Habíamos dejado a Morgane Merteuil, líder de los trabajadores sexuales de Francia, abofeteando públicamente como a un infante travieso de antaño al feminismo radical novecentista a ancestralmente vaticano. Sigamos
Para rematar la faena, la puta que
prefiere serlo, arroja un último guante al rostro de aquellas que medran con su
supuesto feminismo. "No son ni
emancipadoras ni creadoras de nuevas cosas, salvo para las que buscan un
trampolín caliente hacia el Gobierno", afirma Morgane, denunciando con
labios femeninos algo que siempre es ignorado cuando se explicita desde
gargantas masculinas.
El único objetivo de esas feministas
de generalización victimista y falsa estadística manipulada es acceder al
poder. De ahí sus paridades, de ahí su obsesión con los gobiernos y los
consejos de administración paritarios a golpe de ley y de decreto. No piden
paridad en la mina de carbón, en el pesquero en alta mar o en la calurosa
recolección de la aceituna. La piden, la exigen, en el poder, sólo en el poder.
Si hasta las mujeres ya se dan cuenta
de eso. Algo no funciona en su estrategia.
Y entonces, cuando ya tienen la cara
irritada de tanto recibir pasan al ataque y sueltan su batería de estribor
contra Morgane.
Ella cita a Virginie Despentes y
Grisélidis Réal, filósofas feministas que ellas probablemente ni siquiera
conocen, pero la acusan de ignorante. Ellas solamente siguen como las tablas de la ley de un Deuteronomio feminista el más paranoico feminismo estadounidense cuyas teóricas llegaron a argementar que era irrelevante que el genero humano desapareciera pero que la mujer no debería relacionarse con los hombres -sí, buenas gentes, eso defiende McKinnon, la musa inspiradora de nuestros feminismos patrios-.
Por eso no son capaces de contrarrestar su
afirmación de que "no es creíble una
sociedad binaria, que opone a hombres y mujeres, porque las relaciones de
dominación son más complejas y se sobreponen varias opresiones".
Y sus oponentes ideológicas – ¿quién se
lo iba a decir? Ellas, tan apoyadas por algunos gobiernos, tan bien
posicionadas, tener que defender su ideología frente a una puta-. No son capaces
de contraargumentar.
No pueden hacerlo porque no son capaces de reconocer que en todas las otras formas de
dominación, la económica, la afectiva, la social e incluso la sexual la mujer
es tan agente de la dominación injusta como el hombre puede ser víctima de
ella, así que la acusan de ir contra la dignidad de las mujeres por decir que
es digno utilizar el sexo económicamente.
No diré que eso entraña unos riesgos sociales y personales que hay que valorar. No diré que restarle al sexo las dimensiones relacionales y afectivas puede crear una objetivización de las personas que las convierta a unas en simples herramientas de las otras, sean mujeres u hombres. Pero eso también ocurre cuando vamos a la caza del polvo de viernes por la noche, cuando unas y otros disgregan tanto sexo de afecto que no crean vínculo ninguno con quien lo practican.
Y eso, sin dinero de por medio, es lo que defiende como ideal el constructo colectivo del postfeminismo radical -junto con otra mucha gente, por suspuesto- sin que les parezca pernicioso. Vamos, que les da igual.
Y también les da igual que ellas no cuestionen ni
hayan cuestionado nunca, ni pública ni privadamente, el hecho de que haya mujeres
que decidan casarse y ofrecer sexo matrimonial para tener una vida de lujos o
asentada económicamente, da igual que nunca hayan cuestionado como indigno que
una mujer decida aprovecharse del sexo, de la insinuación sexual o de la
provocación erótica para ascender en su trabajo por encima de hombres que no pueden
tirar de esas armas, da igual que ellas nunca hayan criticado el más común de
los chantajes sexuales que supone el negarte a tener sexo hasta que tu pareja
te baja las cortinas, saca los billetes para ir de vacaciones al lugar que tú
quieres o no te compre por tu cumpleaños ese bolso tan mono que cuesta medio
sueldo.
Todo eso son formas económicas de
utilizar el sexo y no hay un solo escrito del feminismo postradical y agresivo
que las considere indignas -y mira que se han puesto a escribir cosas-. Como
mucho cuando sale el tema, sonríen y dicen "ves
como eso demuestra que somos más listas y ellos son primarios". La
culpa es del hombre que se casa, del jefe que la asciende, del marido que le
niega el capricho porque "¿qué otra
cosa puede hacer una mujer en un mundo de hombres?"
Y como de nuevo la puta ignorante e
indigna las deja en la cuneta cuando afirma que
"Solo podremos calificar el feminismo como una lucha por la dignidad de
las mujeres, si se entiende esta como una lucha para que cada mujer pueda ser
considerada digna, sean cuales sean sus elecciones", pues entonces la
acusan de ingenua.
Tiene una carrera universitaria, lleva
ganándose cinco años la vida con el sexo, ha leído y analizado filosofas cuyos
textos son de más difícil acceso intelectual que el legado hermético del
trimegisto pero ellas, que llevan viviendo años en sus poltronas, que piensan
ancladas en un modelo de hombre que ya no existe y en un sueño de mujer que
nunca existirá, se atreven a acusarla de ingenua.
Y Morgane se encoge de hombros con la
misma indiferencia con la que rechazaría la oferta poco ajustada de un cliente
en la Rue de Rivoli y simplemente dice:
"Sí,
los hombres pueden ser tiernos y precavidos. Sí, las mujeres pueden amar el
culo. Y sí, prostituirse puede ser una forma de reapropiarse del propio cuerpo
y la sexualidad"
Y ahí acaba todo.
Contra una mujer que no considera al
hombre, aunque la pague por sexo, su enemigo y que le reconoce la condición de ser
humano el feminismo radical, marcial, fascista y combativo no tiene argumento
posible.
Menos mal -casi se puede escuchar su
suspiro de alivio- que Morgane Merteuil es puta.
1 comentario:
Excelentes los dos posts. Difundo.
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