jueves, septiembre 13, 2012

Las cinco preguntas de las 300 malvas (yII)

Habíamos dejado a las guerreras de las Térmopilas fatuas del postfemnismo victimista y radical a la cuarta pregunta. Pues bien ahora llega la quinta. La que revela muchas de las cosas queantes se preocupaban por ocultar, minimizar o disimular.
¿Por qué se manifestaron?, ¿por qué lograron sumar 300 mujeres que unir a una marcha integrada por miles de personas?
Eso sí fue revelador.
"Primero se destruyó fundamentalmente empleo masculino, con la crisis de la construcción. Ahora son ellas las que se han ido al paro". Eso decía la representante de la Asociación de Mujeres progresistas.
¡Vaya por dios! De modo que me manifiesto ahora porque son las mujeres las que empiezan a perder sus trabajos.
En los momentos anteriores no debía ser importante porque eran los hombres más afectados. Incluso una ministra que contaba con todo su apoyo, la procelosa Bibiana, llegó a alegrarse públicamente hace unos años de que el paro masculino superara "por fin, al femenino", hasta que uno de sus compañeros de Gobierno le cogió en un aparte y le explicó que lo que significaban esas cifras no era algo de lo que nadie debería alegrarse y mucho menos un gobierno. Pero ahora si hay crisis. La hay porque afecta al modelo arquetípico de mujer que ellas quieren imponer.
Y la cosa sigue
"Los recortes en servicios públicos que han provocado pérdidas de puestos de trabajo han afectado mucho a las mujeres, porque la sanidad, la educación o los servicios sociales son sectores muy feminizados", continua la ínclita Besterio.
Mientras profesionales de la Educación, de Los Servicios y de la Sanidad se manifiestan a menos de un tiro de bala de goma de los antidisturbios -que ayer se mostraron especialmente afables y comprensivos porque a ellos también les toca esto, supongo- ellas siguen a lo suyo.
Mientras todos esos sectores se quejan por lo que eso supone para otros, por la pérdida de calidad en la enseñanza para niños y adolescentes, por el deterioro que supone de la atención médica para inmigrantes en particular y para todos en general o por la imposibilidad de llevar correctamente a cabo su trabajo, dejando al descubierto a casi un millón de personas que dependen de los servicios sociales, ellas simplemente hacen cuentas y se preocupan porque en sectores en los que hay una mayoría de mujeres trabajando son, por pura lógica estadística, ellas las más despedidas.
"Exigimos que eso se tenga en cuenta a la hora de los despidos", afirma la señora Besterio. O sea, que están para reclamar que se despida a tantos hombres como mujeres, no para que no se despida a nadie. Curioso y revelador. Pero sobre todo revelador.
"Sin becas de comedor por ejemplo, sus posibilidades de mantenerse en el mercado de trabajo disminuyen", afirma además una de esas periodistas ideológicas que da una cobertura de dos páginas en un medio nacional a estas trescientas mientras ni siquiera saca una frase de mujeres en la marcha de bomberos, la minería o cualquier otro colectivo presente de forma mucho más numerosa en la manifestación.
Más de lo mismo. Están en la manifestación porque quieren defender un rol específico de la mujer que ellas consideran el único posible.
No porque las familias no tengan dinero suficiente para afronta la factura de los gastos de comedor o de libros si tienen por ejemplo tres hijos. Una madre de familia numerosa no entra en su definición arquetípica de mujer así que no cuenta en sus reivindicaciones.
Una mujer que se dedica al cuidado de sus hijos no entra en el rol que ellas han asignado a la mujer. La mujer debe trabajar fuera de casa para que ellas la consideren mujer y por ello están ahí. 
Y luego está el aborto que en esta manifestación contra los recortes resulta igual de irrelevante como si alguien hubiera ido a manifestarse a ella porque el PP permite de nuevo la caza a lanzadas del ciervo con jaurías. No porque el aborto no sea importante para la sociedad -que a lo mejor lo es- sino porque no es fruto de un recorte, del concepto económico que se está cuestionando en esas calles.
No es otra cosa que un choque ideológico entre ellas, que últimamente no estaban acostumbradas a que nadie considerara correcto chocar con ellas, y un gobierno distinto.
Y lo saben.
"(La nueva ley del Aborto) ha sido un brindis a la galería de la ultraderecha", asegura Ana María Pérez del Campo, la no menos arquetípica presidenta de la Asociación de Mujeres Divorciadas en su agresividad y su radicalismo ideológico.
Saben que la nueva ley permitirá los mismos abortos que antes, saben que no supondrá un recorte de prestaciones mientras por ejemplo la reproducción asistida si los sufre, saben que el Estado seguirá pagando los abortos mientras reduce la prestación en las enfermedades crónicas, obligando a pagar parte de los medicamentos, cierra alas hospitalarias enteras de tratamiento de terminales o de tratamiento del dolor y restringe la cobertura universal a inmigrantes.
Lo saben pero protestan porque el Ministerio de Justicia deje las cosas como están pero las aclimate ideológicamente a lo que piensa. Protestan simplemente porque alguien tenga una ideología diferente a la suya y esté en condiciones de expresarla en una ley. Algo que ellas han estado haciendo durante casi una década.
Nada de eso tiene que ver con ninguno de los motivos por los que se han concentrado el resto de los manifestantes. Nada tiene que ver con lo que es relevante para los miles de mujeres que están componiendo el resto de los colectivos de la marcha. Pero ellas están ahí porque eso es lo único que les importa.
Y todo esto se completa con el remate final que no podría venir de otra que de Pérez del Campo, investigada varias veces por el Tribunal de Cuentas por malversación de fondos públicos, acusada por sus propias empleadas de atentar contra sus derechos laborales, con varios procesos abiertos por imponer normas ilegales a las mujeres maltratadas para ingresar en el centro de atención de su asociación.
"Las mujeres sufren además los recortes agravados para sus problemas específicos como la violencia machista, para la que también se reducen los medios", dice Pérez del Campo.
Y esto podría ser asumible como un motivo como los demás que están ahí. Pero no lo es por un simple motivo. Es mentira.
Dejando atrás por manido y cansino el eterno victimismo de que las mujeres siempre sufren más, los recursos se han movido pero no se han recortado. Se han dejado de hacer campañas publicitarias millonarias para destinarlos a otro tipo de tratamiento del problema de forma personal, se han detraído fondos de observatorios, centros de estudio y todo tipo de elementos de relevancia política que, en realidad, teniendo el Instituto Nacional de Estadística, son irrelevantes.
Y sobre todo se han menguado las entradas a las asociaciones. Y eso es lo que les importa.
El número de denuncias baja, el maltrato se reduce en nuestro país -incluso en las falsas valoraciones que ellas hacen de él- pero sus necesidades económicas no. Así que no están ahí por qué les preocupe el futuro de las mujeres maltratadas. Están ahí porque les preocupa el futuro de su asociación de su rendimiento económico y de su falsa base social de acceso al poder.
En definitiva, que momentos como este demuestran lo que muchos ya sabíamos. Que esta estructura ideológica radical y arcaica del postfeminismo español está solamente a lo suyo. Por más que se llenen la boca en sentido contrario no tienen ni uno de los rasgos de universalismo que debe tener todo movimiento reivindicativo.
Todos los que estaban allí lo estaban por lo suyo pero a todos les preocupaba la implicación de lo suyo con lo de todos los demás.
Los quienes, cómos, cuándos, dóndes y porqués de la marejadilla malva demuestran que a ellas no. A ellas solamente les preocupan tres cosas: el rol femenino que quieren imponer a todas las mujeres, el rendimiento económico que pueden sacar de su posición y su recurrente y arribista intento de acceder al poder.
Demuestran que el violeta de las trescientas camisetas del postfeminismo radical español se encuentra en el más periférico de los campos de visión de la sociedad española. Quizás junto al pardo de otras camisas de antaño que destilaban la misma visión segregacionista del mundo.

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