Se ha necesitado un par de falsas revoluciónes,
decenas de comisiones, grupos de estudio, observatorios y algún ministerio, miles de millones de euros, dólares y libras, miles
de hojas mecanografiadas, impresas y editadas, siglo y medio de fundaciones y
refundaciones, centenares de asociaciones y plataformas y ni se sabe qué cantidad ingente de
palabras emitidas al éter y a las ondas para llegar a esta conclusión final de un par de líneas.
“La
verdadera igualdad solo se alcanzará si llegamos a tener tantas mujeres
incompetentes como hombres incompetentes en puestos de mando".
Y con esta frase, las políticas, las
activistas de capilla subvencionada, las militantes de mesa y mantel,
enterraron definitivamente el feminismo.
Y no la ha dicho una de nuestras
patrias adalides por todos conocidos de ese postfeminismo ultramontano y novecentista
que pretende eliminar el supuesto patriarcado exclusivamente para ocupar su
lugar de mando y control, no lo ha afirmado una de esas presidentas de
"algo de la mujer" que basan su supervivencia económica en sustraer
fondos públicos, malversar datos estadísticos y aprovechar el dolor y el
sufrimiento de otras mujeres y otros hombres para medrar.
Lo ha dicho una eurodiputada, la
liberal holandesa Sophia in’t Veld, miembro de la Eurocámara, pero sobre todo
centurión de la guardia de corps de Viviane Reding, la adalid europea del
feminismo.
Y lo ha dicho para defender una de
esas propuestas transformadas en exigencias que son ahora, en plenos estertores
mortuorios de un sistema económico que se calcina en sus propias cenizas, son
el único y exclusivo caballo de batalla de esa versión del postfeminismo que ha
abandonado sus esencias. Lo ha dicho para defender la imposición de cuotas de
mujeres en los Consejos de Administración de las empresas.
Porque como el mítico ojo de Saurón
con el tesoro de Golum, esa versión del postfeminismo, busca una sola cosa, la
ansía, la persigue, tiene toda su atención y su ser fijados en ella.
Viviane, Sophia y algún que otro
nombre español entre otros, son los nuevos nazgull, los contemporáneos
Espectros del Anillo que buscan el anillo único: el poder.
Y para ello da igual ya todo.
Atrás quedaron las exigencias de
igualdad basadas en el incuestionable hecho de que la mujer es tan válida como
el hombre para cualquier actividad, atrás quedaron las reivindicaciones de
igualdad legal y social también logradas y también justas, se olvidaron incluso
las cortinas de humo creadas con el engrandecimiento del problema del maltrato
o con la visión sesgada de la menor presencia en el mercado laboral, ignorando
el hecho de que la mayoría de las mujeres evitaban prepararse y buscar trabajo
en los sectores que más oferta laboral ofrecen.
Ahora, cuando el mundo de Mordor del
capitalismo liberal se resquebraja, nada de eso importa, solamente se lanzan a
galope tendido por los caminos de la Tierra Media para acceder a lo único que
les importa.
Galopan hacia lo único que han buscado
siempre y por lo cual han consentido sepultar la esperanza de mujeres realmente
maltratadas bajo miles de denuncias malintencionadas que las impedían ser
ayudadas, han permitido que la idea original de una sociedad de justicia entre
sexos se desvirtúa hasta lograr una sociedad en la que las mujeres son
protegidas y los hombres despojados de derechos como el habeas corpus, la
presunción de inocencia o una defensa judicial.
Desesperadas, erráticas y desesperadas
suben a sus monturas parlamentarias, gubernamentales y políticas para reclamar
para sí "su tesoro": el
poder, el auténtico poder. El poder económico.
Han conseguido en casi todos los
países europeos introducir los filos aserrados y curvos de las espadas de la
paridad representativa en la política, en el gobierno, pero cuando se han
asentado allí, creyendo que estaban en la cima se han dado cuenta de que el
verdadero poder de este siglo, de esta civilización occidental atlántica, no
reside en los cargos políticos, reside en el dinero y por eso han tomado el
ariete de sus supuestos derechos y se dedican a un nuevo asedio.
Intentan imponer a los estados una ley
que garantice por cuota un cuarenta por ciento de mujeres en los órganos del
poder corporativo, en los Consejos de Administración de las empresas y ya ni
siquiera alegan la preparación idéntica de las féminas, ni siquiera sus
capacidades potenciales parejas. Les da igual que sean incompetentes. La
cuestión es que tienen que ser mujeres.
Ignoran o pretenden no reparar en el
hecho de que el poder en las corporaciones, en los centros de decisión
empresarial no lo otorga eso que ellas llaman género y que siempre se llamó
sexo. Lo otorgan los contactos, las presiones, una vida dedicada al ignominioso
arte en ocasiones casi criminal del ascenso, una existencia en la cual los
cadáveres se acumulan en armarios cada vez más cerrados y ocultos. Y el dinero,
sobre todo el dinero.
Pero Viviane Reding que curiosamente,
pese a ser a comisaría de Justicia y Derechos Fundamentales de la Unión
Europea, olvida de repente que uno de los primeros derechos ciudadanos que se
definieron -en este caso en la Bill of
Rights estadounidense- fue el de "tener
un gobierno justo y eficiente", ignora todo eso y defiende un sistema
de cuotas de mujeres en los cargos directivos de las empresas amparando un
principio que dice que da igual que sean eficaces o no. Que lo único que
importan es que sean mujeres.
Como han hecho en la representación
política, pretenden que se les de algo simplemente por ser mujeres,
independientemente de sus trayectorias, independientemente de su compromiso con
la política o con la empresa, saltándose todos los pasos intermedios -negativos
o positivos- que un hombre debe atravesar para acceder al poder.
Pretenden, como los antiguos monarcas
por derecho divino, como los ancestrales faraones y mandarines descendientes de
los dioses y del cielo, asegurarse una cuota del poder por el mero hecho
biológico de ser mujeres.
Sustituyen el feminismo igualitario
por el sexismo discriminatorio.
La única forma de asegurarse una
posición en un consejo de administración hoy en día es tener el suficiente
número de acciones de la empresa para ser consejero dominical y que nadie pueda
echarte de él.
Y ese es el camino. Un camino que no
allana el ser hombre, que no facilita el ser varón, un camino que no se basa en
la posición interna o externa de las gónadas. Un sendero que solamente se
recorre a golpe de talonario, opas hostiles y ampliaciones de capital.
¿Es injusto? sí. Pero nada tiene que
ver con que seas mujer u hombre. Ydesde luego nada tiene que ver con el feminismo. Las defensoras de esta posición dicen que defienden a las mujeres pero en realidad lo único que defienden es que por ser mujeres a ellas nadie les pueda cuestionar su poder. Aunque sean incompetentes.
Y ellas lo saben, pese a fingir que
no, lo saben. Por eso mantienen que la competencia o incompetencia no debe ser
factor a la hora de buscar la paridad -que no la igualdad-. Porque saben que,
sin el dinero y sin las acciones suficientes, una mujer o un hombre solamente
pueden acceder a los consejos de administración por designación de los que ya
son consejeros o por el puesto ejecutivo que ocupes en la empresa.
Y para eso existen dos caminos: los
contactos y la capacidad.
La mayoría de los que han hecho del
ascenso empresarial su existencia, sean hombres o mujeres, confían más en el
primer camino que en el segundo. Porque los que quieren controlar la empresa
les harán consejeros para hacerse con un voto seguro en las decisiones, les
darán un cargo que les coloque en el consejo independientemente de su capacidad
y competencia, solamente porque les son afines.
Pero ¿qué pasa si hay una ley que
obliga a un cupo de féminas en los sillones del consejo?
Pues que aquellos -o aquellas- que
quieren mantener el control de la empresa, que quieran tener mayoría de voto en
el consejo, elegirán a mujeres incompetentes en lugar de hombres incompetentes
para los cargos y los puestos ejecutivos.
Y así, ese colectivo inexistente en el
que la visión postfeminista ha convertido a las mujeres del mundo habrán
accedido al poder.
Luego ellas creen que lo usarán en
beneficio de las mujeres -que son la única parte de la humanidad dignas de ser beneficiadas-, por el mero hecho de ser mujeres. Se equivocan, pero
si son incapaces de racionalizar el presente, mucho más lo han de ser de
realizar proyecciones racionales sobre el futuro.
Y claro, se indignan cuando el dinero
de la mayor parte de Europa -representado como siempre por sus gobiernos- se
niega. Cuando desde Gran Bretaña a Alemania, desde Bulgaria a España, desde
Italia a Dinamarca el dinero les dice que no.
Que el anillo único de poder sólo
puede tener un dueño y ese dueño es el dinero. Que les da igual el género, el
número o la especie, incluso, del dinero. Pero quien manda es el dinero.
Por terminar con la comparación con la
mítica obra de Tolkien, se olvidan de que, por más que adopten la pose
beatífica de los elfos de Rivendell, los únicos que quieren utilizar el poder
del anillo son aquellos que moran en Mordor y que han hecho de ella una tierra inhóspita
y moribunda con su forma de ejercer el poder.
Quienes de verdad comprenden la
verdadera naturaleza del Anillo Único no quieren compartirlo a partes iguales
con Saurón. Simplemente quieren destruirlo.
Si se ponen a eso, nos sentamos y
hablamos.
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