Caminaba el hombre de negro, luctuoso
en su vestimenta y casi invisible en sus movimientos, por las tierras de Hispania.
Mostrábase crispado y hasta huraño,
cual escaño alicantino en plena votación de los recortes; veíasele incómodo y
preocupado cual político vigués que no llega a fin de mes con ocho miles de
euros por treintena.
Algo pasábale a aquel hombre de que
hacíale fruncir el ceño, agachar la testuz y arrugar constantemente el
entrecejo.
Él no había llegado a las tierras de
Hispania a lomos de brioso corcel, cual lo hiciera el paladín del rescate
mandado desde tierras teutonas meses antes. El había sido enviado sin fanfarrias
y a pie, cual triste peregrino, enfundando en su traje anodino en lugar de
lucir la brillante armadura, casi a regañadientes y a destiempo, casi en
secreto.
Y eso le entristecía, le hacía
carcomerse por dentro, cual Mourinho perseguido hasta la muerte por la UEFA,
cual Cristiano Ronaldo sin cariño hundido entre millones.
Pero el Hombre de Negro, que aunque
triste y cansado también era teutón, no por esos aspectos de su triste
existencia consideró que hubiera de dejar de cumplir con las arduas tareas que
le habían sido encomendadas por las emperatrices que regían Europa y el Fondo
Monetario.
Y se arrojó a ello con denuedo
centrando su atención en los bancos, esas oscuras y fatuas entidades donde el
dinero fluye no se sabe hacia dónde y del que siempre se pierde no se sabe por
qué.
- Buen día, buen labriego ¿podría
usted decirme dónde puedo hallar una de esa entidades que llaman bancos malos?
- Y ¿para qué quiere encontrarlo, alma
de Dios? -respondió el campesino mientras consultaba los datos de opciones y
valores de la bolsa y veía pudrirse la cosecha que nadie le compraba- ¿no sería
mejor que encontrara uno bueno?
- Es que, verá usted -contesto el
luctuoso alemán con respeto- es que me ha encargado mi egregia soberana que los
mire por dentro para poder con posterioridad proceder la heroica encomienda de
poder rescatarlos.
- Si usted lo dice, Allí mismo tiene
usted uno -afirmó el atareado labriego señalando a un edificio que se alzaba
impoluto entre unas ruinas-. Pero entre sin dinero que me han dicho que dentro
de esos bancos excavan agujeros donde arrojan monedas y billetes que luego
nunca salen de ellos ¡Vaya con cuidado, forastero, vaya con cuidado!
Encaminose allá el índigo enviado
europeo tomando nota mental de la advertencia y hubo de sortear no escasos
impedimentos para acercarse a las puertas del adusto edificio.
Ruinas de ambulatorios, escombros de
parques de bomberos, restos desplomados de colegíos públicos entre los que el viento
agitaba formularios de becas de libros y comedor con el lacre de rechazo
impreso en sus reversos y hasta alguna que otra tumba, cavada a toda prisa y
sin cristianizar, de algún que otro inmigrante que no había llegado a tiempo a
tener los papeles para que se le dieran medicinas.
Tras sortear molesto todas esas
barreras llegó al portal del edificio, aún solido por fuera en apariencia, y flanqueó
el umbral.
Encontrose un amplio despacho
acristalado con un individuo con traje, algo menos serio luctuoso que el que
lucía él, apoltronado cómodamente en su butaca.
- Buenos días, caballero -saludó de
nuevo el Hombre de Negro de forma educada y cortés- He venido para...
- Para darme dinero -interrumpió sin
diplomacia alguna el hombre del despacho- ¿lo trae?
- Y ¿podría decirme vuecencia si tiene
a bien en qué se ha gastado aquel que poseía apalancado y que pertenecía en
realidad a otros?
- Bueno, ya sabe -contestó el
retrepado moviendo dedos y manos con cierta displicencia- En arriesgar en
negocios sin base, en pagar las campañas de políticos, en otorgar créditos a
amigos y conocidos de políticos, en promociones inmobiliarias de familiares de
políticos, en sueldos millonarios de miembros del consejo, en indemnizaciones
por despido más millonarias todavía de incompetentes, ladrones y corruptos, en desvíos
de capitales a Luxemburgo..., vamos nada especial. Lo habitual, ya sabe. ¿Trae
el dinero? -reiteró el acomodado barón en su poltrona-.
- Ya veo -contestó el Hombre de Negro
cavilante- y ¿de cuan cuantiosa es la aportación financiera que precisa para
salir de este malhadado bache en nada achacable a su persona?
- Unos doscientos mil millones de
doblones, Uy, perdón de Euros. Es que como llevo haciendo lo mismo desde que se
llamaban doblones a veces me falla la memoria.
- Lamento comunicarle que no he traído
conmigo tal cantidad -hubo de reconocer el Hombre de Negro apesadumbrado por el
reticente miedo a no poder cumplir la sagrada misión de rescate que le había
sido encomendada.
- Pues pídalo en el banco de enfrente.
Creo que las instrucciones que trae dicen eso o algo parecido -sentenció el
trajeado haciendo al Hombre de Negro un gesto para que se marchara.
Salió el índigo teutón del edificio y
comprobó en las instrucciones lacradas de las emperatrices que el hombre estaba
en lo cierto. Así que cruzose de acera sorteando con gracia y presteza restos
de pequeñas empresas, temibles agrupaciones de gente sin empleo y casas sin
propietario ni inquilinos con pintadas aciagas de desahucio escritas en sus
puestas, y se introdujo con presteza en el banco de enfrente que saludole con
un letrero cochambroso a punto de caerse en el que podía leerse Banco de
Alimentos.
Entrosé para dentro el enviado de
tierras de Sigfrido y encontrose un espacio vacío, con restos por aquí y por
allá de ciertos embalajes y un curioso olor reticente y distante que el experto
viajero pudo identificar como desesperación.
- ¿Por qué, si tiene a bien explicarme,
llaman a este lugar Banco de Alimentos cuando no hay ningún alimento a la
vista? -preguntó a un sentado operario
- Los hubo, forastero, hubo tiempo en
que los hubo. Pero se han acabado. Cada día nos llegan dos millones de almas a
pedirnos comida y claro no nos da para tanto.
- ¿Y se los han pedido a otros bancos?
- Lo hemos hecho, buen mozo, lo hemos
hecho. En casi veinte países europeos están como nosotros. Más de veinte
millones de personas dependen del dinero que nos concede Europa para comprar alimentos
para ellos.
- Pues he de comunicarle la mala nueva
de que me temo que he de llevarme ese dinero para entregarlo a otros bancos que
lo necesitan más -anunció contrito el negro interventor-
- ¿Otros bancos de alimentos?
-preguntó el operario esperanzado-
- Me temo que no. Me dicen que se
llaman bancos malos
- Ah, a esos, ¡Voto a tal, que debería
haberlo imaginado! - se resignó por fin el hombre derrotado- y ¿puedo preguntar,
si no es molestia, por qué se les da a ellos?
- ¡Cómo no! -concedió el Hombre de
negro al tiempo que consultaba a toda prisa el legajo de pergaminos que usaba
de instrucciones- Según me dice aquí porque ese dinero se utilizará para
reflotar los bancos que han perdido el otro dinero -ese que no aparece,
apostilló- para que así puedan dar créditos y financiar empresas que crearán
riqueza y empleo y harán que haya excedentes de producción que puedan
utilizarse en los bancos de alimentos y que no haya parados que tengan que utilizarlo.
- Bueno, si usted lo dice. Tome el
dinero -que no es mucho- y llévelo a donde tenga que llevarlo.
Marchose pues el teutón de nuevo al
banco malo y mostrole el dinero al dinero al banquero que allí le había
esperado mientras completaba algunas transacciones ilegales, un par de
emisiones de acciones sin refrendo vendidas a analfabetos e inconscientes y su
nuevo acuerdo de dimisión con una indemnización de ocho cifras.
Entregóselo un poco reticente, que ya
pese a ser teutón y obediente, se le había colado la mosca tras la oreja.
- Y ¿puede saberse, caballero, que
hará con el dinero?
- Bueno -volvió a responder el usurero
con esa displicencia habitual- más o menos lo mismo que hice antes. Arriesgarlo
en créditos a amigos y políticos, emplearlo en comprar deuda soberana con la
que luego especular para que suba la prima de riesgo y ganar millones con los
intereses que poder desviar a mis cuentas cifradas y las de los grandes
accionistas, crear agujeros más grandes y luego anunciar que no tenemos
liquidez para que el gobierno español nos rescate con el dinero de todos los
españoles y Europa rescate al gobierno español con el dinero de todos los
europeos
- Y ¿no sería mejor -se aventuró a
inquirir el oscuro interventor- que lo dedicaran a otra cosa como el control
del crédito privado e inversiones de interés general? quizás si hacen algo
diferente el resultado final sea distinto.
- ¡Qué no, hombre, qué no!
-desecho el otro hombre con orgullo- ¿es que no sabe usted que la economía
liberal capitalista es cíclica? Hay que hacer siempre lo mismo. Si tiene que
ocurrir otra cosa ya se encargará el Mercado de ello.
- ¡Ah, cuan sabia fe, la vuestra!
-aseveró el Hombre de Negro a modo de despedida.
Pero como hallábase en esos momentos
de duda y de zozobra atreviose a aprovechar la presencia de una de las
emperatrices en España para enviarla una misiva urgente en la que proponía:
"No
será, por ventura, más satisfactorio y menos ocioso, dar directamente el dinero
a los negocios, emplearlo para sustentar a los que no tiene sustento y
utilizarlo para cambiar las estructuras financieras de manera que no puedan
especular con la deuda soberana beneficiándose al punto de la misma crisis que
ellas generan".
Sorprendiose de que le llegara
inmediata respuesta a su misiva y sentose a leerla bajo un árbol
"Yo,
vizconde De Guindos, arcediano mayor de Los Tesoros Públicos, le conmino aque
caye en sus cuitas pues lo que hace ahora el virrey que rige nuestras tierras
no es cosa diferente de lo que hizo Alemania hace diez años”.
Esto dejole más tranquilo. Al menos
hasta que tras preguntar a muchos transeúntes y viajeros recibió de todos la
misma respuesta a sus preguntas.
"Temo
que os habéis confundido, amable arcediano, pues en Alemania hace 10 años se
rebajaron los sueldos pero aún se mantiene más de quinientos euros por encima
de lo que se paga aquí por el trabajo, se reformaron las coberturas, pero aun
así se mantienen bastante más altas que las vuestras y no he ido de vos alguna
que en el país teutón se quitara el dinero a los que no lo tienen ni para comer
para entregárselo a otros a los que aún les sobra y además han robado y
malgastado el de los primeros".
Desde entonces el Hombre de negro
sigue triste y cabizbajo.
Fue enviado, por mor de un edicto real
firmado por las dos emperatrices, al exilio mallorquín de fútbol y cerveza y se
redactaron precisas instrucciones para futuros enviados a las tierras de
Hispania para que no cruzaran palabra alguna con nadie que no fuera, a la
sazón, político o banquero.
2 comentarios:
http://lema.rae.es/drae/?val=albricias
:)
Por lo demás, mola.
Gracias.
Tienes razón. Lo cambio
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