Habíamos dejado a las guerreras de las Térmopilas fatuas del postfemnismo victimista y radical a la cuarta pregunta. Pues bien ahora llega la quinta. La que revela muchas de las cosas queantes se preocupaban por ocultar, minimizar o disimular.
¿Por qué se manifestaron?, ¿por qué
lograron sumar 300 mujeres que unir a una marcha integrada por miles de
personas?
Eso sí fue revelador.
"Primero se destruyó
fundamentalmente empleo masculino, con la crisis de la construcción. Ahora son
ellas las que se han ido al paro".
Eso decía la representante de la Asociación de Mujeres progresistas.
¡Vaya por dios! De modo que me
manifiesto ahora porque son las mujeres las que empiezan a perder sus trabajos.
En los momentos anteriores no debía
ser importante porque eran los hombres más afectados. Incluso una ministra que
contaba con todo su apoyo, la procelosa Bibiana, llegó a alegrarse públicamente
hace unos años de que el paro masculino superara "por fin, al femenino", hasta que uno de sus compañeros
de Gobierno le cogió en un aparte y le explicó que lo que significaban esas
cifras no era algo de lo que nadie debería alegrarse y mucho menos un gobierno.
Pero ahora si hay crisis. La hay porque afecta al modelo arquetípico de mujer
que ellas quieren imponer.
Y la cosa sigue
"Los recortes en servicios
públicos que han provocado pérdidas de puestos de trabajo han afectado mucho a
las mujeres, porque la sanidad, la educación o los servicios sociales son sectores
muy feminizados",
continua la ínclita Besterio.
Mientras profesionales de la
Educación, de Los Servicios y de la Sanidad se manifiestan a menos de un tiro
de bala de goma de los antidisturbios -que ayer se mostraron especialmente
afables y comprensivos porque a ellos también les toca esto, supongo- ellas
siguen a lo suyo.
Mientras todos esos sectores se quejan
por lo que eso supone para otros, por la pérdida de calidad en la enseñanza
para niños y adolescentes, por el deterioro que supone de la atención médica
para inmigrantes en particular y para todos en general o por la imposibilidad
de llevar correctamente a cabo su trabajo, dejando al descubierto a casi un
millón de personas que dependen de los servicios sociales, ellas simplemente
hacen cuentas y se preocupan porque en sectores en los que hay una mayoría de
mujeres trabajando son, por pura lógica estadística, ellas las más despedidas.
"Exigimos
que eso se tenga en cuenta a la hora de los despidos", afirma la señora Besterio. O sea, que
están para reclamar que se despida a tantos hombres como mujeres, no para que
no se despida a nadie. Curioso y revelador. Pero sobre todo revelador.
"Sin becas de comedor por
ejemplo, sus posibilidades de mantenerse en el mercado de trabajo
disminuyen",
afirma además una de esas periodistas ideológicas que da una cobertura de dos
páginas en un medio nacional a estas trescientas mientras ni siquiera saca una
frase de mujeres en la marcha de bomberos, la minería o cualquier otro
colectivo presente de forma mucho más numerosa en la manifestación.
Más de lo mismo. Están en la
manifestación porque quieren defender un rol específico de la mujer que ellas
consideran el único posible.
No porque las familias no tengan
dinero suficiente para afronta la factura de los gastos de comedor o de libros
si tienen por ejemplo tres hijos. Una madre de familia numerosa no entra en su
definición arquetípica de mujer así que no cuenta en sus reivindicaciones.
Una mujer que se dedica al cuidado de
sus hijos no entra en el rol que ellas han asignado a la mujer. La mujer debe
trabajar fuera de casa para que ellas la consideren mujer y por ello están
ahí.
Y luego está el aborto que en esta
manifestación contra los recortes resulta igual de irrelevante como si alguien
hubiera ido a manifestarse a ella porque el PP permite de nuevo la caza a
lanzadas del ciervo con jaurías. No porque el aborto no sea importante para la
sociedad -que a lo mejor lo es- sino porque no es fruto de un recorte, del
concepto económico que se está cuestionando en esas calles.
No es otra cosa que un choque
ideológico entre ellas, que últimamente no estaban acostumbradas a que nadie
considerara correcto chocar con ellas, y un gobierno distinto.
Y lo saben.
"(La
nueva ley del Aborto) ha sido un brindis a la galería de la ultraderecha", asegura Ana María Pérez del Campo, la
no menos arquetípica presidenta de la Asociación de Mujeres Divorciadas en su
agresividad y su radicalismo ideológico.
Saben que la nueva ley permitirá los
mismos abortos que antes, saben que no supondrá un recorte de prestaciones
mientras por ejemplo la reproducción asistida si los sufre, saben que el Estado
seguirá pagando los abortos mientras reduce la prestación en las enfermedades
crónicas, obligando a pagar parte de los medicamentos, cierra alas
hospitalarias enteras de tratamiento de terminales o de tratamiento del dolor y
restringe la cobertura universal a inmigrantes.
Lo saben pero protestan porque el
Ministerio de Justicia deje las cosas como están pero las aclimate
ideológicamente a lo que piensa. Protestan simplemente porque alguien tenga una
ideología diferente a la suya y esté en condiciones de expresarla en una
ley. Algo que ellas han estado haciendo durante casi una década.
Nada de eso tiene que ver con ninguno
de los motivos por los que se han concentrado el resto de los manifestantes.
Nada tiene que ver con lo que es relevante para los miles de mujeres que están
componiendo el resto de los colectivos de la marcha. Pero ellas están ahí
porque eso es lo único que les importa.
Y todo esto se completa con el remate
final que no podría venir de otra que de Pérez del Campo, investigada varias
veces por el Tribunal de Cuentas por malversación de fondos públicos, acusada
por sus propias empleadas de atentar contra sus derechos laborales, con varios
procesos abiertos por imponer normas ilegales a las mujeres maltratadas para
ingresar en el centro de atención de su asociación.
"Las
mujeres sufren además los recortes agravados para sus problemas específicos
como la violencia machista, para la que también se reducen los medios", dice Pérez del Campo.
Y esto podría ser asumible como un
motivo como los demás que están ahí. Pero no lo es por un simple motivo. Es
mentira.
Dejando atrás por manido y cansino el
eterno victimismo de que las mujeres siempre sufren más, los recursos se han
movido pero no se han recortado. Se han dejado de hacer campañas publicitarias
millonarias para destinarlos a otro tipo de tratamiento del problema de forma
personal, se han detraído fondos de observatorios, centros de estudio y todo
tipo de elementos de relevancia política que, en realidad, teniendo el
Instituto Nacional de Estadística, son irrelevantes.
Y sobre todo se han menguado las
entradas a las asociaciones. Y eso es lo que les importa.
El número de denuncias baja, el
maltrato se reduce en nuestro país -incluso en las falsas valoraciones que
ellas hacen de él- pero sus necesidades económicas no. Así que no están ahí por
qué les preocupe el futuro de las mujeres maltratadas. Están ahí porque les
preocupa el futuro de su asociación de su rendimiento económico y de su falsa
base social de acceso al poder.
En definitiva, que momentos como este
demuestran lo que muchos ya sabíamos. Que esta estructura ideológica radical y
arcaica del postfeminismo español está solamente a lo suyo. Por más que se
llenen la boca en sentido contrario no tienen ni uno de los rasgos de
universalismo que debe tener todo movimiento reivindicativo.
Todos los que estaban allí lo estaban
por lo suyo pero a todos les preocupaba la implicación de lo suyo con lo de
todos los demás.
Los quienes, cómos, cuándos, dóndes y
porqués de la marejadilla malva demuestran que a ellas no. A ellas solamente
les preocupan tres cosas: el rol femenino que quieren imponer a todas las
mujeres, el rendimiento económico que pueden sacar de su posición y su
recurrente y arribista intento de acceder al poder.
Demuestran que el violeta de las
trescientas camisetas del postfeminismo radical español se encuentra en el más
periférico de los campos de visión de la sociedad española. Quizás junto al
pardo de otras camisas de antaño que destilaban la misma visión segregacionista
del mundo.
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