Alguien escribe en el muro de un
monasterio de Jerusalén en letras hebreas que Jesús es un mono junto a otros
improperios por el estilo; alguien firma con el nombre de un asentamiento
ilegal judío en tierra que no es suya, en la Palestina Árabe -que geográficamente
Israel es también Palestina, no lo olvidemos-. Alguien hace eso y parece que
ahora toca hablar de lo de siempre.
Parece que ahora tocaría hablar del
enfrentamiento entre las religiones, del fanatismo religioso, de la
cristianofobia, de la islamofobia o de la judeofobia. Parece que me tocaría
volver a beber de mis fuentes anti deístas para demostrar que las religiones
organizadas son perjudiciales para el desarrollo social de los seres humanos,
aunque puedan llegar a convencerme de que pueden ser útiles para la vida íntima
y personal de cada uno, según como las tome.
Parece que ahora toca hablar del
obispo de Roma, del Consejo Rabínico o de los Ayatolas perdidos, parece que es
momento de hablar de todo eso.
Pero no es cierto. No toca hablar de
eso. Hablar de todo eso seguiría dejando a salvo a los autores de esas pintadas
en un monasterio trapense.
Ahora toca hablar del Gobierno israelí
y de los colonos porque, aunque lo parezca, aunque los autores y receptores de
estos actos incluso puedan creerlo, esto no tiene nada que ver con la religión.
Tiene mucho más que ver con los
marines, con los camisas pardas o con los sanz
cullotes jacobinos que con la religión, Tiene que ver con un gobierno
injusto y con una elite guerrera a la que se le consiente todo porque son los
únicos lo suficientemente locos o lo suficientemente arribistas como para
convertirse en el brazo armado y social de una política que no debería estar
llevándose a cabo: en este caso la de colonización forzosa e ilegal de tierras
que pertenecen a otro país y a otra entidad de gobierno.
Y eso no es resultado de la religión.
Es resultado de la política.
Durante tres generaciones los
gobiernos de Israel la han consentido cuando menos y la han alentado la mayoría
de las veces pese a que ha sido declarada ilegal por tantos organismos
internacionales a los que pertenecen que ya se ha perdido la cuenta.
Y eso no ha sido porque el Estado de
Israel sea teocrático -no se me alteren, lo es. Israel significa el que lucha por
dios-, eso no ha se ha permitido porque los sucesivos gobiernos impongan
principios religiosos frente a su laicismo mil veces predicado -Vuelvan a
tranquilizarse, los impone. Israel se define como un estado judío (término
religioso), no hebreo (termino derivado de su tronco racial secundario), no
semita (término derivado de su tronco racial primario que les une a los
árabes), no palestino (término que emanaría de su posición geográfica)-.
Esa impunidad de habitantes agresivos
e ilegales de las colonias israelíes no se permite porque los gobiernos sean
teocráticos o judíos. Se permite y alienta porque son sionistas. Una doctrina
política que nada tiene que ver con la religión -salvo para usarla como excusa
mitológica en algunas ocasiones- y sí con el expansionismo, el militarismo, el
racismo y la xenofobia.
Los colonos que han realizado estas
pintadas, igual que los que queman iglesias, mezquitas, cultivos y viviendas en
toda la franja de Gaza y en Cisjordania, no lo hacen porque su fanatismo
religioso les impela a hacerlo. Lo hacen porque saben que es eso lo que más les
duele a aquellos a los que atacan, aunque sean monjes trapenses. Porque saben
que eso es lo que disgusta a aquellos de cuya tierra quieren echar para
apropiarse de ella.
Y el gobierno de Netanyahu -y muchos
anteriores- lo periten, lo ocultan y lo arropan no porque sus creencias
religiosas les impelan a darles la razón. Sino simple y llanamente porque les
viene bien a su política.
Y los hay que dirán que unas pintadas
de mal gusto no son comparables con bombas en iglesias, con disparos
indiscriminados o con masacres multitudinarias. Claro que no lo son, ni en
magnitud ni en origen. No son lo mismo.
Así que no estamos hablando de cristianofobia,
de islamofobia o de judeofobia. Estamos hablando de fascismo, ¿juedofascismo?,
no. Eso implicaría de nuevo los motivos religiosos. Estamos hablando de
sionifascismo. Fascismo sionista, pero fascismo.
Pero claro, eso no puede denunciarse.
Eso no es políticamente correcto.
Todos los que alzan sus voces para
protestar porque un individuo la emprende a balazos en la puerta de un colegio
judío en Francia ahora callan, todos los que enronquecen sus gargantas cuando
estalla una bomba en una iglesia en Abuya o el Cairo ahora callan. Incluso todos
los que airean sus lenguas cuando se prohíbe construir mezquitas en Suiza o
cuando los universitarios ingleses o los marginales marsellés convierten en
deporte de moda la caza del musulmán en las calles de sus ciudades ahora
callan.
Callan porque saben que no pueden
comparar esas pintadas con ningún acto de odio religioso que se nos venga a la
memoria. Roma calla, La Comunidad judía occidental calla y hasta los Ayatolas
-al menos los moderados- callan porque saben que son cosas distintas y denunciar
lo que son no está de moda.
Porque saben que con lo único que se
pueden comparar estas pintadas es con otras que empezaron a aparecer hace ya
casi un siglo en los muros y calles de las ciudades de las tierras del mítico
Sigfrido. Que solamente se pueden comparar con un pogromo.
Porque el exterminio sistemático de
los habitantes judíos de la Europa bajo el dominio del gobierno nacional
socialista de la Alemania de Hitler no empezó cuando fueron conducidos a las
cámaras de gas, no empezó cuando fueron recluidos en guetos en contra de su
voluntad, no empezó cuando fueron llevados a la fuerza a su asesinato masivo
por hambre, trabajos forzados o de forma directa e impasible.
El exterminio de los judíos en la
Alemania nazi empezó cuando individuos ocultos en la noche comenzaron a
escribir "cerdo judío" en los muros y cristales de sus casas, sus
negocios y sus sinagogas.
Y esa comparación no admite
discusión.
Y hasta la forma en la que eso colonos
se defienden o se separan públicamente de los autores de estos actos demuestra
que entienden en el Estado y el Gobierno de una forma que solamente puede
definirse como fascista.
No reclaman una investigación
policial, piden que los servicios secretos identifiquen a los culpables y los
castiguen. Piden que sin publicidad, sin luces ni taquígrafos su adorado Mosad
los saque por las noches de sus casas y los encierre. Como hicieron antes con
aquellos a los que acusaban -con razón o sin ella- de ser nazis, como hacen
cada día con palestinos, libaneses, sirios, jordanos o incluso habitantes y
ciudadanos europeos cuando creen que forman parte de su amplia red de enemigos.
No es extraño. Sus gobiernos sucesivos
les han acostumbrado a esa forma de actuar, les han vendido que esa es la
solución. Y ellos la han comprado. El fascismo siempre es más fácil y más
barato de comprar que el Estado de Derecho.
Y ahora ese fascismo, no ese odio
religioso, no esa intolerancia, no ese fanatismo, solamente ese fascismo a
empezado a cebarse con los cristianos, los otros habitantes seculares de
Palestina a los que el gobierno de sionista de Israel no quiere en sus
dominios.
Y si escribo esto no es solamente
porque crea que, mientras no se moleste a nadie y no se haga proselitismo todo
ser humano tiene el derecho a engañarse con lo que quiera sobre la vida futura,
no es porque defienda la libertad religiosa -que lo hago-. Es simplemente
porque me repugna el fascismo. Venga de donde venga
Por eso y porque otros monjes muy
parecidos a estos trapenses y que residen muy cerca de ellos me salvaron la
vida oponiéndose a sus propias jerarquías y arriesgando las suyas contra unos
fanáticos religiosos que, curiosamente, no eran ni musulmanes ni judíos. Eran
puros y simples drusos cristianos. Pero eso es cosa mía. Eso es otra historia.
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