domingo, septiembre 09, 2012

El exigido golpe de la AVT y el rito de colocarse los...


Vayan por delante mis disculpas por los posibles errores e híbridos arcanos ortográficos que puedan contener esta porción de mis endemoniadas líneas. Al parecer las cariocas tienen la tendencia eterna a despertarse a mediodía en un infinito remedo de jet lag, aunque lleven meses a este lado del Atlántico, y hay enclaves rurales que, aunque preciosos en general e inspiradores para ciertas actividades en particular, son tremendamente aburridos un domingo a las 9:30 de la mañana.
Así que, para vengarme del Morfeo que me ha robado el desayuno dominical en compañía, he decidido robarle a la carioca  dormida en cuestión su minúsculo corpúsculo informático y dedicarme a rellenar este blog tecleando en teclas diminutas. De modo que solamente seré parcialmente responsable de las ilegibilidades que encontréis en este post.
Y así, mientras me desayunaba una rebanada de pan del tamaño de la quilla del Titanic con mantequilla roja -producto que estaba olvidado en mi más ancestral memoria desde hacía lustros-, me he encontrado una vuelta de tuerca más en eso que hemos llamado el Caso Bolinaga. O sea, la disquisición falaz y baladí, típica de un periodo electoral en Euskadi, sobre qué se tiene que hacer con el terrorismo. En este caso con las secuelas ya baldías del terrorismo.
Por un lado está aquello de que el fiscal de la Audiencia Nacional ha recurrido judicialmente contra la decisión del Ministerio de Interior de excarcelar al etarra canceroso y moribundo, que el proceloso Gallardón le ha apoyado y que Interior se ha pillado un globo de tres pares de... lo que sea.
Y eso ya es difícil de digerir -me refiero al recurso, no a los tres pares, por supuesto-. Todo este desaguisado solamente puede resumirse en un vicio recurrente  y eterno del varón heterosexual español: el indecoroso acto de colocarse los testículos después de haberse subido la bragueta.
Porque siempre me he preguntado si en realidad lo hacemos porque las susodichas gónadas nos empiezan a molestar cuando ya no podemos reajustarlas discretamente, amparados por las paredes protectoras del urinario, o simplemente esperamos a hacerlo cara al público para que ocasionales curiosas tengan la oportunidad de fijarse en ellas si así lo estiman oportuno.
Y con esto de Bolinaga, el Gobierno y todas las instituciones españolas me asalta la misma duda. No sé si en realidad les parece injusto dejar morirse a su aire al asesino y por eso se reajustan públicamente su decreto de excarcelación o si simplemente quieren que sus supuestos votantes se fijen en cómo se lo reajustan para que tengan claro que les tienen en sus pensamientos a la hora de cerrarse la bragueta.
Porque ¿no hubiera más sencillo reunirse el fiscal, los ministros y quien hiciera falta, discutir los pros y los contras de tal decisión -si es que lo consideraban tan importante- y luego dar una visión conjunta en uno u otro sentido antes de subir la cremallera de sus calzas antiterroristas?
Yo creo que sí. Luego la decisión hubiera sido criticable o no, pero al menos hubiera sido parte de una posición política que podría considerarse coherente. Algo que no se puede decir de este reajuste posterior de los cojones -¡Uy, perdón, se me escapó!- antiterroristas una vez que ya se han subido la bragueta de la excarcelación.
Pero si este mítico vicio hispano trasladado a lo político m produce poco más que un cierto resquemor humorístico, lo que otro que he sabido con respecto al caso me despierta una profunda indignación. Una indignación asustada, pero indignación al fin y a la postre.
La AVT, esa asociación que pretende elevar el rango de víctima del terrorismo a un valor social inextinguible, pide, corrijo, exige "voz y voto" en la definición de la política penitenciaria del gobierno.
Me produce más flujos gástricos que el colesterol de la colorada mantequilla soriana porque lo que están pidiendo ya lo tienen y si lo quieren de otra manera simplemente están exigiendo que se les permita dar un golpe de Estado.
Ya tienen voz. La tienen como la tenemos todos. Todos podemos escribir, hablar y hasta cantar por bulerías para criticar, apoyar o mostrar nuestra indiferencia ante la legislación carcelaria de nuestro país. Todos podemos hacer manifestaciones, sentadas, huelgas de hambre o cualquier otra cosa que se nos ocurra para expresarnos en uno u otro sentido. Así que la voz ya la tienen.
Y el voto también. En toda campaña electoral toda asociación, todo colectivo e incluso todo individuo, puede pedir a cualquier partido o formación que se presente a los comicios que se exprese sobre la política penitenciaria que llevara a cabo si accede al Gobierno y luego votar en consecuencia si esa cuestión en concreto es prioritaria en su intención de voto.
Entonces, ¿por qué los adalides del victimismo eterno piden algo que ya tienen? Y la respuesta es lo que me indigna. Lo piden porque no piden eso. Piden ser ellos los que determinen en virtud de sus sentimientos, sus vindicaciones y sus vísceras, la política penitenciaria española. Por lo menos la que hace referencia a ETA, sus restos y sus sombras.
Exigen ser ellos los que determinen el futuro de Euskadi, el futuro de la sociedad vasca y en parte de la española por el simple hecho de ser víctimas o representantes autonombrados de ellas -que la mayoría de las víctimas de ETA están muertas, no lo olvidemos-.
Y eso solamente puede definirse como un golpe de Estado.
Según nuestra Constitución y todas las leyes de desarrollo que emanan de ellas "la determinación de la política de Interior -dentro de la que se incluye la política penitenciaria en general, la política antiterrorista en particular y la política penitenciaria antiterrorista en concreto- corresponde al Gobierno de la Nación". Punto final. A nadie más.
Y el Gobierno de la Nación podrá ejercer esa política por consenso o por imposición de su mayoría absoluta, podrá escuchar a todas las partes que considere implicadas o interesadas antes de adoptar una medida. Pero nadie, absolutamente nadie, puede imponerle una política en concreto.
Y eso es lo que quieren los que dicen hablar por las víctimas de ETA. Lo que piden es que si ellos no están de acuerdo con la política penitenciaria no se pueda llevar a cabo, que si a ellos les molesta una excarcelación puedan vetarla o impedirla, que si algún gobierno quiere anteponer el futuro de Euskadi o incluso sus intereses electorales a sus deseos de eterna vindicación confundida con justicia o de eterna presencia social confundida con memoria histórica no pueda hacerlo.
Pretenden que se les conceda un poder que no emana de ningún elemento constitucional, que no deriva de ningún principio constitutivo del Estado o de la democracia. Pretenden dar un golpe de Estado amparados en el caso Bolinaga.
Pretenden detentar un poder que no les corresponde y que no tienen derecho a pedir. Si quieren voz que utilicen la que ya tienen y les garantiza el sistema democrático a través de la libertad de opinión y de expresión, si quieren voto que lo ejerzan como castigo o como apoyo a las políticas de los gobiernos sobre la gestión del final de ETA o de desarrollo penitenciario.
Pero que no exijan más porque simplemente eso les convierte en lo mismo que aquellos que exigían tener el derecho a decidir sobre el futuro de las tierras de Euskadi porque ellos querían.
Les transforma en anti demócratas y anti constitucionalistas. Y en este caso la diferencia entre unos y otros es baladí. Un golpe de Estado es inaceptable venga de las víctimas -que no lo son del Estado, sino de una organización criminal- o de los verdugos. Ser víctima no te da la potestad de exigir el derecho a ser fascista.
Sólo espero que, pese a lo imposible de este ínfimo teclado, me dé tiempo a escribir algo más antes de que concluya el sueño brasileño que me obliga a desayunar en compañía de Bolinaga y el Gobierno y antes de que se le permita a la anclada en la venganza -entendible, por otro lado- AVT dar un golpe de Estado.

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