Hace apenas unas horas dirimía yo una
pequeña discusión sobre patriotismo, de esas de intercambio de comentarios, con
uno de mis amigos de siempre, recuperado virtualmente recientemente para la
causa del Facebook y del intercambio ideológico.
Y, ¡mira tú por donde!, en estas se
nos aparece Hollande. No se asuste nadie que no se trata de que el inquilino de
El Eliseo se nos materializara, volátil y etéreo, de la nada y nos flotara
sobre las cabezas para darnos algún mensaje misterioso que completara los
misterios de Lourdes.
El hombre se sienta en un plató de
televisión, en horario de máxima audiencia, un domingo por la noche que todo el
mundo suele estar en su casa y se despacha con la noticia de que va a ajustar
el presupuesto galo en 33.000 millones de euros.
Y alguien dirá: Joder, como nosotros.
Pero no. Es radicalmente distinto a
los que no pasa a nosotros por un simple motivo. Porque François Hollande será
un buen o un mal presidente, tendrá un buen o un mal plan de ajuste económico,
pero cree en Francia y en los franceses. O sea, lo que por definición debería
considerarse un patriota.
Cree en Francia y en los franceses
porque se planta ante ellos, reconociéndoles el derecho a estar informados,
reconociéndoles el derecho a saber, y les dice lo que va a hacer, lo que tiene
previsto realizar, cómo va hacerlo y en cuanto tiempo tiene previsto hacerlo.
No corre de aquí para allá informando
antes a entidades internacionales, a supuestos aliados europeos, no se esconde
en los pasillos ni sale por puertas traseras de aparcamientos para eludir las
preguntas incómodas, no mantiene en vilo al país cada viernes para saber por dónde
vendrá el golpe después de cada consejo de ministros, para tener que reajustar
nuestras previsiones de supervivencia cada fin de semana con el nuevo
tijeretazo ideado a toda prisa o con el nuevo impuesto aumentado por la
tremenda.
Se planta ante Francia en su conjunto
y la informa como es su obligación, como es la obligación de todo gobernante
que respete a su país y los ciudadanos que lo habitan. Como es la obligación de
cualquier patriota -y mira que a mí el término me suele crear una leve
urticaria-.
Pero las muestras de respeto que
Hollande da hacia su país, hacia su población y hacia su patria van mucho más
allá.
Hollande anuncia que tomara una serie
de medidas, subir los impuestos de forma proporcional, aplicar una tasa
impositiva a las grandes fortunas, gravar los beneficios no reinvertidos de las
grandes empresas, congelación del gasto público...
Y de nuevo demuestra ese otro patriotismo
que no depende de himnos ni banderas sino de respeto y compromiso, que no se
asienta en frases grandilocuentes ni en recuerdos de grandezas históricas.
Porque no anda desesperado solicitando
una audiencia con la nueva emperatriz del mercado europeo germánico para que le
diga lo que tiene que hacer, lo que le viene bien que haga, lo que desea que
realice para aceptar hacerse una foto con ella y mejorar así su imagen
política. No acude corriendo a su despacho a rehacer las cuentas cada vez que
un organismo económico que hace números sin tener en cuenta ni las situaciones
nacionales, ni las realidades sociales hace una exigencia disfrazada de
recomendación o intenta imponer una línea de acción disfrazada de consejo de
obligado cumplimiento y de verdad universal incuestionable.
Porque, con acierto o error, Hollande
piensa en Francia, luego en Europa y nunca en los mercados como termómetro y
vigilantes incontrolados de la vida de Francia.
Los mercados exigen recortes, Francia
no los puede soportar y él no los hace. El FMI exige aumento del IVA, Francia
no está en condiciones de asumirlo y él lo reduce o lo congela, El BCE clama a
los cuatro vientos por el recorte del gasto en servicios sociales, su país no
está en condiciones de asumirlo y el solamente congela el de sanidad y aumenta
el de educación, los gurús de la economía liberal capitalista con Lagarde
-curiosamente francesa- a la cabeza agitan la bandera del recorte social y del
incremento de la edad de jubilación, del aumento de los precios y de la
flexibilización del mercado laboral y Hollande, que sabe que eso conducirá a
Francia a la miseria, congela el precio del transporte público, de los
alquileres, de la gasolina, vuelve a colocar la jubilación en sesenta años, mantiene
los derechos laborales aunque acepte una
flexibilización que su país puede asumir y anula los ERES inventados por las
grandes empresas como Citroën o Renault que pretenden mantener los beneficios
de sus accionistas en el mismo nivel a costa de las pérdidas de sus
trabajadores.
Y sobre todo cumple sus promesas
electorales. No las cambia, no las modifica, no las reinterpreta, no las elude
afirmando que las hizo cuando no sabía el verdadero estado de las
cuentas.
Como es un patriota, pero un patriota
de los de ahora, no de los de antes, no se escuda en la herencia -una sola vez
en toda la entrevista hizo referencia a lo no hecho por Sarkozy- para ejercer
el digodiegismo.
Como es un patriota respeta a los
franceses y cumple lo que les prometió pongan la cara que pongan los gurús,
pongan la cara que pongan sus socios europeos y los organismos garantes de la
economía liberal capitalista en el mundo, pongan la cara que pongan las grandes
corporaciones y pongan la cara que pongan las grandes fortunas de su país que
huyen cual alma que lleva el diablo, como aristócratas ante La Convención, camino
de la cercana Bélgica donde sus ganancias no estarán en peligro por la política
de Hollande durante los próximos dos años.
Como es un patriota no se preocupa por
la imagen que tengan los mercados de Francia más que por lo que necesita
Francia, no busca desesperadamente una imagen junto a los poderosos aunque la
consigue porque estos se ven en la obligación de respetarle. No porque haga lo
que ellos quieren. Sino porque hace lo que cree que Francia necesita.
Como es un patriota sabe que las
rentas más bajas de su país no soportarían el ajuste y deja fuera del mismo a
todas las inferiores a 28.000 euros -lo que significaría prácticamente el 80
por ciento de las rentas del trabajo en España- en lugar de aumentar
impuestos directos e indirectos de forma indiscriminada.
Como es un patriota sabe que su país
necesita la educación para seguir siendo moderno y competitivo y aumente su
presupuesto aún en tiempos de crisis en lugar de reducir el gasto de forma
drástica despidiendo profesores, cerrando centros y eliminando ayudas y becas.
Como es un patriota sabe que Francia
no puede soportar el incremento indiscriminado del paro y se pone a crear
doscientos mil puestos de trabajo en lugar de anunciar sin despeinarse el
flequillo teñido que se en tan sólo un año se permitirá que se destruyan
600.000 puestos de trabajo.
Como es un patriota reconoce a los franceses
el derecho a preguntar, a saber, a quejarse y a opinar -un derecho que
curiosamente fue redactado también por primera vez en Francia- en lugar de
intentar usar el patriotismo para exigir que todos callen y que asuman con
sumisa aquiescencia su regresión a la servidumbre y la miseria.
Y hace todo eso sin necesidad de
pedirle a los franceses que busquen "patrióticos" destinos turísticos
de vacaciones, sin arremeter contra el nacionalismo corso, sin tener que
reclamar la soberanía de las islas del Canal contra Inglaterra, sin cargar
contra la inmigración ni contra los extranjeros...
Lo hace sin necesidad de cantar la
Marsellesa ni de envolverse en la tricolor a cada paso y con cada palabra que
dice.
Si otros gobiernos -sea cual sea su
signo ideológico- en otras tierras tiraran de ese patriotismo que es más
responsabilidad que orgullo del pasado, que es más compromiso que imagen, que
es más inteligencia que víscera y no del de himno, bandera, selección nacional
y orgullo vacío y vanidoso, a lo mejor a mucha gente como a mí no les
produciría urticaria la palabra patriotismo.
Pero, claro para eso, tendrían que
dejar de mirar los cielos en los que ondea la enseña y fijarse en el suelo en
el que se apoya el mástil y los que lo sostienen. O sea, nosotros.
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