o debe saber- que se podrían haber tomado cientos, quizás miles de caminos, que no son el que ha emprendido él. Incluso sin abandonar el compromiso con el liberalismo y el libre mercado -que, por otra parte, tampoco es un camino que no acepte alternativas-. 
Que podría haber dejado que los accionistas de los bancos en quiebra asumieran las pérdidas, que podría haber congelado los activos de todas las empresas, entidades y personas que tuvieran cuentas en el extranjero hasta que pagaran los impuestos por ellas, que podría haber aumentado el porcentaje de multa sobre el fraude fiscal en lugar de reducirlo en forma de amnistía.
Incluso, abandonando el recto camino del liberal capitalismo, se podrían haber nacionalizado los bancos, expropiado los bienes de producción o cualquier otra medida rancia del más rancio comunismo real.
Y no estoy diciendo que nada de eso funcionara mejor que lo que está haciendo Rajoy. Lo que estoy diciendo es que todo eso no se ha hecho, todos esos caminos no se han transitado por el Gobierno de este país, por el simple motivo de que sus prejuicios ideológicos le impiden hacerlo.
Porque sus prejuicios ideológicos afirman -ocurra lo que ocurra y en cualquier situación- que la carga del Estado es el sector público, aunque nuestro país sea el cuarto por la cola de la Unión Europea en el peso económico y financiero de ese sector público; porque su ideología le hace pensar que los servicios públicos extendidos son los que endeudan a nuestro país cuando en realidad la deuda española se basa en la deuda contraída por entidades privadas y corporaciones financieras que han apalancado su deuda durante años para obtener beneficios y hasta lo reconoce abiertamente cuando habla en Finlandia; porque su predisposición ideológica le hace seguir pensando que el principal coste económico de las empresas es el coste salarial cuando todos los expertos en economía de empresa y corporativa desde Yale hasta Groninga, desde La Sorbona hasta Harvard, pasando por Oxford o Milán, ya mantienen que eso ha variado y que la principal carga de las empresas corporativas es su deuda apalancada y sus intereses financieros; porque sus presupuestos ideológicos le impiden bajarse del asno con anteojeras de que la devolución del crédito a las empresas generará empleo cuando las estadísticas demuestran que el empresariado español es el que menos dinero reinvierte incluso en tiempos de bonanza y a pesar de que los más prestigiosos economistas -y alguna que otra entidad internacional- ya afirmen abiertamente la importancia fundamental e ineludible del sector público en la creación de empleo y la inoperancia de las políticas de control del déficit público para lograr ese objetivo.
Y Rajoy tiene derecho a tener esos presupuestos ideológicos, igual que todos los demás tienen derecho a los suyos. Pero a lo que tiene derecho es a afirmar que, como dijera le mítico vecino de Amanece que no es Poco, todas las ideologías "son contingentes" y solamente la suya "es necesaria".
Lo que no tiene ningún derecho a hacer es intentar vender que lo suyo es verdad necesaria y que lo demás es ideología contingente. Por mucho que la haya explicado -a cualquier cosa llaman los gallegos explicar- en Televisión Española en horario de Prime Time.
Si Rajoy ahonda en sus prejuicios ideológicos sin mirar a su alrededor es un inconsciente, como lo somos casi todos los occidentales antlánticos, intentando repetir los mismos actos una y otra vez esperando un resultado diferente -o sea repetir los de Irlanda, Grecia, Portugal... esperando que está vez salga bien-.
Pero si ha llegado a la conclusión de que lo que él hace es lo único que se puede hacer -como intentó vendernos en directo en la última respuesta de su entrevista- porque su ideología no es cuestionable y es irrefutablemente el único sendero que puede tomar la realidad entonces la cuestión es radicalmente diferente. Entonces el problema es distinto, peligrosamente distinto.
Hasta ahora se puede considerar a Rajoy, incompetente, ciego, lento de reacciones y profundamente mentiroso -vamos, como la mayoría de los políticos nacionales e internacionales-, se le puede considerar acertado o equivocado, pero si sigue afirmando que su verdad es la única posible y descubrimos que realmente lo cree, tendremos que cambiar el ojo con el que le miramos. Incluso aquellos que creen que su política es acertada.
Y bastante tenemos con enfrentarnos a la quiebra de un sistema económico y financiero como para además tener que preocuparnos del totalitarismo.

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